¿Serían hoy los círculos del purgatorio y del infierno, de la Divina Comedia de Dante, pasillos de dispensarios psiquiátricos?
El debate sobre la creciente psiquiatrización de la vida cotidiana se ha acrecentado últimamente con la aparición de la quinta edición del DSM, el Manual de Diagnóstico Psiquiátrico Americano, que con sus casi 400 diagnósticos descritos ha pulverizado el récord de la anterior edición del Manual que había consignado la nada desdeñable cifra de 307 trastornos.
Se ha de tener en cuenta que la primera edición del DSM en los años 50 comenzó con 106 diagnósticos, por lo que como puede verse el número de patologías está alcanzando un ritmo de crecimiento casi de tipo exponencial. Como se ha señalado con acierto, si seguimos así, al final acabará habiendo un diagnóstico psiquiátrico para cada persona (así ya no habrá más discusiones).
Es importante señalar que esta polémica tiene mucha relevancia social, no se trata de un bizantino debate académico, ya que el DSM es de obligada utilización en el diagnóstico en numerosos servicios de atención en salud mental.
Esta psiquiatrización de las conductas de la vida se expresa también en que los vicios y los pecados capitales que habían conformado durante siglos, con todos sus sesgos por supuesto, la visión del ser humano, hayan sido sustituidos actualmente por los trastornos mentales.
Así, en el mundo de hoy ya no se habla de vicios: ya nadie se da a la bebida sino que padece un trastorno por consumo de alcohol. Pero darse al juego es el trastorno por ludopatía. Y el hasta ahora más inocente de todos los vicios, el fumar, se ha convertido también en trastorno mental: en el DSM-V es el flamante nuevo Trastorno por consumo de tabaco (por si alguien cree que exagero, le daré hasta el código DSM: 305.1).
Por supuesto, tampoco se habla ya de defectos: la timidez se ha convertido en el “trastorno por fobia social” o en “trastorno por personalidad evasiva”. Pero si uno es demasiado sociable y comunicativo tampoco se debe considerar que está sano mentalmente ya que padecería un “trastorno de la personalidad desinhibida” (313.89). La inclusión de la fobia social como trastorno, dio lugar a una gran batalla, podríamos decir biopolítica en el lenguaje foucaultiano, ya que se considera que fue el punto de no retorno del DSM y se acompañó en Estados Unidos de multimillonarias campañas de propaganda, suponiendo la incorporación de decenas de millones de personas al mercado de la psiquiatría.
La misma suerte han corrido los pecados capitales convertidos hoy en trastornos mentales.
La gula es hoy el trastorno por hiperfagia, la bulimia, el trastorno de atracones o la ingestión nocturna de alimentos (se ve que comer de noche posee una malignidad especial). Pero no comer también es trastorno y ahí está la anorexia, o el trastorno de restricción alimentaria (se come poco). Y se está planteando que preocuparse mucho por la comida también sea un trastorno denominado ortorexia. Así, es raro que no tengas algo.
La pereza es la psicastenia o la depresión, a la que se propone añadir la procastinación (dejar las cosas para mañana).
El orgullo es la personalidad narcisista, la paranoia , la megalomanía…
La lujuria se entiende hoy como un trastorno de adicción al sexo, pero al menos antes al que le interesaba poco el sexo lo dejaban en paz, ahora no, también está en el punto de mira: padece “ el trastorno por deseo sexual hipoactivo” en el varón o en la mujer.
Esta extensión hasta el absurdo de la lista de trastornos mentales lleva además a que se desvalorice la importancia y los problemas que suponen graves trastornos como la anorexia mental, una de las principales causas de muerte entre los jóvenes, al mezclarse y ponerse en la misma categoría todo tipo de formas de conducta
¿Estaría hoy también Dante en el paro al no poder escribir la Divina Comedia por haberse convertido los vicios y pecados capitales en trastornos mentales?