Reproducimos un artículo de un periodista llamado Carlos Colón en el Diario de Sevilla (12/07/2014), donde se vuelve una vez más —aunque con una especial virulencia— a ese repugnante lugar común tan querido por los medios de comunicación que consiste en afirmar que la esquizofrenia es una «bomba de relojería». También añadimos una carta que le escribe la persona que gestiona el blog ¿Esquizoqué?… sin duda es este el documento que merece realmente la pena.
Víctimas de la antipsiquiatría
Un adolescente de 15 años con antecedentes de brotes psicóticos provocó presuntamente el incendio en el que murieron dos de sus hermanos de 13 meses y seis años, quedando gravemente herido otro de 14.
Hay que felicitar, una vez más, a los doctores David Cooper, Thomas Szasz o Franco Basaglia y a los intelectuales Paul Goodman, Iván Illich, Allen Ginsberg, Michel Foucault, Georges Bataille o Ken Kesey; y a cuantos desde la medicina, las ciencias sociales, la filosofía o la literatura alentaron ese error llamado antipsiquiatría, considerando las enfermedades mentales un mito alentado por el poder para coartar las libertades, una invención del capitalismo para reprimir a los inconformistas y rebeldes, una coacción burguesa para evitar los peligros de la creatividad y la imaginación, una amputación de las pulsiones de sexo y muerte que desafían las convenciones y el orden establecido. Disparates reflejados en títulos como El mito de enfermedad mental, La fabricación de la locura: un estudio comparativo de la inquisición con el movimiento de salud mental, La sociedad punitiva o El orden psicoanalítico y el poder.
Como tantos errores del entorno del 68 -el boom de la antipsiquiatría explotó en 1967- lo que en principio era la crítica justa de algunas brutales prácticas de la psiquiatría convencional y la denuncia de las deplorables condiciones de reclusión de los enfermos en los manicomios tradicionales, fue utilizada por una legión de fanáticos ideologizados para dar rienda suelta a sus prejuicios políticos enmascarados como juicios científicos, a sus obsesiones demenciales disfrazadas de ciencias humanas, a su fanatismo implacable -propio de lo que acertadamente Luis Gonzalo Díez ha llamado «la barbarie de la virtud» – y a su dogmatismo antidogmático que, en nombre del humanitarismo, impuso condiciones despiadadas de vida a los enfermos y a sus familiares al clausurar, en vez de reformar, los centros especializados.
La conclusión la establecía ayer una lectora comentando la noticia: «Hay enfermedades mentales muy duras y convivir con un familiar así es una bomba de relojería. Fue muy mala decisión el que cerraran los psiquiátricos, a veces por más que nos duela, es la única solución. No es la primera vez ni será la última que un esquizofrénico acabe con la vida de un familiar en pleno brote».
Carta abierta a Carlos Colón
Sr. Colón:
Leído su reciente artículo en el Diario de Sevilla: «Víctimas de la antipsiquiatría», y desconociendo si es usted psiquiatra, comercial de la industria farmacéutica, ideólogo de la Reforma del Código Penal, o ciudadano con mucho tiempo libre, permítame decirle, y no me lo tome a mal, que le noto nervioso.
Nervioso con la trágica noticia que relata, ciertamente muy triste. Pero nervioso también por tener que incluir la ,palabra «presuntamente» junto a «provocó». y a su vez, ambas cerca de la poco afortunada expresión «antecedentes de brotes psicóticos». Verá, señor Colón, le voy a explicar algo que quizá no sabe, pero que cae de cajón para cualquier persona que piense por sí misma: la relación entre brotes psicóticos y violencia, y sólo si la hubiera o hubiese, es una relación de casualidad, no de causalidad. La demostración de lo que acabo de explicarle es fácil, tanto si se ve el tema desde una óptica biologicista como desde una psicosocial, sistémica, psicoanalítica, o la que usted quiera, incluida antipsiquiátrica: si A («brote psicótico») fuese = B (conducta violenta), entonces todo A sería = B, todo el tiempo, en todos los casos, siempre, todas las personas, cualquier persona, (¿se imagina? estaría usted agotado escribiendo en periódicos), así sería si hablásemos de una relación de causa-efecto. Pero no. Ergo, insinuar eso es manipular la información (un sesgo de nada).
También le noto nervioso, muy nervioso, con el fantasma de la antipsiquiatría, que parece recorrer Europa, o como mínimo sus insomnios, provocando todo tipo de desastres, incluido aquel que usted relata. ¿Cree usted en poderes sobrenaturales, sr. Colón?, ¿muertos que vuelven de la tumba para perpetrar terribles crímenes?, ¿no es susceptible tal creencia de tratamiento psiquiátrico? (Bueno, usted verá, no seré yo quien le recomiende que se lo haga mirar, tengo por costumbre no aconsejar visitas a los psiquiatras). Ese fantasma, del que al parecer hay tantas víctimas ( me sonroja su lenguaje, pero es para que me siga), palidece ante lo que imagino que es la verdadera razón de sus desvelos: no son esos autores, (que también, como precursores) sino otros autores más recientes, vivos, activos, comprometidos con los derechos de las personas diagnosticadas, otras voces, muchas de ellas autorizadas por la experiencia propia de recuperación FUERA de la psiquiatría, movimientos internacionales que empiezan a aterrizar incluso en las mentes científicas de algunos de sus colegas. Y eso debe de doler, me hago cargo.
Le noto nervioso además porque sabe que usar el sensacionalismo para una pataleta profesional, y por supuesto ideológica, es caer bajo, ser poco elegante, y mucho menos científico. Pero se atreve, lo ha hecho, incluso habrá recibido elogios, pues ahora aténgase a las consecuencias, porque le noto nervioso por hacer historia: un lugar de honor en el museo de la naftalina, de la caspa, del olor a cerrado (como esos manicomios cuya clausura fue «tan mala decisión»), de la corrupción de la ciencia a manos de mercaderes (¿le parece ideológico el neoliberalismo, sr. Colón?, ¿y la sobremedicación?, ¿y los marcadores biomédicos que nunca terminan de aparecer?), de leyes regresivas, antidemocráticas y anticonstitucionales, como la Reforma del Código Penal que usted parece, con sus palabras, aplaudir con las orejas.(¿Es ideológica esa Reforma, sr. Colón?, ¿es científica, acaso?)
Por último, le noto nervioso porque sabe que los cimientos de la psiquiatría son endebles, subjetivos, cambiantes con los tiempos, a merced del concepto de normalidad de cada momento histórico (¿ideológicos, quizá?), o más recientemente, del principio activo de moda con su correspondiente campaña publicitaria y «psicoeducativa», siempre en riesgo de perder clientes a medida que estos alcanzan reconocimiento de sus derechos civiles, entre ellos el no ser psiquiatrizados por su condición (¿recuerda cuando la homosexualidad era una «enfermedad»?, ¿también fue culpa de la antipsiquiatría que ahora no lo sea?, ¿tiene nostalgia, sr. Colón?)
Ay, sr Colón, perdone, me olvidaba del estigma, de las campañas anti-estigma, de las asociaciones contra el estigma, mmm… de las directrices de la OMS, de la Convención de la ONU de los Derechos de las Personas con Discapacidad…. qué despiste.
Me despido ya, no sin antes desearle fama y descanso, en el orden que usted prefiera.
Fdo: Paula, superviviente de la psiquiatría