A veces hay cuestiones sobre las que es especialmente difícil ponerse a escribir. Nos sentamos, dialogamos, tomamos notas… y nunca llega el momento oportuno de redactar el texto. No puede llegar porque toda abstracción crítica ha sido enterrada bajo una tonelada de indignación. Puedes creer que quizás haga falta dejar pasar unos meses, templar el ánimo, pero no: volvemos a abrir el enlace que lleva al vídeo de «La historia de Bruno» y comienzan a hacer acto de presencia los primeros dolores abdominales, el ritmo cardiaco se acelera ligeramente y los dientes se aprietan. Es el asco, recorriendo el cuerpo de parte a parte.
Por todo lo dicho en el párrafo precedente, este vídeo no irá acompañado de un análisis pormenorizado. Además, creemos que su planteamiento es tan falaz y pueril que no hace falta. Basta conocer a cualquier persona que sufre psíquicamente y que ha pasado por algún tipo de episodio psicótico para darse cuenta de la dimensión del embuste. Es propaganda reduccionista, y como tal debe de ser respondida:
1) El tono general del vídeo es demencial. No hay adjetivos suficientes: paternalista, infantil, casposo, cutre, empalagoso, etc. La mezcla de banda sonora, dibujos y voz en off es hiriente, sobre todo si tenemos en cuenta de que se está hablando de «esquizofrenia».
2) Todo el vídeo es un ejercicio ideológico, no tiene nada que ver con un intento pedagógico o divulgador. Es una justificación de un determinado modelo psiquiátrico, el biologicista, a la caza de visitas en Youtube.
Una vez más, a falta de pruebas objetivas que permitan un diagnóstico en salud mental (al menos son honestos y al pobre Bruno le diagnostica un psiquiatra bonachón a las bravas, tal y como sucede en cualquier consulta), se hace pasar una hipótesis por verdad objetiva.
La secuencia, en tanto que propaganda oficial, es necesariamente rudimentaria:
Persona A sufre un episodio > Dicha persona es diagnosticada de una enfermedad crónica (esto es: incurable) > Hay unas pastillitas mágicas que van de maravilla > La persona A deja de tomarlas (pese a que no parece haber razón para ello, pues le quitaban todos los síntomas molestos) > Como consecuencia de esa decisión, vuelve a empeorar, el episodio esta vez es más grave y su familia lo pasa fatal > La persona A necesita ir a un centro de reeducación para que le quede claro que está enfermo de por vida y que tiene que drogarse hasta las cejas > Todo va bien, todo funciona, todos sonríen.
La complejidad de la vida se esfuma. El contexto en el que trascurre la existencia es tan irrelevante que ni se menciona. La responsabilidad es un concepto ausente: ni el sujeto diagnosticado, ni las instituciones implicadas, ni la familia, ni la sociedad tienen nada que ver con el propio trastorno. Este es interno e individual. La solución se reduce a pasar por caja: consumir fármacos y recursos asistenciales. Así de simple y bonito.
3) Se miente. Tras todo este pretendido despliegue de buenas intenciones y estética melosa se dicen cosas que no son verdades. Ni la denominada «enfermedad mental» es necesariamente para siempre, ni las estrategias de psicoeducación son efectivas para mejorar la vida de los pacientes (su preocupación esencial es la de inocular ese binomio «conciencia de la enfermedad – adherencia al tratamiento»), ni la psicosis tiene nada que ver con la diabetes. De veras, por enésima vez: tomar neurolépticos no tiene nada que ver con consumir insulina. Esta revierte un estado anómalo del organismo, los psicofármacos son neurotóxicos que pueden permitir (y no lo hacen siempre) tomar distancia con los síntomas. Realizar esa comparación teniendo unas nociones mínimas de ciencia es un acto que atenta contra cualquier tipo de ética.
Es más, no solo se miente. Se agrede. Se hace una determinada política de clase orientada a afianzar unas estructuras muy concretas que garantizan la cronicidad tanto en lo que respecta al consumo de psicofármacos como a la presencia dentro del circuito de recursos asistenciales. Misión cumplida: Bruno vive en una casa sin puertas ni ventanas.
4) Hay muchas otras historias alternativas a la de este vídeo. Cada una podríamos escribir la nuestra. O la de gente que conocemos. Os planteamos una, siguiendo el mismo esquema minimalista del vídeo:
Persona A sufre un episodio > Dicha persona es diagnosticada de una enfermedad crónica (esto es: incurable) y su miedo y extrañamiento se multiplican > Hay unas pastillitas que le sumen en un enorme letargo, pierde su capacidad de concentración, gana muchísimo peso, su sexualidad desaparece y poco a poco se va escindiendo de su entorno e iniciando un repliegue hacia sí misma > La persona A sigue aterrorizada por lo que le pasa, cuando plantea que quiere tomar menos drogas la cosa se tuerce… acaba ingresado contra su voluntad y la medicación comienza a administrase en forma de pinchazos > En el ingreso es contenida mecánicamente, experiencia que le jode la vida y contribuye a su minusvaloración > La persona A se queda sin recursos, se ha desgajado completamente de cualquier tipo de vida social, vive con sus padres y aporta una pequeña pensión a la economía familiar > Está atrapada en el circuito institucional, alterna tiempo en el centro de día / centro de reeducación (donde aprende «habilidades sociales» y un lenguaje ajeno para describirse a sí misma) e ingresos periódicos > Tras décadas de medicación salvaje, aislamiento y culpa, muere mucho más joven que el resto de personas de su generación.
Y lo más jodido de todo esto, es que nadie se ha planteado qué es lo que ha podido ir mal… Al revés, todos creen haber hecho lo correcto.