Descartes se equivocó: “Una persona es una persona a través de otras personas”; de Abeba Birhane

Según la filosofía ubuntu, que tiene su origen en la antigua África, un bebé recién nacido no es una persona. La gente nace sin “ena”, o individualidad, y en vez de eso debe adquirirla a lo largo del tiempo a través de interacciones y experiencia. Por tanto la distinción “yo/otro”, que es axiomática en la filosofía occidental, es mucho más borrosa en el pensamiento ubuntu. Tal y como lo expresó el filósofo nacido en Kenia John Mbiti en African Religions and Philosophy (1975): “Yo soy porque nosotros somos, y como nosotros somos, por tanto yo soy”.

Sabemos por la experiencia diaria que una persona se forja parcialmente en el crisol de la comunidad. Las relaciones influyen en nuestra autocomprensión. Quien soy yo depende de muchos “otros”: mi familia, mi cultura, mis compañeros de trabajo. El yo que llevo a comprar comida, por ejemplo, es diferente en sus acciones y comportamientos del yo que habla con mi director de tesis. Incluso mis reflexiones más personales y privadas están entrelazadas con las perspectivas y voces de diferentes personas, sean las que están de acuerdo conmigo, las críticas, o las que me elogian.

Con todo, la idea de un yo ambiguo y fluctuante puede ser desconcertante. Podemos anotar esta incomodidad, en buena medida, en la cuenta de René Descartes. El filósofo francés del siglo XVII creía que un ser humano estaba esencialmente autocontenido y era autosuficiente; un sujeto confinado a la mente, inherentemente racional, que debería afrontar el mundo fuera de su cabeza con escepticismo. Si bien Descartes no creó la mente moderna él solo, tuvo mucho que ver a la hora de definir sus contornos.

Descartes se había propuesto resolver un rompecabezas muy concreto. Quería encontrar un punto de vista estable desde el que mirar el mundo sin depender de sabidurías por decreto divino; un lugar desde el que podría discernir las estructuras permanentes bajo los cambiantes fenómenos de la naturaleza. Pero Descartes creía que había una compensación entre la certidumbre y una especie de riqueza social y mundana. Lo único de lo que puedes estar seguro es de tu propio cogito —el hecho de que estás pensando—. Las otras personas y cosas son intrínsecamente volubles y erráticas. Así que no deben tener nada que ver con la constitución básica del yo consciente, que es un todo necesariamente separado, coherente y contemplativo.

Pocos filósofos y psicólogos de prestigio se identificarían como dualistas cartesianos estrictos, en el sentido de creer que la mente y la materia están completamente separadas. Pero el cogito cartesiano está todavía por todas partes. El diseño experimental de las pruebas de memoria, por ejemplo, tiende a partir de la suposición de que es posible hacer una distinción nítida entre el yo y el mundo. Si la memoria simplemente vive en el interior del cráneo, entonces es perfectamente aceptable aislar a una persona de su entorno y relaciones cotidianas y comprobar sus recuerdos usando tarjetas o pantallas en los límites artificiales de un laboratorio. Una persona se considera una entidad autocontenida, independiente de su entorno, grabada en el encéfalo como una serie de procesos cognitivos. La memoria debe ser simplemente algo que tú tienes, no algo que haces dentro de un contexto determinado.

La psicología social pretende examinar la relación entre la cognición y la sociedad. Pero incluso entonces, la investigación supone a menudo que un colectivo de sujetos cartesianos son el foco real de la investigación, no yoes que co-evolucionan con otros a lo largo del tiempo. En la década de los sesenta, los psicólogos estadounidenses John Darley y Bibb Latané se interesaron en el asesinato de Kitty Genovese, una joven blanca que había sido apuñalada y agredida en su camino a casa una noche en Nueva York. Muchas personas habían presenciado el crimen, pero ninguna intervino para evitarlo. Darley y Latané diseñaron una serie de experimentos en los que simularon una crisis, como un ataque de epilepsia o humo que entra desde la habitación de al lado, para observar lo que la gente hacía. Fueron los primeros en identificar el llamado “efecto espectador”, en el que las personas parecen responder más lentamente ante alguien en peligro si hay otras alrededor.

Darley y Latané sugirieron que esto podría provenir de una “difusión de responsabilidad”, en la que la obligación de reaccionar se diluye en un grupo más grande de personas. Pero como argumentó la psicóloga estadounidense Frances Cherry en The Stubborn Particulars of Social Psychology: Essays on the Research Process (1995), este enfoque numérico borra la información contextual vital que podría ayudar a entender los motivos reales de la gente. El asesinato de Genovese tenía que ser visto con un telón de fondo en el que la violencia contra las mujeres no se tomaba en serio, apuntaba Cherry, y en el que la gente era reacia a entrar en lo que podría haber sido una disputa doméstica. Por otra parte, el asesinato de una mujer negra pobre habría atraído mucho menos interés mediático. Pero el enfoque de Darley y Latané hace que los factores estructurales sean mucho más difíciles de ver.

¿Hay alguna manera de reconciliar estos dos relatos del yo: la versión relacional, que se integra en el mundo, y la autónoma e interna? El filósofo ruso Mikhail Bakhtin del siglo XX creía que la respuesta estaba en el diálogo. Necesitamos a otros para evaluar nuestra propia existencia y construir una auto-imagen coherente. Piensa en ese momento luminoso cuando un poeta captura algo que has sentido pero que nunca habías expresado; o cuando tuviste dificultades para concretar tus pensamientos, pero se cristalizaron en la conversación con un amigo. Bakhtin creía que sólo mediante un encuentro con otra persona podrías llegar a apreciar tu propia perspectiva única y verte a ti mismo como una entidad completa. “Mirando a través de la pantalla del alma del otro”, escribió, “vivifico mi exterior.” La personalidad y el conocimiento son evolutivos y dinámicos; el yo nunca está terminado, es un libro abierto.

Así que la realidad no está simplemente ahí fuera, esperando a ser descubierta. “La verdad no nace ni se va a encontrar dentro de la cabeza de una persona individual, nace entre las personas que buscan colectivamente la verdad, en el proceso de su interacción dialógica”, escribió Bakhtin en Prooblems of Dostoevsky’s Poetics (1929). Nada es simplemente ello mismo fuera de la matriz de relaciones en la que aparece. En cambio, ser es un acto o evento que debe suceder en el espacio entre el yo y el mundo.

Aceptar que otros son vitales para nuestra autopercepción es un correctivo a las limitaciones de la visión cartesiana. Consideremos dos modelos diferentes de psicología infantil. La teoría del desarrollo cognitivo de Jean Piaget concibe el crecimiento individual en una forma cartesiana, como la reorganización de los procesos mentales. El niño en desarrollo es representado como un aprendiz solitario —un científico ingenioso, luchando de forma independiente para dar sentido al mundo—. Por el contrario, las teorías “dialógicas”, llevadas a la vida en experimentos como el “estudio de casa de muñecas” de Lisa Freund de 1990, enfatizan las interacciones entre el niño y el adulto quien puede proporcionar “andamios” con los que entender el mundo.

Un ejemplo más duro podría ser el confinamiento solitario en las cárceles. El castigo fue originalmente diseñado para fomentar la introspección: tornar los pensamientos del preso hacia el interior para motivarlo a reflexionar sobre sus crímenes y, en último término, ayudarlo a regresar a la sociedad como ciudadano purificado moralmente. Una política perfecta para la reforma de individuos cartesianos. Pero, de hecho, los estudios de estos presos sugieren que su sentido del yo se disuelve si son castigados de esta manera durante el tiempo suficiente. Los presos tienden a sufrir profundas dificultades físicas y psicológicas, tales como confusión, ansiedad, insomnio, sentimientos de inadecuación y un sentido del tiempo distorsionado. Privada de contacto e interacción —la perspectiva externa necesaria para consumar y sostener una auto-imagen coherente— una persona corre el riesgo de desaparecer en la inexistencia.

Los campos emergentes de la cognición corpórea y enactiva han comenzado a tomar más en serio los modelos dialógicos del yo. Pero en su mayor parte, la psicología científica sólo está dispuesta a adoptar posturas cartésicas individualistas que cortan las redes que unen al yo con los demás. Hay una frase zulú, «Umuntu ngumuntu ngabantu», que significa «Una persona es una persona a través de otras personas». Esta es una explicación más rica y mejor, creo, que «pienso, por lo tanto soy».

Sobre la autora: Abeba Birhane está realizando su tesis doctoral en neurociencia cognitiva en el University College Dublin.

Texto traducido y adaptado por César Tomé López a partir del original publicado por Aeon el 7 de abril de 2017 bajo una licencia Creative Commons (CC BY-ND 4.0)

Publicado originalmente en Cuaderno de Cultura Científica el 4 de mayo de 2017.


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