Esta va a ser una reseña corta. Y contundente.
Este libro es malo. Y lo es desde cualquier lugar que se le mire. Por un lado contiene páginas enteras de clichés y un exhibicionismo empapado de mal gusto. Por otro lado simplemente está mal escrito. Planteado como un puñado de recuerdos que reflejan distintos y relevantes estadios de la “enfermedad” de la autora, esta se dedica a ofrecer al lector pasajes desgajados con un estilo cercano al del diario. No cabe duda de que esta mujer lo ha pasado mal y de que en los cursos de escritura creativa a los que ha acudido regularmente (tal y como indica en varias ocasiones) ha adquirido algunas herramientas que le permiten expresarlo con cierta soltura. En momentos muy específicos del libro hay metáforas y descripciones que realmente aproximan al lector el dolor psíquico y su esquiva naturaleza, pero quitando esos breves retazos, el resto de la obra solo ha conseguido despertar la indignación de quien escribe estas líneas.
Las personas que estamos diagnosticadas con algún tipo de enfermedad mental no necesitamos libros como este. Necesitamos relatos que ayuden a construir conocimientos colectivos, vivencias que estimulen nuestra lucha por alcanzar cada vez mayores cotas de salud y autonomía, historias que sean nuestras, y que por tanto cumplan una labor absolutamente desestigmatizadora.
Sin embargo, Bipolar, memorias de un estado de ánimo te deja hecho una mierda. Por momentos te planteas si realmente no estará financiado por la industria farmacéutica; si no habrá habido una reunión clandestina de laboratorios donde cada uno haya puesto cierta cantidad de dinero sobre la mesa y se haya decidido construir una historia milimetrada donde no haya resquicio alguno y la única salida pase por los avances farmacológicos. De hecho, leyendo el libro me planteo qué hago colaborando en el mantenimiento de esta web (primeravocal.org), cuando se publican internacionalmente decenas de miles de copias de unas memorias que ofrecen una interpretación monolítica y fanática del llamado trastorno bipolar (y en definitiva del sufrimiento psíquico en general). ¿Cómo desmentir el cúmulo de falsedades e inexactitudes que recorren el libro? En sus capítulos se describe la psicopatología de la escritora sin ningún margen de duda: se trata de una enfermedad biológica heredada que altera el equilibrio químico de la persona dejándola sumida en la más completa indefensión. Y punto.
Pero lo más curioso es que esta inamovible premisa choca una y otra vez con lo que se cuenta en el libro. Hay tres factores que se repiten hasta la saciedad en la descripción de los episodios maniacos y depresivos que componen los distintos capítulos: la relación emocional y sexual con los hombres (factor central en la vida y padecimiento de la narradora), la muerte del padre y el estrés laboral. Tres factores objetivos que se incrustan en la biografía y condicionan toda la narración, pero que al parecer no se relacionan directamente con el padecimiento que genera el llamado “desequilibrio químico” que golpea al cerebro.
Tampoco hay un análisis clarificador de las condiciones de vida de Terri Cheney. Básicamente sabemos que está entregada a la seducción y que esto se relaciona íntimamente con aspectos tan cruciales como el maquillaje y la ropa (a los que se dedican párrafos enteros en múltiples ocasiones), así como que es una profesional de éxito sumida en la vanidad y la banalidad (le encanta contar lo incómodo que era subir y bajar de su Porsche a la vez que narra cómo la pobreza vista en un safari por África conmueve lo cimientos de su existencia).
En definitiva, estas páginas tienen material suficiente para componer una película alarmista rodada en claros tonos amarillos (con su dosis pertinente de morbo y fatalidad), pero cuentan poco sobre cómo afrontar el sufrimiento en sus propios términos, construir salidas colectivas o afrontar la propia responsabilidad en la gestión de nuestras propias vidas.
[…] Para quien tiene tendencia a perder la cordura muy a menudo no es aconsejable ser descuidado con los modales, las palabras y, especialmente, las apariencias. A veces pienso que un corte de pelo de cien dólares es todo lo que me separa de un ingreso de catorce días.