Encendiendo hogueras en la noche oscura (o sobre la construcción de resistencias bajo el orden psiquiátrico)

Os presentamos un texto que ha sido escrito para el periódico que desde hace tres años saca la Fundación Aurora Intermitente con motivo de la Feria del Libro de Madrid, donde se abordan diferentes cuestiones desde la perpectiva libertaria y se hacen interesantes recomendaciones bibliográficas de cada tema. En nuestro caso, evidentemente, nos hemos centrado en la salud mental y la autoorganización. Más abajo añadimos la traducción al fracés que ha llevado a cabo unos compañeros de Toulouse, por si a alguien pudiera interesarle.

Esta sociedad desquicia a la gente, y cada día lo hace más. He aquí nuestro punto de partida. No parece descabellado afirmar que en los entornos en los que vivimos, quien no experimenta algún problema relacionado con la salud mental (de distinta índole, que pueden ir desde una depresión puntual a una psicosis, pasando por todo tipo de idas de pinza, como se las suele llamar), muy probablemente tendrá cerca a alguien que está sufriendo psíquicamente. El malestar y las patologías mentales crecen de forma exponencial. El consumo de psicofármacos se ha generalizado hasta el punto de que se toma por normal el hecho de que niños, adultos y ancianos ingieran cotidianamente sustancias químicas para adaptarse a las exigencias y la urgencia de este mundo.

Sobrevivimos, unos con más suerte, otros con menos. Algunos incluso nos volvemos locos. La existencia del ser humano ha sido reducida a una competición adaptativa, a un baile de imágenes en el que ya nadie sabe quién es quién. Esta sociedad que nos desquicia sólo conoce una lógica y es la mercantil: producimos mercancías y somos producidos por ellas. La necesidad lucrativa degrada la vida, y en última instancia, la liquida. En España, las estadísticas arrojan una media de nueve suicidios diarios. Si las libertades que son consustanciales al hombre han sido desplazadas por la necesidad de acumular bienes y el reconocimiento una vez que se los ha obtenido, si la felicidad se cifra en la cantidad de materia poseída y el amor, el afecto, la creatividad o la inteligencia se reducen a las imágenes grotescas con las que la publicidad nos golpea a cada instante… ¿resulta tan difícil comprender que en un contexto así de hostil las cabezas lleguen a romperse? Y sin embargo, el orden social ha sabido cubrirse las espaldas, pues haciéndonos vivir una guerra en la que aquellos que mandan tratan como mierda a los que obedecen y quienes están abajo se tratan como mierda entre sí, quien cae es considerado culpable. De su propia debilidad y de su propia naturaleza. Esta operación de estigmatización y limpieza es llevada a cabo por la psiquiatría. Una disciplina que a estas alturas de la historia no quiere saber nada de diferencias sociales, de vivencias personales o de relaciones familiares. Se limita a dictar sentencias y apela al organismo de cada individuo para exculpar a la sociedad del dolor que provoca. Lo más curioso es que sus pretendidas bases biológicas siguen siendo casi tan endebles como cuando dio sus primeros pasos. Decimos que «dicta» precisamente porque es incapaz de emitir un diagnóstico basado en pruebas objetivas, de laboratorio. Y si los psiquiatras no son capaces de especificar nuestras dolencias, sus fármacos tampoco pueden curarnos. Es decir, son incapaces de reestablecer una salud que, en efecto, ha sido perdida. Esta es la razón por la que ustedes, queridos lectores, no conocerán a nadie que haya sido «curado» con drogas psiquiátricas, y esta es también la razón por la que dichas drogas tienen unos efectos secundarios tan devastadores que quienes las tomamos solemos dejarlas con frecuencia.

De manera que aquí estamos. Los psiquiatras afirman rotundos que para la mayor parte de las patologías mentales que nos asignan no hay recuperación posible, y que la manera de alcanzar cierta «calidad de vida» pasa por medicarse. Y a menudo no queda otra y lo hacemos, sabedores de que podemos paliar algunos síntomas, pero que la causa del dolor queda intacta y debemos ir a buscarla. Por eso decimos que estamos en lucha, porque entendemos que la autonomía es salud y no queda otra que pelearla. Las salidas que nos ofrecen los agentes de esta sociedad están tapiadas y dejarnos tratar como un problema de orden público no es sino atentar contra lo que somos y, sobre todo, contra lo que podemos ser. Denunciar las injusticias de un sistema que provoca la locura es a todas luces una necesidad, pero inmersos en una situación en la que las condiciones de vida se degradan a un ritmo vertiginoso (y con el contexto económico actual, más todavía), creemos que la principal exigencia debe ser la de construir estrategias que nos permitan no sólo resistir los envites de este mundo, sino reflejar de alguna manera todo aquello a lo que aspiramos.

Nadie va a venir a salvarnos, así que estamos aprendiendo a encontrarnos en mitad de la oscuridad, prendemos fuegos y nos reconocemos entre iguales al calor de las llamas. Quienes más saben sobre la locura, la medicación o el estigma social son quienes viven con todo ello. Hablamos en asambleas horizontales, sin jerarquías. Compartimos experiencias, miedos y anhelos. Nos formamos y ponemos en común cada conocimiento que pueda sernos útil. Tratamos de organizar y socializar cuanto aprendemos y vivimos. Buscamos la libertad —en la más radical de sus acepciones— porque sabemos que es en la práctica donde coinciden el cambio de las circunstancias que vivimos y el cambio en nuestras cabezas. Sabemos de los riesgos y consecuencias de esta apuesta, e intentamos que el miedo no nos paralice ni nos haga sentir culpables. Esa es la verdadera enfermedad que atraviesa esta sociedad, la que mantiene a los hombres paralizados, anclados a simulacros y certezas que en verdad les son ajenos, mermando toda autonomía e impidiendo cualquier experiencia de una identidad, y por tanto, de una salud real. Tenemos la voluntad de vivir una vida en la que nadie mande y nadie obedezca, lo que supone salir de uno mismo y abrirse a los demás, lo que supone en definitiva otra manera de estar en el mundo, pero con la intención precisamente de echarlo a pique.

Psiquiatrizados en Lucha · Grupo de Apoyo Mutuo de Madrid

En allumant des feux dans la nuit obscure (ou sur la construction des résistances à l’ordre psychiatrique)

Cette société rend  les gens fous, chaque jour de plus en plus.  Ceci est notre point de départ. Il ne semble pas insensé d’affirmer que dans l’environnement dans lequel nous vivons, qui n’expérimente pas personnellement quelque problème en rapport avec la santé mentale (de différente nature, qui peuvent aller d’ une dépression à une psychose, en passant par tous les types de pétages de plombs, comme on dit), connaitra très probablement quelqu’un de proche en train de souffrir psychiquement. Le mal être et les pathologies mentales augmentent de manière exponentielle. La consommation de psychotropes se généralise à tel point qu’on considère comme normal le fait que des enfants, adultes et personnes âgés ingèrent quotidiennement des substances chimiques pour s’adapter aux exigences et à l’urgence de ce monde.

Nous survivons, certains avec plus de chance que d’autres. Même certains d’entre nous deviennent fous. L’existence de l’être humain a été réduite à une compétition adaptative, à une danse des images dans la quelle personne ne sait qui est qui. Cette société qui nous rend fou ne connait qu’une logique et c’est la logique mercantile : nous produisons des marchandises et nous sommes produites par elles. Le besoin lucratif dégrade la vie, et finalement , la tue. En Espagne, les statistiques  démontrent une moyenne de neuf suicides par jour. Si les libertés qui sont  inhérentes à l’être humain ont été remplacées par le besoin d’accumuler des biens et la reconnaissance une fois que on les a obtenu, si le bonheur se chiffre à la quantité de matière acquise et l’amour, l’affection, la créativité ou l’intelligence se réduisent à des images grotesques avec les quelles la publicité nous frappe à chaque instant… est-il si difficile de comprendre que dans un contexte si hostile les têtes arrivent à se casser ? Pourtant, l’ordre social a su protéger ses arrières, en nous faisant vivre une guerre dans la quelle ceux qui commandent traitent comme de la merde ceux qui obéissent et ceux qui sont en bas se traitent comme de la merde entre eux, qui tombe est considéré comme coupable. De sa propre faiblesse et de sa propre nature. Cette opération de stigmatisation et de nettoyage est mise en place par la psychiatrie. Une discipline qui à ce moment de l’histoire ne veut rien savoir des différences sociales, des vécus personnels ou des rapports familiaux. Elle se limite à dicter des sentences et en appel à l’organisme de chaque individu pour innocenter la société de la douleur qu’elle provoque. Le plus curieux est que ses prétendues bases biologiques continuent à être aussi faibles que lors de ses premiers pas. Nous disons « dicte » précisément parce qu’elle est incapable d’émettre un diagnostique basé sur des preuves objectives, de laboratoire. Et si les psychiatres ne sont pas capables de dire précisément ce que sont nos maladies, leurs médicaments ne peuvent pas non plus nous soigner. C’est a dire, qu’ils sont incapables de rétablir une santé qui, en effet, a été perdue. C’ est la raison pour la quelle vous, chèrs lecteurs, ne connaissez personne qui a été « soigné » par des drogues psychiatriques, et c’est aussi la raison pour la quelle ces drogues ont des effets secondaires si dévastateurs que nous qui les prenons les arrêtons souvent.

Nous en somme là. Les psychiatres affirment catégoriquement que pour la plupart des pathologies mentales qu’ils nous assignent il n’y a pas de guérison possible et que la seule façon d’atteindre une certaine « qualité de vie » passe par la prise de médicaments. Et souvent nous n’avons pas le choix et nous le faisons, sachant que nous pourrons pallier quelque symptômes mais que la cause de la douleur nous devrons aller la chercher. Pour cela nous disons que nous sommes en lutte, parce que nous pensons que l’autonomie c’est la santé et que nous n’avons d’autre choix que de se battre pour elle. Les sorties que nous offrent les agents de cette société sont murées et nous laisser traiter comme un problème d’ordre publique n’est pas autre chose qu’attenter contre ce que nous sommes, et surtout, contre ce que nous pouvons être. Dénoncer les injustices d’un système qui provoque la folie est évidement une nécessité, mais plongés dans une situation où les conditions de vie se dégradent à une rythme vertigineux (et avec le contexte économique actuel, plus encore), nous pensons que la principale urgence doit être celle de construire des stratégies qui nous permettent non seulement de résister aux attaques de ce monde, mais aussi qui reflète ce à quoi nous aspirons.

Personne ne va venir nous sauver, donc nous sommes en train d’apprendre à nous rencontrer au milieu de l’obscurité, nous allumons des feux et nous reconnaissons entre égaux à la chaleur des flammes. Ceux qui savent le plus de la folie, du traitement ou du stigmate social sont ceux qui vivent avec. Nous parlons en assemblés horizontales, sans hiérarchies. Nous partageons des expériences, des peurs et des désirs. Nous nous formons et mettons en commun chaque savoir qui peut nous être utile. Nous essayons d’organiser et de socialiser tout ce que nous apprenons et vivons. Nous cherchons la liberté- dans la plus radicale de ses acceptions- parce que nous savons que c’est dans la pratique que coïncide le changement des situations que nous vivons et le changement dans nos têtes. Nous connaissons les risques et les conséquences de ce pari, et nous essayons que la peur ne nous paralyse pas ni ne nous fasse sentir coupables. C’est cela la véritable maladie qui traverse la société, celle qui maintien les hommes paralysés, ancrés à des simulacres et des certitudes qui en réalité leur sont étrangers,  diminuant toute autonomie et empêchant n’importe quelle expérience personnelle, et partant de là, d’une santé réelle. Nous avons la volonté de vivre une vie dans la quelle personne ne commande et personne n’obéit, ce qui suppose sortir de soi même et s’ouvrir aux autres, ce qui suppose en définitif une autre manière d’être dans le monde, mais avec l’intention précisément de le faire couler.

Psychiatrisés en Lutte / Groupe de Soutien Mutuel de Madrid


Publicado a fecha de

en