Reseña de La casa del Olivo, de Carlos Castilla del Pino

Casa del olivo es el título de la segunda autobiografía del conocido y ya fallecido psiquiátra Carlos Castilla del Pino y que abarca el periodo 1949-2003. En la obra, Castilla del Pino (que  tras la transición obtendrá una cátedra de Psiquiatría en Córdoba y cuyo magisterio, así como sus discípulos, son muy bien valorados aún en la ciudad) repasa su trayectoria intelectual y vital prestando mayormente atención a la etapa franquista y a su trabajo en el dispensario de psiquiatría de Córdoba desde octubre de 1949.

Buena parte del libro está dedicado a un retrato de primera mano de la cruda realidad de la sociedad franquista desde la perspectiva del bando de los perdedores. A través de los personajes con los que trata, gracias a su consulta popular y su vida social en los círculos de los intelectuales de izquierda de Córdoba, podemos obtener una serie de retratos cercanos de la sociedad de entonces y alejados de las meras descripciones historiográficas, con mayor afinidad a la llamada historia oral. Sin embargo,  a través de mi lectura, he considerado realmente relevante la descripción del mundo de la Psiquiatría durante aquellas décadas. Mientras que los dispensarios y centros psiquiátricos carecían de los mínimos medios para atender a una población realmente dañada en el plano psíquico por los efectos de la guerra y las tragedias familiares que continuaron a lo largo de la dictadura, la Psiquiatría académica se encontró crecientemente monopolizada por el Opus Dei y algunas figuras que habían sabido trepar y acaparar un poder omnímodo e incontestable, como el caso de López Ibor. Este, en los años sesenta, recuerda Castilla del Pino que “controlaba cátedras, direcciones de dispensario y hospitales psiquiátricos, asociaciones de psiquiatría, de psicoterapia en general, incluso de psicoanálisis” (p. 238). La obtención de cargos importantes en las direcciones de los psiquiátricos o cátedras en la Universidad se encontraba totalmente monopolizada por unas elites de poder para los que nunca contó ni la preparación intelectual ni la calidad humana de sus ostendadores. Eso explica que cuando en toda Europa germinaba toda una corriente de humanismo en psiquiatría (por ejemplo, a partir del existencialismo de Jaspers o la difusión de los Manuscritos de economía y filosofía de Marx, así como el propio freud-marxismo), en España aún se mantenía a la filosofía medieval de Santo Tomás de Aquino y su teoría del alma como base de la comprensión de los trastornos mentales, por ejemplo, como hacía Vallejo Nájera -uno de los popes de las instituciones de salud mental españolas del siglo XX- en su Tratado de psiquiatría.

Junto a una descripción de primera mano de esa mafia psiquiátrica por parte de Castilla del Pino, que con la llegada de la democracia será sustituída por la mafia gobernada por la industria farmacéutica, destaco el trabajo que este tuvo que hacer desde su dispensario en Córdoba. El hecho de que dicha ciudad por su trayectoria revolucionaria hubiese sido una de las que vivieron una mayor represión (en términos de fusilamiento o cárcel) tras la guerra civil, llevó a del Pino a comprender el estrecho vínculo existente entre trayectoria biográfica, contexto social y enfermedad mental. Junto a una sociedad aterrorizada en unos casos, o hipócrita en otros, volcada en un “cultivo de la apariencia” y sofocada por el miedo, del Pino presenta toda una serie de personas que aún perteneciendo a clases sociales distintas o proviniendo de círculos heterogéneos, le confirman esa relación dialéctica, lo que le lleva a incorporar -sin dejar de lado nunca un pragmatismo bastante acusado- nuevas perspectivas, como la teoría de la alienación de Marx o el psicoanálisis de Freud al tratamiento de sus pacientes, caminando totalmente a contracorriente de lo aceptado oficial y académicamente. Especialmente llamativo son los casos que se le presentan de personas vinculadas a la Iglesia, como novicios que quieren abandonar su vocación por el hábito a las que se les hace pasar un examen psiquiátrico y que se encuentran con todo tipo de trabas por parte de su familia o el obispado, o monjas que ante la rebeldía de querer abandonar la clausura, eran incluso lobotomizadas o encerradas en distintos centros psiquiátricos de la península.

En otro plano del libro, del Pino narra sus curiosos encuentros con las autoridades del régimen en Córdoba, así como con personalidades de la época a través de sus viajes, como la entrevista con la Pasionaria en Moscú,  o la propuesta de presentarse a la alcaldía de Córdoba por parte de Santiago Carrillo, dada su cercanía al Partido Comunista. Igualmente, pudo conocer en su consulta a Enrique Ruano, del PCR, unos meses antes de su asesinato en una Comisaría de policía madrileña en 1969 el cual le había declarado una serie de problemas que le atormentaban (“imposibilidad de denunciar situaciones opresivas, obsesión por no denunciarlas e imposibilidad derivada de un cierto extrañamiento…”). En definitiva, un libro que en ocasiones hace de la lectura algo árido, sobre todo cuando insiste en aspectos de la vida personal (aunque por algo es una autobiografía), pero que contiene como un logro que lo hace muy interesante un vivo y crítico retrato del mundo de la psiquiatría en la etapa del régimen franquista, así como su estrecho vínculo con la sociedad española de entonces.

Álvaro Castro


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