¿Cannabis para tratar problemas psiquiátricos? Un claro sí, tal vez; de Will Hall

Esta web no publica únicamente contenidos con los que estemos al 100% de acuerdo. Es algo que explicamos desde el principio y que se encuentra en la propia descripción del proyecto. Siempre hay algún purista a quien parece molestarle, pero a nosotrxs lo que siempre nos ha molestado es el purismo en sí. En el caso de esta entrada, la discrepancia con el propio texto surge de las propias personas que colaboramos con la Primera Vocal. No le vemos mayor problema y vamos a dedicar unas líneas a explicarlo.

Este extenso artículo fue publicado en Mad in America en agosto de 2015. Para quien lo ha propuesto y traducido, tiene interés en cuanto existe una auténtica de demonización al torno del uso del cannabis y su relación con la locura. Frente a las habituales simplificaciones sobre el tema, Will Hall habla de algo tan evidente como elegir el tipo de cannabis (dentro de lo que se considera una misma sustancia hay una enorme variedad, algo que cualquiera que haya consumido sabe, pero que las ciencias psi y los medios de comunicación obvian sistemáticamente), de que las investigaciones se centran siempre en la búsqueda de aspectos negativos (lo que genera un sesgo innegable) o de una cuestión poco tratada como es la paranoia asociada al estigma del uso del cannabis.

Por otro lado, otra de las personas que participan en el proyecto considera que si bien lo anterior es cierto, el texto tiene ya unos años y no recoge los actuales y extendidos usos del CBD (adicciones, aparición de psicosis, etc.), por lo que el artículo pierde cierta actualidad. Por otro lado, no hay evidencias de que el THC ayude a afrontar las llamadas experiencias psicóticas. De hecho aunque el artículo se centra en la psicosis, la influencia de los porros (o mejor dicho: de un consumo concreto, con determinadas cantidades de THC y en determinados contextos) en la falta de energía, la tristeza / amargura o el aislamiento social es más que notable. Sin caer en el dramatismo reduccionista de una parte de la psiquiatría que parece considerar que todos los males de la chavalada se deben al consumo de hierba, lo cierto es que tanto el nivel de consumo (hasta caer), como el tipo de sustancia (con unas concentraciones de THC muy elevadas) y la edad (fuma mucho gente muy joven) hacen estragos. Desde una perspectiva emancipadora, el cannabis quita mucho y da poco (como sucede por otro lado con todas las drogas). Y un último argumento: a medio y largo plazo, gente conocida con problemas relacionados con el sufrimiento psíquico que ha dejado de consumir está mejor.

En verdad, ambas posturas puede llegar a encontrarse en varios cruces posibles. No publicamos artículos para que la gente se identifique completamente con ellos (los textos, menos mal, no son memes del Instagram), sino para propiciar la formación, el diálogo y el pensamiento crítico. Como esta web se dirige a personas autónomas, que cada cual lea y extraiga sus propias conclusiones. Un debate sobre la relación del cannabis y la salud mental es ahora más necesario que nunca.

La marihuana es ahora legal en dos estados (2017), y legal para uso médico en 23 estados y en el Distrito de Columbia. Las encuestas muestran que la mayoría de los estadounidenses apoyan la legalización del cannabis, y cada vez más partes del país se unen a la tendencia de la legalización. Como terapeuta que trabaja con personas diagnosticadas de psicosis y enfermedades mentales, a menudo me preguntan mi opinión y experiencia clínica -así como mi experiencia personal- sobre el cannabis medicinal.

La cuestión no está clara en ninguno de los dos sentidos, pero creo que ha llegado el momento de que todo el mundo, especialmente si le preocupan los riesgos de los medicamentos farmacéuticos, deje de lado lo que creemos saber y considere seriamente el cannabis como una opción para las personas con graves problemas de salud mental. El uso médico de la marihuana tiene un claro potencial para reducir el consumo de fármacos psiquiátricos, fármacos que son conocidos por sus devastadores efectos adversos. La decisión en cuanto a utilizar cannabis no es sencilla, ya que junto a la propaganda anti-marihuana de la Guerra contra las Drogas hay también mucho fanatismo a favor de la marihuana que hay que evitar… pero esta es la realidad: muchas personas pueden renunciar a los fármacos y consumir cannabis en su lugar.

No hace falta que reitere la amplia investigación sobre el uso médico del cannabis disponible en Internet, y ya he escrito sobre el cannabis y el consumo de sustancias en la práctica de la orientación en un post anterior en Mad In America («La sustancia del consumo de sustancias«). Pero he aquí algunas reflexiones más sobre el cannabis en concreto.

En la actualidad, existen pruebas generalizadas de que la gente ya utiliza con éxito el cannabis para tratar las afecciones psiquiátricas. El cannabis se ha utilizado durante mucho tiempo como medicina y herramienta espiritual a lo largo de la historia de la humanidad, durante mucho más tiempo que el breve periodo de prohibición en el que se ha criminalizado. La criminalización no surgió de la evaluación médica de la utilidad del cannabis, sino que fue una decisión política motivada por el racismo y la supresión de la cultura juvenil insurgente. Los amplios estudios que demuestran los beneficios médicos -para el cáncer, el Alzheimer, la esclerosis múltiple, la hepatitis C, el intestino irritable, el Parkinson, el control del dolor y otras enfermedades- han impulsado el éxito de las iniciativas electorales en todo el país. Esto ha empezado a convencer incluso a los que se oponen desde hace tiempo, ya que el presidente estadounidense Obama ha reconocido formalmente que el cannabis no es más peligroso que el alcohol, y el Dr. Sanjay Gupta, corresponsal médico jefe de la CNN, uno de los líderes de opinión más influyentes del mundo en materia de medicina, ha cambiado recientemente su oposición a la marihuana medicinal. El Dr. Gupta incluso se disculpó por su anterior postura contraria a la legalización y por «no haber analizado suficientemente» la cuestión.

¿Pero qué pasa con las enfermedades mentales?

En todo el país, se entregan habitualmente tarjetas de marihuana medicinal a personas que sufren ansiedad, depresión, insomnio, TDAH, traumas y problemas de salud mental. Internet está repleto de un número cada vez mayor de testimonios de alivio exitoso de los síntomas mediante el cannabis, incluyendo a personas diagnosticadas de trastornos psicóticos como la bipolaridad y la esquizofrenia. No se trata de unas pocas anécdotas, sino de miles de personas que dan cuenta de primera mano de los beneficios del cannabis para los trastornos mentales. Y con el creciente número de dispensarios, revistas online y consumidores de cannabis legal, estos testimonios son cada vez más numerosos.

Y al mismo tiempo, no es raro que reciba correos electrónicos como éste:

«A nuestro hijo le iba muy bien en la escuela, y entonces empezó a fumar marihuana y se volvió psicótico y fue al hospital, donde le diagnosticaron esquizofrenia».

«Antes de que empezaran sus delirios me enteré de que estaba experimentando con marihuana…»

Entonces, ¿qué está pasando?

Nuestra cultura ha estado saturada durante años con una mentalidad simplista de prohibición en torno a la marihuana. Los informes de los medios de comunicación demonizan el cannabis, y muchos estudios científicos fueron tergiversados y manipulados para apoyar una agenda política. Un ejemplo notorio fue el estudio de Heath/Tulane en 1974. que afirmaba demostrar que la marihuana «mata las células cerebrales». Estos hallazgos, reportados por una institución de investigación convencional con credenciales científicas impecables, se consideraron evidencia de referencia y rápidamente se convirtieron en parte de las actitudes dominantes. «La marihuana mata las células cerebrales» fue exhibido por el presidente Reagan en su propaganda antidrogas y sacado a relucir por padres asustados en todas partes al descubrir un porro en la habitación de su hijo adolescente. El estudio incluso apoyó campañas mediáticas extremistas como el anuncio de televisión «This is your brain on drugs», donde un huevo roto en una plancha caliente se convirtió en la última palabra sobre los peligros de la marihuana. El estudio de Heath/Tulane fue expuesto más tarde como puro fraude científico: los investigadores pudieron demostrar la muerte de las células cerebrales solamente cuando se bombeó tanto humo de marihuana a los animales de laboratorio que los animales no podían respirar. Fue la asfixia por falta de oxígeno, no por ingerir marihuana, lo que causó el daño cerebral. La politización de la ciencia continúa, y el Dr. Gupta escribe que de los estudios actuales sobre la marihuana en Estados Unidos, el 94% está diseñado para investigar el daño, no los beneficios potenciales. A pesar de los innumerables estudios que muestran los beneficios de la marihuana y un perfil de riesgo extremadamente bajo en comparación con el tabaco o el alcohol, dos drogas muy legales y muy mortales, hemos dejado que la política de prohibición, no la ciencia sólida, dé forma y continúe determinando la política de drogas y el liderazgo de EE. UU. en todo el mundo.

Esta corrupción es aún más cierta en el ámbito de la salud mental, donde el consumo de sustancias se ha convertido en sinónimo de abuso de sustancias, y el sistema de salud mental supervisa los tratamientos basados en la abstinencia que a menudo son el castigo penal para los usuarios detenidos sólo por posesión. Ninguna de las principales organizaciones de salud mental ha expresado públicamente su oposición a la Guerra contra las Drogas ni ha presentado un debate honesto sobre el valor potencial de la legalización. Las principales páginas web de salud mental, como la Alianza Nacional para los Enfermos Mentales y la Sociedad de Esquizofrenia de Canadá, siguen haciéndose eco de esta demonización. Cualquier advertencia potencialmente valiosa sobre el papel del consumo de cannabis en la psicosis -de la que hablaré más adelante- se pierde y desacredita en el mensaje general de «simplemente di no». No hay un debate equilibrado sobre cómo el cannabis podría ayudar a algunas personas a renunciar a los riesgos de los fármacos psiquiátricos en relación con los posibles riesgos para el desarrollo cerebral de los adolescentes. Los creadores de opinión hegemónica, impulsados en parte por la oposición de las farmacéuticas y de la Asociación Médica Americana a la legalización, han optado en cambio por hacer hincapié en la investigación sobre la relación entre la psicosis y la marihuana e ignorar todo lo demás.

El director médico de NAMI, el Dr. Ken Duckworth, lo resume en el sitio web de NAMI: «El consenso abrumador de los profesionales de la salud mental es que la marihuana no es útil -y potencialmente peligrosa- para las personas con enfermedades mentales». No señala que este consenso es resultado de la política, no de la ciencia médica. El resto del documento político muestra la propaganda de la Guerra contra las Drogas en todo su esplendor. La Dra. Duckworth escribe: «Aproximadamente un tercio de las personas con esquizofrenia en EE.UU. abusan regularmente de la marihuana». ¿De verdad? ¿Podemos ver la cita de un estudio para esa afirmación? La respuesta es no, no hay ninguna cita porque NAMI se inventó esta afirmación, no hay ninguna investigación que la respalde.

El Dr. Duckworth también hace sonar la alarma de la adicción, contando que la industria de la salud mental confunde uso y abuso. Afirma que «un porcentaje significativo de individuos que consumen marihuana tendrán dependencia física de esta droga. Esto significa que dejar de consumir marihuana hará que estas personas experimenten un síndrome de abstinencia». Sin embargo, el Dr. Gupta no está de acuerdo. El Dr. Gupta escribe en la CNN que «en 1944, el alcalde de Nueva York, Fiorello LaGuardia, encargó una investigación a la Academia de Ciencias de Nueva York. Entre sus conclusiones: descubrieron que la marihuana no provocaba una adicción significativa en el sentido médico de la palabra…» Y añade: «Los síntomas físicos de la adicción a la marihuana no se parecen en nada a los de las otras drogas que he mencionado».

En este caso, apuesto por el Dr Gupta. Como indica el Dr. Gupta, hay un claro argumento a favor de la legalización del cannabis porque existe una base innegable de investigación científica -y de sentido común- sobre los beneficios del cannabis en relación con sus riesgos. Como droga recreativa, no se pueden comparar los riesgos del cannabis con los de otras drogas, como el alcohol y el tabaco. Pero en el contexto de la demonización de la Guerra contra las Drogas, los defensores de la marihuana han reaccionado con una romantización defensiva, lo que aumenta la confusión. Las organizaciones médicas y de salud mental, que deberían haber proporcionado un debate sólido y honesto sobre la cuestión, han dejado en el vacío los numerosos estudios de investigación sobre los beneficios médicos del cannabis, que a menudo se promocionan y están disponibles en sitios agresivamente pro-marihuana. Te sientes arrastrado hacia un lado u otro en este tira y afloja político -y económico-. (Al fin y al cabo, las páginas web pro-marihuana están ahora floreciendo con los ingresos publicitarios de la emergente industria de la marihuana. El mensaje actual es «el cannabis es bueno para ti» y, por supuesto, el siguiente será «compra un poco hoy» y luego «a nosotros»).

Como sociedad, afortunadamente nos estamos alejando tanto de la demonización como de la romantización. Y esto significa tener en cuenta dos hechos importantes sobre el cannabis: la dosis y la cepa.

El cannabis de hoy no es el cannabis de ayer. Pero la afirmación habitual de que «la marihuana de hoy es más fuerte que la de antes» dista mucho de la realidad. Sí, hay mucha más marihuana fuerte, pero eso también tiene implicaciones positivas para el uso médico. Hay una mayor complejidad y sofisticación en el uso del cannabis, de muchas formas diferentes y por muchas personas diferentes, que hay que comprender.

En cuanto a la dosis, la importancia de comprender esta complejidad queda bien ilustrada por la experiencia de la columnista del New York Times, ganadora del premio Pulitzer, Maureen Dowd. En un acto de gran visibilidad e influencia que formaba parte del reportaje del Times sobre los crecientes esfuerzos de legalización en Colorado y otros lugares, Dowd consumió marihuana en Denver. Y enseguida tuvo un episodio psicótico. Es de suponer que no se le diagnosticó bipolaridad, y no necesitó ser hospitalizada, pero su mal viaje, repleto de delirios de estar muerta y de temores paranoicos a la policía, podría considerarse por algunos una prueba positiva de que consumir cannabis es una mala idea para cualquier persona «con riesgo de psicosis».

Dowd, sin embargo, denunciaba los efectos del vino mientras se ponía ciego de tequila. La frase «el alcohol te hace vomitar y perder el conocimiento» dice más de cómo, cuánto y qué bebemos, que del hecho en sí mismo de beber alcohol. Un sentido común bastante simple, pero eso es exactamente lo que se ha perdido con la propaganda de la prohibición. Al parecer, Dowd se comió un caramelo con infusión de cannabis. Los comestibles son famosos por su potencia. Luego hizo lo que cualquiera que siga un consumo sensato de marihuana sabe que no debe hacer: ingirió todavía más de estos caramelos cuando no sintió ningún efecto al cabo de unos minutos. Dobló el impacto final de la droga, y suministró una dosis masiva después de la lenta aparición que es habitual en la ingesta de marihuana (los efectos de fumar son mucho más rápidos; comer significa que el cannabis tiene que ser digerido antes de experimentar los efectos amplificados). Podría ser gracioso -Dowd fue atacada en Internet por su irresponsabilidad- si no fuera tan emblemático el impacto de la prohibición. La discusión racional de una periodista profesional presuntamente reflexiva se convierte en un disparate, en combustible para una demonización más simplista.

La dosis, incluido el método de administración (y ahora hay tinturas, vaporizadores y otros métodos más allá de fumar o comer), es una realidad importante para el consumo de cannabis. Si una droga provoca psicosis a una dosis más alta, pero no lo hace a una dosis más baja, ¿el problema es la droga o su consumo? Si una droga a una dosis es útil y a una dosis más alta es perjudicial, ¿significa eso que la droga es «útil» o «perjudicial»? Así que empezamos a ver una explicación de cómo un fármaco que muchas personas encuentran útil para la psicosis puede ser, para muchas otras, el mismo fármaco que provoca la psicosis. Resulta más comprensible que en mi bandeja de entrada de correo electrónico haya correos electrónicos de personas que culpan a la marihuana de las enfermedades mentales, junto a correos electrónicos de personas que consideran les ha resultado de ayuda.

Dowd tampoco eligió su variedad con cuidado, y las variedades pueden marcar una gran diferencia en el consumo de cannabis. Hay cientos de tipos de cannabis híbrida cruzada, con nombres coloridos como Blue Dream, Girl Scout Cookies, AC/DC y Lemon Alien Dawg. Esta diversidad no es sólo caprichosa o estética: las distintas variedades se diferencian por su aroma y sabor, y lo que es más importante, las distintas cepas tienen efectos psicoactivos drásticamente diferentes. La intoxicación alcohólica puede ser un poco diferente entre la cerveza, el vino y los licores, pero no mucho. Los diferentes efectos entre las distintas variedades de cannabis son como tomar sustancias completamente diferentes.

Hay 483 compuestos conocidos actualmente en la marihuana, y al menos 84 cannabinoides psicoactivos diferentes. El THC es sólo uno. Esto puede explicar por qué algunas personas consumen marihuana para aliviar la psicosis, mientras que otras consideran que la empeora. Los usuarios de marihuana medicinal comparten habitualmente información sobre las cualidades de las distintas variedades -algunas buenas para el sueño, otras para la ansiedad, otras para la depresión, etc.- para ayudar a cada usuario a encontrar lo que le funciona. De los muchos alcaloides, el cannabidiol (CBD) se asocia con una respuesta ansiolítica, mientras que el THC provoca más alteraciones mentales y es potencialmente inductor de paranoia y ansiedad. Del mismo modo, los consumidores de marihuana saben desde hace tiempo que las variedades sativas son diferentes de las índicas; la sativa se asocia con un subidón más energético, propenso a producir ansiedad y paranoia en algunas personas, mientras que la índica es más sedante. Hay pruebas sólidas de que el cannabis con alto contenido en CBD puede aliviar la psicosis por la sencilla razón de que es ansiolítico, del mismo modo que los antipsicóticos son útiles para muchas personas porque son tranquilizantes. El CBD, sin embargo, carece claramente de los devastadores efectos secundarios de los fármacos antipsicóticos.

(La industria del cannabis aún está saliendo de la clandestinidad y, al carecer de la regulación y el control de calidad de otras industrias, los usuarios aún tienen que confiar en el ensayo y el error. No es una garantía que lo que el dispensario etiquetó como Blue Dream no sea en realidad Kali Mist, o que no haya sativa en esa tintura marcada como indica. Los usuarios medicinales estarán mejor servidos por la legalización, que permitirá una mayor comprobación y fiabilidad del suministro, como en la industria del vino. El mejor papel de la regulación en el proceso de legalización es objeto de un intenso debate entre los cultivadores, preocupados por cuestiones como la sostenibilidad ecológica, las condiciones laborales y el espectro de la especulación al estilo de las grandes tabacaleras. En el condado de Sonoma, donde vivo, hay una enorme industria de la marihuana y grandes sumas de dinero que se trasladan al estado en previsión de que California siga la tendencia hacia la plena legalización. La industria legal del vino en la zona es muy turbia, y tiene una merecida reputación de desprecio codicioso por el medio ambiente y la comunidad local en su rápida expansión. Esto podría ser un cuento con moraleja: el suave aura de paz-ecología-amor de la marihuana puede, según temen algunos, dar paso rápidamente a las realidades despiadadas de otra industria en auge y de un producto agroindustrial).

Se está corriendo la voz sobre el CBD. Además de los correos electrónicos de personas que relacionan la psicosis con el consumo de marihuana, ahora me encuentro habitualmente con personas en mi trabajo que tienen la suerte de estar en un estado o país legal, o que pueden arriesgarse a adquirir hierba en la clandestinidad, que consumen cannabis para ayudarse con las experiencias angustiosas asociadas a la psicosis y al diagnóstico de enfermedades mentales. Algunos han cambiado las variedades por otras con alto contenido en CBD y han encontrado efectos diferentes; otros utilizan el cannabis para ayudar a salir de los psicofármacos; otros utilizan el cannabis en lugar de los psicofármacos, y otros – muy interesante – han obtenido beneficios del cannabis y nunca han tomado medicamentos psiquiátricos. Los estudios científicos sobre el CBD apoyan lo que estoy argumentando: un estudio de la Universidad de Colonia, en Alemania, en un ensayo de cuatro semanas, encontró que el CBD es tan eficaz como un antipsicótico para calmar los síntomas psicóticos. Un coautor del estudio escribió: «No sólo era [el CBD] tan eficaz como los antipsicóticos estándar, sino que además estaba esencialmente libre de los efectos secundarios típicos que se observan con los fármacos antipsicóticos.»

Un vistazo a los resultados de la investigación sobre el CBD de estudios de todo el mundo muestra pruebas que apoyan lo que ya sabemos: la marihuana con CBD puede ayudar a las condiciones de salud mental. Estos usuarios suelen ser cuidadosos en la dosificación, algunos incluso utilizan sólo unas gotas o dosis «homeopáticas» para conseguir los efectos deseados.

(Otras investigaciones también son intrigantes. Numerosos estudios muestran un alivio de la ansiedad y, en consonancia con los estudios sobre el Alzheimer y el Parkinson, un estudio de la Universidad de Montreal publicado en Psychiatry Research mostró incluso que los consumidores de cannabis diagnosticados de esquizofrenia tenían mejor memoria y funcionamiento del lóbulo prefrontal que los que no consumían cannabis. ¿Podría ser el cannabis no sólo un sustituto de los medicamentos psiquiátricos, sino un tratamiento para los daños que éstos causan? Y otros estudios más preocupantes, como los que muestran un deterioro de la memoria y un daño en el desarrollo de los jóvenes, son esenciales para llegar a un acuerdo en cualquier evaluación de beneficio/riesgo, pero ¿qué tienen que ver la dosis y la variedad con los resultados que encontraron estos estudios?.

Así que el tipo de cannabis utilizado, así como la dosis, puede explicar parte del rompecabezas de los diferentes informes en torno al cannabis y la psicosis. Esto se suma a un principio general con todas las sustancias psicoactivas, un principio que también se aplica al cannabis:

La respuesta al consumo de cannabis es muy diversa e individual. La comunidad dispensadora de marihuana medicinal conoce perfectamente el hecho de que, como «medicina», el cannabis no proporciona un «tratamiento» uniforme. Por el contrario, al igual que cada persona experimenta la «enfermedad» de forma diferente, cada individuo tiene su propia respuesta, y lo que es adecuado para una persona puede no serlo para otra, – incluida la necesidad de renunciar al cannabis por completo. Algunas personas consideran que el «subidón» contribuye positivamente a su condición médica y a sus circunstancias vitales, mientras que otras buscan variedades que tengan efectos útiles sin el subidón. El personal de los dispensarios que he conocido está capacitado para ayudar a las personas a encontrar diferentes variedades y dosis para sus necesidades individuales.

El abuso de sustancias es un problema grave y devastador. Algunas personas consideran que la abstinencia es la mejor estrategia, como seguir un programa de 12 pasos de Alcohólicos Anónimos. Consumir cualquier droga -alcohol, tabaco o cannabis- implica riesgos. El cannabis debe someterse a la misma precaución, pero en general el cannabis es, sin duda, mucho más seguro para el cuerpo que el alcohol o el tabaco (cero muertes causadas por la marihuana en comparación con muchos millones de muertes por alcohol y tabaco), y mucho más seguro que cualquier medicamento psiquiátrico. La creciente legalización y medicalización del cannabis será sin duda utilizada por algunos para racionalizar su adicción o para evitar enfrentarse al hecho de que la droga no les ayuda, pero esto es así con cualquier sustancia, incluidos el alcohol y los medicamentos psiquiátricos. Una vez que salgamos de la polaridad demonización/romantización de la mentalidad de la Guerra contra las Drogas, podremos abordar esta complicada realidad con mayor claridad. Decir que el cannabis puede ser útil para algunas personas no significa negar que pueda empeorar a otras.

¿Qué pasa conmigo personalmente? Hace años descubrí que la marihuana sólo empeora mi propia ansiedad y me desconecta aún más de la realidad. Fumaba en la época en que me hospitalizaron por primera vez y, aunque dejé la marihuana, tuve otro brote psicótico muchos años después, cuando no consumía ni había consumido marihuana durante 8 años. Sin embargo, creo que la marihuana fue un factor que contribuyó -pero en ningún caso causal- a mi primera crisis, y que fumar desempeñó un papel en los varios años de declive que condujeron a esa crisis. Pero es revelador que los médicos del hospital que me entrevistaron exageraron todo esto. Cuando me trasladé a Conard House, un centro ambulatorio de San Francisco, me enviaron a una reunión antidroga obligatoria junto con todos los consumidores de marihuana de la casa, independientemente de la frecuencia de consumo o de si se abusaba de ella o era un problema. Cuando desafié al líder de la reunión diciendo que la marihuana era mucho más segura que el alcohol, me echaron del programa. (Me enviaron a un refugio para indigentes en la 14ª y la Misión, justo al lado de un próspero mercado callejero de crack en el que me cruzaba con traficantes todos los días al ir y volver de mi habitación. Un buen amigo mío de un programa anterior, que llevaba varios años absteniéndose de consumir cocaína, fue enviado al mismo refugio, y vi cómo perdía gradualmente el control de su adicción con la tentación de esos traficantes; abandonó el refugio y nunca volví a saber de él).

Creo que las variedades de CBD son prometedoras, y yo personalmente no dudaría en probar una pequeña dosis de marihuana con CBD en un momento de angustia emocional en el que sintiera que se me habían acabado las demás opciones. Observaría cuidadosamente mi respuesta, y sólo continuaría si me sintiera seguro de que no me voy a poner paranoico o ansioso. Amigos, clientes y colegas que consumen cannabis me han informado sobre su potencial si alguna vez lo necesitara, y me han introducido en el sistema de dispensarios de California. Estoy agradecido de vivir en un estado en el que puedo aprender sobre estos temas, y puedo probar primero una magdalena de CBD (sin gluten, por supuesto) en lugar de una dosis de Seroquel si alguna vez se me va la mano con la privación del sueño, o se me va la mano con una psicosis. Y cuando he visto a amigos caer en el vórtice psicótico y dirigirse al hospital, me gustaría que hubiera alguna hierba con CBD para probar primero y ayudarles a romper el ciclo de crisis, en lugar de confiar en un medicamento psicológico como último recurso.

Con los clientes con los que trabajo, ahora siento que no es ético como terapeuta no incluir el cannabis en la lista de posibles herramientas de bienestar para aquellos que residen en los estados en los que la marihuana es legal. Soy pro-elección al respecto de los psicofármacos, y si reconozco que los antipsicóticos, incluso con sus riesgos, pueden ser una opción acertada para algunas personas, estaría completamente, bueno, loco si no reconociera que el cannabis también puede ser una opción acertada para algunas personas. Siempre he acogido la fitoterapia y los tratamientos tradicionales chinos y de otro tipo en el abanico de posibles opciones de bienestar, porque tienen un historial demostrado de ayuda a muchas personas. El cannabis también tiene ese historial, y creo que todos los que trabajan en este campo como terapeutas o psiquiatras deben considerar adoptar la misma postura que yo.

Desde el punto de vista de la defensa de la salud mental, la legalización de la marihuana también tiene muchas otras implicaciones que nosotros, como profesionales de la salud mental, deberíamos tener en cuenta. La AMA, la APA, la NAMI y otros grupos no han abordado esta cuestión de forma responsable. Un estudio del American Journal of Public Health realizado por un equipo de economistas, por ejemplo, examinó los estados que habían legalizado la marihuana para uso médico. El estudio descubrió que había una reducción del 10,8% en la tasa de suicidio de los hombres de 20 años y del 9,4% en los de 30 años. Esto es extraordinario: sabemos que el consumo de fármacos psiquiátricos puede exacerbar la idea de suicidio (la advertencia sobre los fármacos está ahí mismo en la etiqueta), y el alcohol, por supuesto, puede contribuir a las ideas de suicidio. No está claro exactamente por qué una mayor disponibilidad de cannabis medicinal podría reducir las tasas de suicidio, pero se trata de un hallazgo muy, muy significativo que debe estudiarse más a fondo para cualquiera que se tome en serio la prevención del suicidio. (Hace poco perdí a una querida amiga por suicidio, y estoy convencido de que las benzodiacepinas y el alcohol influyeron en su muerte. Me gustaría que su terapeuta y sus médicos hubieran explorado el cannabis como alternativa -ella necesitaba cualquier alternativa- y su muerte es una de las cosas que me motivan a escribir esta entrada del blog y a «salir del armario» con mis decisiones de práctica clínica en torno al cannabis).

Los estudios también muestran que la reducción del consumo de alcohol es resultado de la legalización, lo que, de nuevo, tiene enormes implicaciones. El alcohol es una droga extremadamente peligrosa y socialmente destructiva, con notorios daños para la salud mental. El Consejo Nacional sobre Alcoholismo y Drogodependencia informa que el consumo de alcohol es un factor en el 40% de todos los delitos violentos en Estados Unidos, incluido el 37% de las violaciones y el 27% de las agresiones con agravantes. Sólo en 1995, los estudiantes universitarios denunciaron más de 460.000 incidentes de violencia relacionados con el alcohol en EEUU. Un estudio prospectivo de 2011 descubrió que el abuso en el noviazgo estaba relacionado con el consumo de alcohol entre los estudiantes universitarios. Un estudio de 2014 descubrió que la marihuana tenía tasas claramente inferiores de violencia doméstica y de pareja asociadas. Como señaló el cómico pro-legalización Bill Hicks, imagina que estás en un evento deportivo y un tipo delante de ti está gritando y provocando una pelea: ¿está colocado de marihuana o está borracho de alcohol?

Reducir el consumo de alcohol en la sociedad probablemente reducirá la violencia; reducir la violencia significa reducir los traumas en la sociedad en su conjunto. ¿Cuándo perdimos de vista el fin de la violencia como forma de prevenir la causa de tantos problemas de salud mental? Y la legalización ya ha reducido las muertes por accidentes de tráfico asociadas a la conducción bajo los efectos del alcohol en los estados en los que es legal: cada muerte de tráfico envía ondas expansivas de trauma y dolor, y hace que muchas personas se vuelvan hacia el alcohol o las drogas psiquiátricas. (Hicks también dijo que el mayor peligro de conducir puesto es golpear la puerta del garaje por olvidarse de abrirla). La legalización de la marihuana es una solución previa con enormes implicaciones. Desde el punto de vista de la salud pública, realmente no hay discusión: si podemos reducir el consumo de alcohol en la sociedad, entonces la legalización de la marihuana merece claramente la pena. Según los Centros de Control de Enfermedades, el abuso de opiáceos con receta, como Oxy-Contin y Vicodin, es una epidemia nacional que mata a 16.000 personas al año y destroza vidas y familias. La legalización del cannabis también podría reducir el mercado y la demanda ilegal de opiáceos, aliviando esta epidemia.

La legalización del cannabis también tiene importantes implicaciones para los jóvenes y las familias, una vez que comprendamos la complejidad del consumo de sustancias. La Guerra contra las Drogas ha devastado a la comunidad negra de EEUU, y es vergonzoso que las organizaciones de salud mental dominadas por los blancos no se hayan pronunciado contra la prohibición. La cárcel y la policía son un factor traumatizante que interfiere directamente en la recuperación de la salud mental. Aunque la legalización, según el Journal of Adolescent Health, no ha provocado un aumento del consumo de marihuana por parte de los adolescentes, da más flexibilidad a las familias y a los jóvenes. Para los jóvenes que consumen cannabis, podría ser más realista cambiar el tipo de cannabis que consumen como enfoque de reducción de daños, en lugar de abandonar el cannabis por completo. Muchos jóvenes están comprometidos con el cannabis como un estilo de vida, una forma de expresión religiosa y un camino hacia la independencia. Bajo la prohibición, es imposible hablar abiertamente de sus experiencias con el cannabis, y es difícil diferenciar las variedades de cannabis que consumen. Puede ser más fácil para un adolescente escuchar «usa las variedades de CBD, no las de THC» que escuchar «tienes que dejar de fumar por completo»; «puedes fumar hierba, pero con moderación» puede funcionar mejor que «no puedes colocarte en absoluto».

La perspectiva de la reducción de daños está mejor servida por la legalización. Las relaciones de colaboración requieren honestidad: los jóvenes de hoy en día saben que diferentes variedades provocan efectos diferentes, y conocen la hipocresía de una Guerra contra las Drogas que envía a la gente a la cárcel por fumar un porro y luego vende a su abogado whisky en el bar de al lado del juzgado. Las asociaciones excesivamente generalizadas entre la marihuana y los problemas de salud mental, incluida la psicosis, ignoran una realidad compleja.

Los adolescentes que consumen marihuana y tienen dificultades emocionales y psicológicas son como cualquier adolescente que tiene dificultades emocionales y psicológicas, por cualquier motivo. Necesitan ayuda y apoyo. La familia necesita ayuda y apoyo. El problema nunca es «marihuana más genética es igual a trastorno psicótico». La marihuana puede ser, o no, parte del problema. Cuando las familias -y los médicos- culpan a la marihuana, suele ser un signo de que se está evitando un problema más profundo. La prohibición se basa en el miedo, el mismo miedo que hay detrás de la búsqueda de una respuesta simplista, algo a lo que agarrarse como solución en una situación que se siente fuera de control.

El consumo de cannabis se convierte entonces a menudo en una lucha de poder en las familias. Como terapeuta, he visto una y otra vez a familias en las que un hijo o hija se ha vuelto psicótico después de consumir marihuana, y la respuesta de la familia es prohibir a su hijo o hija que consuma. ¿Y qué hace el joven? Sigue fumando, por supuesto, excepto que ahora tiene un nuevo problema: esconderse de sus padres, tener una lucha de poder con sus padres y el comienzo de un ciclo de aislamiento si la lucha de poder continúa. Tengo que trabajar duro para mantener una relación de confianza con ambas partes, y ese trabajo se hace más difícil a medida que hay más miedo a la prohibición y se va afianzando la intolerancia. La solución es crear conversaciones sobre la sustancia; incluso si los padres están firmemente en contra de cualquier consumo de marihuana, es importante respetar a todas las partes, pero en un terreno de juego igualitario en el que el joven pueda ser validado por una elección que tiene algo de ciencia a su favor. Descartar una de las partes no ayuda. ¿No tiene más sentido decir «hablemos» que decir simplemente «no»?

No tengo ninguna duda de que el consumo de marihuana ha desempeñado un papel en los problemas de psicosis de muchas personas. Trabajo habitualmente con personas para animarlas a dejar de fumar cuando saben que pueden llegar a una crisis. He visto a personas que han dejado la marihuana y han vuelto a consumirla y han acabado hospitalizados. Y la marihuana puede ciertamente llevar a la habituación a algunas personas y desempeñar un papel en los problemas de sustancias. Educar a la sociedad sobre estos riesgos tiene el mismo sentido que educar a la sociedad sobre los riesgos del alcohol, siempre que no se exageren los riesgos. Personalmente, me gustaría que el cannabis evitara la comercialización del alcohol y fuera una opción personal más aceptada -pero no promocionada ni publicitada-. Realmente no necesitamos más consumismo del que ya tenemos. En cambio, necesitamos una honestidad y un uso inteligente que realmente no tenemos ni siquiera con el alcohol, con toda la publicidad del alcohol y la cultura de la hora feliz y las vacaciones de primavera.

Y en cuanto a los riesgos, ¿qué hay de la correlación entre la psicosis de las primeras vacaciones con un mayor índice de consumo de marihuana? En mi opinión, esa preocupación es válida, y también es, al menos en parte, engañosa. ¿Y si la causalidad va a veces en la otra dirección? ¿Y si las personas que acaban siendo psicóticas se sienten atraídas por los estados alterados de conciencia en general, y si primero buscan en la marihuana lo que luego acaban buscando en su ruptura con una realidad psicótica? Trabajando con jóvenes durante muchos años, veo que la necesidad de «colocarse» viene primero, y no después, de la sustancia. Pocas familias tienen discusiones sinceras sobre la necesidad de drogarse y evadirse, ya que es una necesidad humana que todo el mundo tiene. Y drogarse repetidamente puede ser una vía de escape ante unas circunstancias vitales insostenibles y unas opciones confusas. Puede que un joven se vea atraído por el cannabis por la misma necesidad interna que acabará por llevarle a la psicosis, correlacionando ambas cosas, pero sin indicar causalidad.

A medida que vamos aceptando el impacto devastador que tienen los fármacos psiquiátricos en la sociedad, nos enfrentamos a una pregunta obligada: ¿Y si hubiera un sustituto? Alguien que esté considerando una benzo, o un antipsicótico, o un antidepresivo, está a punto de embarcarse en una opción de tratamiento arriesgada que podría funcionar bien, o podría acabar destruyendo su vida. Esa es la realidad de los riesgos de los fármacos psiquiátricos. Hay que recordar que la alternativa de la Casa Soteria y el enfoque del Diálogo Abierto recurren a los fármacos psiquiátricos como último recurso. ¿Qué pasaría si todo el mundo tuviera, a gran escala, la opción de elegir algo con un perfil de efectos secundarios más bajo, y quizás así se pudiera desviar de una vía arriesgada? Eso puede ser lo que los EEUU están a punto de conseguir con la legalización. ¿Y qué sabemos exactamente de la influencia de Pharma en la oposición a la legalización de la marihuana? La Asociación Médica Americana y la APA se oponen desde hace tiempo a la legalización; ¿representa el cannabis medicinal una amenaza para los mercados de Pharma?

Estas implicaciones sociales no han pasado desapercibidas para la red de intereses financieros que se benefician de la prohibición del cannabis. La misma corrupción de la política pública que impulsa el consumo de drogas psiquiátricas es también evidente en los esfuerzos por bloquear la legalización. El Dr. Herbert Kleber, de la Universidad de Columbia, un académico con impecables credenciales, es ampliamente citado en la prensa advirtiendo contra la marihuana, y también es consultor remunerado de las principales empresas de medicamentos con receta. El fabricante de Oxy-Contin, Purdue Pharma, y el fabricante de Vicodin, Abbott Laboratories, se encuentran entre los principales financiadores de la Coalición Comunitaria Antidroga de América y de la Asociación para Niños Libres de Drogas, ambas feroces defensoras de la prohibición (otros financiadores son Janssen y Pfizer). Cuando el llamado Proyecto SAM (Smart Approaches to Marijuana) de Patrick Kennedy trabajó contra la iniciativa de legalización de Alaska, los activistas contraatacaron señalando los amplios vínculos financieros de la organización con el lobby del licor y la cerveza. El Dr. Stuart Gitlow, presidente de la Sociedad Americana de Medicina de la Adicción, otro opositor a la legalización, acudió a los medios de comunicación para rebatir la declaración del presidente Obama de que la marihuana no es más peligrosa que el alcohol; Gitlow es director médico de la empresa farmacéutica Orexo, fabricante de opioides. El ex jefe de la Administración para el Control de Drogas, Peter Bensinger, y el ex-zar antidroga de la Casa Blanca, Robert DuPont (sí, ése era su título), dirigen ahora una empresa comercial especializada en el mercado de las pruebas de drogas en el lugar de trabajo.

Mientras que algunos policías se han manifestado en contra de la Guerra contra las Drogas, muchos policías presionan a favor de ella. ¿Será porque reciben millones de fondos para utilizarlos en virtud de las leyes de incautación de dinero de la droga y de confiscación de activos? Un sheriff de Florida que lideró la oposición a la legalización llegó a declarar abiertamente que los decomisos de activos de la droga eran importantes para los recursos de las fuerzas del orden del condado. A la legalización de California se opuso otro lobby policial que hizo carrera canalizando subvenciones federales de la Guerra contra las Drogas a las fuerzas del orden estatales. Esto es corrupción en su forma más cruda: un mandato para servir al bien público desviado hacia el beneficio individual.

Como dijo el subjefe del Departamento de Policía de Los Ángeles, Stephen Downing, a The Nation: «La única diferencia que hay ahora con respecto a los tiempos de la prohibición del alcohol es que, en los tiempos de la prohibición del alcohol, las fuerzas del orden -la policía y los jueces- recibían su dinero en bolsas de papel marrón. Hoy, obtienen su dinero a través de programas legítimos y sistemáticos dirigidos por el gobierno federal. Por eso utilizan sus organizaciones de presión para luchar contra cualquier reforma». La legalización significa desafiar las economías de influencia y las políticas de corrupción que han hecho de la política de drogas y la criminalización un gran negocio. Es importante destacar que el fin de la Prohibición del alcohol en 1933 supuso una amplia limpieza de esta corrupción desde el nivel federal hasta el local; es de esperar que el impulso popular de la reforma de la política del cannabis tenga igualmente amplias implicaciones anticorrupción.

Incluso cuando apoyamos una consideración prudente y evitamos hacer cualquier aprobación general, el cannabis es una poderosa planta psicoactiva que conlleva riesgos. Las pequeñas dosis controladas -unas gotas de tintura, una pequeña calada de un cigarrillo, un solo caramelo comestible- siguen siendo imprevisibles, y pueden lanzar a alguien a un estado alterado desagradable, dificultar el trabajo o las relaciones en público, provocar insomnio, interferir en la conducción, encaminar a alguien hacia la adicción o algo peor. Los daños en el desarrollo de la memoria y la cognición de los adolescentes podrían revelarse tras un consumo intenso a largo plazo. Hay riesgos: no es una solución única para todos. Llevará algún tiempo ordenar los estudios y las investigaciones de forma honesta y obtener una idea realista del impacto social tras un legado de investigación politizado y corrupto.

Y esto subraya uno de los problemas centrales del debate sobre la política del cannabis. Los activistas de la legalización eligieron sabiamente hacer hincapié en los usos médicos en un camino hacia una mayor aceptación de la marihuana. Pero en la práctica, como planta medicinal, el cannabis nunca ha sido y probablemente nunca será un tratamiento médico específico. Es una planta, no una píldora. Consumir cannabis es tomar la decisión de introducir en el cuerpo una sustancia que tendrá efectos únicos e imprevisibles en la conciencia. Es una decisión vital. Ingerir una sustancia te cambia, de forma sutil o dramática.

Al igual que la ingesta regular de alcohol, el consumo diario de café, el consumo de cigarrillos y el uso de alimentos y hierbas medicinales en las culturas tradicionales, la marihuana se entiende mejor como una relación. El cuerpo y la mente humanos tienen receptores especialmente diseñados para interactuar con el cannabis, lo que ayuda a explicar la amplia gama de efectos sobre la conciencia y la salud física que ahora se estudian y experimentan. Los usos y variedades específicas pueden dirigirse a los síntomas asociados a un diagnóstico, pero el cannabis no es como la penicilina. Sólo el individuo sabe cómo se alteran la percepción y la conciencia, y si eso se experimenta como una ventaja o una desventaja en la vida. Algunas personas elegirán estar colocadas si eso va acompañado de la reducción de algún otro malestar; otras preferirán evitar colocarse de cualquier forma. Desde la comida hasta el cine, pasando por el vino y la sexualidad, la «automedicación» es, al fin y al cabo, una práctica social muy extendida y debería reconocerse: todos, en cierta medida, nos medicamos, al igual que todos, en cierta medida, nos drogamos. Y esto es lo que hemos pasado por alto en nuestra comprensión de las drogas psiquiátricas: también son sustancias muy potentes que alteran la mente y nos hacen «colocarnos». No es lo que pensamos que es un colocón, pero seguimos estando alterados cuando tomamos nuestro Zyprexa o nuestro Prozac, y algunos fármacos psiquiátricos, como las benzodiacepinas y los estimulantes, se utilizan ampliamente con fines recreativos. Los fármacos psiquiátricos tienen claras toxicidades para el organismo; el cannabis tiene muy pocas, y un amplio perfil de beneficios. Por eso se ha utilizado en todo el mundo como medicina desde la prehistoria. También altera la mente, a pesar del énfasis en el uso «médico», y tenemos que reconocer que alterar nuestras mentes forma parte de lo que hacemos como humanos.

Necesitamos la libertad, especialmente cuando nos enfrentamos a una angustia y una crisis extremas, para elegir qué riesgos queremos asumir y qué sustancias queremos introducir, o no, en nuestros cuerpos y mentes. Hoy en día nos bombardean con tensiones físicas y psicológicas en prácticamente todos los aspectos de nuestra vida. Algunos elegimos el alcohol, otros el yoga, el running y la comida orgánica. Algunos elegimos el cannabis. Tenemos que considerar esta elección desde el punto de vista ético y de principios, y tenemos que asegurarnos de que las personas que exploran esta opción no sean encarceladas por ello.

Nuestra cultura lleva años saturada de una mentalidad prohibicionista simplista en torno a la marihuana. Los informes de los medios de comunicación demonizan el cannabis, y muchos estudios científicos fueron tergiversados y manipulados para apoyar una agenda política. Un ejemplo notorio fue el estudio de Heath/Tulane de 1974, que afirmaba demostrar que la marihuana «mata las células cerebrales». Estos hallazgos, comunicados por una institución de investigación de la corriente principal con credenciales científicas impecables, se consideraron pruebas estándar de oro y se convirtieron rápidamente en parte de las actitudes dominantes. «La marihuana mata las células cerebrales» fue exhibido por el presidente Reagan en su propaganda antidroga y sacado a relucir por padres asustados de todo el mundo cuando descubrían un porro en la habitación de su hijo adolescente. El estudio incluso apoyó campañas mediáticas extremistas como el anuncio televisivo «Este es tu cerebro con drogas», en el que un huevo roto en una plancha caliente se convirtió en la última palabra sobre los peligros de la marihuana.

El estudio de Heath/Tulane se expuso más tarde como puro fraude científico: los investigadores pudieron demostrar la muerte de las células cerebrales sólo bombeando tanto humo de marihuana a los animales de laboratorio que éstos no podían respirar. Fue la asfixia por falta de oxígeno, no la ingestión de marihuana, lo que causó el daño cerebral. La politización de la ciencia continúa, y el Dr. Gupta escribe que de los estudios actuales sobre la marihuana en EEUU, el 94% están diseñados para investigar los daños, no los posibles beneficios. A pesar de otros innumerables estudios que demuestran los beneficios de la marihuana y su perfil de riesgo extremadamente bajo en comparación con el tabaco o el alcohol -dos drogas muy legales y muy mortales-, hemos dejado que la política de prohibición, y no la ciencia sólida, determine y siga determinando la política de drogas de EEUU y su liderazgo en todo el mundo.

Esta corrupción es aún más cierta en el ámbito de la salud mental, donde el consumo de sustancias se ha convertido en sinónimo de abuso de sustancias, y el sistema de salud mental supervisa los tratamientos basados en la abstinencia que a menudo son el castigo penal para los usuarios detenidos sólo por posesión. Ninguna de las principales organizaciones de salud mental ha expresado públicamente su oposición a la Guerra contra las Drogas ni ha presentado un debate honesto sobre el valor potencial de la legalización. Las principales páginas web de salud mental, como la Alianza Nacional para los Enfermos Mentales y la Sociedad de Esquizofrenia de Canadá, siguen haciéndose eco de esta demonización. Cualquier advertencia potencialmente valiosa sobre el papel del consumo de cannabis en la psicosis -de la que hablaré más adelante- se pierde y desacredita en el mensaje general de «simplemente di no». No hay un debate equilibrado sobre cómo el cannabis podría ayudar a algunas personas a renunciar a los riesgos de los fármacos psiquiátricos en relación con los posibles riesgos para el desarrollo cerebral de los adolescentes. Los creadores de opinión hegemónica, impulsados en parte por la oposición de las farmacéuticas y de la Asociación Médica Americana a la legalización, han optado en cambio por hacer hincapié en la investigación sobre la relación entre la psicosis y la marihuana e ignorar todo lo demás.

El director médico de NAMI, el Dr. Ken Duckworth, lo resume en el sitio web de NAMI: «El consenso abrumador de los profesionales de la salud mental es que la marihuana no es útil -y potencialmente peligrosa- para las personas con enfermedades mentales». No señala que este consenso es resultado de la política, no de la ciencia médica. El resto del documento político muestra la propaganda de la Guerra contra las Drogas en todo su esplendor. La Dra. Duckworth escribe: «Aproximadamente un tercio de las personas con esquizofrenia en EE.UU. abusan regularmente de la marihuana». ¿De verdad? ¿Podemos ver la cita de un estudio para esa afirmación? La respuesta es no, no hay ninguna cita porque NAMI se inventó esta afirmación, no hay ninguna investigación que la respalde.

El Dr. Duckworth también hace sonar la alarma de la adicción, contando que la industria de la salud mental confunde uso y abuso. Afirma que «un porcentaje significativo de individuos que consumen marihuana tendrán dependencia física de esta droga. Esto significa que dejar de consumir marihuana hará que estas personas experimenten un síndrome de abstinencia». Sin embargo, el Dr. Gupta no está de acuerdo. El Dr. Gupta escribe en la CNN que «en 1944, el alcalde de Nueva York, Fiorello LaGuardia, encargó una investigación a la Academia de Ciencias de Nueva York. Entre sus conclusiones: descubrieron que la marihuana no provocaba una adicción significativa en el sentido médico de la palabra…» Y añade: «Los síntomas físicos de la adicción a la marihuana no se parecen en nada a los de las otras drogas que he mencionado».

En este caso, apuesto por el Dr Gupta. Como indica el Dr. Gupta, hay un claro argumento a favor de la legalización del cannabis porque existe una base innegable de investigación científica -y de sentido común- sobre los beneficios del cannabis en relación con sus riesgos. Como droga recreativa, no se pueden comparar los riesgos del cannabis con los de otras drogas, como el alcohol y el tabaco. Pero en el contexto de la demonización de la Guerra contra las Drogas, los defensores de la marihuana han reaccionado con una romantización defensiva, lo que aumenta la confusión. Las organizaciones médicas y de salud mental, que deberían haber proporcionado un debate sólido y honesto sobre la cuestión, han dejado en el vacío los numerosos estudios de investigación sobre los beneficios médicos del cannabis, que a menudo se promocionan y están disponibles en sitios agresivamente pro-marihuana. Te sientes arrastrado hacia un lado u otro en este tira y afloja político -y económico-. (Al fin y al cabo, las páginas web pro-marihuana están ahora floreciendo con los ingresos publicitarios de la emergente industria de la marihuana. El mensaje actual es «el cannabis es bueno para ti» y, por supuesto, el siguiente será «compra un poco hoy» y luego «a nosotros»).

Como sociedad, afortunadamente nos estamos alejando tanto de la demonización como de la romantización. Y esto significa tener en cuenta dos hechos importantes sobre el cannabis: la dosis y la cepa.

El cannabis de hoy no es el cannabis de ayer. Pero la afirmación habitual de que «la marihuana de hoy es más fuerte que la de antes» dista mucho de la realidad. Sí, hay mucha más marihuana fuerte, pero eso también tiene implicaciones positivas para el uso médico. Hay una mayor complejidad y sofisticación en el uso del cannabis, de muchas formas diferentes y por muchas personas diferentes, que hay que comprender.

En cuanto a la dosis, la importancia de comprender esta complejidad queda bien ilustrada por la experiencia de la columnista del New York Times, ganadora del premio Pulitzer, Maureen Dowd. En un acto de gran visibilidad e influencia que formaba parte del reportaje del Times sobre los crecientes esfuerzos de legalización en Colorado y otros lugares, Dowd consumió marihuana en Denver. Y enseguida tuvo un episodio psicótico. Es de suponer que no se le diagnosticó bipolaridad, y no necesitó ser hospitalizada, pero su mal viaje, repleto de delirios de estar muerta y de temores paranoicos a la policía, podría considerarse por algunos una prueba positiva de que consumir cannabis es una mala idea para cualquier persona «con riesgo de psicosis».

Dowd, sin embargo, denunciaba los efectos del vino mientras se ponía ciego de tequila. La frase «el alcohol te hace vomitar y perder el conocimiento» dice más de cómo, cuánto y qué bebemos, que del hecho en sí mismo de beber alcohol. Un sentido común bastante simple, pero eso es exactamente lo que se ha perdido con la propaganda de la prohibición. Al parecer, Dowd se comió un caramelo con infusión de cannabis. Los comestibles son famosos por su potencia. Luego hizo lo que cualquiera que siga un consumo sensato de marihuana sabe que no debe hacer: ingirió todavía más de estos caramelos cuando no sintió ningún efecto al cabo de unos minutos. Dobló el impacto final de la droga, y suministró una dosis masiva después de la lenta aparición que es habitual en la ingesta de marihuana (los efectos de fumar son mucho más rápidos; comer significa que el cannabis tiene que ser digerido antes de experimentar los efectos amplificados). Podría ser gracioso -Dowd fue atacada en Internet por su irresponsabilidad- si no fuera tan emblemático el impacto de la prohibición. La discusión racional de una periodista profesional presuntamente reflexiva se convierte en un disparate, en combustible para una demonización más simplista.

La dosis, incluido el método de administración (y ahora hay tinturas, vaporizadores y otros métodos más allá de fumar o comer), es una realidad importante para el consumo de cannabis. Si una droga provoca psicosis a una dosis más alta, pero no lo hace a una dosis más baja, ¿el problema es la droga o su consumo? Si una droga a una dosis es útil y a una dosis más alta es perjudicial, ¿significa eso que la droga es «útil» o «perjudicial»? Así que empezamos a ver una explicación de cómo un fármaco que muchas personas encuentran útil para la psicosis puede ser, para muchas otras, el mismo fármaco que provoca la psicosis. Resulta más comprensible que en mi bandeja de entrada de correo electrónico haya correos electrónicos de personas que culpan a la marihuana de las enfermedades mentales, junto a correos electrónicos de personas que consideran les ha resultado de ayuda.

Dowd tampoco eligió su variedad con cuidado, y las variedades pueden marcar una gran diferencia en el consumo de cannabis. Hay cientos de tipos de cannabis híbrida cruzada, con nombres coloridos como Blue Dream, Girl Scout Cookies, AC/DC y Lemon Alien Dawg. Esta diversidad no es sólo caprichosa o estética: las distintas variedades se diferencian por su aroma y sabor, y lo que es más importante, las distintas cepas tienen efectos psicoactivos drásticamente diferentes. La intoxicación alcohólica puede ser un poco diferente entre la cerveza, el vino y los licores, pero no mucho. Los diferentes efectos entre las distintas variedades de cannabis son como tomar sustancias completamente diferentes.

Hay 483 compuestos conocidos actualmente en la marihuana, y al menos 84 cannabinoides psicoactivos diferentes. El THC es sólo uno. Esto puede explicar por qué algunas personas consumen marihuana para aliviar la psicosis, mientras que otras consideran que la empeora. Los usuarios de marihuana medicinal comparten habitualmente información sobre las cualidades de las distintas variedades -algunas buenas para el sueño, otras para la ansiedad, otras para la depresión, etc.- para ayudar a cada usuario a encontrar lo que le funciona. De los muchos alcaloides, el cannabidiol (CBD) se asocia con una respuesta ansiolítica, mientras que el THC provoca más alteraciones mentales y es potencialmente inductor de paranoia y ansiedad. Del mismo modo, los consumidores de marihuana saben desde hace tiempo que las variedades sativas son diferentes de las índicas; la sativa se asocia con un subidón más energético, propenso a producir ansiedad y paranoia en algunas personas, mientras que la índica es más sedante. Hay pruebas sólidas de que el cannabis con alto contenido en CBD puede aliviar la psicosis por la sencilla razón de que es ansiolítico, del mismo modo que los antipsicóticos son útiles para muchas personas porque son tranquilizantes. El CBD, sin embargo, carece claramente de los devastadores efectos secundarios de los fármacos antipsicóticos.

(La industria del cannabis aún está saliendo de la clandestinidad y, al carecer de la regulación y el control de calidad de otras industrias, los usuarios aún tienen que confiar en el ensayo y el error. No es una garantía que lo que el dispensario etiquetó como Blue Dream no sea en realidad Kali Mist, o que no haya sativa en esa tintura marcada como indica. Los usuarios medicinales estarán mejor servidos por la legalización, que permitirá una mayor comprobación y fiabilidad del suministro, como en la industria del vino. El mejor papel de la regulación en el proceso de legalización es objeto de un intenso debate entre los cultivadores, preocupados por cuestiones como la sostenibilidad ecológica, las condiciones laborales y el espectro de la especulación al estilo de las grandes tabacaleras. En el condado de Sonoma, donde vivo, hay una enorme industria de la marihuana y grandes sumas de dinero que se trasladan al estado en previsión de que California siga la tendencia hacia la plena legalización. La industria legal del vino en la zona es muy turbia, y tiene una merecida reputación de desprecio codicioso por el medio ambiente y la comunidad local en su rápida expansión. Esto podría ser un cuento con moraleja: el suave aura de paz-ecología-amor de la marihuana puede, según temen algunos, dar paso rápidamente a las realidades despiadadas de otra industria en auge y de un producto agroindustrial).

Se está corriendo la voz sobre el CBD. Además de los correos electrónicos de personas que relacionan la psicosis con el consumo de marihuana, ahora me encuentro habitualmente con personas en mi trabajo que tienen la suerte de estar en un estado o país legal, o que pueden arriesgarse a adquirir hierba en la clandestinidad, que consumen cannabis para ayudarse con las experiencias angustiosas asociadas a la psicosis y al diagnóstico de enfermedades mentales. Algunos han cambiado las variedades por otras con alto contenido en CBD y han encontrado efectos diferentes; otros utilizan el cannabis para ayudar a salir de los psicofármacos; otros utilizan el cannabis en lugar de los psicofármacos, y otros – muy interesante – han obtenido beneficios del cannabis y nunca han tomado medicamentos psiquiátricos. Los estudios científicos sobre el CBD apoyan lo que estoy argumentando: un estudio de la Universidad de Colonia, en Alemania, en un ensayo de cuatro semanas, encontró que el CBD es tan eficaz como un antipsicótico para calmar los síntomas psicóticos. Un coautor del estudio escribió: «No sólo era [el CBD] tan eficaz como los antipsicóticos estándar, sino que además estaba esencialmente libre de los efectos secundarios típicos que se observan con los fármacos antipsicóticos.»

Un vistazo a los resultados de la investigación sobre el CBD de estudios de todo el mundo muestra pruebas que apoyan lo que ya sabemos: la marihuana con CBD puede ayudar a las condiciones de salud mental. Estos usuarios suelen ser cuidadosos en la dosificación, algunos incluso utilizan sólo unas gotas o dosis «homeopáticas» para conseguir los efectos deseados.

(Otras investigaciones también son intrigantes. Numerosos estudios muestran un alivio de la ansiedad y, en consonancia con los estudios sobre el Alzheimer y el Parkinson, un estudio de la Universidad de Montreal publicado en Psychiatry Research mostró incluso que los consumidores de cannabis diagnosticados de esquizofrenia tenían mejor memoria y funcionamiento del lóbulo prefrontal que los que no consumían cannabis. ¿Podría ser el cannabis no sólo un sustituto de los medicamentos psiquiátricos, sino un tratamiento para los daños que éstos causan? Y otros estudios más preocupantes, como los que muestran un deterioro de la memoria y un daño en el desarrollo de los jóvenes, son esenciales para llegar a un acuerdo en cualquier evaluación de beneficio/riesgo, pero ¿qué tienen que ver la dosis y la variedad con los resultados que encontraron estos estudios?.

Así que el tipo de cannabis utilizado, así como la dosis, puede explicar parte del rompecabezas de los diferentes informes en torno al cannabis y la psicosis. Esto se suma a un principio general con todas las sustancias psicoactivas, un principio que también se aplica al cannabis:

La respuesta al consumo de cannabis es muy diversa e individual. La comunidad dispensadora de marihuana medicinal conoce perfectamente el hecho de que, como «medicina», el cannabis no proporciona un «tratamiento» uniforme. Por el contrario, al igual que cada persona experimenta la «enfermedad» de forma diferente, cada individuo tiene su propia respuesta, y lo que es adecuado para una persona puede no serlo para otra, – incluida la necesidad de renunciar al cannabis por completo. Algunas personas consideran que el «subidón» contribuye positivamente a su condición médica y a sus circunstancias vitales, mientras que otras buscan variedades que tengan efectos útiles sin el subidón. El personal de los dispensarios que he conocido está capacitado para ayudar a las personas a encontrar diferentes variedades y dosis para sus necesidades individuales.

El abuso de sustancias es un problema grave y devastador. Algunas personas consideran que la abstinencia es la mejor estrategia, como seguir un programa de 12 pasos de Alcohólicos Anónimos. Consumir cualquier droga -alcohol, tabaco o cannabis- implica riesgos. El cannabis debe someterse a la misma precaución, pero en general el cannabis es, sin duda, mucho más seguro para el cuerpo que el alcohol o el tabaco (cero muertes causadas por la marihuana en comparación con muchos millones de muertes por alcohol y tabaco), y mucho más seguro que cualquier medicamento psiquiátrico. La creciente legalización y medicalización del cannabis será sin duda utilizada por algunos para racionalizar su adicción o para evitar enfrentarse al hecho de que la droga no les ayuda, pero esto es así con cualquier sustancia, incluidos el alcohol y los medicamentos psiquiátricos. Una vez que salgamos de la polaridad demonización/romantización de la mentalidad de la Guerra contra las Drogas, podremos abordar esta complicada realidad con mayor claridad. Decir que el cannabis puede ser útil para algunas personas no significa negar que pueda empeorar a otras.

¿Qué pasa conmigo personalmente? Hace años descubrí que la marihuana sólo empeora mi propia ansiedad y me desconecta aún más de la realidad. Fumaba en la época en que me hospitalizaron por primera vez y, aunque dejé la marihuana, tuve otro brote psicótico muchos años después, cuando no consumía ni había consumido marihuana durante 8 años. Sin embargo, creo que la marihuana fue un factor que contribuyó -pero en ningún caso causal- a mi primera crisis, y que fumar desempeñó un papel en los varios años de declive que condujeron a esa crisis. Pero es revelador que los médicos del hospital que me entrevistaron exageraron todo esto. Cuando me trasladé a Conard House, un centro ambulatorio de San Francisco, me enviaron a una reunión antidroga obligatoria junto con todos los consumidores de marihuana de la casa, independientemente de la frecuencia de consumo o de si se abusaba de ella o era un problema. Cuando desafié al líder de la reunión diciendo que la marihuana era mucho más segura que el alcohol, me echaron del programa. (Me enviaron a un refugio para indigentes en la 14ª y la Misión, justo al lado de un próspero mercado callejero de crack en el que me cruzaba con traficantes todos los días al ir y volver de mi habitación. Un buen amigo mío de un programa anterior, que llevaba varios años absteniéndose de consumir cocaína, fue enviado al mismo refugio, y vi cómo perdía gradualmente el control de su adicción con la tentación de esos traficantes; abandonó el refugio y nunca volví a saber de él).

Creo que las variedades de CBD son prometedoras, y yo personalmente no dudaría en probar una pequeña dosis de marihuana con CBD en un momento de angustia emocional en el que sintiera que se me habían acabado las demás opciones. Observaría cuidadosamente mi respuesta, y sólo continuaría si me sintiera seguro de que no me voy a poner paranoico o ansioso. Amigos, clientes y colegas que consumen cannabis me han informado sobre su potencial si alguna vez lo necesitara, y me han introducido en el sistema de dispensarios de California. Estoy agradecido de vivir en un estado en el que puedo aprender sobre estos temas, y puedo probar primero una magdalena de CBD (sin gluten, por supuesto) en lugar de una dosis de Seroquel si alguna vez se me va la mano con la privación del sueño, o se me va la mano con una psicosis. Y cuando he visto a amigos caer en el vórtice psicótico y dirigirse al hospital, me gustaría que hubiera alguna hierba con CBD para probar primero y ayudarles a romper el ciclo de crisis, en lugar de confiar en un medicamento psicológico como último recurso.

Con los clientes con los que trabajo, ahora siento que no es ético como terapeuta no incluir el cannabis en la lista de posibles herramientas de bienestar para aquellos que residen en los estados en los que la marihuana es legal. Soy pro-elección al respecto de los psicofármacos, y si reconozco que los antipsicóticos, incluso con sus riesgos, pueden ser una opción acertada para algunas personas, estaría completamente, bueno, loco si no reconociera que el cannabis también puede ser una opción acertada para algunas personas. Siempre he acogido la fitoterapia y los tratamientos tradicionales chinos y de otro tipo en el abanico de posibles opciones de bienestar, porque tienen un historial demostrado de ayuda a muchas personas. El cannabis también tiene ese historial, y creo que todos los que trabajan en este campo como terapeutas o psiquiatras deben considerar adoptar la misma postura que yo.

Desde el punto de vista de la defensa de la salud mental, la legalización de la marihuana también tiene muchas otras implicaciones que nosotros, como profesionales de la salud mental, deberíamos tener en cuenta. La AMA, la APA, la NAMI y otros grupos no han abordado esta cuestión de forma responsable. Un estudio del American Journal of Public Health realizado por un equipo de economistas, por ejemplo, examinó los estados que habían legalizado la marihuana para uso médico. El estudio descubrió que había una reducción del 10,8% en la tasa de suicidio de los hombres de 20 años y del 9,4% en los de 30 años. Esto es extraordinario: sabemos que el consumo de fármacos psiquiátricos puede exacerbar la idea de suicidio (la advertencia sobre los fármacos está ahí mismo en la etiqueta), y el alcohol, por supuesto, puede contribuir a las ideas de suicidio. No está claro exactamente por qué una mayor disponibilidad de cannabis medicinal podría reducir las tasas de suicidio, pero se trata de un hallazgo muy, muy significativo que debe estudiarse más a fondo para cualquiera que se tome en serio la prevención del suicidio. (Hace poco perdí a una querida amiga por suicidio, y estoy convencido de que las benzodiacepinas y el alcohol influyeron en su muerte. Me gustaría que su terapeuta y sus médicos hubieran explorado el cannabis como alternativa -ella necesitaba cualquier alternativa- y su muerte es una de las cosas que me motivan a escribir esta entrada del blog y a «salir del armario» con mis decisiones de práctica clínica en torno al cannabis).

Los estudios también muestran que la reducción del consumo de alcohol es resultado de la legalización, lo que, de nuevo, tiene enormes implicaciones. El alcohol es una droga extremadamente peligrosa y socialmente destructiva, con notorios daños para la salud mental. El Consejo Nacional sobre Alcoholismo y Drogodependencia informa que el consumo de alcohol es un factor en el 40% de todos los delitos violentos en Estados Unidos, incluido el 37% de las violaciones y el 27% de las agresiones con agravantes. Sólo en 1995, los estudiantes universitarios denunciaron más de 460.000 incidentes de violencia relacionados con el alcohol en EEUU. Un estudio prospectivo de 2011 descubrió que el abuso en el noviazgo estaba relacionado con el consumo de alcohol entre los estudiantes universitarios. Un estudio de 2014 descubrió que la marihuana tenía tasas claramente inferiores de violencia doméstica y de pareja asociadas. Como señaló el cómico pro-legalización Bill Hicks, imagina que estás en un evento deportivo y un tipo delante de ti está gritando y provocando una pelea: ¿está colocado de marihuana o está borracho de alcohol?

Reducir el consumo de alcohol en la sociedad probablemente reducirá la violencia; reducir la violencia significa reducir los traumas en la sociedad en su conjunto. ¿Cuándo perdimos de vista el fin de la violencia como forma de prevenir la causa de tantos problemas de salud mental? Y la legalización ya ha reducido las muertes por accidentes de tráfico asociadas a la conducción bajo los efectos del alcohol en los estados en los que es legal: cada muerte de tráfico envía ondas expansivas de trauma y dolor, y hace que muchas personas se vuelvan hacia el alcohol o las drogas psiquiátricas. (Hicks también dijo que el mayor peligro de conducir puesto es golpear la puerta del garaje por olvidarse de abrirla). La legalización de la marihuana es una solución “río arriba” con enormes implicaciones. Desde el punto de vista de la salud pública, realmente no hay discusión: si podemos reducir el consumo de alcohol en la sociedad, entonces la legalización de la marihuana merece claramente la pena. Según los Centros de Control de Enfermedades, el abuso de opiáceos con receta, como Oxy-Contin y Vicodin, es una epidemia nacional que mata a 16.000 personas al año y destroza vidas y familias. La legalización del cannabis también podría reducir el mercado y la demanda ilegal de opiáceos, aliviando esta epidemia.

La legalización del cannabis también tiene importantes implicaciones para los jóvenes y las familias, una vez que comprendamos la complejidad del consumo de sustancias. La Guerra contra las Drogas ha devastado a la comunidad negra de EEUU, y es vergonzoso que las organizaciones de salud mental dominadas por los blancos no se hayan pronunciado contra la prohibición. La cárcel y la policía son un factor traumatizante que interfiere directamente en la recuperación de la salud mental. Aunque la legalización, según el Journal of Adolescent Health, no ha provocado un aumento del consumo de marihuana por parte de los adolescentes, da más flexibilidad a las familias y a los jóvenes. Para los jóvenes que consumen cannabis, podría ser más realista cambiar el tipo de cannabis que consumen como enfoque de reducción de daños, en lugar de abandonar el cannabis por completo. Muchos jóvenes están comprometidos con el cannabis como un estilo de vida, una forma de expresión religiosa y un camino hacia la independencia. Bajo la prohibición, es imposible hablar abiertamente de sus experiencias con el cannabis, y es difícil diferenciar las variedades de cannabis que consumen. Puede ser más fácil para un adolescente escuchar «usa las variedades de CBD, no las de THC» que escuchar «tienes que dejar de fumar por completo»; «puedes fumar hierba, pero con moderación» puede funcionar mejor que «no puedes colocarte en absoluto».

La perspectiva de la reducción de daños está mejor servida por la legalización. Las relaciones de colaboración requieren honestidad: los jóvenes de hoy en día saben que diferentes variedades provocan efectos diferentes, y conocen la hipocresía de una Guerra contra las Drogas que envía a la gente a la cárcel por fumar un porro y luego vende a su abogado whisky en el bar de al lado del juzgado. Las asociaciones excesivamente generalizadas entre la marihuana y los problemas de salud mental, incluida la psicosis, ignoran una realidad compleja.

Los adolescentes que consumen marihuana y tienen dificultades emocionales y psicológicas son como cualquier adolescente que tiene dificultades emocionales y psicológicas, por cualquier motivo. Necesitan ayuda y apoyo. La familia necesita ayuda y apoyo. El problema nunca es «marihuana más genética es igual a trastorno psicótico». La marihuana puede ser, o no, parte del problema. Cuando las familias -y los médicos- culpan a la marihuana, suele ser un signo de que se está evitando un problema más profundo. La prohibición se basa en el miedo, el mismo miedo que hay detrás de la búsqueda de una respuesta simplista, algo a lo que agarrarse como solución en una situación que se siente fuera de control.

El consumo de cannabis se convierte entonces a menudo en una lucha de poder en las familias. Como terapeuta, he visto una y otra vez a familias en las que un hijo o hija se ha vuelto psicótico después de consumir marihuana, y la respuesta de la familia es prohibir a su hijo o hija que consuma. ¿Y qué hace el joven? Sigue fumando, por supuesto, excepto que ahora tiene un nuevo problema: esconderse de sus padres, tener una lucha de poder con sus padres y el comienzo de un ciclo de aislamiento si la lucha de poder continúa. Tengo que trabajar duro para mantener una relación de confianza con ambas partes, y ese trabajo se hace más difícil a medida que hay más miedo a la prohibición y se va afianzando la intolerancia. La solución es crear conversaciones sobre la sustancia; incluso si los padres están firmemente en contra de cualquier consumo de marihuana, es importante respetar a todas las partes, pero en un terreno de juego igualitario en el que el joven pueda ser validado por una elección que tiene algo de ciencia a su favor. Descartar una de las partes no ayuda. ¿No tiene más sentido decir «hablemos» que decir simplemente «no»?

No tengo ninguna duda de que el consumo de marihuana ha desempeñado un papel en los problemas de psicosis de muchas personas. Trabajo habitualmente con personas para animarlas a dejar de fumar cuando saben que pueden llegar a una crisis. He visto a personas que han dejado la marihuana y han vuelto a consumirla y han acabado hospitalizados. Y la marihuana puede ciertamente llevar a la habituación a algunas personas y desempeñar un papel en los problemas de sustancias. Educar a la sociedad sobre estos riesgos tiene el mismo sentido que educar a la sociedad sobre los riesgos del alcohol, siempre que no se exageren los riesgos. Personalmente, me gustaría que el cannabis evitara la comercialización del alcohol y fuera una opción personal más aceptada -pero no promocionada ni publicitada-. Realmente no necesitamos más consumismo del que ya tenemos. En cambio, necesitamos una honestidad y un uso inteligente que realmente no tenemos ni siquiera con el alcohol, con toda la publicidad del alcohol y la cultura de la hora feliz y las vacaciones de primavera.

Y en cuanto a los riesgos, ¿qué hay de la correlación entre la psicosis de las primeras vacaciones con un mayor índice de consumo de marihuana? En mi opinión, esa preocupación es válida, y también es, al menos en parte, engañosa. ¿Y si la causalidad va a veces en la otra dirección? ¿Y si las personas que acaban siendo psicóticas se sienten atraídas por los estados alterados de conciencia en general, y si primero buscan en la marihuana lo que luego acaban buscando en su ruptura con una realidad psicótica? Trabajando con jóvenes durante muchos años, veo que la necesidad de «colocarse» viene primero, y no después, de la sustancia. Pocas familias tienen discusiones sinceras sobre la necesidad de drogarse y evadirse, ya que es una necesidad humana que todo el mundo tiene. Y drogarse repetidamente puede ser una vía de escape ante unas circunstancias vitales insostenibles y unas opciones confusas. Puede que un joven se vea atraído por el cannabis por la misma necesidad interna que acabará por llevarle a la psicosis, correlacionando ambas cosas, pero sin indicar causalidad.

A medida que vamos aceptando el impacto devastador que tienen los fármacos psiquiátricos en la sociedad, nos enfrentamos a una pregunta obligada: ¿Y si hubiera un sustituto? Alguien que esté considerando una benzo, o un antipsicótico, o un antidepresivo, está a punto de embarcarse en una opción de tratamiento arriesgada que podría funcionar bien, o podría acabar destruyendo su vida. Esa es la realidad de los riesgos de los fármacos psiquiátricos. Hay que recordar que la alternativa de la Casa Soteria y el enfoque del Diálogo Abierto recurren a los fármacos psiquiátricos como último recurso. ¿Qué pasaría si todo el mundo tuviera, a gran escala, la opción de elegir algo con un perfil de efectos secundarios más bajo, y quizás así se pudiera desviar de una vía arriesgada? Eso puede ser lo que los EEUU están a punto de conseguir con la legalización. ¿Y qué sabemos exactamente de la influencia de Pharma en la oposición a la legalización de la marihuana? La Asociación Médica Americana y la APA se oponen desde hace tiempo a la legalización; ¿representa el cannabis medicinal una amenaza para los mercados de Pharma?

Estas implicaciones sociales no han pasado desapercibidas para la red de intereses financieros que se benefician de la prohibición del cannabis. La misma corrupción de la política pública que impulsa el consumo de drogas psiquiátricas es también evidente en los esfuerzos por bloquear la legalización. El Dr. Herbert Kleber, de la Universidad de Columbia, un académico con impecables credenciales, es ampliamente citado en la prensa advirtiendo contra la marihuana, y también es consultor remunerado de las principales empresas de medicamentos con receta. El fabricante de Oxy-Contin, Purdue Pharma, y el fabricante de Vicodin, Abbott Laboratories, se encuentran entre los principales financiadores de la Coalición Comunitaria Antidroga de América y de la Asociación para Niños Libres de Drogas, ambas feroces defensoras de la prohibición (otros financiadores son Janssen y Pfizer). Cuando el llamado Proyecto SAM (Smart Approaches to Marijuana) de Patrick Kennedy trabajó contra la iniciativa de legalización de Alaska, los activistas contraatacaron señalando los amplios vínculos financieros de la organización con el lobby del licor y la cerveza. El Dr. Stuart Gitlow, presidente de la Sociedad Americana de Medicina de la Adicción, otro opositor a la legalización, acudió a los medios de comunicación para rebatir la declaración del presidente Obama de que la marihuana no es más peligrosa que el alcohol; Gitlow es director médico de la empresa farmacéutica Orexo, fabricante de opioides. El ex jefe de la Administración para el Control de Drogas, Peter Bensinger, y el ex zar antidroga de la Casa Blanca, Robert DuPont (sí, ése era su título), dirigen ahora una empresa comercial especializada en el mercado de las pruebas de drogas en el lugar de trabajo.

Mientras que algunos policías se han manifestado en contra de la Guerra contra las Drogas, muchos policías presionan a favor de ella. ¿Será porque reciben millones de fondos para utilizarlos en virtud de las leyes de incautación de dinero de la droga y de confiscación de activos? Un sheriff de Florida que lideró la oposición a la legalización llegó a declarar abiertamente que los decomisos de activos de la droga eran importantes para los recursos de las fuerzas del orden del condado. A la legalización de California se opuso otro lobby policial que hizo carrera canalizando subvenciones federales de la Guerra contra las Drogas a las fuerzas del orden estatales. Esto es corrupción en su forma más cruda: un mandato para servir al bien público desviado hacia el beneficio individual.

Como dijo el subjefe del Departamento de Policía de Los Ángeles, Stephen Downing, a The Nation: «La única diferencia que hay ahora con respecto a los tiempos de la prohibición del alcohol es que, en los tiempos de la prohibición del alcohol, las fuerzas del orden -la policía y los jueces- recibían su dinero en bolsas de papel marrón. Hoy, obtienen su dinero a través de programas legítimos y sistemáticos dirigidos por el gobierno federal. Por eso utilizan sus organizaciones de presión para luchar contra cualquier reforma». La legalización significa desafiar las economías de influencia y las políticas de corrupción que han hecho de la política de drogas y la criminalización un gran negocio. Es importante destacar que el fin de la Prohibición del alcohol en 1933 supuso una amplia limpieza de esta corrupción desde el nivel federal hasta el local; es de esperar que el impulso popular de la reforma de la política del cannabis tenga igualmente amplias implicaciones anticorrupción.

Incluso cuando apoyamos una consideración prudente y evitamos hacer cualquier aprobación general, el cannabis es una poderosa planta psicoactiva que conlleva riesgos. Las pequeñas dosis controladas -unas gotas de tintura, una pequeña calada de un cigarrillo, un solo caramelo comestible- siguen siendo imprevisibles, y pueden lanzar a alguien a un estado alterado desagradable, dificultar el trabajo o las relaciones en público, provocar insomnio, interferir en la conducción, encaminar a alguien hacia la adicción o algo peor. Los daños en el desarrollo de la memoria y la cognición de los adolescentes podrían revelarse tras un consumo intenso a largo plazo. Hay riesgos: no es una solución única para todos. Llevará algún tiempo ordenar los estudios y las investigaciones de forma honesta y obtener una idea realista del impacto social tras un legado de investigación politizado y corrupto.

Y esto subraya uno de los problemas centrales del debate sobre la política del cannabis. Los activistas de la legalización eligieron sabiamente hacer hincapié en los usos médicos en un camino hacia una mayor aceptación de la marihuana. Pero en la práctica, como planta medicinal, el cannabis nunca ha sido y probablemente nunca será un tratamiento médico específico. Es una planta, no una píldora. Consumir cannabis es tomar la decisión de introducir en el cuerpo una sustancia que tendrá efectos únicos e imprevisibles en la conciencia. Es una decisión vital. Ingerir una sustancia te cambia, de forma sutil o dramática.

Al igual que la ingesta regular de alcohol, el consumo diario de café, el consumo de cigarrillos y el uso de alimentos y hierbas medicinales en las culturas tradicionales, la marihuana se entiende mejor como una relación. El cuerpo y la mente humanos tienen receptores especialmente diseñados para interactuar con el cannabis, lo que ayuda a explicar la amplia gama de efectos sobre la conciencia y la salud física que ahora se estudian y experimentan. Los usos y variedades específicas pueden dirigirse a los síntomas asociados a un diagnóstico, pero el cannabis no es como la penicilina. Sólo el individuo sabe cómo se alteran la percepción y la conciencia, y si eso se experimenta como una ventaja o una desventaja en la vida. Algunas personas elegirán estar colocadas si eso va acompañado de la reducción de algún otro malestar; otras preferirán evitar colocarse de cualquier forma. Desde la comida hasta el cine, pasando por el vino y la sexualidad, la «automedicación» es, al fin y al cabo, una práctica social muy extendida y debería reconocerse: todos, en cierta medida, nos medicamos, al igual que todos, en cierta medida, nos drogamos. Y esto es lo que hemos pasado por alto en nuestra comprensión de las drogas psiquiátricas: también son sustancias muy potentes que alteran la mente y nos hacen «colocarnos». No es lo que pensamos que es un colocón, pero seguimos estando alterados cuando tomamos nuestro Zyprexa o nuestro Prozac, y algunos fármacos psiquiátricos, como las benzodiacepinas y los estimulantes, se utilizan ampliamente con fines recreativos. Los fármacos psiquiátricos tienen claras toxicidades para el organismo; el cannabis tiene muy pocas, y un amplio perfil de beneficios. Por eso se ha utilizado en todo el mundo como medicina desde la prehistoria. También altera la mente, a pesar del énfasis en el uso «médico», y tenemos que reconocer que alterar nuestras mentes forma parte de lo que hacemos como humanos.

Necesitamos la libertad, especialmente cuando nos enfrentamos a una angustia y una crisis extremas, para elegir qué riesgos queremos asumir y qué sustancias queremos introducir, o no, en nuestros cuerpos y mentes. Hoy en día nos bombardean con tensiones físicas y psicológicas en prácticamente todos los aspectos de nuestra vida. Algunos elegimos el alcohol, otros el yoga, el running y la comida orgánica. Algunos elegimos el cannabis. Tenemos que considerar esta elección desde el punto de vista ético y de principios, y tenemos que asegurarnos de que las personas que exploran esta opción no sean encarceladas por ello.


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