La psiquiatría, el sufrimiento y la dignidad

I. A finales de febrero de este 2016, tres personas denunciaron las condiciones en las que tiene lugar el encierro psiquiátrico dentro de las instalaciones hospitalarias de Cádiz. Expusieron su cuerpo y su rabia en el ayuntamiento de la ciudad, y desde este proyecto queremos darles las gracias de corazón.

https://www.youtube.com/watch?v=6zQOb-K6mvQ

Siguiendo la tónica habitual del medio, y según se ha incrementado el número de visualizaciones, ahora el vídeo tiene anuncios. En concreto una promoción de la web todosobrelaesquizofrenia.com, que no es sino un artefacto publicitario financiado por Janssen (una de las grandes empresas que se reparten el mercado de los psicofármacos) y desarrollado por un puñado de profesionales de la salud mental a sueldo.

No es la primera vez que desde primeravocal.org señalamos los peligros que acarrea la conveniencia del mercado y la psiquiatría. Creemos que dicha relación vulnera numerosos y evidentes principios éticos, pone en peligro a las personas que se encuentran en tratamiento y obvia una realidad incuestionable: no se puede cotizar en bolsa y promover la filantropía a la vez. En algún momento, la acumulación de beneficios deja de ser compatible con el bienestar de las personas: o deseas riqueza, o que se recuperen, y sabemos que es muy complicado que ambas cosas se den de una manera simultánea. Las personas que sufrimos psíquicamente somos un nicho de mercado dentro del contexto capitalista, ni más ni menos.

II. La reciente publicación de una entrevista a Robert Whitaker en El País Semanal ha desatado un conato de debate (no ha llegado a tal) en el que se han cruzado varias cartas que defendían diferentes enfoques de la psiquiatría. El periodista Joseba Elola (artífice de la entrevista mencionada) ha recogido todas las posturas en un breve artículo.

Parece bastante claro que no todos los implicados han leído la obra de Whitaker en su totalidad. Su trabajo se limita a describir la irrupción y expansión del mercado psicofarmacológico en los EEUU (tarea ingente por la que ha recibido el premio al mejor libro de 2011 de la Asociación de Reporteros y Editores de Investigación de dicho país), no ofrece soluciones integrales a la problemática de la salud mental. Pero esta España en la que vivimos busca siempre la confrontación torticera, y con frecuencia, quienes más la promueven son los que socialmente están considerados como referentes de salud y adaptación…

En cualquier caso, cuestionar el uso que se le da a los psicofármacos se ha convertido en una herejía moderna. Solicitar que haya claridad informativa al respecto y que se permita a las personas tomar decisiones libremente desata la tormenta.

La primera respuesta fue de Miguel Gutiérrez Fraile, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, agrupación de profesionales que mantiene un vigoroso y tórrido idilio con la industria farmacéutica. Un puñado de párrafos efectistas que tratan de convencer al lector de las bondades del amo. Una argumentación vacilante que invoca entrelíneas al miedo como pilar de lo dicho. No hagan caso a extranjeros interesados (como si se pudiera sacar dinero de vender libros de ensayo en este país anquilosado), solo quieren traer el caos a sus consultas y familias. No vamos a diseccionar la carta… sería demasiado tiempo el invertido, tan solo vamos a extraer un par de líneas que nos han parecido un disparate:

La psiquiatría continuaba, afortunadamente, su medicalización. El enfermo psiquiátrico empezó a ser tratado como el resto de los enfermos. Tomó conciencia de su dignidad, de sus derechos.

¿No hay más lectores que se han sumido en el desconcierto al llegar a esta parte del escrito del ilustre catedrático de psiquiatría de la universidad del País Vasco? ¿Cómo se produce esa pirueta mágica por la cual zampar pastillas nos hace sujetos dignos? ¿Cuántas felicitaciones ha recibido este señor por parte de las delegaciones nacionales de los laboratorios que venden drogas psiquiátricas? ¿Dónde ha quedado la exigencia de escribir siguiendo un proceso lógico básico?

III. Este no es el lugar para debatir sobre fármacos, hay otros textos que se centran en ello. Todo lo dicho al respecto hasta el momento solo trata de evidenciar la centralidad que tiene el tratamiento psicofarmacológico en el ámbito de la salud mental. Matizarlo o cuestionarlo es considerado por muchos como crimen intelectual y político.

Janssen y sus paladines de bata blanca defienden con uñas y dientes su discurso hegemónico.Pero el entusiasmo con el que lo hacen también les lleva a decir chorradas. Como que una pastilla te otorga dignidad. Eso supone no saber qué es la dignidad. Es usar esa palabra sin estar en condiciones para hacerlo…

La dignidad no es jamás el atributo de un objeto, la dignidad es una virtud colectiva. No se trata de una característica privada. Eso solo acontece en el lenguaje vulgar del día a día: “El menú de ese restaurante es muy digno por el precio que tiene”, pero no debería hablarse así cuando hablamos del sufrimiento de las personas. La dignidad nunca es de uno solo. La dignidad que invoca Manuela en el vídeo que abre este texto es una dignidad con la que nos identificamos un número creciente de personas que ni siquiera la conocemos, y le agradecemos el calor que nos ha regalado. No se puede mercantilizar la dignidad, no se puede patrocinar al igual que no se puede envasar ni pinchar contra la voluntad.

La dignidad reside en cada lucha justa, la dignidad es un valor que afirma su propio valor. Así de simple. No pretendemos que los mercaderes lo entiendan, de momento nos basta con que no contribuyan más a la confusión.

Postdata para obtusos

Un ejemplo de lo dicho puede ser el siguiente:…

Hasta hace relativamente poco, los tratamientos para la Hepatitis C no eran siempre efectivos. Una mafia farmacéutica que chantajea a la sociedad civil ha sintetizado un medicamento que elimina el virus en la práctica totalidad de casos. Vende ese fármaco tanto a los Estados como a particulares a unos precios exorbitantes. Pero la cuestión es que funciona…

Pues bien, una persona descubre que tiene el virus de la Hepatitis C, sea porque determinados síntomas le han llevado a un especialista, o bien porque su índice de transaminasas ha dado la voz de alarma en un análisis rutinario. Se le ha realizado una prueba de laboratorio y ha dado positivo. Dicha prueba es repetida, y en el caso de que vuelva a ser positivo se analiza el genoma del virus (nótese que estamos hablando en cualquier caso de una metodología científica, de diagnósticos objetivos y no mediados ni ideológicos, es decir: de esos que no existen en el campo de la psiquiatría). Después, si la administración de turno accede, se le proporciona una medicación que revierte su situación: elimina la carga viral y cura al sujeto (nótese que estamos hablando de un medicamento que subsana un situación anómala y devuelve salud de una manera que puede ser corroborada por la misma prueba diagnóstica mencionada, es decir: un tratamiento de esos que no existen en el campo de la psiquiatría).

¿Confiere dignidad al paciente ese conjunto de pastillas? No. Le curan, que es otra cosa. ¿Hay dignidad en el propio tratamiento o en la industria que lo vende? No, es un negocio.

En el caso de la Hepatitis C, la dignidad reside en el colectivo de afectados que pelea por la universalidad del tratamiento. En las agrupaciones de personas que tratan de defender el derecho a una salud pública y para todos (incluidas las personas presas, que actualmente no pueden acceder a los tratamientos), asesorando a otras personas que han recibido un diagnóstico positivo, batallando con las instituciones, acompañando y haciendo presión en las consultas de los hospitales. Todos ellos son dignos y hay dignidad en su reivindicación.


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