Reproducimos a continuación una carta escrita por la madre de una de las últimas personas fallecidas en el trascurso de una “reducción policial”. Traemos el caso a Primera Vocal por tratarse de una persona que padecía algún tipo de sufrimiento psíquico.
Nuestra forma de solidarizarnos con la familia y amigos de Alfonso Bayard pasa por difundir todo cuanto nos sea posible el presente escrito. Queremos insistir en que algo anda jodido en la cabeza de la gente (de los mossos implicados, de los trabajadores del establecimiento donde tuvieron lugar los acontecimientos, de los transeúntes, etc.) cuando se pasa de “un comportamiento extraño” al fallecimiento sin que se dispare ningún resorte en ella.
Por nuestra parte, en tanto que personas que también hemos sido diagnosticadas con algún tipo de “trastorno psíquico” y que a su vez solemos tener “comportamientos extraños”, nos gustaría insistir en que si el fallecido hubiera sido un “delincuente” o incluso se hubiera mostrado violento no se rebajaría ni un ápice nuestra indignación. De hecho, creemos que rebajar el listón de lo que es tolerable implica serios riesgos éticos. Una vez que se contempla la posibilidad de no escandalizarse por la muerte de un ser humano a manos de funcionarios policiales, es mucho más sencillo pasar a justificar otras muchas realidades absolutamente injustificables. Y así es como la vida se va haciendo cada vez más insoportable ante nuestros ojos vidriosos.
Evidentemente estas matizaciones no van dirigidas a la autora de la carta, quien está en el legítimo derecho de aclarar cuantas cuestiones y circunstancias vinculadas a la vida de su hijo crea necesarias. Nuestras palabras se dirigen a la gente en general, a todos aquellos que además no tienen un trato directo con nada que tenga que ver de manera explícita con la salud mental. Este caso ha tenido eco mediático por tratarse la víctima de un actor que gozaba de cierta popularidad. Sin embargo, en el día a día la crueldad de un sistema que estigmatiza, margina y reprime la diferencia se ceba con un sinfín de víctimas anónimas. Nosotros nos centramos en denunciar la violencia vinculada a la gestión social de la locura, del dolor psíquico, pero la violencia estructural tiene otros muchos frentes abiertos. Eso sí, también dispone de una herramienta común a la mayoría de ellos: la policía.
Llegados a este punto, en un momento donde las detenciones efectuadas por lo mossos acumulan varias muertes en un corto espacio de tiempo y algunas organizaciones como Amnistía Internacional exigen el cese de su impunidad, queremos dejar algo claro: es la sociedad la que está como una regadera si los locos le provocan miedo. Basémonos en hechos objetivos, en cifras, en lápidas: ser arrestado por los mossos, eso sí es aterrador.
Alfonso Bayard era mi hijo. Tenía 47 años; era actor y, sobre todo, una gran persona. No me cansaré de repetir que todo el mundo lo quería. Era generoso, comprensivo, humano e inteligente. Para mí ha sido una pérdida irreparable y necesito justicia.
La mañana del miércoles 2 de abril del 2014 Alfonso fue con su moto a la perrera municipal, donde era colaborador voluntario para pasear perros. Al poco, volvió comentando que temía por su seguridad. Al notar un comportamiento extraño en su manera de ser habitual, se llamó al SEM, que acudió para atenderlo. Sintió entonces miedo y reclamó ayuda de la Guardia Urbana, que se personó al cabo de un rato. La primera intención era llevarlo a un centro sanitario pero Alfonso cambió de opinión y le dejaron cerca de la plaza Molina, barrio donde vivía. Poco después se instaló en la terraza del Bopan de plaza Molina, donde ocurrió todo.
Su comportamiento extraño, pero en ningún momento agresivo o violento, alertó al camarero, que llamó a los Mossos d’Esquadra en lugar de a un médico. Tras acudir dos agentes que le conminaron a calmarse, se presentaron cuatro más que, de forma exageradamente violenta, incumpliendo protocolos previstos en estas situaciones, le redujeron sin percibir que se trataba de una persona con un trastorno psíquico, y en ningún caso de un delincuente. Un ataque de pánico le hizo entrar en estado crítico y, tras esperar más de veinte minutos a la ambulancia, murió antes de poder ser atendido.
Actualmente me encuentro abatida y confusa. Se me plantean un sinfín de preguntas sin responder. Todas se deducen de los hechos mencionados. He estado callada hasta ahora porque me ha sido imposible coger ni tan sólo un bolígrafo. Una vez más los medios de comunicación han desviado la realidad y han publicado mentiras y conclusiones sin fundamento. La imagen que de él se ha proyectado en nada se asemeja a la realidad.
Y estoy profundamente decepcionada y herida. Ni el cuerpo de Mossos d’Esquadra ni la Conselleria d’Interior han sido capaces de manifestar su duelo o disculpa, cuando la evidencia es que Alfonso murió bajo su dura actuación.
Alfonso era una persona normal, feliz, con un trabajo que adoraba, lleno de proyectos y con innumerables amigos. Y me siento sola, terriblemente triste y confusa. Lo que a mí me ha ocurrido no se lo deseo a nadie. Y tengo dudas de que mañana no ocurra de nuevo…