A Viva Voz. Introducción

Unos compañeros de Toulouse nos han pasado un “fanzine” sacado desde su asamblea. Hemos traducido la introducción, la cual responde a dos cuestiones: ¿Desde dónde escribimos? y ¿Dónde nos situamos? Este texto se llama A claire voie: manuel de savoir etre fou en société.

En el fanzine, además de este texto hay otros que tratan sobre los modelos de hospitalización, las diferentes corrientes psicológicas a las que se puede acceder en el sistema de salud privado, información sobre los tipos de tratamiento psiquiátrico y también el decálogo a tener en cuenta a la hora de buscar un/a profesional de la psicoterapia (el cual se encuentra en esta web), en definitiva, saberes prácticos para hacer frente al sufrimiento psíquico.

Nos parece muy enriquecedor poder tener en nuestras manos las aportaciones que se hacen a la antipsiquiatría desde fuera del estado. Nos hace darnos cuenta de lo cerca que estamos en nuestros planteamientos y cuestionamientos

¿Desde dónde escribimos?

Algunos/as dirán que no es el propósito, que lo que importan son las ideas puestas en relieve. No compartimos esa opinión y para explicar por qué estos temas nos conciernen, nos parece que debemos exponer las coordenadas singulares de nuestros escritos.

Este “fanzine” nació, por así decirlo, del encuentro de tres personas y de un acontecimiento algo cuestionante para cada uno/a en relación a sus puntos de vista y sus experiencias de vida.

El “patinazo” mental de una persona cercana, un amigo, en un medio que se reivindica autónomo y autogestionado, que aspira a no responder a los prejuicios y a lo esperado, que desconfía de los lugares en los cuales se quiere el bien ajeno – ¿Según qué definición? – Un medio que no se quiere desrresponsabilizar hacia el aislamiento y la “camisa química” ofrecida en el hospital psiquiátrico, cuando alguien sufre.

¿Adónde dirigirse?, ¿Qué hacer de nuestros cuestionamientos legítimos? ¿Cómo no identificarse con él? ¿Cómo reaccionar? ¿Cómo evitar las salpicaduras de los circuitos de cuidados clásicos, reaccionando rápidamente a una situación que si se alarga, corre el riesgo de endurecerse y agravarse? ¿Al riesgo de pasar a la acción para parar el sufrimiento? Tres personas pues…

(Habla cada una de ellas)

Persona A:

Mi implicación en este “fanzine” viene de una llaga todavía abierta. De la herida provocada por haber visto a mi querido hermano en una cama, con la mirada fija en el vacío, con la boca abierta, babeando. Sin posibilidad de expresión, prisionero de su práctica médica… Mi amado hermano pequeño, compañero de habitación en la infancia, amigo cómplice en la adolescencia.

Encima, entró en ése lugar dónde roban la vida, con nuestro consentimiento. Recuerdo cómo odiaba a los encorbatados que nos cruzabamos en la sala de espera para vendernos sus productos mágicos. Me acuerdo también cómo lloraba después de las visitas y cuánto nos aliviaba “hacer una pausa” cuando él estaba internado. Tenía veinte años y nunca me había sentido tan mal. Recuerdo también cómo me había convencido de nunca dejarle tirado. Y en menos de un año, quemábamos en mundo juntos otra vez. Y yo también me quemaba, hasta el momento de estar consumido, de no ser nada más, excepto sostén para él. Y decidí rearmarme, vivir según mis deseos, nadie debería necesitar muletas. Me fui al extranjero. Mi hermano no encontró el sostén necesario y volvió a caer.

Ahora el hecho de saber que él sigue dispuesto a luchar, con los guantes puestos, me permite reconocerle, aunque a veces me cuesta.

En estos años, he visto a otras personas caer. El año pasado cayó alguien de nuevo, a quién sin conocer demasiado, sentía como una “joya”. Volví a encontrarme con las dificultades que nuestro entorno tiene para no abandonarle al traficante de sueños. Y he tenido la misma sensación de haber perdido otra vez.

Cuidar de los/as nuestros/as en una práctica insurreccional…

…uno que lo intenta.

Persona B:

Hace ahora diez años, ponía los pies por primera vez en el HP (Hospital Psiquiátrico). Hace hoy un año y medio que he dejado “definitivamente” de tomar Zyprexa (antipsicótico). Todo ése tiempo, por suerte, no lo llené como se llenaría  con mal mortero una falla espacio-temporal, sino que lo atravesé pasando por diferentes ciclos, esencialmente, por la interrupción/retoma del tratamiento, acompañado de la interrupción/retoma intermitente de THC.

De los ciclos de expansión delirante recuerdo la euforia matinal de desamparo. Esto me provocaba alucinaciones de todo tipo y también la dilatación de toda potencia que provoca la certeza de ser la “elegida” para una misión por y para la humanidad: “propagar la anarquía por la tierra, de manera dulce y no violenta” – me disculparéis, no siempre se eligen los términos de un contrato.

De mis dos estancias en el HP (un mes y medio en 2000, otro tanto en 2002), así como de los días grises en el hospital de día del pequeño hogar parental o de esa interminable estancia en una estructura intermedia (casa burguesa con cuidadores y jardín, y una quincena de menores de 25 años, psicóticos/as que tienen el derecho de irse a la mierda entre el rellano y el primero o sobre los bancos de la facultad , pero no de largarse de improvisto a Marsella), no guardo recuerdos traumatizantes, solo el de un profundo aburrimiento, de la elongación de los días y de un pulso muy débil de lo cotidiano. Los añadidos: escenas curiosas con otros/as locos/as y art-terapeutas que lo quieren es que aprovechemos bien el material disponible.

¿En cuanto al cuidado?

Un psiquiatra prepotente que sólo quiere que recupere una vida social que me “satisfaga”, que me invita a no rascarme las cicatrices, un hombrecillo del camino. Ninguna palabra amable, nunca, en ningún momento.

Un entorno amable (familia, amigos cercanos) o cuestionado (las diferentes okupas que he podido atravesar en esos periodos, los/as diversos/as hortelanos/as bio donde he kostreado); visto de otra manera: en interacción. En el fondo: una suerte enorme (ningún rechazo de mi persona entre esta gente, y en casa nunca la horrible sensación de estar fuera de la norma; y sin embargo esta pregunta: ¿Cuál podría ser mi lugar cuando sufría esos estados?

Unos padres que en verano de 2004, cuando vuelve a empezar, eligen no hospitalizarme una vez más y así en 2005 ya estaba otra vez desherbando zanahorias en una nueva granja.

Entonces hoy que ya no es tan invasivo, que el capítulo medicamentos está cerrado, pero que vibra todavía (sí, las voces vuelven a parpadear cuando una flojea un poco), tengo tantas ganas de hablar de todo esto que me cogen la garganta y estoy feliz de haber encontrado en Toulouse personas con quién hacerlo.

Persona C:

De muy cerca y de más lejos una pregunta se impuso en mi historia: ¿Dónde comienza la locura? ¿Cuál es ése punto de inflexión? ¿Cuál es ése punto de no retorno hacia otro campo de visión, más crudo, más real, más sombrío y más heavy lejos del runrún de la vida cotidiana y de su locura ordinaria?

Escribo también hoy desde una etiqueta profesional de psicóloga ejerciendo en un hospital psiquiátrico. Postura cualquier cosa, menos confortable, sembrada de incoherencias y de paradojas ideológicas, entre medias del compromiso y corrupción personal, dónde se trata de no perder de vista que mi deseo es acabar con esos lugares de encierro. Cuando se trata de doblar el espinazo frente a la institución y sus reglas, jugar al juego del lenguaje, cambiar de rumbo constantemente para que otra voz persista entre los muros. Hacer disminuir un tratamiento, llevar la responsabilidad de una palabra, sostener la creatividad, callarse ahí dónde el/la otro/a no quiere hablar, dejarse tocar cuando el/la otro/a busca un borde, recibir los insultos que revientan y la cólera que exulta, dejarse invadir de angustia cuando sale por todos los poros del cuerpo, traer un poco de semblante para aquél o aquella que ya no cree en nada, cogido/a por la más triste de las realidades: la vida no sirve para nada. Sin perder de vista que toda forma de institución puede destrozar al ser humano hasta no saber ni quién es.

Se puede encontrar la necesidad de sostener otro modo de presencia y de relación con el/la otro/a, fundada en la escucha, la horizontalidad, sin usar demasiada parte del poder que confiere la función sanadora de cara al “enfermo” en toda institución.

La negrura, la angustia, la sinrazón, el servilismo son tan fundamentalmente humanas y sociales que no se paran en la puerta del hospital psiquiátrico. A cada uno/a su escala de acción pero hay muchas cosas por hacer…

¿Dónde nos situamos?

             Éste fanzine ha nacido de un callejón sin salida. El callejón en el cuál nos encontramos cuando nos confrontamos, de cerca o de lejos al sufrimiento psíquico, no hemos podido encontrar otras respuestas que las propuestas, impuestas por el sistema de sanidad tradicional; sistema, como otros, restrictivo y pernicioso, que cierra el campo de posibilidades de la más estrecha manera.

Somos conscientes de los límites de ésta contribución: el sistema psiquiátrico ha sido ya anchamente analizado y contestado, en oleadas sucesivas, cada vez más cercanas desde la posguerra hasta los años 80, desde la psiquiatría llamada institucional a la multiplicación de movimientos que tenían algo de anti-psiquiatría o psicología radical. Sería bueno hoy pesar esta herencia, sacar conclusiones de sus errores y guardar en memoria viva lo que nos puede aportar. Terreno fértil de nuestras acciones futuras, llevando el germen de la respuesta a una parte de nuestras preguntas, llevando la esperanza de encontrar en un movimiento contemporáneo la misma energía, la misma emulación de entonces.

Más bien afines a los medios antiautoritarios y autogestionados, nos anclamos lógicamente en la oposición a la arquitectura actual del cuidado. La psiquiatría está hoy en día motivada por una filosofía securitaria, regida por principios carcelarios, esto legitimado por una moral judeo-cristiana de querer el bien para el/la otro/a.

Este posicionamiento no excluye por consiguiente el valor de llevar una mirada crítica sobre nuestro propio medio, donde flota otra forma de norma igualmente patógena: La referencia última del medio no es el ideal tipo del/a buen/a pequeño/a revolucionario/a, siempre operativo/a y dueño/a de sí mismo/a, lúcido/a en cuanto a sus afectos, distanciado de sus propias pulsiones. Negando la existencia en cada uno/a de nosotros/as de una parte singular no controlada y no controlable (que tenga por nombre inconsciente o emoción o lo que sea), no se puede esperar apenas aportar a los miembros del grupo desfallecientes  o en malestar, respuestas que sean caricaturescas, unívocas y burdas.

Creyendo liberar al/a otro/a, se le encierra en otra forma de dogmatismo: un/a militante digno/a de serlo, debería defender su derecho de pertenencia al grupo, probando que controla continuamente el lenguaje y los códigos de éste, no debería dejarse llevar ni por el miedo ni por la angustia; debería hacer suya la visión determinista del/a loco/a ante todo víctima de la opresión del sistema político-económico (excluyendo cualquier otro parámetro); debería finalmente estar convencido/a del imperativo categórico del rechazo de toda terapia medicamentosa y de la hospitalización en psiquiatría.

¿Qué posibilidades hay, en estas condiciones de ser actor o actriz de su propia locura? ¿Para qué demonios, incluso, buscar el encontrar un asidero en sí mismo/a y en el mundo exterior si se considera esto de escasa utilidad frente a la potencia del aparato que nos tritura?

Reconozcamos sin embargo que la curación, dicho de otro modo el restablecimiento, el retorno a un funcionamiento psíquico aceptable por el individuo, puede parecer una lucha. Y que para llevar a cabo esa lucha, hay que armarse. Por lo que nos ha parecido importante compilar en este “fanzine” saberes prácticos, facilitando el acceso a informaciones demasiado a menudo compartimentadas y troceadas.

No desencriptamos, sin embargo aquí en detalle las nuevas leyes de las cuales se dota un sistema psiquiátrico cada vez más represivo: multiplicación del recurso del brazalete electrónico, obligación e “inyección” de cuidados, reforma de la hospitalización sin consentimiento, creación de nuevas UMD y UHSA (Unidades para Enfermos Difíciles y Unidades Hospitalarias Especialmente Organizadas), generalización de la tele-vigilancia en los edificios…

No hemos deseado tampoco volver a los diferentes hechos varios de los cuales se ha apoderado ávidamente la esfera político-mediática desde hace un tiempo, para, precisamente, justificar la puesta en marcha de este arsenal legislativo. Es sin embargo, esta actualidad la que genera nuestra energía para escribir, la que nos hace esperar la multiplicación y la difusión de estos cuestionamientos y puestas en tela de juicio.

Si esta contribución está, por lo tanto, determinada por este contexto, algunas de las constataciones sobre las que se basa, son sin embargo intemporales.

Toda sociedad se construye esencialmente por una lógica de exclusión, estigmatizando a aquél o aquella que no adopta la norma esperada o la rechaza, aquél o aquella que asusta, molesta y no se adapta, aquél o aquella que, aquí, no quiere o no puede participar en la producción y el consumo, dos ejes principales de la actividad social. A ese ser, no se le dejará como medio de existencia más que el terraplén, el bajo fondo, habitado por individuos como él/ella, designados/as y considerados/as como fuera de la senda, inadaptados/as, vulnerables. Y cuando de esos fosos empiezan a emerger ruidos de revuelta y cólera, cuando algunos/as se ponen a contestar la etiqueta “patológica” con la cual se califica su comportamiento, entonces se les envían pacificadores, armados de psiquiatras y curadores/as que van a dedicarse a normalizarlos ingresándoles en instituciones aún más coercitivas que la sociedad madre, instituciones en las cuales la idea misma de una relación horizontal es imposible. Latente  bajo el mundo “libre”, la lógica de dominación encuentra ahí un espacio privilegiado para ejercer, en una opacidad todavía difícilmente penetrable. Este escrito trata de desespesar  la niebla sabiamente colocada por la institución y una buena parte del  cuerpo médico.

La mirada que llevamos a esta genealogía de la locura es, por lo tanto, política. Hemos reconocido antes los límites de un pensamiento que se limitaría a únicamente dicho punto de vista. Sin embargo no avalar una causalidad científica, un determinismo biológico que querría que naciéramos locos/as, o al menos predispuestos/as a serlo, manera de verlo que gana peligrosamente terreno, porque deja entrever interesantes beneficios económicos, pero también porque permitiría liberar a la sociedad de su parte de responsabilidad.

Nos debemos dar cuenta también de hasta qué punto, por facilidad, por una serie de abandonos a la norma, por falta de vigilancia, hemos perdido, poco a poco, el poder de sentir, de pensar, de actuar, dejando nuestro ser y sus capacidades de resistencia y creatividad atrofiarse y perder densidad. Trágico vaivén que permite al discurso dominante colonizar insidiosamente  nuestros espíritus y definir por nosotros/as y en nosotros/as la forma y el contenido que deben revestir dichas facultades. Peor aún: ¿Somos únicamente conscientes del avance del proceso? ¿No es por consiguiente este proceso de zapa el que está actuando cuando, una vez más, un colectivo se encuentra desamparado y sin soluciones cuando se trata de un miembro del grupo vacilante? Revelando de esta manera que la locura no ha sido pensada como posible, omisión perniciosa que no deja otra elección más, que a la familia hospitalizar al individuo sufriente.

Retomar las riendas de su vida, reasirse, parece desde ese momento ser un requisito indispensable a todo procedimiento terapéutico, entendido aquí como reconquista del poder sobre su vida. Pero, ¡Cuidado! Esto implica una puesta en peligro, una toma de riesgos, eso supone vértigos, caídas y posiblemente cierto dolor. Por lo cual la importancia del entorno, ya sea el de los/as prójimos/as o grupo de iguales.

Para atravesar estas pruebas, puede servir tener en mente, brasa reconfortante, este adagio de la antipsiquiatría italiana:

 ¡La Libertad es terapéutica!

 

 


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