La imagen que reproducimos es la cartografía básica del cuarto volumen de Antisocial Boys, de G. R. Patterson, 1992. Si bien la analogía de los problemas vitales desde la infancia con una “mala hierba que crece desenfrenadamente en Oregón”, tal como explica el autor, pueda parecer fuera de lo común, este sistema de representación mental escapa del papel y es fuente de inspiración de programas institucionales como la APEEL(1) australiana, diseñada para niños con riesgo de desarrollar trastornos de la conducta. Un mapa parecido, aunque seguramente algo más simplificado, debe ser el que rige las estrechas mentes de los seguratas de Picón(2)…
Tranquilos. No se alteren. No vamos a destapar la caja de truenos y centellas. Nuestra intención no es enumerar los centenares de dispositivos institucionales coercitivos que abordan la mente humana como si esta tuviera una única dirección: acción-reacción.
Tan solo observen bien la figura visual que les proponemos. Recorran el tallo y sus etapas; padres antisociales, abuelos no cualificados, agentes estresantes… Parámetros todos que nos plantean una necesidad. Es decir, Patterson y compañía, a través de su malahierba, nos interpelen; ¿corres el riesgo de sufrir problemas de comportamiento? La necesidad reside en responder: ¿quién no corre el riesgo de recibir un diagnóstico que lo marque de por vida? Todos somos objeto de sospecha…
La vaguedad de los ítems que constituyen la malahierba (baja autoestima, estado depresivo, historia laboral caótica…) nos sugiere una moldeabilidad extrema que puede adaptarse a las condiciones existenciales de cualquiera en un contexto de publicidad agresiva (escaparate de los cánones dominantes), o precariedad laboral. De hecho, los reconocidos autores del DSM-III(3), Spitzer y Williams, reconocen en Desviación y enfermedad mental (1982), que “la definición de trastorno mental que aporta el manual no supone que cada trastorno mental sea una entidad diferenciada con límites claros entre ese y otros trastornos”.
No es demasiado arriesgado pensar que el diagnostico construye la enfermedad; subdivide los problemas vitales, los clasifica, los cataloga, los jerarquiza… los vacía. Estableciendo fronteras con alta movilidad que nos hacen pensar en la arbitrariedad de sus etiquetas. Y es que parafraseando a Foucault, “Cada sociedad tiene su régimen de verdad, sus políticas generales de verdad, es decir, los tipos de discursos que hace funcionar como verdaderos (…) La verdad es social”. La verdad en sí, es una construcción que depende de un estatus; el de aquellos con capacidad social para decir qué es lo que cuenta como verdadero; se trata de un problema de clase, de medios.
La Ciencia avala al señor Patterson, y ese respaldo permite que el profesor nomine en materia psi, es decir, que opine, nombre, o designe, con capacidad para que sus intervenciones pasen a formar parte del imaginario colectivo… aún cuando en ellas se haga de la salud mental una malahierba que crece en el sustrato del crimen…
La pregunta habitual a este esquema sería; ¿qué dice? Cuando lo interesante es plantearnos quién lo dice… Para reconocerle como enemigo de la libertad.
(1) A Partnership Encouraging Effective Learning, en castellano, Asociación que alienta el aprendizaje efectivo.
(2) Un ejemplo canibal: http://lossonidosdemibarrio.podomatic.com/entry/2012-12-14T00_22_52-08_00
(3) Tercera entrega del Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales editado por la Asociación Americana de Psiquiatría.