¿Es el apoyo mutuo en salud mental una práctica revolucionaria?; Hug Roger Figuera

Publicamos la traducción al castellano de un artículo publicado recientemente por La Directa en catalán (12/05/2025), la ilustración que acompaña el texto es de Maria Conill.

Me presento como superviviente de la psiquiatría. Esta no es una identidad escogida a la ligera. Aunque al principio me costaba identificarme con ella, parte de lo que sigue pretende justificar esta afirmación. Mi currículum por los “servicios de salud mental” es amplio e incluye visitas a todo tipo de profesionales, ingresos hospitalarios, Hospital de Día, Centro de Día, Servicios de Rehabilitación Comunitaria (SRC) y Club Social. También transité por el llamado activismo en salud mental, colaborando con entidades como Salud Mental Cataluña (SMC), Activament y Obertament, donde tenías la posibilidad de participar en campañas de sensibilización que, con el tiempo, me enseñaron a preguntarme: ¿qué estamos blanqueando con estas acciones?

Estos dos recorridos —el de los servicios y el del activismo institucional— se entrelazan y se complementan. Son el camino trazado para quienes encajan como “locos funcionales”. Pero ¿qué ocurre cuando cuestionas ese camino o los mantras que se difunden? Entonces emergen las fisuras de un sistema que, bajo la promesa de ayudar, opera con violencia como mecanismo de control.

Empezar a cuestionarse estos aspectos pone en evidencia las formas en que la psiquiatría y sus instituciones actúan, definiendo quiénes somos y cómo debemos encajar en la sociedad, con el objetivo de normalizar tanto las mentes como los cuerpos. ¿Quién nos enuncia? ¿Quién tiene el poder de narrar nuestras historias? ¿Quién decide cómo nos definimos? Estas preguntas son fundamentales para entender por qué me presento como superviviente y por qué es necesario replantear las bases de este modelo hegemónico.

¿A qué se debe esta introducción? Este rollo puede parecer egocéntrico, pero es imprescindible para situar el lugar desde donde hablo. Definirme como superviviente de la psiquiatría no se reduce a una cuestión de identidad, también implica una forma de reivindicar la voz de las personas psiquiatrizadas y de recordar a quienes ya no nos acompañan. Porque, al fin y al cabo, quien nos define tiene poder sobre nosotras.

Supervivientes de la psiquiatría

Descubrí el concepto de superviviente a través de espacios alternativos, lejos de las instituciones. Hasta entonces, había considerado las disciplinas psi (psiquiatría, psicología, trabajo social…) válidas para comprender y tratar el sufrimiento. Pero estos espacios me mostraron cómo la psiquiatría no se limita a diagnosticar; impone una determinada manera de entender y gestionar el dolor, ejerciendo un control que atraviesa tanto a las personas psiquiatrizadas como al conjunto de la sociedad.

Por lo tanto, identificarme como superviviente no es una simple cuestión terminológica, es un acto de resistencia y una declaración política. Implica haber sobrevivido tanto a un sufrimiento extremo como al sistema que dice querer curarlo. Significa también rechazar etiquetas como “usuario” o “paciente”, que cronifican una relación de dependencia. Al contrario, es reivindicar que el malestar no es una cuestión individual, sino estructural, y que la psiquiatría lo perpetúa mediante la patologización de nuestras experiencias.

En lugar de cuidar, la psiquiatría actúa como un mecanismo de normalización. Diagnosticar no es solo poner un nombre, sino establecer qué es aceptable y qué no. Medicalizar no es solo prescribir fármacos, sino decidir qué emociones son legítimas y cuáles no. Por eso, definirse como superviviente es reivindicar el derecho a recuperar nuestra voz. No se trata solo de una alternativa al término “paciente”, sino de asumir una posición política ante un sistema que cronifica el malestar y nos invalida como personas. Asumirse como superviviente significa haber sido atravesado por un diagnóstico y, al mismo tiempo, haber resistido la violencia que ejerce la práctica psiquiátrica.

También habría que distinguir, creo, el movimiento de supervivientes de la antipsiquiatría. Aunque comparten críticas, la antipsiquiatría se ha desarrollado desde la academia y la institución, mientras que el movimiento de supervivientes surge de la experiencia vivida, apostando por acciones colectivas, y por la abolición de la disciplina psiquiátrica.

Contexto del apoyo mutuo

De la necesidad de construir alternativas nace una práctica clave dentro del movimiento de supervivientes, el apoyo mutuo. Al identificar la psiquiatría como un sistema represivo, las personas empezaron a organizarse, buscando estrategias que fueran más allá de la crítica teórica, encontrando en la resistencia colectiva una herramienta de transformación. Es en este contexto donde surgen los grupos de apoyo mutuo, basados en la solidaridad y la autoorganización.

Estas prácticas tienen raíces históricas en ideas como las de Kropotkin, que defendía la solidaridad natural como base evolutiva, en contraposición a la competitividad impuesta por el capitalismo. También en los movimientos sociales de los años 60 y 70; desde el movimiento obrero se impulsaron colectivos para defender derechos laborales y exigir mejores condiciones de vida, mientras que el movimiento de salud de las mujeres denunciaba la patologización del malestar femenino y situaba el problema dentro de la estructura patriarcal.

Inspiradas por la premisa de que “lo personal es político”, las reuniones de autoconciencia feminista ofrecían espacios horizontales donde compartir experiencias y denunciar las violencias sufridas, identificando situaciones comunes de opresión. Sentando las bases para reconocerse como sujetos políticos, con capacidad de luchar por cambios sociales, transformando el sufrimiento individual en una denuncia colectiva.

A partir de estas experiencias y en el marco del movimiento de supervivientes de la psiquiatría, los grupos surgieron como espacios autogestionados de apoyo horizontal. Estos grupos buscaban validar las experiencias compartidas, pero también se convertían en herramientas para resistir los distintos dispositivos de control. Inspirados en la metodología de los grupos feministas y en la organización colectiva de los movimientos de salud comunitaria, estos espacios se basaban en la reciprocidad, la toma de decisiones por consenso y la crítica al modelo biomédico.

En resumen, el apoyo mutuo va más allá de una práctica de cuidados, implica también una respuesta política a la patologización del malestar y una herramienta de resistencia frente a la institucionalización de la vida.

Creación de grupos

Los grupos de apoyo mutuo surgidos del movimiento de supervivientes son espacios creados por personas psiquiatrizadas, fuera de las instituciones. A diferencia del modelo biomédico, no parten del diagnóstico, sino de la experiencia compartida. Aportan una voz propia que nos permite compartir vivencias y generar estrategias de resistencia lejos del discurso hegemónico.

Este apoyo no es unidireccional, sino que se construye a partir del intercambio. Compartir experiencias ayuda tanto a quien habla como a quien escucha, ya que permite identificar las violencias recibidas como estructurales. Esta conciencia colectiva permite desmontar el discurso individualizante que presenta el sufrimiento como un fracaso personal, en lugar de considerar sus causas sociales y políticas. De esta manera, se construye una red que, al mismo tiempo, sostiene y cuestiona; ofreciendo beneficios tanto individuales como colectivos:

  • Validación de la experiencia: Compartir vivencias ayuda a reconstruir la identidad propia.
  • Empoderamiento colectivo: Dejemos de ser sujetos pasivos para convertirnos en protagonistas de nuestras vidas.
  • Transformación social: Al cuestionar el modelo psiquiátrico y fomentar la autoorganización, los grupos se convierten en herramientas de resistencia que plantean un profundo cambio.
  • Creación de una red: La reciprocidad nos fortalece y genera vínculos que pueden trasladarse a otros ámbitos.

Así pues, estos grupos van más allá de ofrecer apoyos, suponen también una herramienta política capaz de cuestionar al sistema y sus lógicas. Esto, sin embargo, ha provocado que tanto las instituciones como grupos de presión intenten asimilar estos espacios para desactivar su capacidad transformadora.

Cooptación

A pesar de haber nacido como espacios autónomos, con el tiempo las instituciones han desarrollado estrategias para cooptar estos grupos y transformarlos en nuevas herramientas de gestión y control. Su integración en programas públicos, la creación de formaciones específicas y la difusión de una versión descafeinada del apoyo mutuo han servido para desactivar su potencial crítico.

Esta cooptación conlleva riesgos para las personas psiquiatrizadas. Por un lado, implica una pérdida de autonomía, ya que los grupos pasan a estar controlados por instituciones o asociaciones de familiares, ajenas a nuestras experiencias y con sus propios intereses. Por otro lado, conlleva la transformación de los grupos de ayuda mutua (GAM) en simples herramientas de gestión del malestar, pasando de ser espacios de empoderamiento colectivo a dispositivos de adaptación al sistema, centrados en la aceptación y difusión del modelo biomédico, y más orientados a la contención emocional que a la lucha colectiva.

Esta estrategia también responde a un interés económico. Los GAM institucionalizados sirven para reducir el gasto público en salud mental, sustituyendo personal sanitario por personas psiquiatrizadas que realizan tareas de acompañamiento sin remuneración.

Recuperar el apoyo mutuo

Los grupos de apoyo mutuo surgieron como respuesta a un sistema que respondía con violencia y coerción a quienes pedían ayuda. Estos espacios, basados en la autogestión y la toma de conciencia, ofrecían una alternativa real. Pero su institucionalización ha desactivado su carácter transformador.

Ante esta realidad, es imprescindible recuperar el apoyo mutuo en su esencia. Esto significa defender espacios realmente horizontales, libres de intervención externa, donde las personas puedan compartir experiencias como iguales y repensar colectivamente cómo vivir, resistir y transformar. No se trata de gestionar el sufrimiento, es necesario desafiar las condiciones que lo generan.

La historia del apoyo mutuo nos recuerda que los cuidados pueden ser una forma de lucha. Que las redes entre iguales pueden ofrecer mucho más que asistencia, pueden convertirse en alternativas reales al sistema psiquiátrico y al orden social que alimenta nuestro malestar. Recuperar el apoyo mutuo es recuperar la capacidad de luchar, de cuidarnos colectivamente y de imaginar otra forma de vivir, más allá del sistema que nos ha dañado.

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Este texto nace de una serie de charlas y conversaciones. No pretende ofrecer recetas mágicas ni invalidar otras experiencias. Su intención es señalar que, en un momento en que el capitalismo nos empuja a externalizar incluso el malestar y nos propone profesionales o máquinas para gestionar todos los ámbitos de nuestra vida, quizá lo más revolucionario sea hablar entre iguales. Sabemos que acabar con el sistema que nos ha llevado al límite no hará desaparecer el sufrimiento, pero quizás nos permita vivirlo y afrontarlo de otra manera.