Texto sacado del periódico 20 minutos:
El hospital psiquiátrico Willard, situado en las orillas del lago Séneca, al norte de Siracusa-Nueva York, fue uno de los sanatorios mentales con más internos de los EE UU. El enorme complejo de varios edificios de ladrillo refractario llegó a albergar a cuatro mil pacientes a mediados de los años cincuenta. Casi todos eran enfermos sin recursos, considerados locos de imposible curación según los patrones médicos de entonces. Muchos habían llegado al país en las grandes oleadas migratorias europeas del primer tercio del siglo XX.
El Willard Asylum for the Chronic Insane (Manicomio Willard para los Dementes Crónicos), como fue llamado en un principio con escandalosa grosería, había sido inagurado en 1896 y, aunque dependía de la red pública de salud mental del estado de Nueva York, permitía que dentro de sus paredes se aplicasen con discrecionalidad tratamientos de electrochoque —le llamaban the blitz, el bombardeo, se administraba sin sedación y era tan fuerte que llegó a romper la columna a algunos pacientes durante las convulsiones— y suministro de fortísmas drogas paralizantes a personas que padecían demencia senil, Parkinson o simplemente estaban deprimidas.
Un cementerio con 6.000 tumbas
Cuando el sanatorio fue cerrado en 1995 —ahora está abandonado y ha sido declarado lugar de interés histórico—, la estadística de sus más de cien años de historia era dantesca: de las 54.000 personas que tuvieron la desgracia de entrar, la mitad salieron en un ataud. Como gran parte de los cadáveres no eran reclamados, tuvieron que habilitar un terreno anexo como cementerio: tiene 6.000 tumbas.
Las maletas estaban en un ático al que se accedía por una puerta escondida La memoria y el recuerdo de tantos pacientes olvidados y quizá maltratados se habría evaporado de no ser por la curiosidad de dos empleadas del sanatorio que, tras el cierre, entraron en uno de los edificios para echar una última mirada, dieron con una puerta escondida que daba paso a un ático y encontraron 400 maletas, baúles y cajas de antiguos pacientes muertos. Los enseres estaban amontonados con cierto orden (los de los hombres separados de las de las mujeres) y todos estaban etiquetados.
Enseres requisados
Los pacientes habían llevado las maletas consigo cuando fueron internados en el asilo, en muchas ocasiones a la fuerza, por órdenes policiales, migratorias y judiciales o por solicitudes de familiares que deseaban declararlos incapaces. Las rígidas normas de Willard impedían que los internos tuvieran consigo objetos personales, de modo que los libros, fotos, prendas de ropa o recuerdos estuvieron siempre almacenados, en espera de un alta médica que raras veces se produjo.
Las maletas fueron depositadas en el New York State Museum, que en 2004 organizó la exposición The Lives They Left Behind: Suitcases from a State Hospital Attic (Las vidas que dejarón atrás: maletas del ático de un hospital estatal). La muestra, centrada de una decena de las maletas, permitió la reconstrucción de otras tantas historias personales de antiguos pacientes.
Terminar de abrir la ventana para contemplar la vida de 400 pacientes El fotógrafo John Crispin está en camino de completar la investigación. El año pasado presentó un proyecto de crownfunding (financiación en masa) en el que recaudó 18.000 dólares, unos 14.000 euros, para fotografiar todas las maletas y su contenido. Tal como explica en su blog, Crispin quiere terminar de abrir la ventana que nos permita contemplar la vida de 400 personas que tuvieron la desgracia de terminar sus días en un sanatorio regido por la deshumanización y las creencias médicas del pasado.
Cigarrillos «contra el catarro», una cítara…
El resultado del proyecto —cuya primera fase ya ha concluido el fotógrafo— es de una gran potencia sentimental y evocadora. Del interior de las maletas decomisadas por los responsables del psiquiátrico asoman las historias de Dmitry Zach (dos cucharillas y un tenedor de alpaca, varios cepillos, una foto de boda, la pequeña estatuilla de madera de un perro, un termómetro…), Frank C. (El Evangelio según San Juan, una pistola de juguete, muchas fotos de carné de personas negras, una cajetilla de cigarros que sirven contra «el catarro», un uniforme de soldado…), Flora T. (un limpísimo y aseado baúl con útiles de costura y bordado, un espejito art déco, dos jeringas…), Karen Miller (una cítara), Freda B. (un bello juego de tocador)…
Una maleta tiene un jabón ‘made in Spain’ y otra está llena de vestidos de seda La contemplación de las fotos de Crispin desata las preguntas. Una de las maletas, por ejemplo, guarda una pastilla de jabón marca Madrina, elaborado con aceite de oliva y «made in Spain»; otra está llena de vestidos de seda; una tercera tiene una pierna ortopédica…
Entrevistamos por correo electrónico al fotógrafo.
¿Cómo se embarcó en el proyecto?
Me habló de la colección Craig Williams, un comisario del New York State Museum de Albany. Habíamos trabajado juntos y sabía que me interesaría. En los años ochenta hice fotos de cuatro hospitales mentales abandonados y pasé mucho tiempo en Willard, de modo que estaba bastante familiarizado con la situación.
¿Qué pretende con el proyecto?
Quiero ayudar a compartir la vida de los pacientes y también documentar la manera en que se han clasificado las maletas y sus pertenencias desde que están en poder del museo.
Los EE UU tienen leyes muy estrictas y no puedo revelar datos médicos ¿Investigó sobre la vida de los dueños de las maletas? ¿Qué encontró?
Los EE UU tienen leyes muy estrictas, la Hipaa, sobre la difusión de información médica entre personas que no sean familiares de los pacientes, de modo que estoy limitado sobre lo que puedo y no puedo contar. He accedido a algunos de los historiales médicos y he aprendido mucho sobre las razones que llevaban a estas personas a ser ingresadas en instituciones como Willard entre 1900 y 1970, pero estoy más interesado en llegar a conocerlas a través del contenido de sus maletas que a través de sus historiales.
¿Le emocionó el contenido de alguna maleta en particular?
Es difícil para mí decidirme por una sola. Prefiero pensar en el impacto que me ha provocado la colección completa. A veces tenía que dejar de hacer fotos para intentar absorver la tremenda intensidad de lo que tenía delante. Ese es precisamente mi objetivo: trasladar esa intensidad a las personas que vean las fotografías.
Tenía que dejar de hacer fotos para absorver la intensidad de lo que veía ¿Ha sido difícil enfrentarse a tanta carga emocional y tanto dolor?
Estoy seguro de que ser internado en una institución como Willard debía ser una experiencia muy dolorosa para cualquiera de los pacientes, pero quiero ser respetuoso también con el personal del sanatorio. He manejado los objetos de los pacientes con respeto y curiosidad y espero que eso también se refleje en las fotos.