Día de la Salud Mental y el patrocinio de la industria farmacéutica. Algo sobre lo que pensar.

Publicamos un texto de la Asociación Madrileña de Salud Mental (AMSM) publicado recientemente con motivo de Día Mundial de la Salud Mental.

El pasado sábado 10 de octubre, como cada año, se celebró el Día Mundial de la Salud Mental. Además, durante toda la semana, se llevaron a cabo diferentes eventos como charlas, conferencias y proyección de documentales, conmemorando la semana de la salud mental. Desde la AMSM queremos llamar la atención sobre algo que nos ha resultado sorprendente y preocupante, y es el hecho de que gran parte de estos actos hayan contado con la financiación y el patrocinio de una empresa farmacéutica. Tanto es así, que algunos compañeros han llegado a comentar que más que la semana de la salud mental, parecía que se trataba de la semana Janssen.

Desde hace tiempo venimos denunciando la excesiva presencia de los laboratorios farmacéuticos en la formación de los profesionales, en la financiación de las sociedades científicas, asociaciones de familiares y de personas afectadas, y en la financiación de campañas antiestigma. Sobre las estrategias de marketing de la industria farmacéutica disfrazadas de actividades altruistas y de “responsabilidad social corporativa” hemos hablado en anteriores entradas en relación con las campañas antiestigma y páginas web de información a los pacientes.  El conflicto de intereses es tan obvio que casi no merecería la pena señalarlo. Sin embargo, los tentáculos de la industria cada vez se extienden a más rincones, asegurándose de esta manera que sus intereses estén a buen recaudo, y que el mensaje que se transmite sea el que más les beneficia. Así vemos como la industria financia un supuesto “libro blanco” sobre la Salud Mental en Europa (se puede leer un brillante análisis del mismo en la revista de la AEN a cargo de Valverde e Inchauspe); firman convenios con las consejerías de sanidad; subvencionan la creación de recursos que deberían ser responsabilidad de los gobiernos; patrocinan reuniones de los responsables de salud mental; se meten en la universidad creando  redes de cátedras universitarias ; crean premios sanitarios o se los dan a si mismos; y hasta sus empleados pintan solidariamente  un centro de inserción laboral. Todo esto siempre con gran repercusión mediática de su mensaje. ¿Es que no hay límite? Es un tema que nos preocupa, del que venimos hablando mucho, y sobre el que lo seguiremos haciendo, ya que nos parece fundamental para entender la forma en la que pensamos sobre salud mental y en las prácticas que esta forma de pensar lleva asociadas.

En esta ocasión nos gustaría centrarnos en el hecho concreto de que una compañía farmacéutica patrocine los distintos actos conmemorativos en la semana de la salud mental.

Habitualmente, este tipo de celebraciones suele tener un carácter reivindicativo, y se supone que un cierto espíritu crítico, algo difícilmente posible cuando quien lo patrocina es uno de los principales interesados en que los planteamientos críticos no sean escuchados y no tengan repercusión. Muchos profesionales que trabajamos en este campo, consideramos que algunos de los principales problemas a los que nos enfrentamos y contra los que habría que luchar y denunciar en el día de la salud mental son, entre otros: la excesiva medicalización del sufrimiento psíquico, el incremento incesante del número de diagnósticos y de personas diagnosticadas, la consideración del tratamiento farmacológico como principal y en muchos casos única herramienta terapéutica, el enfoque biologicista que inunda todo este campo y deja en un segundo plano otro tipo de abordajes, la falta de consideración de los aspectos sociales como generadores de sufrimiento psíquico, la falta de tiempo que los profesionales tienen para atender a los pacientes, la precariedad laboral tanto de profesionales como de pacientes, la falta de investigaciones independientes que garanticen una mayor objetividad en los estudios e investigaciones realizadas dentro de este ámbito, la falta de accesibilidad real a abordajes no farmacológicos en el sistema público de salud, y así podríamos seguir enumerando otras tantas cuestiones.

Nos cuesta mucho trabajo pensar que estas críticas vayan a contar con el patrocinio de quien precisamente se lucra por que las cosas sean de la manera que son, ya que de hecho llevan años trabajando para que sea así. La idea que se transmite de forma más o menos implícita es que los problemas de salud mental son como cualquier otro problema médico, son una enfermedad más, y por lo tanto se tratan de la misma manera. Para cada malestar un diagnóstico, y para cada diagnóstico un tratamiento (por supuesto farmacológico).

Entendemos que la mayoría de las personas que desde distintos ámbitos participan en estas celebraciones lo hace con la mejor de las intenciones, por lo tanto no es nuestra intención criticarlas, pero nos vemos obligados a poner de relieve algunos aspectos. Por ejemplo, una de las reivindicaciones habituales, y por otra parte completamente razonable y necesaria, es la de mayores recursos para la atención a los problemas de salud mental y a las personas afectadas. Ahora bien, ¿de qué tipo de recursos estamos hablando? Si consideramos que uno de los problemas es el sobrediagnóstico y la sobremedicación, el hecho que haya más profesionales o más dispositivos asistenciales, por ejemplo, no tiene por qué repercutir automáticamente en una mejor atención a las personas afectadas. Dicho de otro modo, además de reclamar más recursos, hay que reclamar que las prácticas que se lleven a cabo en los mismos se modifiquen hacia formas de apoyo más respetuosas con el que sufre y más centradas en su biografía personal que en teorías poco consistentes acerca de su cerebro.

El porcentaje del gasto de Salud Mental dedicado a los tratamientos farmacológicos no deja de crecer, tanto por el incremento de la población diana, como por la sustitución de moléculas más conocidas por novedades de dudosa innovación más caras o por la  práctica de la polifarmacia.  Conviene señalar a este respecto, que muchas personas diagnosticadas con trastornos mentales graves, cobran una pensión no contributiva de alrededor de 350 euros al mes, gastando el estado en ocasiones el doble o incluso el triple de esta cantidad en pagar medicamentos muy caros que no han demostrado beneficios suficientes para justificar su uso frente a otros mucho más baratos y de efectos similares. ¿Y si en lugar de gastarse ese dinero en medicinas esa persona obtuviera esa misma cantidad para poder tener un alojamiento digno y unas condiciones dignas de vida?. ¿Tiene sentido que haya mucha gente malviviendo con una mísera pensión mientras que el estado paga cientos de euros todos los meses para pagar sus fármacos psiquiátricos?. ¿Sería más rentable contratar más profesionales que pudieran tratar de manera diferente a los que acuden a Salud Mental con problemas graves?. ¿Patrocinaría una compañía farmacéutica un día de la salud mental en el que se hicieran este tipo de reivindicaciones?.

Sin embargo, en los últimos años se están acumulando evidencias que apuntan en otra dirección a la que nos quiere hacer mirar la industria con sus campañas de “sensibilización” y “antiestigma”. Están apareciendo estudios que muestran que los beneficios de los fármacos psiquiátricos son menores de lo que nos habían contado y sus efectos secundarios más frecuentes y más importantes. Parece que la estrategia terapéutica más adecuada es usar los fármacos por el menor tiempo posible, a la dosis terapéutica más baja posible, y limitar las combinaciones de fármacos tanto como se pueda. Además, no parece que los nuevos fármacos, que son mucho caros, sean muy superiores a los antiguos, a pesar de los esfuerzos de la industria por transmitir lo contrario. Por no hablar de la manipulación de ensayos clínicos, ocultación de datos, y otras prácticas que hacen que tomemos con precaución las “evidencias” disponibles. Casualmente, el laboratorio que financiaba todos estos actos de la semana de la salud mental, tuvo que pagar una multa millonaria por ocultar información relevante sobre uno de sus fármacos, y es el fabricante de uno de los inyectables más caros y cuyo uso más se ha extendido en los últimos años. ¿Podemos pensar que van a dar difusión a toda la información reciente que va en contra de sus intereses económicos?

Otra fuente de información muy valiosa y que ha ido aumentando en los últimos años, es la de las personas afectadas por sufrimiento psíquico y que han sido diagnosticadas y tratadas por el sistema. Estas personas no son un grupo homogéneo, al igual que pasa con el colectivo de profesionales o el de familiares. Dentro de este colectivo, están surgiendo cada vez más voces con un discurso crítico hacia determinadas prácticas habituales en los servicios de salud mental. Cuentan sus propias experiencias dejando muy claro qué les ha ayudado y qué no en su proceso, y sorprendentemente, muchos de ellos apuntan en la misma dirección que los estudios más recientes. Destacan la importancia del factor humano, del trato recibido, de lo relacional, de la esperanza, del apoyo mutuo, de encontrar un sentido al sufrimiento, hablan de cómo el hecho de no asumir su diagnóstico y no tener “conciencia de enfermedad” ha hecho que pudieran desarrollar una “conciencia de salud”, mucho más útil y necesaria, y pudieran retomar las riendas de su vida. Por supuesto, también hablan de la medicación, pero en un sentido muy distinto al habitual. En algunos casos la consideran útil, en otros perjudicial, pero plantean que se trata de una herramienta más, no la principal, y coinciden en señalar que a dosis altas casi nunca resulta una ayuda, más bien al contrario. Somos conscientes de que muchas de estas personas no van a aparecer nunca en un cómic o un documental sobre la salud mental patrocinado por la industria, ya que sus experiencias serían un jarro de agua fría si otros pacientes que están en situaciones parecidas los tomaran a ellos como ejemplo.

Para finalizar, nos gustaría recordar una cosa, que aunque parezca una obviedad, en temas de salud se olvida constantemente. Las grandes empresas financian eventos que consideran que les pueden beneficiar económicamente de manera directa o indirecta. Cuando una empresa patrocina por ejemplo un equipo ciclista o una estación de metro, lo hace principalmente porque considera que de esta manera obtiene una publicidad mayor de la que obtendría por otros medios, no porque esté especialmente interesada en fomentar el uso de la bicicleta o del transporte público. En el caso que nos ocupa, la lógica es la misma. La empresa farmacéutica considera que patrocinando el día de la salud mental consigue, de una manera aparentemente “altruista” y “desinteresada”, hacer llegar su mensaje a la población, lo que supone un impacto directo e indirecto que termina repercutiendo en un mayor beneficio económico, en forma de mayor venta de sus productos (psicofármacos). Además, consigue que toda esa otra información sobre salud mental de la que os hemos hablado en este texto y de la que llevamos años hablando en los congresos y actividades que realizamos, sea silenciada, ignorada y poco accesible para muchas de las personas que participan en la celebración del día de la salud mental.

Desde la AMSM reivindicamos un día de la salud mental libre de humos y de patrocinios interesados.

PD: Janssen obtuvo en el periodo de marzo de 2014 a marzo de 2015 unas ventas de 113,2 millones de euros en las farmacias con su antipsicótico de liberación prolongada, ocupando el 5º lugar entre los fármacos superventas y ostentando el honor de ser el medicamento más caro de venta en oficinas de farmacia, según  informa el diario de noticias económicas Cinco Días. 

 


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