Alienación y desencuentro, de Josep Alfons Arnau (Jau)

(Texto-base de la conferencia impartida en la Facultad de Sociología de la Universidad de Barcelona —Sociología de la salud mental—  el 16-XII-1999)

«Pero desde siempre, desde la primera restauración prehistórica de la dominación que sigue a la primera rebelión, la represión desde afuera ha sido sostenida por la represión desde dentro, el individuo sin libertad introyecta a sus dominadores y sus mandamientos dentro de su propio aparato mental.»

Herbert Marcuse. Eros y civilización.

En primer lugar, quiero darle las gracias al profesor Ignasi Pons por abrirle por segunda vez a la contrapsicología este espacio en la Facultad de Sociología de la Universidad de Barcelona en el cuadro de la interesante materia que imparte: La Sociología de la salud mental.

Voy a reflexionar hoy, espero que con vosotros y vosotras, sobre la demencia social que recorre las relaciones humanas en el actual marco social y sobre todo al respecto de algunos de los mecanismos de adaptación mental a esa demencia.

El término demencia social lo planteó David Cooper (1) en los años setenta del pasado siglo, para resaltar el carácter patológico para la salud mental de las actuales formas de «convivencia», a las que a mí me parece justo llamar formas de relación del desencuentro.

Estas formas de relación del desencuentro tienen su base en los valores dominantes, que son, cómo no, los de la clase dominante —a la que, utilizando una clarificadora expresión de Noam Chomski, pertenecen «los que controlan las cosas»—, valores que actúan cual sistema axiológico central que profesa como dogmas occidente. Sistema de valores que condiciona la actividad social de la «mayoría» y, por y con ello, sus emociones y su experimentar la realidad compartida.

Los pretendidos axiomas axiológicos que hace suyos el sistema (o el «tinglado», si se prefiere, que es como lo llama el piel roja protagonista de la novela: «Alguien voló sobre el nido del cuco» de Ken Kessey) pueden ser resumidos de la siguiente forma entre otras posibles:

– La visión de los/as otros/as como potenciales instrumentos para el enriquecimiento material propio, en tanto que experimentados no cual personas, sino como: productores, socios, proveedores, clientes, contactos… Es decir, la noción de licitud ética de la explotación de unos seres humanos por otros, vía la extracción de plusvalía o vía el negocio —que al parecer etimológicamente significa negación del ocio— y la extensión del experimentar a esos otros/as ya no sólo como objetos de explotación económica, sino también afectiva, sexual, cual instrumentos de prestigio… En definitiva, el situarse en cosificar al ser humano —experimentado y utilizado cual una cosa—, cosificación del ser humano que ya otros sistemas sociales previos al actual construyeron.

– El experimentar a la naturaleza y a lo que en ella habita también como cosas y no cual seres vivos, con violencia hacia su ser —por ejemplo, Roger Bacon, uno de los considerados precursores de lo científico y su método, ya en el siglo XIII definía al experimento como: «La manipulación de la naturaleza», y se dice que el otro Bacon, el Francis del siglo XVII, también alabado como precursor del método científico en tanto que defensor del pensamiento inductivo, consideraba que el conocimiento se consigue: «Violando los secretos de la naturaleza». La «manipulación» y el «violar» se convirtieron en la contemporaneidad, con el avance en medios técnicos sesgados hacia esa dirección, de metáfora a literalidad con acciones de abierta destrucción del entorno natural, situándose el ser humano en el delirio, que crece con el neo-liberalismo, de la posible creación de un entorno puramente artificial —por ejemplo, a la destrucción del equilibrio ecológico se le suma que las grandes urbes se están convirtiendo en una amalgama de centros comerciales/parques temáticos.

– La noción de licitud ética de la fabricación de productos en función de la búsqueda de ganancia mercantil, con esencialmente valor de cambio y creación artificial de su valor de uso. Es decir: la producción masiva y en consecuencia, el consumo de productos en función de la ganancia en el mercado y no en función de la necesidad. Decir necesidad en el caso del ser humano, es decir: vivir saludablemente y tener en cuenta la utilidad social y el goce. Y la aparición, con este alejamiento y desconexión de lo real (en la medida en que es la necesidad —el vivir saludablemente, la utilidad social y el goce— lo que expresa lo real), de la construcción de una cultura de la artificialidad/virtualidad reforzada últimamente con los «avances» tecnológicos en informática y telemática en general, cultura que por ese alejamiento de lo real ya algunos, como Guy Debord y los situacionistas, llamaron hace tiempo: «la sociedad del espectáculo» (2).

– La noción de licitud ética, a su vez, de la violencia y el autoritarismo como la forma de resolver los conflictos. Violencia no ya sólo contra la naturaleza y sus seres e intrahumana en lo macrosocial, con la guerra como su máxima expresión (3), sino también en lo cotidiano (de lo que el crecimiento de policías privadas —guardias jurados— es buena muestra, y los malos tratos a niños y mujeres lacerante expresión (4)). Y el criterio autoridad para la toma de decisiones —delegando éstas en figuras paternales (los expertos, incluidos los políticos) como valor de lo que se ha dado por llamar patriarcado.

– Y finalmente, dentro del culto al éxito social, con el baremo de tanto tienes tanto vales y su resultado de competitividad, cual piedra angular de todo el tinglado, el culto fetichista al dinero. Experimentándolo como a un dios al que se le dan los atributos efectivamente de una deidad: omnipotencia, omnisciencia y eternidad —parece impensable para la «mayoría» el siquiera imaginar una sociedad sin dinero. Y dios por el que en extremo se está dispuesto a todo tipo de sacrificio, incluido el humano.

En efecto, un sistema de valores, el actual de occidente, basado en tales —para él— axiomas, es demente y no puede más que producir demencia. Demencia en el sentido del término de estar fuera de la propia mente, es decir, en tanto que separado de los demás y del entorno natural y como resultado de ello: extrañado de uno/a mismo/a. Ya que lo que se produce en tal marco social es lo que diferentes pensadores definieron como la alienación.

Recordemos brevemente, y por lo que yo sé, que de alienación hablaron fundamentalmente los filósofos: Hegel, Marx y Sartre.

Para Hegel, y desde la metafísica, señalándonos como enajenante la «objetivización del espíritu», alienación sería también definible como: «La conciencia de  infelicidad donde uno se siente separado de su entorno» (5).

Para Marx, en el marco de su análisis del sistema capitalista como sociedad de clases en la que la mercancía o valor de cambio es la base, la alienación sería la separación —o extrañamiento— de la comunidad humana. Es decir, la perversión de lo que llamó «la vida genérica»: la sociabilidad. Perversión de la vida genérica que se produce a partir de que los valores, que lo son de competencia por el imperio de la mercancía, los construye una minoría en su beneficio y los debe asumir la mayoría a pesar de operar tales valores en su contra. Marx, en efecto, y desde el materialismo filosófico, extendió el análisis de la alienación al sistema económico capitalista —de mercado y trabajo asalariado—, planteando el extrañamiento de la comunidad y de sí mismo/a que genera la fabricación de objetos que no tienen que ver con la vida de los y las que los producen y que hacen del trabajo una actividad enajenada, convirtiendo a sus realizaciones en «poderes extraños al ser humano», concluyendo en que: «La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas» (6).

Para Sartre la alienación, partiendo de lo que llamó «la alteridad del ser en su devenir dialéctico»  —ser para sí y ser para el otro—, consistiría en la cosificación de las personas y de uno mismo: situar a los demás, y  permitir el ser situado uno mismo, en el polo exclusivo de ser para el otro (7).

Nuestra existencia se desarrolla en el marco de un sistema alienante, productor de alienación, que es una de las formas de llamar también a la demencia o enajenación, al estar fuera de sí. Puesto que la conciencia de infelicidad por la separación del entorno natural y la cosificación de los otros y de sí, parecen inevitables cuando valores y marco económico empujan a vivir no en relación tendente a la cooperación, respeto y máxima armonía posible con los otros/as y la naturaleza y los seres que en ella habitan, sino en competencia y agresión hacia todo lo que no sea el yo y lo que se considere sus extensiones —lo que algunos llaman «los míos»—, es decir,  nuestra existencia se produce con el condicionante de ser empujados a vivir inmersos en un sistema de relaciones del desencuentro.

Sostengo, con muchas otras y otros, que el ser humano, por su naturaleza, no puede permanecer sano en una relación de hostilidad con los demás y su entorno —que es lo que producen los valores antes sistematizados en los cinco axiomas axiológicos que hace suyos el marco social en presencia—, puesto que ello produce inevitablemente la también hostilidad y extrañamiento —alienación— hacia el sí mismo/a.

Hasta tal punto esto es así, la imposibilidad de salud en una situación de hostilidad relacional, que cuando aparece de forma total o casi total esa relación del desencuentro, no sólo la enfermedad surge con claridad, sino que puede hacerlo también la muerte: por ejemplo, y desde el psicoanálisis en este caso, dos investigadores: Spitz y Bowlby, descubrieron, hace ya muchos años, cómo los niños/as recién nacidos asilados en instituciones, que eran correctamente alimentados y su aseo cuidado pero que recibían hostilidad afectiva en sus primeros meses de vida (ausencia de caricias, cambios súbitos en la forma de ser tratados: con «cariño» manifestado de forma histriónica y poco después rechazo a gritos…), generaban mayoritariamente enfermedades rebeldes de la piel —Síndrome de Spitz—, llegando en el caso de la privación total del apego al llamado marasmo que puede conducir a la muerte del bebé (8).

Y un terapeuta sistémico actual, Paul Watzlawick, retoma el tema parcialmente explicando a su vez, con ejemplos sacados de la historia universal, cómo cuando se han producido situaciones de ausencia total de relación de lenguaje oral o/y gestual durante los primeros meses de vida, y aunque se cubrieran sus necesidades fisiológicas, los bebés que se encontraban con tal realidad de ausencia de comunicación perecían (9). (¿Se suicidaban de algún modo?, ¿tendrá la llamada muerte súbita de algunos bebés en los macro-hospitales que ver también con ello?, me pregunto por mi parte).

En todo caso y sin llegar a tales grados extremos de aislamiento hostil, para adaptarse a un sistema que presiona hacia el extrañamiento del entorno natural, de los demás y por y con ello, de uno/a mismo/a, parece que se hace necesario construir una serie de mecanismos mentales —mecanismos del engaño y sobretodo del auto-engaño o de la falsa conciencia—, que son aparentemente de defensa para la persona, pero de carácter patológico como veremos finalmente.

Mecanismos mentales que producirían en las personas cambios profundos en la forma de experimentar el mundo y su actuar en él. Y mecanismos generados en un proceso psicológico del cual Erich Fromm —en el que me basaré bastante— explicó que tienen la potencialidad de producir importantes cambios en el carácter de las personas, proceso psicológico al que llamó de «adaptación dinámica» (distinguiéndola de la «adaptación estática», que no produciría cambios importantes en el carácter de una persona).

Fromm definió la adaptación dinámica a la alienación social de la siguiente forma: «…ella consiste esencialmente en adaptarse a ciertas condiciones externas —especialmente las de la primera infancia—, que son en sí mismas irracionales…» (10).

Voy a desarrollar dos, a mi parecer centrales, de esos mecanismos de adaptación dinámica a la alienación que introyecta el ser humano de nuestra época. El primero, analizado por el mismo Fromm: las racionalizaciones irracionales. El segundo, planteado por Cooper y Laing desde la antipsiquiatría: la negación de las persecuciones reales y uno de sus resultados: la paranoia inducida.

Después, y por cuestiones de tiempo, sólo citaré sintéticamente tres más de ellos: la búsqueda de chivos expiatorios, la ilusión de alternativas, y la conformidad automática.

 

1) Las racionalizaciones irracionales:

Podemos definir la racionalización irracional como una construcción ideológica por parte de una persona para explicar las causas de algunas de sus acciones o ideaciones, pero una construcción ideológica o explicación que se caracteriza por no responder a las motivaciones reales que desencadenan tales acciones o pensamientos, y construida por ello a posteriori de la aparición de las susodichas acciones o/y pensamientos.

Para el psicoanálisis (11), la persona que realiza una racionalización irracional desconoce las verdaderas motivaciones de su acción —o/y pensamientos—, pues según tal modelo heurístico, es decir, interpretativo, estas motivaciones serían inconscientes y estaría reprimido su acceso al consciente (por ejemplo, por entrar en conflicto con el super-yo de la persona o su yo moral si se quiere). Sin embargo, al precisar de una explicación, para sí sobretodo, pero también para los demás, del porqué de su conducta o/e ideas, esa persona se construiría otros motivos diferentes a los reales cuya funcionalidad sería servir al mecanismo de la represión (supresión en el pensar) de la motivación real.

Al concepto de racionalización le añadió el adjetivo irracional el ya antes nombrado Erich Fromm, planteando que a pesar de que las racionalizaciones aparezcan en muchas ocasiones con un alto grado de coherencia lógica, sobretodo interna, son irracionales justamente por «…el hecho de que no constituyen el motivo real de la acción… » (12).

Pondré un ejemplo de racionalización irracional:

Supongamos una pareja de un hombre y una mujer, con un hijo menor de edad, en la que en un momento dado la mujer inicia una relación amorosa con una tercera persona y así se lo manifiesta a su marido. Este, sin poder asimilarlo, entra, por diferentes causas, en una situación emocional de celos pero sin siquiera aceptarse el reconocerlos. Supongamos que se separan y que el hombre muestra su desacuerdo con que el hijo vaya a vivir con la mujer, a pesar de que el niño manifiesta que eso es lo que desea y a pesar de que la mujer siempre ha actuado como una buena madre y así la caracterizaba anteriormente a la separación. Y supongamos finalmente que este hombre plantee como explicación a su negativa de que el hijo viva con la madre, que es en realidad por el propio bien del niño y su educación, ya que siempre había sospechado que su ex-mujer tiene un carácter desequilibrado y de incapacidad para el compromiso, que finalmente ella ha demostrado claramente con su infidelidad conyugal.

Nuestro hombre estaría produciendo una racionalización irracional con su explicación, si su motivación real fueran los celos inconfesables para sí mismo y para su imagen ante los otros.

No es necesario compartir la hipótesis del inconsciente para convenir que se puede producir una racionalización irracional: parece claro que alguien puede darse cuenta de algún modo, de forma leve si se quiere, en una situación de excitación emocional como la de nuestro ejemplo, que está encubriendo las motivaciones reales de sus actos, por inconfesables para sí y los otros, con una construcción ideológica falsa, pero con el tiempo acabar por creérsela.

En otras palabras, una persona puede percibir de alguna forma que actúa en un inicio con «mala fe» (en el sentido de inauntenticidad que le dio Sartre al término (13)), al dotarse de una pseudo-explicación de sus actos, pero con la repetición de la misma —y la rigidez en su lógica interna que implicará tal repetición— puede llegar ella misma a creer real esa construcción ideológica falsa. «Olvidando» entonces los motivos iniciales por no ser aceptables para el código moral que se ha pretendido propio, y pasando a convertirse lo que empezó como engaño a ser una racionalización irracional, es decir pasar a auto-engañarse la propia persona a sí misma.

Operaría aquí no el inconsciente, sino al contrario, la conciencia de desacuerdo con uno mismo/a, con lo que se sostiene por ejemplo qué es justo y una acción opuesta a ello. Y operaría en concreto la necesidad de eliminar esa «disonancia cognitiva» (14) y el malestar que produce, automatizando la falsa explicación motivacional hasta hacer muy difícil el recuerdo de la real, a la que se intentó conscientemente expulsar del pensar en el momento inicial del proceso.

En todo caso, lo que me interesa señalar es que, a mi entender y se comparta o no la hipótesis del inconsciente, las racionalizaciones irracionales siempre expresan el intento de negación de un malestar —en nuestro ejemplo los celos—, y la necesidad de justificar lo que aparece de algún modo como injustificable para el sujeto y su yo social.

En esta sociedad se produce un fenómeno paradójico: en la familia, en la escuela, en el corpus central de las doctrinas religiosas, en los medios de comunicación… se habla de la necesidad del respeto mutuo y la solidaridad entre los seres humanos y del respeto a la naturaleza, pero la realidad es que los valores contrarios son los que operan y se inculcan al unísono con los primeros desde tales instituciones, con, por ejemplo, la competitividad presentada como acicate del progreso personal y social o el antropocentrismo en la visión de la naturaleza.

Para sostener, justificar, esta situación de antinomias o contradicciones de hierro es necesaria la producción masiva de racionalizaciones irracionales, y a dos niveles: el macro-social y el individual.

En lo macrosocial con sistemas teóricos de justificación del discurrir social presentados como verdades científicas, como por ejemplo: ciertas utilizaciones del darwinismo para situarse en el antropocentrismo como justificación de la relación agresiva con el entorno natural y los seres que en el habitan, o las teorías, como las socio-biológicas, que defienden el innatismo genético de la violencia en el ser humano como pretendida matriz de la insolidaridad y la competitividad intra-humana.

Y en lo individual se producen racionalizaciones irracionales por parte de las personas, vividas como «necesarias» ante el sufrir la contradicción de desear la relación y valorizarla, y encontrar que existe como tónica —en las formas de tratarse mutuamente— el desencuentro, y que, para  adaptarse, se tiende a actuar hacia éste.

Citaré algunos ejemplos más de tipos de racionalizaciones irracionales individuales que pienso son de todas y  todos conocidos:

Las que realizan personas que por miedo a las consecuencias, por ejemplo de represión: no reaccionan contra una ley injusta y pretenden para sí y los demás que su pasividad no es el producto de ese miedo, sino de que gente formada como juristas y  gobernantes, «con muchos años de carrera y estudios», no pueden equivocarse al hacer una ley. (Con respecto al holocausto nazi muchas personas en Alemania, como recogió en algunas de sus novelas Heinrich Böll, al parecer justificaron posteriormente su pretendido «no enterarse» con un tipo de racionalización irracional de este tipo, arguyendo que no podían creer que tal cosa estuviera sucediendo, a pesar de las noticias que al respecto se filtraban, pues no les cabía en la mente que pudieran organizarla responsables gubernamentales, es decir responsables del «orden». Con respecto al genocidio por parte de los militares en Argentina en los años setenta, hace pocos días charlé con una persona que habitaba por entonces en ese país y que pretendía «no haberse enterado» y utilizaba argumentos similares).

O justificaciones de acciones fácilmente auto-perceptibles como de insolidaridad, con el argumento de: «si no lo hago yo otro lo hará y en cambio en mi caso seré más cuidadoso», por ejemplo, explotando económicamente a congéneres, pero «menos que otros».

O, y para finalizar los ejemplos, la justificación de pasividad en nombre de una teorización de la historia como estática y determinista que afirma, sin ningún dato que lo sustente, algo parecido a: «yo no me muevo aunque esto sea injusto, no por miedo o egoísmo, sino porque siempre han existido injusticias y por lo tanto siempre las habrá.»

El problema de la racionalización irracional, y es por ello patológica, es que no elimina la existencia de las motivaciones reales intra y extra-inconfesables, ni las consecuencias de las acciones que producen y el malestar consigo mismo/a que aparece. Pues si bien este malestar puede ser aplacado momentáneamente y aparentemente «olvidado» —de ahí que la racionalización irracional pueda ser definida como una defensa—, retorna inevitablemente, si no se va a sus raíces, es decir, rebrota el malestar, ya que no se reconoció ni se fue a la  raíz del mismo (en nuestros ejemplos reconocer e ir a la raíz de donde provienen los celos, el miedo a enfrentarse a la injusticia, o la insolidaridad y la pasividad).

Obligando esos rebrotes o retorno cíclico del malestar no abordado en su raíz, a la creación en cada ocasión de nuevas y más complicadas racionalizaciones irracionales que mejoren y apuntalen a las viejas, produciendo tal espiral demente más y más separación de uno/a mismo/a, y más y más separación de lo real.

La racionalización irracional produce efectivamente un doble pensar —en la medida en que expresa una contradicción entre motivos pretendidos y reales plantea una escisión personal. Un doble pensar que es neurótico y esquizofregénico: si por neurosis entendemos el desacuerdo con uno/a mismo/a, y por esquizofrenia la huida de lo real por insoportable (15).

 

2) La negación de las persecuciones reales y uno de sus resultados, la paranoia inducida:

El término paranoia es un concepto psiquiátrico, la psiquiatría llama paranoia al sentimiento por parte de una persona de la existencia de una persecución que no existe para la mayoría, un sentimiento pues, de la existencia de una persecución que debe ser «irreal» para que se trate de paranoia.

Sobre la llamada paranoia la psiquiatría (16), en general y con pocas excepciones, ha elaborado un discurso cuando menos oscuro, y también con ella la psiquiatría psicoanalítica al abandonar el análisis de lo social, situando el problema o bien la primera, mayoritariamente, en una etiología —causa— de descompensación neuroquímica nunca demostrada, o la segunda en un exclusivo conflicto intrapsíquico del individuo, diciendo por ejemplo cosas del tipo: se trata de un desplazamiento al exterior de un sentimiento interno de persecución del propio yo y deslizándose a una posición homofóbica de ligarla a la homosexualidad (17).

Pienso que las aportaciones de la antipsiquiatría, concretamente las de Laing y Cooper, son fundamentales para poder empezar a intentar entender el complejo problema de la llamada paranoia.

Laing planteó de forma muy sencilla, muy clara, que la paranoia está en la base del sistema social y lo explicaba de la siguiente forma:

«Existe una palabra que designa al individuo que se siente perseguido cuando la mayoría no lo cree perseguido: paranoia. No sería un exceso de simplificación afirmar que la paranoia tiene relación con el sentimiento de que no se puede confiar en la gente, de que “en los hechos” —coloquemos la expresión en los hechos entre comillas— parece imposible confiar en nadie, en nada. Pero no existe una palabra que designe aquella situación en la cual no se logra tomar conciencia de que se está siendo perseguido cuando verdaderamente lo persiguen. Como tampoco existe una palabra que designe a los perseguidores que no toman conciencia de que lo son.» (18).

Cooper sintetizaba por su parte, y con el tipo de claridad, en este caso contundente, que caracteriza sus escritos: «La paranoia va en la dirección adecuada pero confunde el objeto» (19).

El término inducida que yo le añado a paranoia, recoge este análisis de la fenomenología existencial antipsiquiátrica y se deduce del mismo.

En efecto, un sistema social que como vimos basa sus relaciones en el desencuentro —en la alienación—, y muy específicamente en el valor competencia, es decir, un sistema en el que «en los hechos» —entrecomillado como quería Laing—, no se confía en los demás, en tanto que experimentados como posibles competidores y sobre la base de que se tiende a pensar a su vez que ellos nos experimentan a nosotros de ese modo, un tal sistema no puede por más que inducir a la paranoia. Se trata por lo demás de un sistema que no es sólo competitivo, sino que genera cada vez más control social y lo tecnifica a grados extremos (vídeo cámaras en las calles, ficha personal informática en la escuela, en servicios sociales, en la policía, satélites de vigilancia para controlar las conversaciones privadas… (20)), con lo que la inducción a la paranoia cobra más fuerza. Y se trata de un sistema que muestra una y otra vez que la mentira es aceptada como parte del discurso social —véanse las promesas en los discursos electorales y compárese con la realidad posterior de la actividad de los políticos ayer candidatos, o repásese la historia de la ciencia, que en occidente ha sustituido a la religión, y constátense los engaños que investigadores laureados han realizado para hacer cuadrar su recogida de los llamados datos objetivos con sus conclusiones, que eran previas (21)—, con lo que la desconfianza en los demás se puede agrandar hasta el no se puede confiar en nada.

Para adaptarse a un sistema que es competitivo, controlador, que miente y que es nihilista, que es pues realmente perseguidor, hay en efecto que negar tal persecución real: intentar un cambio mental en el que experimentar una situación persecutoria real como inexistente.

Y ese negar las persecuciones reales —en el sistema educativo, en la institución familiar, por parte de la policía, de la multinacionales, los políticos, los medios de comunicación de masas, los propietarios y patrones…— como mecanismo de adaptación a una sociedad perseguidora, si es coherente en la negación produce el pasar a convertirse en algún eslabón de la cadena persecutoria —padre de familia, marido/esposa, profesor, psiquiatra, psicólogo, psicoanalista, encargado, educador social, funcionario de prisiones, policía… Convertirse en un perseguidor más que, si está en efecto bien adaptado, no toma conciencia de su rol.

En tal situación, y esto es lo que en el intento de comprensión de la fenomenología de la paranoia interesa señalar, si la persecución real es cada vez más potente y el mecanismo de negación persiste pero es frágil —a la larga y si se es sensible siempre tiende a serlo, dado que la realidad con sus consecuencias golpea continuamente sobre la negación, o como decía el poeta: porque la teoría es gris pero verde el árbol de la vida—, entonces la posibilidad de paranoia será altamente probable.

En otras palabras, la persona que es realmente perseguida, pero que no se adapta a la negación de tal persecución y al tiempo de algún modo no puede reconocerlo —sobretodo por presiones del mismo marco que la persigue—, tenderá a buscar otro objeto diferente que el real persecutorio y una pseudo-explicación que se nos aparecerá como delirante, como  forma de poder depositar, en tal objeto diferente y tal pseudo-explicación, su malestar.

En realidad y como planteaba Cooper, su paranoia en ese caso «irá en la dirección adecuada», puesto que estará rompiendo la negación de la existencia de una persecución real, pero muy peligrosamente, sobre todo y siempre para ella misma y en ocasiones también para los demás, «confundirá el objeto».  Y es inducida tal confusión del objeto perseguidor, puesto que el real —el sistema y sus instituciones— no permite en modo alguno ser puesto en cuestión.

Pondré un ejemplo donde hace ya algunos años (1993), pude observar un caso de inducción a la paranoia, avanzando que no siempre aparece tan claramente el carácter de estas situaciones que suelen ser en general más complicadas.

Trabajaba en una residencia psiquiátrica, en la misma había un despacho en el que los residentes sólo podían entrar a consultar o charlar de sus problemas con cuidadores/as, o a realizar psicoanálisis obligatorio con psicólogos/as y visita médica con los/as psiquiatras.

El tal despacho era el santa-sanctorum de la institución puesto que allí se preparaban las tomas de medicación, se guardaban los informes de los llamados «pacientes», las llaves de las instalaciones, y hasta el dinero de los y las residentes.

Se suponía que algunas de las cosas que los residentes decían al personal sanitario y a sus terapeutas en tal despacho eran íntimas y que se respetaba tal intimidad. Pero sólo se suponía, puesto que en la realidad, y como ocurre en la mayoría de las instituciones mal llamadas terapéuticas, lo que el adjetivado «paciente» le cuenta al personal sanitario, se convierte, y con un tiempo vertiginosamente breve que siempre me ha impresionado, en vox populi no sólo para todo el personal laboral de la institución sino para  la familia de la persona y para más gente a veces. Y ello aunque el llamado «paciente» haya insistido en que lo que iba a contar quería que no fuera divulgado.

En un momento dado, una residente que estaba diagnosticada de «esquizofrenia paranoide» fue durante una larga temporada sobre-medicada, por considerar su psiquiatra de referencia que estaba entrando en un nuevo «brote» psicótico. Se pretendió que la manifestación de la entrada en el «brote» era que la mujer empezó a explicar: que había micrófonos en el despacho de la residencia y que los había puesto allí una organización de extraterrestres que dirigía un familiar suyo. Esta mujer añadía que: cuando en el despacho estaban con ella solo alguna de dos personas determinadas —del equipo terapéutico de la residencia—, los micrófonos se estropeaban pues tales personas poseían poderes.

A mi parecer la llamada ideación paranoide de la mujer iba en efecto en la dirección adecuada. No habían «micrófonos» en realidad, pero porque simplemente no eran necesarios ya que no «extraterrestres» sino los llamados terapeutas y el resto del personal sanitario, divulgaban de viva voz, entre sí y a la familia de esa persona, e incluso en este caso a otros residentes, lo que ella les contaba creyendo que se salvaguardaría su intimidad. Y no existían «poderes» por parte de las dos personas que ella consideraba «estropeaban los micrófonos», pero sí que respeto al secreto profesional en cuanto a las confidencias que la mujer explicitaba como tales.

Es decir, existía una persecución real —un control real sobre la persona, vía despojarla de su intimidad—, pero una persecución negada por la institución psiquiátrica y la familia que la realizaban.

Y existía a su vez, por diferentes motivos (posible fragilidad en aquel momento, posible percepción de imposibilidad en aquel momento de enfrentarse a la institución y de romper la dependencia con la familia…), aún un cierto grado de negación de tal persecución real por parte de la persona, pero a su vez una necesidad de expresarla que «iba en la dirección adecuada».

Esa contradicción encontró su síntesis o forma de manifestarse en lo que se nos aparece, en una aproximación superficial, como un delirio paranoico.

Espero y deseo que esta persona, de la que no he vuelto a tener noticias, esté hoy bien y que haya logrado escapar de la carrera psiquiátrica, que lejos de ayudarla era un factor más de inducirla a entrar en la paranoia —la enfermedad y su doble, que dijera Basaglia.

En resumen, uno de los mecanismos patológicos de adaptación a la alienación social imperante, es la negación de las persecuciones reales, que produce a su vez el peligro de convertirnos en perseguidores sin conciencia de serlo, y a inducir a otras personas y ser nosotros mismos inducidos, en ciertas situaciones en las que el mecanismo de negación persiste pero en forma frágil, a caer en la paranoia. O más claro, efectivamente y como ha aportado la antipsiquiatría: la paranoia está en la base del sistema.

 

3) La búsqueda de chivos expiatorios, la ilusión de alternativas y la conformidad automática:

Como dije al principio de esta exposición, solo citaré y sintetizaré brevemente estos otros tres mecanismos de adaptación dinámica —con consecuencias en lo que llamamos «carácter» de las personas— a una situación de por sí irracional —la alienación del sistema social en presencia.  Sólo los citaré y sintetizaré por razones de tiempo y para suplir la falta de profundización que ello implicará, intentaré referirme a los/as autores que los han analizado, de tal modo que quien esté más interesado pueda buscar en sus escritos.

La búsqueda de chivos expiatorios es un fenómeno social que toma diversas formas individuales, de adaptación al sistema. Un fenómeno social consistente en focalizar el malestar que produce la relación del desencuentro —convirtiendo ese malestar en odio y agresión—, hacia personas o grupos sociales en situaciones de indefensión, o si se quiere en situación de debilidad para responder a la agresión.

Un mecanismo de adaptación al sistema, puesto que su función en lo emocional —una parte de lo «psi»— es el de actuar como válvula de escape al mal vivir producido por el marco social, al tiempo que genera un beneficio secundario para el propio sistema que lo utiliza, para fusionar grupalmente y desviar de sí mismo la reacción a ese malestar que provoca, con el artificio de crear un «enemigo» frente al que unirse.

Es conocida la historia del encargado de un taller al que el gerente abronca, el encargado se desfoga después abrocando al operario, este cuando llega a su casa se desahoga abroncando a su mujer y esta se alivia abrocando al hijo.

Es esta una visión, nada infrecuente, de una cadena de utilización de chivos expiatorios.

La figura del chivo expiatorio es obviamente trágica pero muy útil al sistema, como ya planteé no sólo como válvula de escape al malestar sino a su vez potenciándola y dirigiéndola para cohesionar a sus ciudadanos, es decir para adaptarlos al sistema creando  falsos «enemigos» —en un momento dado los comunistas y los anarquistas, anteayer y mañana los árabes, los kosovares, los albaneses, los sérbios, en ocasiones el terrorismo, a veces las drogas y la delincuencia, y siempre los emigrantes, los marginados, los locos, las mujeres, los niños… Si por un lado la búsqueda de chivos expiatorios es un mecanismo de adaptación patológica a una situación patológica de por sí, quien juega el papel de buscar chivos expiatorios se ve a su vez en situación relativa de ser chivo expiatorio de otros y otras, pues como vimos es una cadena con diferencias de intensidad. Sin embargo, pienso que es importante distinguir quién esta en el vértice y quién en la base de esa pirámide de agresiones, puesto que el último es quien recibe más daño y es masacrado o enloquecido. Y por otro lado porque, y aunque en este sistema todos y todas somos víctimas, desgraciadamente no tenemos tiempo, ni fuerzas, para dedicarnos a los que, aun siendo también víctimas, se intentan instalar en la cúspide de los verdugos.

Dice el Subcomandante Marcos, alguien que no busca chivos expiatorios al no combatir contra personas sino contra un sistema: «dime cuán grande y poderoso es el enemigo contra el que luchas y te diré cuán grande eres tú y dime cuán pequeño es y te diré cuán grande es tu miedo», y siguiendo ese hilo de pensamiento por nuestra parte decimos a su vez, dime cuán débil y personalizado es tu enemigo y te diré cuanto usas del mecanismo del chivo expiatorio.

Además del Subcomandante Marcos han hablado entre otros del chivo expiatorio, los ya citados Sartre, Laing, Cooper, Fromm, y a su vez Freud, Scherif, P.Sbandi, Wilhelm Reich,…

La ilusión de alternativas es un concepto utilizado por el antes ya nombrado Paul Watzlawick (22) desarrollándolo a partir del llamado doble vínculo estudiado en los años cincuenta por el antropólogo Gregory Bateson.

El doble vínculo se produce en aquel tipo de comunicaciones que, además de presentar una continua auto-referencia del emisor del mensaje, por su forma y lógica dejan sin alternativas al receptor, a la persona que recibe tal comunicación. Un ejemplo típico de comunicación de doble vínculo es el siguiente: «Tu actitud hacia mí demuestra o que eres malo o que estas loco». El receptor, si queda atrapado en esa ilusión de alternativas, está constreñido a quedar fijado en una identidad siempre negativa en la que no aparecen unas terceras, cuartas… posibilidades. El doble vínculo es pues de una lógica enfermiza pero a su vez enfermante para quién recibe con masividad tales mensajes y queda atrapado en ellos.

La ilusión de alternativas, su introyección en la mente de las personas a través del mecanismo del doble vínculo, es muy útil al sistema, por ejemplo: en lo electoral, el bipartidismo entre organizaciones políticas que no se distinguen, en esencia, entre sí más que por siglas diferentes, es una clara situación de ilusión de alternativas útil al sistema que se presenta entonces como  democrático sin serlo. En lo individual la ilusión de alternativas actúa como adaptación al sistema y sus formas de vida, con razonamientos del tipo: o matrimonio o soltería. O trabajador explotado o parado. O enemigos o amigos. O víctima o verdugo. O integrado o marginado…

La conformidad automática, es un concepto también aportado por Erich Fromm (dentro de lo que él llamaba «mecanismos de evasión»), y lo definía así: «El individuo deja de ser él mismo; adopta por completo el tipo de personalidad que le proporcionan las pautas culturales, y por tanto se transforma en un ser exactamente igual a todo el mundo y tal como los demás esperan que él sea. La discrepancia entre el “yo” y el  mundo desaparece y con ella el miedo consciente a la soledad…» (23).

Lo que es paradójico en cuanto a ese miedo a la soledad que impulsaría para Fromm a la conformidad automática, es que no logra hacerla desaparecer, puesto que la sustituye por otra soledad a la que algunos han llamado la soledad de la muchedumbre.

A esta conformidad automática o adecuación a aquello que los demás esperan de la persona y no a su propio deseo, por el miedo a la soledad que pende como espada de Damocles sobre la cabeza de los que intentan enfrentarse al sistema, otras, como por ejemplo Victoria Sau, le han sumado lo que Seligman llamó indefensión aprendida, algo similar a lo que otros denominan neurosis de fracaso.

La indefensión aprendida se puede definir, alejándose del contenido conductista inicial que le dio Seligman, como: la falta de experiencias, en la historia de una persona, de consecución de objetivos —o/y la falta de recuerdo de tales experiencias. Situación de falta de experiencias —o/y de no recuerdo de las mismas— de consecución de objetivos en situaciones anteriores, que generaría un sentimiento de impotencia y pasividad produciendo que la persona no intente reaccionar frente a la aparición de nuevas situaciones, de agresión, injusticia, malestar (24)…

Cabe decir y dado que «la historia la escriben los vencedores», que la presentación de esta en libros, facultades, medios de comunicación de masas… potencia la indefensión aprendida y con ello la conformidad automática, escondiendo las experiencias de otras formas de vivir diferentes a las del sistema y generadas por los y las de abajo —quilombos en Brasil, la vida soviética en la antigua URSS hasta inicios de los años veinte del pasado siglo, comunas de Aragón…—

 

A modo de última y breve reflexión conclusiva:

Alguien, llegados a este punto, puede lícitamente plantear: y bien…, aceptemos que existe un marco social alienado y alienador que conduce al desencuentro y unas formas finalmente patológicas de adaptarse al mismo, pero… ¿sirve de algo conocer esto? Puesto que si no hay adaptación a la alienación y en tanto ésta es «mayoritaria»: ¿no será peor el remedio —conocer y hacer conocer tal realidad— que la enfermedad, dado el aislamiento que con respecto a esa «mayoría» puede producir el decidir no adaptarse?

Podríamos responder que aquí nos hemos reducido al análisis «científico» y que no pertenecemos al «departamento de soluciones», más entonces, y si acabáramos por creernos tal cosa, estaríamos produciendo una racionalización irracional para eludir una respuesta.

La mía, porque cada cual debe encontrar su respuesta, es por el momento triple:

– En primer lugar, y con la alienación presente, ya estamos aislados, y sólo desde la autenticidad es posible el encuentro, es decir la sociabilidad o vida genérica.

– En segundo lugar, el concepto «mayoría» es relativo, puesto que se trata de una «mayoría» no natural sino impuesta, entre otras formas con la introyección por parte de las personas de los mecanismos de adaptación a la alienación, algunos de los cuales he intentado explicar. Por lo tanto se trata de una «mayoría» frágil, en la que late la continua contradicción entre la aspiración al encuentro que forma parte de la naturaleza humana y el desencuentro generado por el sistema en presencia. De ahí que siempre haya entrecomillado la palabra «mayoría».

– Y en tercer lugar, partiendo de que conocer es una palanca de cambio, parafraseando a Sartre: haciéndonos de una forma determinada proponemos, objetivamente y querámoslo o no, a los/as otros/as una forma de ser. Así que bueno será ir rompiendo la cadena sobretodo si pensamos en aquellas personas a las que llamamos niñas y niños.

A este respecto de romper la cadena y de los niños y niñas, para acabar ya, los que como yo trabajamos con estos últimos en tanto que educadores, en muchas ocasiones no tenemos más remedio que situarnos en el papel del eslabón perdido, es decir, en no aceptar los mandatos de control social y el ser portavoces de una educación alienante hacia los menores que el sistema social y sus instituciones quieren imponernos. Convertirse en eslabón perdido pasa a veces por enfrentarse a esas demandas y otras veces simplemente consiste en no realizarlas y sabotearlas haciéndose el olvidadizo o el loco. Depende de la correlación de fuerzas en cada momento.

Gracias por vuestra escucha.

 

J.A.A (Jau)

Barcelona. Invierno 1999

 

(1) D. Cooper. «La gramática de la vida» (Ariel, 1978).

(2) Guy Debord. «La sociedad del espectáculo» (Castellote, 1976).

(3) La guerra en la actualidad se está mostrando claramente como una continuación de la economía por otros medios a los habituales, el montaje de guerras locales que desde los sesenta recorre África como mercado libre para los fabricantes de armas ha pasado, a partir de los ochenta con la intervención de los USA, Inglaterra… en Irak, a convertirse en una estrategia aun más sofisticada (que se ha repetido con la  intervención de la Otan en la ex-Yugoslavia y la de Rusia ahora en Chechenia), consistente en potenciar el gran negocio en dos fases: destrucción y para ello utilización —materialización de su valor de uso— de la mercancía armas y a continuación «fase de reconstrucción», con la producción de nuevas armas para suplir las utilizadas y con la venta de las mercancías de las constructoras y empresas de servicios que acceden a la zona devastada, incluidas algunas ONG´s.

(4) En el estado español al finalizar el siglo XX —según colectivos de abogadas/os como Fontanella de Barcelona— alrededor de doscientas mil mujeres al año son maltratadas por hombres (se denuncian anualmente unos dieciocho mil casos de malos tratos a mujeres y se calcula que se trata de menos del diez por ciento del total real), alrededor de setenta mujeres son asesinadas cada año por sus maridos, ex-maridos, novios, o ex-novios. En cuanto a infancia, sólo en Catalunya anualmente más de cinco mil niñas y niños son severamente maltratados físicamente en «sus» hogares —según la DGAI organismo dependiente de la Generalitat.

(5) Hegel. «Fenomenología del Espíritu» (FCE, 1976).

(6) Karl Marx. «Manuscritos economía y filosofía» (Alianza Editorial, 1972).

(7) Sastre. «El existencialismo es un humanismo» (Edhasa, 1989).

(8) Rene Spitz. «El primer año de vida del niño» (FCE, 1986) y J. Bowlby. «La separación afectiva» (Paidós, 1979).

(9) Paul Watzlawick. «El lenguaje del cambio» (Herder, 1992).

(10) Erich Fromm. «El miedo a la libertad» (Editorial Planeta-De Agostini, 1993).

(11) Según J.Tizón en «Psicología basada en la relación» (Hogar del libro, 1988), el término racionalización lo aportó el psicoanalista, y biógrafo de Freud, Ernst Jones con su artículo: La racionalización en la vida cotidiana.

(12) Erich Fromm, op cit.

(13) Sartre, op cit.

(14) La disonancia cognitiva puede ser definida como una situación de inconsistencia —o incongruencia— en una decisión o ideación, en la que se tenderá en un cierto grado de la misma a «expulsar» del pensar toda información que muestre tal inconsistencia. Al respecto consúltese si se desea la obra de León Festinger: «Teoría de la disonancia cognoscitiva» (Instituto de Estudios Políticos, 1975).

(15) Las categorías «neurosis» y «psicosis» lo son de diagnóstico psiquiátrico y para mí no aportan mucho sobre cuál es la situación que vive la persona que las recibe, jugando un papel más de etiquetaje segregador que de aclaración de una experiencia vivencial, si he utilizado estos términos es para intentar entendernos. Freud: «El malestar en la cultura» (Alianza Editorial, 1982), planteó que la nuestra es una sociedad neurotizante. Siendo desde mi punto de vista cierta tal diagnosis social, es de todos modos incompleta, puesto que es más preciso hablar de sociedad demente o/y esquizofregénica, en la medida en que el desacuerdo consigo mismo/a que crea el malestar cultural produce finalmente lo delirante y la pérdida del contacto con la realidad  para evadir ese malestar —con, por ejemplo, las racionalizaciones irracionales. Malestar en la cultura que a mi entender y en divergencia con Freud no proviene de la lucha entre instintos y civilización sino del conflicto entre la alienación social y el ser.

(16) Un resumen de la historia de la psiquiatría al respecto de sus «enfoques y consideraciones teóricas del concepto paranoide», se puede encontrar en el capítulo con dicho título del trabajo de Guillermo Rendueles y otros: «Las esquizofrenias» (Ediciones Júcar, 1990).

(17) El psicoanálisis clásico, siguiendo la idea al respecto de Freud, ha intentado de forma reaccionaria y absolutamente especulativa, ligar la paranoia a la homosexualidad, así por ejemplo Otto Rank en su libro «El doble», afirmaba: «Desde que Freud ofreció el esclarecimiento psicoanalítico de la paranoia, sabemos que esta enfermedad tiene como base “una fijación en el narcisismo” (…) La etapa de desarrollo de la cual los paranoicos regresan a su narcisismo primitivo es la homosexualidad sublimada, contra cuyo estallido indisimulado se defienden con el mecanismo característico de la proyección.» ¿Homofobia psicoanalítica producto del no reconocimiento de las propias tendencias homosexuales?

(18) «Conversaciones con Ronald Laing». De Richard Evans. (Gedisa, 1980).

(19) David Cooper. «La muerte de la familia» (Ariel, 1976).

(20) El periódico francés Le Monde Diplomatique informó sobre la existencia de un programa internacional, en funcionamiento, de control policial de conversaciones telefónicas, mensajes por internet, fax y comunicaciones de radio, liderado por la estadounidense NSA (Agencia Nacional de Seguridad), llamado «Echelon», que en Europa los gobiernos quieren emular, desde el 95, con lo que llaman «Espacio Enfopol».  El invento consiste en realizar barridos continuos, con utilización de satélites, de todas las comunicaciones telefónicas y vía internet, fax o radio que se estén produciendo en una zona extensa elegida de antemano, utilizando macroordenadores con palabras claves previamente programadas —¿del tipo por ejemplo «revolución»?— que al emitirse harían grabar, seleccionar para su control completo, la conversación en cuestión y el localizar a los comunicantes. Orwell con su «1984» o Bradbury con su «Fahrenheit 451», desde la literatura se quedaron cortos en la previsión de la tecnificación del control social, persecutorio, que se nos ha venido encima. Ver al respecto de «Echelon» y «Espacio Enfopol»: Tentations policieres dans le cyberespace. Grandes oreilles américaines y Tentations policieres dans le cyberespace. Touts les européenes sur écoutes, por Philippe Riviere (Le Monde Diplomatique Mars 1999).

(21) Un ejemplo de la continua falsificación de datos que se produce en lo que se pretenden disciplinas científicas, lo encontramos en la psicología y más concretamente en su reconstrucción de conceptos como la inteligencia y la creación de tests para medirla: Desde Galtón, Binet, pasando por Goodard, Terman, Yerkes, Sperman, Thurstone, Eysenck… la falsificación —¿inconsciente?— de muestras y el sesgo de los operativos estadísticos ha sido una constante —ver al respecto el trabajo de Stephen J. Gould: «La falsa medida del hombre» (Antoni Bosch Editor, 1982).

(22) Paul Watzlawick: Op. cit. y «El arte de amargarse la vida» (Herder, 1984), y «La coleta del barón de Münchhausen —Psicoterapía y realidad» (Herder, 1992).

(23) Erich Fromm, op cit.

(24) Escuché a Victoria Sau utilizar, de forma no conductista, el concepto indefensión aprendida en una charla sobre opresión a la mujer, en 1996 en el colegio de periodistas de Barcelona, relacionándolo con las dificultades de respuesta del movimiento feminista y sus aliados a las agresiones a las mujeres.


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