Texto llegado desde Asturias vía mail
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Juntas merodean, a oscuras no llegan a verse, por miedo una de la otra se sortean, las dos casi siempre acaban por perderse. Un entorno que enfrenta a iguales condenando la diferencia necesita del temor para preservar el aislamiento. Extremar el miedo a lo desconocido que ambas osas llevan dentro, es vital para preservar el tedio. La oscuridad no necesariamente conlleva ausencia de luz, se mide en función de todas las luces que nos anclan en la banalidad de una vida disecada. Es entonces que una osa se desencanta y otra osa practica el desencuentro. Se necesitan como el pez necesita el agua, como el agua necesita que los peces le atraviesen con ligeros cosquilleos. Sin embargo, casi nunca se atreven a darse la vuelta y mirarse a los ojos. La normalidad les amordaza, por mucho que, de lo que quede de “cordura” en la primera, se esfuerce por encajar, y por mucho que la segunda se esfuerce por lo contrario, por no encajar… una es menos normal de lo que los guardianes de la fosa se empeñan en repetirle día tras día con promesas que no se creen ni ellxs, y otra es más normal de lo que su necesidad de desencuentro muestra.
En ocasiones sienten instantes de conexión, como dos miradas a ciegas que saben que han visto algo pero no saben muy bien el que, o quizás, no quieran saberlo, deseándolo a bocajarros… contradicciones de las que es preciso no culparse ni amputarse, contradicciones que nos hacen bellamente distintxs. La segunda osa organiza su histeria y, cuando los latidos son reales, los jueces dictan sentencia, tanto los de a pie como los que llevan maza. Hay osas de éste tipo que han caído presas de sus redes y, no de la mejor manera, se han encontrado con la osa que merodeaba a sus espaldas, se han abrazado y se han dejado llevar, prefiriendo una muerte real que una vida ilusoria, allí donde los suicidios son asesinatos. Otras osas se han abrazado y han sabido mantener el equilibrio entre una y otra de manera que ninguna se caiga de espaldas y sea sepultada por la otra, pues el exceso no es sano y la complicidad entre seres es lo único que nos queda. Nunca en la vida ha habido algo al margen de la banalidad que no sean sus lazos, y es hoy, cuando las osas caminan a oscuras y sin mirarse a los ojos… ¡hoy! se encuentra en peligro.
Guardianes de la normalidad utilizan la estrategia de confundir a la segunda osa con la primera para enfrentar a las osas de otras cuevas, incluso de las que comparten habitáculo. Hacer esta confusión significa afirmar que los alaridos y mensajes de la osa son fruto de su enajenación, alejadas de la realidad y, por lo tanto, indignas del contagio. Si muchos contagios resultan rentables y cómodos, éste precisamente no lo es. A veces los guardianes no lo hacen de manera consciente sino que es la rutina, la costumbre, la ignorancia o la cobardía la que hablan en nombre de lxs mismxs, son meros ejecutantes de sus guardianes… Un momento… ¿los guardianes también tienen guardianes? En efecto, así es, mas este hecho no les hace menos responsables, ni tampoco les disculpa. Sin embargo, frustrar, encerrar, amputar, reprimir la diferencia no necesariamente suponen acciones conspiratorias, a veces es simple y llanamente el fruto de renunciar a lo que se lleva dentro y abrazarse a los cánones de realidad. No importa que algo no sea cierto si es repetidamente utilizado para definir el mundo, entonces, siempre será cierto y nunca dejará de ser rotundamente falso. Esta estrategia se usa constantemente, y es entonces cuando muchas veces ha pasado que la osa entra en su lógica como unos labios atravesados por un anzuelo, justificándose de no ser la otra osa, de estar dentro de las filas de lo normalizado, mostrando así un mensaje que lleva a reforzar la idea de que normalidad es verdad y locura es falsedad. Dando rotundamente la espalda a la osa que comparte su cueva y cerrando los ojos. El temor al destierro y la impotencia de la incomprensión provocan que nos agarremos a quien nos desgarra, a quien nos desacredita.
Mientras, la otra osa queda aislada con sus metáforas sobre cosas cruciales en torno a su ser. Ésta nunca le puso nombre a las cosas, no sabe de teorías y repite temerosa la lección de los guardianes de su mazmorra; física, mental, química… No tiene brillo en los ojos, repite pero no siente lo que dice, porque lo que siente está cercano a lo que la osa que acecha en su entorno piensa. Aislada, relegada incluso por su cómplice instantánea, nunca podrá aceptar su bello desvío, nunca podrá dejar de sufrir, al menos por el hecho de no encajar, nunca podrá asesinar la culpa que carga sobre ella. Teme parecer un monstruo, siente la soledad ahí donde la sienten muy pocxs, alma sensible que estalla por retener demasiado tiempo emociones en ruptura con las leyes del comportamiento. Comienza a sumergirse en su propia mente, se crea su compañía y bellas metáforas, agoniza, delira con verdades en ráfagas. No sabe de sendas antagonistas pero de vez en cuando descifra secretos que dueños del orden esconden con drogas, espectáculo y encierro. Es ahí donde las dos osas llegan a lamerse a oscuras, sin poder explicar nada, pero entendiendo todo.
Aquellas metáforas cuentan cuentos que resultan muy difíciles de comprender para aquellxs pocxs que se empeñan en querer entender y no en curar. Son historias que resultan rocambolescas, carentes de sentido, fruto de “fallos” en el cerebro de la osa, según lxs expertxs de la normalidad. Esforzarse por entender y traducir quizás no sea compartir el delirio, pero si puede dar pie a desvelar la trama, a desentrañar el significado de un cuento que expresa situaciones, hechos y vivencias muy reales, dijo alguna osa que otra, alguna que se atrevió a mirar en la oscuridad ojos de cómplices que partieron de un punto distinto en esto de generar la respuesta ante un sistema que nos roba la vida. Quizás ayude a aprender a amar la soledad y desterrarla en los momentos precisos, a tener la oportunidad para hacerlo, quizás ayude para que la osa pueda mostrar sus entrañas y evitar que éstas, fruto de la noción de sentirse encerradas, estallen sin tener en cuenta el daño hacia otros seres y, sobre todo, hacia ella misma.
Es la anormalidad el punto de conexión entre ambas osas, unas más apoyadas en la conciencia que en el subconsciente, y viceversa. Abrazarse, fusionarse, reencontrarse, descansar, apoyarse, armarse, compaginarse y no dejarse caer está en sus manos. ¿Alguien ha pensado ya que quizás formen parte de un mismo ser?, quizás en esa cueva sólo hay una osa que hiberna, y no dos, quizás la primera sólo era un deseo llevado a la metáfora para la segunda, quizás al revés. No importa cuantos seres caben en una cueva, importa la belleza que se esconde en una mente.
Las osas enseñadas a avergonzarse de su ruptura inconsciente con el mundo que les rodea, no encuentran nada sabroso que oler y olfatear en el medio en el que se desenvuelven. Han aprendido que la vida es resignación, han aprendido que su sentido de vivir sólo trata de contenerse por dentro para no dañar a sus seres queridos ni a los que comparten espacios de convivencia. Es decir, han aprendido que su vida es un desvío a enderezar… pero nunca enderecen… Identifican su propia diferencia, lo que les hace únicas y hermosas, como una bomba de relojería, y es ese continuo estrés por no alterar el orden y generar el rechazo, el mismo que les lleva a estallar en brotes. Es entonces cuando la normalidad actúa y pone en marcha sus mecanismos de normalización. Algunos de estos se comen, de tal manera que las osas comienzan a visibilizar una etiqueta física que les distancia de las demás, les señala… no sólo sirven para contener a la osa, sino para avisar al resto de osas de que pelaje se tratan. Mira, ¿has visto como anda esa osa? ¿Has visto como mueve el cuello? ¿Como pestañea? Ante esto suele haber dos comportamientos generalizados entre las comunidades de osos y de osas. Uno es el rechazo y el aislamiento puro y directo, lo cual es fácil de practicar con un poco de cuidado y sin caer en lo políticamente incorrecto que en los días que corren sería un acto de total y sincero desprecio, lo cual no evita que, en ocasiones, se de. Por otra parte, la compasión autoritaria y el paternalismo bonachón llenan las otras filas de buenas intenciones que tratan de salvar a éstas “pobres” y “desdichadas” criaturas que vagan intervenidas en todos los ámbitos de su vida. El mundo éste en el que habitamos está lleno de “buenas intenciones”, y es en nombre de éstas que se han cometido las mayores atrocidades de la historia. Si nos regimos por la calidad, despreciando enérgicamente la cantidad, cada negación de nosotrxs mismxs es un crimen impagable.
Estas osas reconocen lo insaboro de las normas de asociación y socialización entre seres, de todos los requisitos que ponen peros y cierran puertas a nuestros verdaderos deseos. La sensibilidad en este mundo se paga caro y no entender como tu prole soporta e, incluso, disfruta de ciertos códigos y espectáculos, mientras a ti te hacen daño o simplemente no les encuentras ninguna gracia, genera tristeza, incomprensión hacia ti mismx e incluso culpa. Comienzan las hibernaciones que sobrepasan los inviernos, comienzan las propias explicaciones de lo que las osas sienten, comienzan los oseznos que nacen de mundos íntimos creados a imagen y semejanza de lo que las osas llevan dentro, y tras ello comienza la canalización del desencanto hacia la culpabilización de las osas por lo que germina en sus propias entrañas, incapaces de soportar más lo que acontece ahí fuera. La sensibilidad puede ser una predisposición, pero no una determinación. Precisamente aquello que expertxs guardianes de guardianes atestiguan con el fin de sacar rentabilidad a todo aquello que tiene pies y patas, a todo aquello que tiene capacidad de generar beneficios. Por eso, éstos se basan en la condición dudosamente neutra de su religión. Hablando de osos es difícil ponerle un nombre porque, por suerte, estos no están ligados a ningún pensamiento muerto, pero hablando de otras especies podríamos hablar de ciencia. Se basan en ella para determinar que uno es y no se hace, que los seres sólo somos materia, un conjunto de neuronas con patas. Hablar de otros aspectos es tarea ardua para los mismos, porque hablar de ello supone afirmar la posibilidad o la necesidad de su propia desaparición, en definitiva, negar la necesidad que el resto de seres tenemos respecto a éstos para generar lazos y terapias que nos lleven a defendernos de las agresiones a nuestra salud mental, cada unx partiendo de su diferencia, a la vez que atacando para transformar y, de esa manera, aspirando a no tener que estar toda la vida apartando las piedras que caen del cielo.
Si bien la culpabilización consciente de las osas se realiza con eficacia, es el abismo de su mente el que no se doblega y esto lo demuestra el sufrimiento psíquico manifestado en rabietas, alaridos y garras contra las paredes de sus cuevas o, de sus guardianes, pero sobre todo contra ellas mismas. Es ahí que la paz social a pequeña y a gran escala prima sobre el bienestar del ser angustiado. Es entonces cuando los habitantes cercanos a las osas en cuestión hablan de compensación, de bienestar y de mejoría. Cuchichean, unxs desde sus tareas asignadas, otrxs desde sus lazos afectivos y tradicionales, sobre la otra osa, casi siempre sin ella. ¿Habéis visto? La osa ha ido a pescar salmones como los demás osos, se ve que está mejor. ¡Sí! Y además ésta mañana madrugó para sacar la miel y aportar a la comunidad, porque le han dejado un sitio para hacerlo, un poco a regañadientes, para qué vamos a engañarnos, pero ¡oye! ¡Eso es señal de que está mejor! Hacer lo que hacen los demás es fruto de normalidad, fruto de salud. ¿Y por la tarde? Por la tarde salió a rebozarse por la hierba con algún que otro oso de la infancia. Y ¿qué tal? Se estuvo quejando mucho porque ellos fueron a sitios que ella no puede ir y porque tenía que llegar a la cueva muy pronto. No puede estar por ahí como los osos normales, ¡no podemos olvidarnos de que la osa está enferma!… Entonces una osa (de las segundas, de la ruptura “consciente”) que había salido a reunirse con sus cómplices, acechaba pegando la oreja y pensó para sus adentros… Para trabajar todos somos iguales, ¡democracia!
Hablemos de ésta osa, cuyo camino le hace precipitarse entre los límites que existen entre la cordura y la locura. Su planteamiento sobre la vida le posiciona en confrontación con una sociedad que considera enferma, y es por eso que todo su prisma entra en guerra con las normas y los líderes del entorno en el que habita. Sin embargo ésta osa es parte, quiera o no, del sistema de mercancías en el que habita y por eso está colonizada por su lógica en una cierta medida, seguramente en una dimensión mayor de la que la misma se llegue a plantear o llegue a reconocer. Admira muchos actos de las osas anteriores, sin llegar a ponerlas por encima de nadie. Lo hace porque surgen de la espontaneidad, de sus adentros, que a la vez, no son sino las protestas influidas por lo que existe afuera, pero, en sí, reflejan actitudes que no surgen de una previa reflexión consciente por haber tenido una conversación o una referencia. Les valora porque no se han detenido en teorías leídas ni en ideas formalmente compartidas… única y sencillamente por sentirlo y llevarlo a cabo. Esta osa reconoce que, aunque no en su totalidad, es una de las diferencias que a su vez le incitan a autocuestionarse, a llevar la autocrítica hacia límites insospechables y, de seguro, hacia conocerse más a si misma. Pero, como todo ser mortal, también tiene miedo a lo desconocido y, en ello, mantiene las distancias. Vivir sintiéndose un intruso político en casi todos los lugares de socialización de la vida, desde que amanece hasta que anochece, e incluso en la noche, requiere de una fuerza por dentro a cuidar mediante lazos de afinidad, y mediante la ruptura con el aislamiento que hoy invade toda parcela de realidad consensuada. No está enferma según los diagnósticos oficiales, no tanto porque sea impensable su etiquetaje sino porque no ha llegado a mostrarse tan anormal como se requiere para ello. Sin embargo su camino le lleva a tener más papeletas para caer en un sufrimiento psíquico que escape de sus manos y no pueda controlar, y por lo tanto, de caer enferma, o para ser apartada de en medio por los osos bienpensantes de éste mundo con sus informes y diagnósticos. La diferencia entre ser apartada y apartarse por decisión propia son caminos que conducen a la misma cueva, en donde unas comienzan por una esquina mientras que otras comienzan por otra, lo cual no quiere decir que el comienzo garantice el encuentro allí dentro. Algunas veces se entrecruzan, otras se comparten, pero otras viven en mundos aislados con puntos de conexión en donde reside el apoyo y la complicidad, cada una con sus razones para haber roto, a su manera.
Por una parte, a algunas osas, fruto de verse con la angustia que produce el sentir que nada de lo presente cambia y que todo un ambiente de violencia normalizada se reproduce con el apoyo y el consentimiento de la mayoría, les aterra sentir el miedo a que esa angustia llegue hasta tales límites que produzcan una desconexión con la realidad que, pese lo que pese, es la existente, de tal manera que alejarse de ella sea una manera de no plantarle cara. Por otra parte también a otras osas les aterra el aceptar su sufrimiento psíquico como algo que forma parte de su esencia, pero a la vez una respuesta incontrolada a una serie de condiciones estructurales y sociales que son construidas y, por lo tanto, vulnerables a lo contrario, además de principales responsables del dominio de sus vidas. Aceptar esto y tomar partido en su propia vida sin delegar en nadie supone otro tipo de sufrimiento, pues la libertad y la autonomía implican dejar atrás, romper, cambiar, y eso nunca fue fácil. Por eso cada osa elige su camino en ésta vida, dentro de lo superfluo y relativo que resulta el “elegir”, y es ahí donde la libertad es terapéutica, donde los esquemas, sean del color que sean, son teorías que amordazan la diferencia. Rebeldía y locura son osas que viven en la misma cueva, a veces lo intuyen, otras creen haberlo soñado, pero ambas tienen la corazonada de que la vida está por descubrir y ese es el punto de partida, nuestro punto de encuentro para el desencontrarnos con todo aquello que nos niega.
Las osas que aparecen en éste relato no son seres exactos, puros y enteros, tampoco son esquemas cuadriculados, ni pretextos que pretendan decir que la lucha contra la autoridad se trata de algún tipo de salvación. Generalizar sería ir en contra de la diferencia y, los esquemas, sean normalizados o antagonistas, urge quemarlos. Tampoco se trata de mitificar nada, ni de invisibilizar el sufrimiento psíquico, tan sólo señalar lo que, para nosotrxs, son los causantes y/o desencadenantes del deterioro mental, dejando bien claro que gozar de una completa salud en una sociedad enferma es fruto de una deshumanización creciente de la que somos partícipes por “obligación”, y enemigxs por “elección”.