Tristes para consumir; de Marta Luengo

Os dejamos con un artículo que salió en El Salto estas pasadas navidades. Como dice el compañero que nos lo ha hecho llegar, «nos pasamos todo el año consumiendo, por lo que no está de más leerlo en cualquier momento del año».

Seguramente no exista una definición universal, pues en cada sociedad “la idea de felicidad dominante responde a una ética y una moral determinadas”, como comenta Edgar Cabanas, profesor de psicología en la Universidad Camilo José Cela. “Para el caso de la actual sociedad de mercado”, sigue, la idea de felicidad “se fragua en el seno de la ética protestante y de la metafísica popular estadounidense”. La concepción resultante entendería la felicidad “como consumo siempre creciente de mercancías y servicios”, según el filósofo y poeta Jorge Riechmann.

Consumo y felicidad están fuertemente relacionados en nuestra sociedad por dos vías. La primera, a través de la producción de insatisfacción que nos lleva a consumir sin cesar “para evitar que se sature la demanda, poniendo en riesgo la venta continuada de mercancías y, con ella, la acumulación de capital”, aclara Riechmann. Un mercado sin límites chocaría de esta forma con la felicidad. La segunda, por medio de la nueva industria de la felicidad, surgida al calor del estudio del concepto por parte de la psicología y la economía, que “ha generado un comercio alrededor de la idea ‘aumenta tu felicidad’”, señala Cabanas.

Es a finales del siglo XX cuando se renueva el interés por el estudio de la felicidad desde estas dos disciplinas. Uno de los motivos era dar explicación a la famosa paradoja de Easterlin, según la cual existe un nivel de ingresos a partir del cual no se experimentan aumentos en la felicidad del individuo.

Para el economista Manfred Max-Neef y su hipótesis del umbral, la cuestión sería aún peor, ya que existiría un nivel de crecimiento económico a partir del cual el bienestar comenzaría a disminuir.

Según Riechmann, “no es que el consumo sea en sí algo malo, pero se convierte en una amenaza para el bienestar de la gente cuando se transforma en un bien en sí mismo y pasa a ser la medida con que se evalúa el éxito de la política”.

Felizmente solo

Para Edgar Cabanas, “la forma en la que concebimos hoy la felicidad es profundamente individualista. Un individualismo que responde al sistema económico actual de matriz norteamericana y nos presenta un modelo de cómo ser feliz sin referencias al entorno político o social”.

La sociedad consistiría simplemente en consumidores y empresarios, es decir, individuos atomizados. Los primeros acumularían bienes, pero no solo “bienes materiales, que satisfacen necesidades materiales directas”, sino también “bienes posicionales”, explica Riechmann. Estos “sirven para la satisfacción del deseo de prestigio, estatus social y reconocimiento”, otra manera por la cual se relacionan consumo y felicidad, puesto que muchos bienes, materiales o no, lo que aportan es reconocimiento social.

Salta a la vista la naturaleza relativa de la felicidad, ya que el estatus es siempre relativo al entorno que nos rodea. Para Riechmann, “no somos lo suficientemente conscientes del peso que la comparación constante con los otros adquiere en nuestra sensación de felicidad subjetiva”.

Por el lado de los empresarios, el individualismo tiene su máxima expresión en la idea de emprendedor, que “se presenta como el motor de la producción de riqueza, como el individuo autónomo que innova, que inventa y que aplica ideas creativas para abrir nuevas posibilidades de consumo”, afirma Cabanas, quien ha investigado el concepto en su tesis doctoral.

El emprendedor es, además, el modelo de ciudadano feliz que “no se ve a sí mismo como un proletario, [sino] como un ser libre e independiente, como un individuo autónomo que no pertenece a ninguna clase, que tiene las mismas oportunidades que los demás, aunque no las tenga”.

Menos felicidad

Volver a reconducir el sentido de la vida y la felicidad pasa, para Jorge Riechmann, por reducir la desigualdad, puesto que “la sensación subjetiva de felicidad, una vez superados ciertos mínimos, no tiene que ver con el nivel absoluto de consumo material, sino que más bien está relacionada con la posición relativa de uno mismo en comparación con los demás, y con la calidad de los vínculos sociales”. Un mundo con menos desigualdad haría menos dolorosas las comparaciones.

Frente al lugar destacado que ocupa el consumo en nuestra sociedad, desde visiones críticas se busca recuperar la importancia de las relaciones interpersonales para mejorar el buen vivir. El cambio de modelo económico sería fundamental para generar más espacio para las relaciones personales y para objetivos sociales.

Cabanas sostiene que, “para generar un cambio real, es necesario revisar de arriba abajo la alienante y conservadora moral de la felicidad que pavimenta nuestra ética y que vertebra el utilitarismo político de nuestras sociedades”.

Ello implicaría dejar a un lado la búsqueda de la felicidad individual, que “tiene una centralidad excesiva en nuestra sociedad”, para “situar otros valores como la justicia en la agenda política”.

 


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