Grietas que permiten que entre la luz; de Rai Waddingham

Cracks that let the light in. © Olivia Twist for Wellcome Collection.

Texto publicado el 16 de marzo de 2020 en Wellcome Collection.

Hemos creído interesante traducir este breve texto porque las interpretaciones que las propias personas dan a las voces que escuchan son sin duda las que más nos interesan. Es ese proceso, y no tanto el contenido concreto de cada relato, el que queremos fomentar. Su puesta en común en un entorno que se ajeno tanto al hacer clínico como a la curiosidad académica. Gente que habla de sus voces con naturalidad, compartamos o no recorridos biográficos, enfoques y posicionamientos vitales. Experiencias humanas inusuales que hay que dejar de silenciar sistemáticamente para romper los prejuicios, la ignorancia institucionalizada y tratar de inaugurar nuevas formas de abordarlas cuando sea dañinas.

Rai Waddingham escucha voces. Los médicos probaron una variedad de medicamentos con ella y laetiquetaron con diagnósticos diferentes, pero finalmente ella optó por tener una mayor comprensión de sus voces y de las razones por las que están ahí. Son, básicamente, parte de lo que ella es.

Escucho voces. No mi voz interna, la consciencia o los ecos persistentes de conversaciones lejanas. No, realmente escucho voces; no puedo callarlas. Yo no las creé, y forman parte de mi mundo, me guste o no.

Es como si fuéramos pasajeros de un tren, unidos por el destino sin que haya una parada a la vista. ¿Alguna vez te has quedado atrapado en un vagón de tren donde hay un niño que llora, alguien al teléfono quejándose del trabajo y un matrimonio compartiendo secretos en el asiento detrás de ti?

Las voces que oigo no son imaginarias. Cualquiera que sea su causa, me resultan tan reales como cualquier otra voz en este mundo. Oigo voces que tú no puedes oír.

Algunas de mis voces son dulces. A«Blue» le gustan los wombats. «Tommy» se enfada cuando no utilizo las palabras de forma precisa o elijo un asiento diferente en el autobús. Le gusta la previsibilidad, mientras que yo soy molestamente fluida. Algunas tienen miedo; mi pasado y mi presente tienen muchos rincones donde los monstruos se pueden esconder.

Algunas de las voces que oigo son amenazadoras. Los “Todavía No” me dicen que haga daño a la gente. “Las Tres” hacen una continua narración de mis movimientos y de las amenazas que perciben que las otras personas pueden suponer. Algunas simplemente están ahí, presencias silenciosas que vagamente se pueden describir con el término “escucha de voces”. La comunicación es algo más que meras palabras, y estas voces silenciosas tienen su máximo impacto cuando su intensidad emocional reverbera en mi cráneo.

Hablando de ello, me he visto descrita de muchas formas: víctima; loca; poseída, mentirosa, superviviente, asesinaen potencia; objeto de curiosidad; incluso como unicornio —bonita idea, pero en última instancia una ficción. A pesar de que oír voces es relativamente común, experimentado por una de cada doce personas en algún momento de su vida, poca gente reconocerá por mi descripción a un amigo, a una persona querida o a un colega.

Etiquetada como “cerebro defectuoso”

Aunque hablo abiertamente de mis voces, no puedo imaginarme sentándome junto a un extraño y mencionar de manera casual que a una de mis voces le gusta la mochila de su hijo. Sin embargo, podría fácilmente tener la misma conversación si dijera que a mi hija le gusta la mochila. Este silencio permite la distancia necesaria para situar a los escuchadores de voces como objetos de miedo, fascinación o pena. Siempre somos “el otro”.

¿Por qué el silencio? Aquí en Reino Unido, la escucha de voces entre adultos suele considerarse como sinónimo de enfermedad mental y del diagnóstico de esquizofrenia. Catalogados como víctimas de una enfermedad, con el cerebro roto, perseguidos por voces incomprensibles y creencias extrañas; representamos un peligroso signo de interrogación. Nuestras voces simbolizan una vulnerabilidad percibida que podría desbordarnosen cualquier momento; no somos inherentementeviolentos, pero tampoco lo suficientemente seguros como para salir con tu hijo/a.

Incluso mi psiquiatra me dijo que era una “bomba de relojería” cuando decidí dejar la medicación y vivir con mis voces durante diez años. Ella pensaba que mi decisión era inmoral y le costó comprender mis razones.

Mis informes psiquiátricos contienen numerosas pruebas para describirme como loca y desacreditar mi voz, como si fuera una narradora poco fiable. Sin embargo, al igual que el juego del “teléfono escacharrado”, estos informes son un eco remoto de mi experiencia vital, desprovisto de sentido y contexto. Son sombras que la psiquiatría interpreta erróneamente como verdad.

Por intervalos, a lo largo de la última década he empezado a entender mis voces como metáforas que reflejan mi experiencia del mundo, pasada y presente. Las voces “Todavía No” me recuerdan mi potencial para hacer daño y mi compromiso de avanzar por este mundo de la forma más intencionada posible, de tomar decisiones en lugar de dejarme llevar por la multitud. “Los Tres” reflejan el daño que he sufrido fuera de mi familia. Tengo la certeza de que el mundo dista mucho de ser seguro, por lo que les tranquilizo reconociendo esta realidad y les agradezco su preocupación, incluso si la expresan de forma torpe. Lo importante no es su reacción, me ayuda a recordar mi propia fuerza y solidez. Lo tengo (casi del todo) controlado.

Restringir nuestra comprensión de las voces para debatir sobre las sustancias químicas cerebrales y las facultades cognitivas es como limitar nuestro interés por el arte al tipo de brochas que se utilizan. Es un nivel de análisis válido, pero es secundario para comprender el cuadro en su totalidad.

Del mismo modo, una comprensión más profunda de las voces nos obliga a dejar de lado nuestras teorías y a escuchar la experiencia de la persona en su desordenada subjetividad. Esto puede sonar radical, pero una creciente parte de las investigaciones afirma que ya no es defendible la desestimación de la voz como síntoma sin sentido. En lugar de buscar una «verdad» imposible, estoy más interesada en las perspectivas que generan posibilidades y que ayudan a las personas que escuchan voces a vivir sus vidas.

Abrazando mi propio desorden

La idea de un cerebro roto casi me mata. Me llevó a estar atrapada en una historia sobre mí creada por otra persona, una “esquizofrénica” figura de cartón de dos dimensiones; apenas me sentía humana. Por suerte, encontré el Movimiento Internacional de Escucha de Voces y tuve la suerte de habitar espacios en los que escuchar voces se considera una experiencia humana con muchas causas potenciales.

Me sentí como un ser humano válido en mis relaciones con otras personas. Empecé a liberarme de los juicios, suposiciones y los prejuicios que había internalizado, y empecé a ver mis experiencias con orgullo.

En 1998 algo se rompió dentro de mí; algo que había sido fracturado en numerosas ocasiones y que con mucha dificultad se mantenía unido. La idea de que esta sensación de estar rota necesitaba ser reparada para poder sentirme completa fue la sintonía alrededor de la que mi vida bailó durante la década siguiente. Ahora sigo estando rota, pero creo arte de los trozos de mi alma, abrazando mi desorden en lugar de intentar reconstruirme a imagen de mi pasado.

Menachem Mendel de Kotzk, un rabino polaco del siglo19, dijo: «No hay nada tan entero como un corazón roto». Desde un punto de vista biológico, esto no tiene sentido, pero entendido de forma simbólica, tiene muchos niveles de significación. Supone un reto para nuestra comprensión de lo que se va a romper; sugiere un crecimiento y no una limitación.

Mis voces no son las fisuras de mi corazón; forman parte de lo que existe en el espacio entre las fisuras. Se trata de una reacción ante las fisuras creadas por las experiencias vitales difíciles cuando eran demasiado dolorosas para que las soportase un solo corazón. Ahora, como adulta, las voces ofrecen respuestas a un mundo que encuentro enloquecedor, ayudándome a comprometerme a estar en el mundo y a intentar cambiar las cosas a mejor en vez de sentirme desbordada.

Al crear espacio en mi corazón para los demás, mis fisuras me permiten resonar con dolor, aislamiento y miedo. No es necesario repararlas.

No estoy entera. Definitivamente no soy perfecta. Pero soy más de lo que era antes de producirse las fisuras.


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