Frente a todo proceso de salud o enfermedad se crean y despliegan diferentes tipos de modelos de autoatención, los individuos generan prácticas relativas a sus maneras de hacer frente a las circunstancias; a esos saberes, a esas maneras de conjugar saberes que se constituyen como un saber en sí mismo, los denominaremos aquí: saberes profanos. Hablamos de una suerte de pericia de la cual los sujetos no siempre son necesariamente conscientes, ni de su existencia ni —en ocasiones— de la realidad o efectividad de su aplicación. Es decir, a pesar de existir bajo una dinámica de constante negación de su subjetividad, la persona que ha sido diagnosticada de algún problema mental, desarrolla y pone en práctica una serie fluctuante de herramientas y estrategias de aproximación y mejora que tienen directa relación con sus conocimientos sobre su vida y sus padecimientos. Hablamos de prácticas que viven ocultándose, que atienden más a una lógica de rebasamiento, en el sentido de que emergen a pesar de la opresión, de la negación de las que son objeto. ¿Y a que tipo opresión nos referimos? Todas esas instancias de deshistorización, estigmatización, deslegitimación, consideración en tanto enfermo absoluto, etc., es decir todas esas acciones que se ejercen sobre los sujetos de la locura que no tienen que ver con una operación de violencia explícita sino con un tipo de coacción sutil en el plano de las relaciones cotidianas; clínicas, familiares, sociales. Así, más allá de la situación vivida, la persona mantiene y pone en práctica un conocimiento que es activo y produce resultados en el plano de la efectividad. Es un saber profano definido así por oposición a los llamados saberes expertos que dominan la teoría y práctica alrededor del sufrimiento mental. Son saberes que de alguna manera profanan, al manifestarse como una suerte de herejía del conocimiento en relación al pensamiento científico.
Fragmento del capítulo (que puedes leer completo aquí) del libro Acciones de salud mental en la comunidad, publicado por la Asociación Española de Neuropsiquiatría en 2012 y cuyos editores fueron Ana Moreno y Manuel Desviat.