Texto breve que, aun con ciertas salvedades, permite un acercamiento histórico a la antipsiquiatría. Especialmente recomendables son la bibiografía y la última cita que recoge unas estremecedoras palabras de Laing. Si lo comenzáis a leer, os daréis cuenta de que nos sentimos aludidos en las primeras líneas.
No hace mucho, una revista mexicana, Subjetividad y Cultura, me preguntaba, le preguntaba a varios especialistas de la psiquiatría y la psicología, sobre la antipsiquiatría. Las preguntas se centraban en qué fue la antipsiquiatría, cuales sus aportaciones y fracasos, y sobre todo, sobre su posible vigencia. Pregunta que quizás en España, en Europa, sería irrelevante.
Solo en el mundo marginal de colectivos de ex psiquiatrizados, en grupos de contrapsicología, o en algunos jóvenes okupas alternativos he visto reeditado en fascines [sic] textos, con más frecuencia fragmentos, de la literatura antipsiquiátrica. El pensamiento único ha desplazado a cualquier intento de teorización crítica. En realidad, el pragmatismo dominante, la primacía de la técnica, del cómo que oculta el por qué, ha arrinconado a toda forma de teoría psicopatológica, a todo tipo de indagación, critica o no, sobre las razones y procesos del enfermar psíquico. Son tiempos acomodaticios para el primer mundo, donde se huye de la memoria histórica, de la conciencia social, del compromiso. Donde el pensamiento progresista de los más jóvenes puede reducirse a la defensa de las focas, los espacios verdes, la protesta por las guerras y la defensa del espacio privado. En psiquiatría, a una hueca práctica, la llamada biológica, fundamentada en el compendio de ensayos psicofarmacológicos, en una etapa de su desarrollo “científico” tan inaugural que el efecto de los fármacos (utilizo un símil de Miguel Roca, tan poco sospechoso de anti–biológicoa) aún siendo relativamente eficaz, todavía es algo semejante a matar moscas a cañonazos, por su falta de precisión y sus consiguientes efectos secundarios.