Somos humanos en una sociedad individualista, competitiva, excluyente. Vivimos una ardua tragicomedia. La salud mental es el largo y tortuoso camino de aprendizaje cotidiano, entorpecido por problemas intrínsecos a la condición humana, cuyo comportamiento no es ciencia exacta. Cuando, en su sociedad de referencia, la vida es inaceptable, el individuo sufre sentimientos de malestar, y expresa la falta de sentido de la propia existencia: dilemas sobre qué decisiones tomar, ahogos en un mar de dudas, dificultades para adaptarse a ciertos valores morales, económicos, sociales, políticos; obstáculos que precipitan o producen angustia, discordia familiar, de pareja, problemas sexuales, fobias, estupidez, desempleo, incultura, inhibiciones. Incapaz de reflexionar en base a conceptos, éticas y hábitos de vida erróneos. Dividido y enfrentado a sí mismo, manifiesta síntomas agresivos de una des-estructuración personal que el organismo inventa para sobrevivir a situaciones insostenibles. El bloqueo afectivo – única defensa en un mundo que no le ama, que no le ve, que no le oye- corta el diálogo, inexistente, con el exterior. Surgen entonces inhibiciones más profundas que reprimen nuestra realización personal.
Hablo de una locura que no es genial, sólo sufrimiento y devastación mientras domina el episodio. El loco no es representante de la libertad y la genialidad; es una persona que sufre las fallas de un sistema social alienante que medicaliza el sufrimiento, con la complicidad de una psiquiatría que tapa las fracturas sociales con cemento farmacológico, sin pensamiento crítico, que menosprecia derechos y libertades. Autoridades que nos dan medicamentos, nos desconectan y nos hunden todavía más en la oscuridad. Así sólo vemos el lado negativo del sufrimiento, convirtiéndonos en zombis extraviados. Mudos.
Malditos, condenados sin defensa, sólo por juicios morales, basados en la observación o la opinión. Porque, aunque legalizados, no son hechos médicos o científicos, carecen de leyes o hipótesis que puedan ser sometidas a experimentación. Son sólo dogmas, como el origen genético de la enfermedad mental, patético, cuando la ciencia establece que los genes no determinan nada en sí mismos, solo determinan ciertas cosas en entornos concretos. No tiene sentido hablar de lo que hace un gen, especialmente respecto al comportamiento humano. La psiquiatría parece tener todas las respuestas, pero admite que no puede curar los trastornos que trata, solo incapacita. Soluciones ineficaces que gozan socialmente de amplia aceptación para someter al loco.
La conciencia de sufrir una enfermedad crónica e incurable, lejos de contribuir a una vida mejor, hace sentirse al individuo desdichado e infeliz, inferior, sin futuro, destinado a padecer de por vida el estigma y las variadas formas de sanción social que como pena tiene merecido. Queda condenado a la pobreza, la incomprensión, desamor, locura, suicidio, desolación. Sólo queda la sumisión al sistema terapéutico, que lo ha marcado como esquizofrénico, término que refiere más a una categoría de persona que a una categoría de enfermedad. ¿Quién estigmatiza? Obligado a aceptar el rango inferior, a seguir fielmente el tratamiento hasta aceptar, con desesperanza e impotencia, como propio un estado cronificado ante la vida. Socialmente débil, generador de ira y miedo, incluso de uno mismo; un estado de indefensión que le inmoviliza emocional, mental y físicamente. Surge entonces la automarginación, que añadida a los prejuicios sociales que todos conocemos, desemboca en pobreza, madre de todos los males, que le hace aún más dependiente de los servicios sociales, hasta diluirse como individuo. Éste es el círculo vicioso de la enfermedad.
Por una voz propia
Vivir en libertad para construir nuestra propia experiencia, historia e identidad. Libertad para reflexionar y expresar nuestra realidad, nuestras percepciones y deseos, qué nos preocupa, qué desafiamos, cómo es nuestra relación con el sistema social. Romper los limites establecidos para luchar por nuestro propio desarrollo y expansión, sin conflicto interior-exterior, cuya expresión individual facilite el surgimiento de un carácter con una natural adaptación dinámica de la condición humana a la estructura social en su momento histórico. Apreciamos la independencia y nos disgusta el conformismo, cada vez mayor, que el sistema actual introduce en nuestros conocimientos, valores y actitudes. Luchamos por crear condiciones de aprendizaje capaces de favorecer la confianza en uno mismo. Desde el equilibrio, diario malabarismo interior, para no caer en el pozo negro de la locura. Dignidad para cultivar los propios desacuerdos con los demás, osadía para manifestar un comportamiento individual o antisocial, para pecar de lo distinto. Valor para ver lo que nadie quiere ver. Descubrir y contar lo que nos quita la felicidad. Reivindicar el afectuoso cariño que transmite un cálido abrazo, tan sencillo, tan humano, tan escaso. Entre la salud y la enfermedad, se abre un tercer camino, Radio Nikosia, el de la disponibilidad para uno mismo, el de la acción y el riesgo: somos lo que contamos, sólo una chispa de existencia pero todavía con vida para contarlo. Para formar, informar y deformar lo que transmite la sociedad bienpensante…conversar, conversar… Hay quien habla de la radio terapéutica, sí, pero tiene que curar a esta sociedad normópata enferma de ignorancia, que sin conocerlo, prejuzga y estigmatiza, para el resto de su vida, al diagnosticado de lo que llaman un trastorno mental severo. Porque en un mal momento estaba en el lugar equivocado, con la gente equivocada que, asumiendo el papel de policía de salud mental, dio el primer paso hacia el que será un cambio radical en una biografía personal truncada porque juzgan que tiene una extraña enfermedad crónica, de tratamiento obligatorio con drogas duras. Es el sistema el que nos rompe el curso vital y no nos ofrece ninguna alternativa a cambio. Incapacitado, discapacitado, enfermo, marginado, estigmatizado, rechazado. Hay que reconocer que esto es una problemática diferente. ¿Enfermedad? Si la hay, el remedio es peor que la enfermedad: encierro, tratamientos agresivos, medicación con terribles efectos secundarios, desautorizado como persona, roto el vínculo con el mundo. Viajamos constantemente a un lado y a otro de la frontera, entre razón y locura, y desde este vaivén contamos nuestra historia, que es tan real y legitima como cualquier otra. Tarados por la medicación y el entorno, comunicarnos nos ayuda a coordinar otra vez el mundo desde la palabra a todos los niveles. Las ondas de Radio Nikosia canalizan lo que no se quiere oír, unas voces que aun existiendo no están… ya que su entorno próximo, a causa de un diagnóstico, no las valora como legítima manifestación de unas personas con derecho a expresarse. Nuestra voz se transforma en el puente entre los otros y nuestros mundos interiores. Frente a la angustia de perder para siempre la unión con el mundo, ese puente puede reconstruirse, entrando en una nueva relación con el exterior: activa, responsable y propia. Expuestos en sociedad para que ésta redefina al enfermo mental. Somos como somos. Y no estamos solos. Poner en cuestión tanto la enfermedad mental como la psiquiatría que medicaliza la conducta de aquellos que no se comportan como el grupo. Abrir una brecha en la estrecha cerca del pragmatismo dominante, despertar inquietudes que interpelen el intento tramposo de explicar todo el universo desde un solo lenguaje y un pensamiento único. Porque nadie es normal. Desde fuera del aparato de salud –de la enfermedad mental- se mitifica la locura –romper las cadenas de la razón, creación lírica, marginalidad cultural- como una tentativa extravagante para no adaptarse a las seudo-realidades alienantes. Pero hay que hacer ver que la salud mental es un concepto éticamente dañino, pues no es más que una cortina de humo de problemas económicos, existenciales, morales y políticos, que no requieren terapia médica, sino alternativas económicas, existenciales, morales y políticas.