En la anterior publicación de Primera Vocal nos hicimos eco de una fotografía de las instalaciones del hospital Gregorio Marañón. No se trata de una imagen del pasado, sino que es actual. Esas correas existen, ese cuarto existe, hoy, en el preciso momento en el que estás leyendo estas líneas.
La foto ha suscitado numerosos correos electrónicos y comentarios en las redes sociales. Básicamente se pueden dividir en tres tipos diferentes.
- El de personas ajenas al mundo de la salud mental (en la medida en la que uno puede estar ajeno a este terreno, que es más bien escasa) y que han mostrado su repulsa ante un hecho considerado de manera unánime como escandaloso. Ha costado explicarles que la contención mecánica (atar gente, vaya) es una práctica habitual en los servicios psiquiátricos, y que pese al oscurantismo que la rodea, es legal.
- Los profesionales. Estos se dividen entre quienes han considerado que la controversia creada puede ser una oportunidad para criticar el uso que se hace de las contenciones y quienes a su vez han encontrado la oportunidad de hacer méritos a los ojos de su jefe de servicio defendiendo las prácticas hospitalarias a capa y espada (la razón última e íntima de su comportamiento solo lo sabrán ellos).En cualquier caso, la opinión que nos importa, como personas que hemos sido diagnosticadas y luchamos por la mejora de nuestra situación, es la de los primeros. Por eso vamos a reproducir un texto que estuvo dando vueltas por las redes sociales el mismo día en el que publicamos la foto del cuarto de herramientas destinadas al bricolaje humano que hay en el Gregorio Marañón.
- Las personas que han sido “contenidas”. Tras varios comentarios recibidos, decidimos pedir a sus remitentes que escribieran brevemente sobre su experiencia. Ha sido un ejercicio libre y desde Primera Vocal nos limitamos a reproducir sus testimonios. Consideramos que nuestros lectores son capaces de sacar sus propias conclusiones.
Antes de presentaros los textos de los que os hemos hablado, creemos necesario hacer una serie de acotaciones.
– Nuestra intención al publicar dicha imagen es generar un debate como primer paso hacia un cuestionamiento crítico de las prácticas psiquiátricas hegemónicas. Dicho cuestionamiento busca incidir a medio plazo en ellas, y a largo plazo suprimirlas.Somos activistas y no tenemos nada que esconder. Esa imagen es repugnante y nadie está en condiciones de negarlo. Peleamos por un mundo donde las correas no sean necesarias… pero también donde las farmacéuticas no controlen las investigaciones académicas, donde no se contemplen los tratamientos forzosos, ni las contenciones químicas salvajes, donde la estigmatización social del sufrimiento psíquico sea pura arqueología histórica y la desigualdad una barbarie olvidada.
– A día de hoy nadie, repetimos: NADIE, ha cuestionado la veracidad del foto. Se han repartido insultos personales en las redes sociales, pero poco más. No se puede negar lo que es, así que se pasa a atacar a quien lo difunde. Un mecanismo clásico (y muy patrio) que provoca básicamente bochorno y vergüenza ajena.
– La imagen que encabeza este post fue tomada en Italia (país muy parecido a este en el que vivimos en numerosos aspectos) hace casi medio siglo. Podríamos haber buscado otra mucho más antigua. Da igual, lo relevante es que nos parece significativo que se haya evolucionado tan poco. En serio, ¿todavía hay gente a la que le cuesta verlo?
– Hay algo muy perverso en denominar “contención terapéutica” al hecho de atar personas. Es burdo, un insulto a la propia humanidad de las personas “contenidas” y un ejemplo de manipulación lingüística orwelliana. Como si fuera tan evidente que el maltrato ya habita en la palabra “contención” que se necesitara a gritos un adjetivo que suavice el asunto. Pero lo sentimos, es imposible humanizar las hebillas.
– Los modelos teóricos son gafas con las que mirar el mundo. Cuando se entiende que el sufrimiento psíquico es el resultado necesario de un desequilibrio bioquímico es normal que la contención mecánica sea algo secundario. Al fin y al cabo, desde una perspectiva biologicista, la sintomatología psíquica no guarda una relación directa con la vida de la persona, y dentro de este contexto teórico el trauma es algo completamente secundario. Quizás hiciera falta algo tan sencillo como preguntar a por los efectos de la contención a quienes la han experimentado en sus carnes (literalmente), pero para ello es necesario reconocer al otro, al paciente, como interlocutor válido. A todas luces y en este país llamado España, ese escenario no nos es familiar.
– Las prácticas de contención y sus protocolos se sitúan en los márgenes de la atención psiquiátrica. No es fácil acceder a ningún tipo de dato al respecto. Por eso una fotografía como la publicada ha podido despertar tantas suspicacias. El secretismo existente evidencia lo que ya saben quienes han pasado por ello: la contención supone un fallo estrepitoso del sistema y en esencia es traumática, injusta y vejatoria.Creemos necesario recapacitar sobre qué lógica subyacente convierte en práctica habitual lo que solo se contemplaba inicialmente desde la excepcionalidad.
En este sentido, reclamamos que cuestiones tan básicas como que los protocolos empleados en los centros (y nos nos referimos únicamente a una rudimentaria descripción técnica, sino al funcionamiento real de la contención, la casuística específica de su aplicación y su supuesta aportación «terapéutica» al proceso de mejora de la persona «contenida»), el tipo de formación recibida por los profesionales o la cantidad de contenciones realizadas y su relación con el número de pacientes, sean de acceso público. También que existan comisiones independientes que garanticen los derechos de las personas ingresadas (hay una organización nada extremista que ofrece algunas ideas al respecto).
Pongamos un ejemplo práctico. Supongamos que unos padres tienen un hijo que es ingresado en el servicio de psiquiatría del niño y adolescente en un hospital X. Y supongamos también que nadie nos quiere engañar con el lenguaje, por lo que la “contención terapéutica” forma parte del propio arsenal terapéutico del servicio (recordemos algo de etimología: terapia, del griego therapeía, asistencia).¿Es descabellado que se les informe de cómo y con qué frecuencia se aplican las contenciones en el servicio?, ¿y que puedan tener acceso a los artefactos empleados a tal efecto (tanto en forma como en número, pues parece relevante la relación entre cantidad de correas y población media ingresada para hacerse una ideade su uso)? Pero no se hace, buscamos en las webs de distintos hospitales y no encontramos ninguna referencia: ni en los programas de intervención, ni en la información a familiares, ni en la descripción de las instalaciones. Y eso nos lleva a preguntarnos: ¿por qué la psiquiatría es una disciplina médica tan excepcional?, ¿por qué sistemáticamente sitúa a sus pacientes en tierra de nadie? Y todas las respuestas que nos damos a nosotros mismos son sumamente preocupantes…
Para finalizar este punto, tampoco hemos encontrado ninguna investigación significativa que arroje datos sobre la relación entre contención y evolución de la sintomatología. O entre número de contenciones efectuadas en un determinado servicio y tasas de recaída o dosis de psicofármacos administradas. El campo es interesante, sin duda. Pero suponemos que aspectos como la falta de financiación privada o una baja perspectiva del índice de impacto favorecen otro tipo de investigaciones.
– Despedida y cierre (por el momento): Comenzamos a correr en el momento en el que nos desataron. Y no hemos dejado de avanzar. Cuando hemos tenido que parar, porque nos hemos caído o porque se ha caído alguno de los nuestros, también estábamos avanzando. Hace muchos años que asumimos la carrera de fondo como condición vital. La miseria no puede esconderse eternamente. Nos estamos acercando.
Comentario y testimonios
Leo esta entrada el mismo día en que he salido del trabajo profundamente avergonzado por haber sido cómplice de una contención brutal, chapucera, cruel y evitable.
La contención mecánica es, en el mejor de los casos, un estrepitoso fracaso asistencial. En el peor, una terrorífica violación de los derechos humanos, que pudre para siempre una parte de quien la ejecuta «por el bien del paciente», atenta contra la dignidad humana y pone la salud y la vida en peligro. Pretender legitimar unas prácticas ya en desuso en los países civilizados (No lo digo yo, lo dice la OMS) con el nombre de «Contención Terapéutica» es repugnante, vil y miserable.
Me metí en esto para cuidar y ayudar. Pasa servir al individuo, la comunidad y la sociedad. No para ser un carcelero de inocentes. Quizá arriesgue mi futuro laboral diciendo todo esto con mi nombre y apellidos, pero puede ya más la vergüenza que el miedo.
Basta de maltrato. Basta de tratamientos forzosos. Basta de ingresos involuntarios. Basta de medicamentos con devastadores efectos secundarios a la fuerza.
Derechos Humanos para todos ‘Aquí y Ahora’.
Testimonio 1
Hace quince años, fui hospitalizada por un brote psicótico, con comportamiento autolesivo en la vía pública. Me llevó la policía al hospital provincial de Pontevedra. En el hospital, un chico, también ingresado, me advirtió: «Te voy a dar un consejo, haz todo lo que te digan sin protestar» A la mañana siguiente del ingreso tenían que trasladarme al hospital de mi provincia, me lo explicaron pero yo estaba tan horrorizada debido a los argumentos de la psicosis, que no les creí, pensé que me llevaban para hacerme daño. Así que dije NO. Al decirlo, cuatro personas vinieron a sujetarme los brazos. Me asusté tanto que me revolví mucho, y pataleé, de manera que vinieron otras dos a sujetarme las piernas. Una de las que me sujetó las piernas me hizo una luxación de tobillo, que me dolió muchísimo. empecé a gritar y ya no paré hasta que me hizo efecto el tranquilizante que me pusieron por la fuerza, con el que me quedé inconsciente. Desperté en el otro hospital, atada con correas alrededor del pecho y las piernas. Al despertar así empecé a llorar de angustia, no sabía dónde estaba ni lo me iba a pasar, tenía muchísimo miedo y pensé que podían volver a hacerme daño, más daño aún. Una enfermera vino al oírme llorar y me dijo que me quitaba las correas «si me portaba bien». Me porté muy bien, solo quería salir de allí, para siempre. No he vuelto a fiarme ya de ningún hospital psiquiátrico, he hecho todo lo posible por no ingresar nunca más. Tardé tres años en recordar esto, en que saliera de donde estaba enterrado, en llorarlo, y de vez en cuando, la rabia me hace llorar otra vez. Pedí consejo a un amigo abogado, por si había posibilidades de denunciar, pero me miró con pena, y cierta mezcla de incredulidad, pero sobre todo me miró con cara de que no valía la pena, no iban a creerme. Era la palabra de una loca contra la de la institución psiquiátrica. Así que no hice nada entonces. Luego canalicé esa rabia con el activismo, por los derechos civiles y humanos de todas las personas psiquiatrizadas. Y mi rabia personal se calmó un poco, pero la rabia por todas las compañeras a las que cada día les siguen pasando cosas así sigue muy viva.
Testimonio 2
Viví las correas, en dos ingresos distintos. Llegué al hospital despedazada y a la fuerza. Y su procedimiento fue atarme con correas a una cama de la habitación de aislamiento y ponerme sedantes. Yo exigía mi libertad. Exigía vivir mis abismos por mi cuenta, en mis bosques. Recuerdo a guardias de seguridad encima de mí y a un corro de enfermeras, meterme en esa habitación vigilada y ningunear mi voz, llenar de piedras y muros mi vida. Y sentía cada vez más angustia y locura. Y supe que esa gente nunca podría ser una ayuda. Porque no tenían humanidad. No recibí ningún trato afectivo, al contrario vi, burla, vi saña, vi abrirse más mis heridas. Y empecé a moverme en esa cama con ruedas y la cama se iba de un lado a otro. Y gritaba. Y sentía desgarrarse mi interior por rabia e impotencia. Luego vinieron a inyectarme. Y recuerdo que me querían poner un pañal, ya que pensaban tenerme atada muchas horas. Y me sentí ofendida, atacada, desnuda, usada, mancillada. A ellos no los sentí ni salud mental, ni terapia, ni seres humanos, su cordura la sentí enfermedad y todo lo contrario a una ayuda para mí. Y me negué y les dije que pensaba mearles la cama y me dijeron allá tú y así lo hice y así estuve muchas horas. Y aún seguí resistiéndome en vano. Gritando hasta la fatiga. Exigiendo mi libertad, mi salud, mi cordura, ante esa jaula y contra esos carceleros. Mientras hacían efecto las drogas farmacéuticas y empezaba a sentir un humo blanco rodeándolo todo. Perdí la noción del tiempo. Quería ver a mis seres queridos, pero allí estaba en una prisión. Estuve más de 12 horas atada. En una posición muy incómoda, como si abierta en canal. Ningún psiquiatra vino a verme. Procedieron a las inyecciones y a las correas, antes de cualquier diagnóstico. Estuve en esa habitación de aislamiento, por lo menos 5días. Recuerdo que me traían allí la comida, dos guardias de seguridad, recuerdo una vez que uno dijo, «come de una vez que no estamos aquí para contemplarte» Para mí fue muy traumático el paso por la unidad de agudos. También recuerdo en otra ocasión, que logré desengancharme, una mano y luego la otra y ya no lo hacía para resistirme, sólo para poder dormir y entró una enfermera y me volvió a atar y yo pude volver a desengancharme, y volvió y le dije que sólo quería dormir que porfavor no me atara y lo hizo más fuerte. Fue enfermizo. Fue generador de locura y de daño y no de salud. Para la salud se necesita empatía, comprensión, amor, y esa gente actuaba como máquinas. Vino un juez para la orden de ingreso involuntario, cuando yo estaba completamente drogada y ni siquiera me habló. Cuando ya estaba como una zombie por la sobredosis de drogas farmacéuticas, me dejaron salir con el resto del grupo. Y cuando incumplíamos las normas de su régimen militar o exigíamos nuestros derechos, amenazaban con atarnos y a veces llamaban a los guardias de seguridad y lo hacían. Las únicas personas que me ayudaron allí, fueros lxs compañerxs, los otrxs locxs. De los cuerdos sólo recibí heridas y entendí que prefiero mi locura mil veces a su cordura.
Testimonio 3
Una enfermera de la que hice un gran esfuerzo por olvidar su nombre, por temor a algún día a cometer una agresión directa contra ella si me la cruzaba en cualquier parte, una enfermera que esperó ladinamente a que saliera su otra compañera de turno de la habitación, para que no hubiera testigos. Una enfermera. Se acercó a mi cuando yo estaba atada y ni siquiera podía pulsar el timbre para llamar, tenía sed, tenía mucha sed. Yo no había agredido a nadie, había pedido ingresar de forma voluntaria, se me había engañado y obligado a la contención para recorrer los pasillos, sin motivo que lo justificara, prometiéndome desatarme al llegar a la planta, alegando cuestiones protocolarias, ridículas y falsas. Al llegar a la habitación, pedí que me desataran como habían prometido, me estaba meando, pedí ir al baño… Se me comunicó entonces que no se me desataría hasta que viniera la psiquiatra a la mañana siguiente y que si quería orinar, lo haría en la «chata». Me pusieron dos inyecciones seguidas de su lobotomía química, porque no podían hacer que me durmiera. Sólo agredía con la lengua, única arma de defensa posible. La lengua. La reveladora lengua de lxs locxs, que para mí evidencia su necesaria y auténtica función social, y que trata de acallar, amordazar, negar, invisibilizar, el modelo médico y todos sus derivados, que construyen una inmensa ortopedia de supuestas terapias y tratamientos para locxs, basadas en mentiras, que ocultan otras mentiras, como una infinita muñeca rusa. Apelaba yo con esa lengua a mis derechos, me quejaba de la trampa tendida, defendía que no había agredido a nadie, aludía a mis piernas sanas, y a mi dignidad como ser humano. No hubo escucha ni remedio a la situación y de forma voluntaria y como protesta, me negué a la «chata», y procedí a mearme en la cama. Anuncie a voces el acontecimiento, para que se me cambiaran las sábanas, advirtiendo que si esto no se llevaba a cabo procedería a denunciar. Mientras lo hacían entre las dos compañeras de turno, dejé el peso de mi cuerpo, músculos muertos, para que el esfuerzo por su parte hubiera de ser mayor. Les enumerando las desventajas de esto, más sábanas, más personal, más esfuerzo físico… Cuando su compañera hubo salido y sus pasos se alejaban por el pasillo, se acercó. La enfermera. La que velaba por mí. Sacó del bolsillo la llave de la contención, cogió el extremo de la correa y dio un tirón con todas sus fuerzas, con toda la crueldad, con todo un gesto de sadismo escrito en su cara. Sentí quebrarse mi muñeca izquierda, me atravesó el dolor, me recorrió todo el cuerpo. Aullé: «¡No irás a dejarme así toda la noche, me hace mucho daño, aflójame la tira, por favor, por favor…!» Sonrío. Sonrío…joder. Agachó la cara lentamente, acercó sus labios a mi mejilla izquierda, y me susurró: «¡Ah…. es que no colaboraste nada!» Yo estaba atada. Ella sonreía. Guardó la llave en el bolsillo de la bata con un gesto de satisfacción. Ufana por su venganza. La enfermera. Venganza. Satisfecha de aplastar mi integridad, mi dignidad, satisfecha de humillar de esta forma a un ser humano… al que le pagan por cuidar, curar, proteger… De todo esto fue testigo mudo mi compañera de cuarto… en silencio y acurrucada, no decía nada, ni se movía. Cuando la enfermera salió del cuarto empecé a gritar, a proferir insultos: Asquerosa, cabrona, que eres una verduga, que tendrás una enorme hipoteca y una preciosa televisión de plasma que pagar, tírala por la ventana, marrana, que es indigno ganarte la vida de esta forma, torturando personas, guarra…
Y mucho, mucho, mucho más… por esa lengua. Esa a veces, virulenta lengua de loca, a la que han pretendido desdotar de sentido alguno… Lentamente mi compañera se levantó y se acercó con sigilo a mi cama: «Perdona si te molesto, si no te dejo dormir…mira lo que me están haciendo… me duele mucho…tengo mucha sed…» Con todo el amor de que las locas son capaces entre ellas, que es inmenso, me acercó a los labios un vaso de agua, y empezó a acariciarme el brazo, la mano: «tienes toda la razón, lo he visto todo, dices la verdad… pero me da mucha pena, porque te vas a agotar, te vas a quedar afónica y no te va servir para nada…procura dormirte…descansa…» Efectivamente, con estos cuidados, su susurro cariñoso, sus caricias delicadas, y la droga administrada, conseguí dormirme. Pasé atada 11 horas. Estoy operada de hernia discal y al día siguiente mi espalda era una tabla y me dolía como nunca después de haberme operado. En la muñeca izquierda lucía una banda negra como el carbón y en la derecha otra violácea… Mi familia pudo verlo, yo estaba muy drogada y para colmo me sentía culpable. Mi familia no denunció, ni llevo a cabo pregunta ni acción ninguna respecto a esto. Mi ingreso había sido convertido en involuntario por arte de birlibirloque y una jueza acudió porque no me permitían salir a pasear a las horas de visita… Después de las gestiones pertinentes y de una entrevista, la jueza se me acercó en el pasillo: «Tiene usted la razón de su parte, y a usted, si así lo quiere, le quedan aquí, horas». Jamás denuncié nada de esto judicialmente, estaba cansada, herida, y drogada. He vuelto a ver a la enfermera. Olvidé su nombre, pero no su cara. No he me vengado yo nunca en forma alguna. Pero la loca sospechosa de agresiva o imprevisible, soy yo. Ella no.
Testimonio 4
Es difícil escribir de aquel tiempo tan borroso, fue hace mucho y aquí hay una cabeza llena de agujeros, pero que funciona muy bien. Correas… en realidad me parece más dura la realidad de que no me aturdiese tanto aquella realidad como merecía. Asumía tanto que las cosas eran de una forma, que se hacían «así», que todo no era más que una película y yo, escenas que pasaban en ella.
Sólo recuerdo que vinieron a ponérmelas, fue un asalto, una irrupción, y un desconcierto. Cuando el segurata estaba en ello le mordí el antebrazo. Gritó y me abofeteó la cara llamándome desgraciada o algo por el estilo. Pretendías que encima te diese las gracias? O que aceptase de buen grado que, sencillamente, ésa era la parte que me correspondía? Aquella noche acudieron los lobos y yo sentí un desgarro en una desnudez forzada e inmóvil. A los varios días me manifestaba avergonzada del bocado por los pasillos… me dejaba comer la cabeza cuando el apoyo estaba del lado de la norma. Qué Asco.
En otra ocasión pedí que me pusieran las correas. No tenía cómo descargar toda la tensión que acumulaba y mis músculos necesitaban accionarse. No quería drogas, me daban pavor especialmente. Creía que contenían anuladores de mis redes mágicas, espías o algo así. Le dije a la enfermera que me las pusiese, que las prefería a una inyección y que estaba muy tensa, no le expliqué la paranoia. Ella me dijo que vale, que «ahora venía», y la maldita zorra del orto llegó con la bandejita de las jeringuillas y con una cara que alcanza la perversión en el autoengaño de un «es lo mejor para ti» me dio a entender que ya no había marcha atrás. Yo asumí mi derrota en aquel contexto de un delirio normativizado y enmascarado y la odié, pero como el resto de sensaciones verdaderas, tuve que tragármelo.