Compartimos unas líneas de la obra El fuego secreto de los filósofos, Una historia de la imaginación, de Patrick Harpur. En ellas, el autor esboza parte de su crítica a la visión literalista de la realidad que hemos heredado de Descartes y sus errores, y que actualmente atraviesa la práctica científica de parte a parte.
Ese planteamiento nos es especialmente útil en el ámbito de la salud mental, ya que lo opuesto a la miopía del literalismo (convertido ya en boyante ideología del mundo moderno) es la reivindicación de la inmensa complejidad de lo real. El sufrimiento psíquico se inserta en la vida, y la vida es enrevesada y está llena de matices. La reducción del mismo a desequilibrios biológicos que además no se pueden probar, la simplificación de las experiencias psíquicas a rótulos diagnósticos y tantos por ciento alejan el camino de la recuperación. Comprender por qué alguien se rompe pasa por acercarse a su biografía, a su vida, a su irreductible complejidad como ser humano. Lo cual pone en juego la posibilidad de que los marcos teóricos que empleemos en esa aproximación no sean útiles, y por tanto deban ser revisados o incluso rechazados.
La salvación a través de la ciencia
No podemos ver el mundo salvo a través de alguna perspectiva o estructura imaginativa, en pocas palabras, a través de algún mito. En realidad, el mundo que vemos es el mito en el que estamos. Podemos elegir el mito a través del cual podemos mirar, pero no podemos renunciar a mirar a través de alguno. Es sumamente difícil llegar a ser consciente de que el mundo realmente es nuestro mapa, nuestro esquema del mundo; y ésa es la dificultad que entraña el hecho de ver a través de nuestra propia perspectiva. Pero si no lo hacemos, nos quedamos ciegos con una sola versión del mundo. La literalidad es una ceguera de este tipo.
Y por eso el primer ideal científico de un empirismo puro, de una reunión de hechos enteramente objetivos, no era posible ni siquiera deseable: simplemente, la ciencia no puede actuar sin algún principio de selección de los hechos, sin algún mapa mental. Los científicos que ridiculizaron la noción de que las piedras caen del cielo o que los continentes cambian de sitio, carecían de un mapa del mundo que concediera un lugar a los meteoritos o a la idea de la deriva continental. En esos casos, los mapas acaban cambiando. El peligro surge cuando nos negamos a alterar el mapa.
James Lovelock habla del escándalo que supone el hecho de que, a pesar de las enormes sumas de dinero gastadas en satélites, globos y mediciones aeronáuticas, los científicos no habían sido capaces, sin embargo, de predecir o descubrir el agujero en la capa de ozono. En realidad sus instrumentos estaban programados para «rechazar los datos que fueran sustancialmente diferentes de las predicciones modelo. Los instrumentos detectaron el agujero, pero los que estaban a cargo del experimento lo ignoraron, diciendo: “No nos molestéis con hechos; nuestro modelo lo sabe mejor”». En este ejemplo vemos como la ciencia puede derivar en cientifismo, y convertir su mapa del mundo en el mundo.
El cientifismo puede ser descrito más o menos como una combinación de positivismo lógico -que rechaza la especulación metafísica y sostiene que ninguna afirmación es significativa si no puede verificarse empíricamente- y materialismo -por el que entiendo, por supuesto, la doctrina filosófica de que la materia es la única realidad.
Aun así, estas filosofías no bastan por sí mismas para determinar el cientifismo, porque muchos científicos comunes que hacen declaraciones muy modestas sobre la ciencia las suscriben de un modo rutinario. Más bien es la extensión de estas filosofías a áreas que realmente no les conciernen lo que define el cientifismo. Es la idea, como dice Mary Midgley, de la salvación sólo por la ciencia (la cursiva es suya).
Por ejemplo, Richard Dawkins opina que ahora que tenemos una biología moderna «ya no tenemos que recurrir a la superstición cuando nos enfrentamos con problemas profundos: ¿hay un sentido para la vida? o ¿para qué estamos aquí?». «Nuestro objetivo -escribe Stephen Hawking, refiriéndose al objetivo de la ciencia- es nada menos que hacer una descripción completa del universo en el cual vivimos.»
Por lo general, los científicos no suelen recibir una formación habituada a la reflexión filosófica, ni están dotados para ella, por eso tal vez deberíamos ser indulgentes con estas opiniones, y detenernos sólo a recordar a Dawkins y a Hawking que es dudoso que pueda nunca existir «una descripción completa del universo»; y que, si puede haberla, es aún más dudoso que sólo la ciencia pueda proporcionarla; no puede proporcionar «el significado de la vida» porque ignora la complejidad de la mayor parte de la vida.
Ignorar la complejidad es, generalmente, una de las características de las ideologías, y sin duda la razón principal de su éxito. Su perspectiva simple y literalista nos promete la liberación de la duda, de la ambigüedad, de la dificultad. Las ideologías se concentran en una única imagen que encarna su lado parcial de la verdad de una forma tan impresionante que paraliza la imaginación del discípulo y la cierra a cualquier otra posibilidad. «Los hechos que no se ajustan, simplemente no son digeridos», escribe Mary Midgley.