Texto publicado en el número 3 de febrero del 2017 de la revista Átopos. Al final de la esta introducción encontrarás un enlace al pdf completo de la entrevista. Se trata de unas páginas cuya lectura recomendamos encarecidamente. Agradecemos a Mario Pellejer la ilustración que ha realizado para esta entrada.
Si la historia de la medicina pudiera condensarse en 24 horas, el consentimiento informado aparecería en los últimos 30 minutos, abriendo la puerta, para no cerrarla nunca más, a la participación del sujeto en las decisiones que competen a su salud. Esos 30 minutos están plagados de desafíos, la participación —al menos sobre el papel— de la comunidad en la planificación de los servicios de salud y frustraciones —el papel lo aguanta todo pero la participación real de las personas en todos los aspectos que tienen que ver con el cuidado de su salud, desde la organización de los servicios hasta el abordaje concreto de un determinado problema de salud está muy lejos de haberse conseguido—. Tenemos por delante el desafío de establecer relaciones de colaboración, basadas en el respeto a la autonomía y los valores, entre las personas que reciben cuidados y las que los prestan.
En este contexto de incrementar la participación ciudadana en los cuidados de la salud, las encuestas de satisfacción en sanidad son de uso relativamente reciente (¿quizá de los últimos 20 minutos?) y muy extendido. Nos permiten saber qué tanto por ciento de las personas atendidas en un servicio determinado está satisfecha, y cuánto de satisfecha, con la atención recibida. O con la limpieza. O con la comida. El final del proceso. Y eso está bien pero no es suficiente. Apenas dejan entrever las vivencias subjetivas de las personas que han utilizado esos servicios.
En salud mental, escuchar con atención esas vivencias subjetivas surgidas en el ámbito de la atención sanitaria es más urgente si cabe porque hay situaciones en las que colisionan los procedimientos utilizados con la voluntad de la persona atendida, y con sus derechos fundamentales que quedan suspendidos temporalmente en función de criterios supuestamente terapéuticos. El debate sobre el uso de alguno de estos procedimientos, contención mecánica, medicación sin consentimiento, y otros medios coercitivos es inaplazable y exige de la opinión de otras voces expertas, no solo la de los profesionales de la salud mental. En este número de Átopos dedicado a los tratamientos psiquiátrico-psicológicos hemos querido conocer la experiencia de unos usuarios, de unas personas que se denominan a sí mismas como supervivientes de la psiquiatría. El comité de redacción de Átopos elaboró unas preguntas y se puso en contacto con algunas de ellas, quienes a su vez compartieron el documento y lo devolvieron con las respuestas que aquí presentamos. Pese a ser una muestra muy restringida, creemos que tiene un valor que debe ser tenido en cuenta. Evidencia la necesidad y la urgencia de establecer un diálogo.
Se hicieron las cinco preguntas que figuran a continuación, los entrevistados aparecen como superviviente de la psiquiatría A, B, C, D, E y F respectivamente.
1) Experiencia que has tenido en los tratamientos recibidos
2) ¿Se ha respetado tus derechos como persona?
3) ¿Cómo ha sido tu relación con los diferentes profesionales de salud