Compartimos la traducción al castellano de un texto publicado en la revista Catarsi el pasado 31 de agosto de 2021. Creemos que es una aportación valiosa al actual debate (en construcción) que sobre la cultura terapéutica se está dando en el seno de algunos colectivos y movimientos sociales. Por nuestra parte, nos gustaría realizar algunas apreciaciones que pensamos pueden contribuir a centrar la crítica:
– Un artículo contribuye a un debate, pero no lo zanja por sí mismo. Esta afirmación vale para el que a continuación presentamos, pero también para el resto de los materiales que compartimos y generamos. Como norma general, valoramos más las aportaciones que las carencias. Crear siempre será más complicado que simplemente evaluar.
– No creemos que la controversia esencial planteada en el texto sea terapia sí o terapia no. Sabemos en primera persona de la necesidad de acompañamiento especializado en determinadas situaciones de sufrimiento psíquico. Eso es compatible con considerar que nos encontramos en un momento histórico caracterizado por una psicopatologización generalizada que contribuye a reforzar una concepción individualista de la existencia. Nos interesa sentar las condiciones que nos permitan pensar cómo ese fenómeno engendra una emergencia de soluciones profesionales que su vez lo agudizan y reproducen, a la vez que dificulta (más todavía) la acción colectiva.
– Tampoco pensamos que el asunto que nos ocupa vaya de emociones sí y emociones no. Las emociones existen, no pueden sacarse del debate y de la política. La cuestión es cómo tratarlas, cómo significarlas, qué espacio darles, en qué circunstancias, etc.
– Por último, nos gustaría hacer una pequeña apreciación sobre el hecho de que la autora considere a la terapia Gestalt como una “terapia pseudocientífica”. No tenemos ningún aprecio especial a dicha terapia, y de hecho esperamos que en algún momento se analice su influencia y efectos en determinados espacios políticos, pero sus carencias y peligros no se deben a carecer de fundamento científico. La relación entre la psicoterapia y la “evidencia científica” es tremendamente conflictiva, como revela la propia investigación que hay al respecto, pero esta es una cuestión que desborda el marco de sentido de estas líneas.
Para autores como Eva Illouz, Frank Furedi o Vanina Papalini —entre otras— en las últimas décadas las sociedades del capitalismo avanzado han sufrido un giro terapéutico. Para explicar qué es la cultura terapéutica, qué relación tiene con los feminismos y qué consecuencias puede generar en las luchas sociales actuales, es necesario hablar de los años 60-70 del siglo pasado. La socióloga Eva Illouz ha explicado cómo, antes de poder decir que «lo personal es político», la psicología y el feminismo tuvieron que inventar nada menos que la intimidad, es decir, lo personal. Y esta creación la hicieron conjuntamente, dentro de una alianza simbólica, en especial en lo relacionado con el cuestionamiento de la familia tradicional.
No obstante, a lo largo de las décadas la cultura terapéutica ha supuesto la priorización de lo privado (individual y de grupo) en detrimento de los compromisos sociales y colectivos. Su marco cultural ha llegado a todos los ámbitos de nuestra sociedad. Como explica Illouz, la obligación de una «gestión emocional» basada en el modelo psicologicista ya forma parte de la cultura popular (vía autoayuda), las instituciones, las empresas o las escuelas. Aunque popularmente se habla de la necesidad de desestigmatizar la terapia, la realidad es que la cultura terapéutica es hegemónica dentro y fuera de los feminismos.
Las décadas de alianza entre psicología y feminismos han pasado factura. En la actualidad el repertorio de acciones propio de los feminismos está lleno de dinámicas terapéuticas que tienen el potencial de desactivar las luchas sociales. Rondas de sentires, psicodramas, visualización de emociones, catarsis emocionales, etc. Las dinámicas terapéuticas se han mezclado tanto con los cuidados feministas que es difícil saber dónde acaban unas y empiezan los otros.
El paradigma terapéutico
El paradigma terapéutico tiene tres premisas básicas: 1. La salud mental no es fácil de conseguir; 2. El entorno de la persona suele ser la causa del sufrimiento y, por tanto, no es útil a la hora de mejorar su salud mental; 3. Debe ser un profesional el que ayude a la persona a alcanzar al estado psicológico adecuado. Nunca se está suficientemente bien como para no necesitar una introspección terapéutica, porque ese proceso centrípeto es potencialmente infinito.
En el ámbito político no es inocuo que este proceso sea un misterio para los no iniciados, ni que no pueda estar guiado por el entorno de la persona. Desde Freud, la familia se ha convertido en el espacio de sufrimiento psicológico por antonomasia. Los feminismos son críticos con la estructura familiar tradicional, el sistema cisheteropatriarcal, etc. y en esa crítica han encontrado en la psicología una aliada útil. Sin embargo, es necesario ver más allá de los peligros de la familia y pensar en la comunidad. El feminismo comunitario supera la crítica a la familia nuclear y es más útil para protegernos del individualismo liberal que una simple crítica a nuestro entorno. Desposeernos de nuestra capacidad para gestionar las dificultades en comunidad no es una vía para empoderarnos, sino una estrategia liberal.
Por otro lado, para hacer funcionar este sistema la cultura terapéutica requería otro cambio social: era necesario convertirnos en pacientes y desconfiar de nuestra resiliencia individual y social. Este proceso se ha producido desde la consideración de los humanos como seres extremadamente vulnerables que hace falta guiar y proteger para evitar su sufrimiento.
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En algunas comarcas del País Valencià se usa popularmente la expresión tindre mixorro, es decir, tener una actitud afectada que funciona como un exhibicionismo de la vulnerabilidad. Cuando una persona tiene molt de mixorro se autocompadece, se siente víctima de sus circunstancias y se limita a recrearse en el sufrimiento, renunciando a actuar para cambiar sus circunstancias.
Como dice Papalani, se ha creado un nuevo modelo de vida deseable en que el crecimiento personal es el centro. Ese nuevo modelo de éxito, además, se adapta a un contexto productivo en el que habilidades subjetivas como la gestión emocional terapéutica han pasado a formar parte del currículum básico. Papalani explica cómo, después de este cambio, las condiciones materiales —como tener un buen trabajo y una familia— ya no son garantía de éxito ni de felicidad. La nueva felicidad tiene que ver con la intimidad, es decir, con el crecimiento personal. Un crecimiento que en un primer momento parecía conectado con lo social a través de las sesiones de autoconsciencia feminista («consciousness») que trataban de visibilizar el sistema de opresión patriarcal, pero que ahora se ha desvinculado de esta línea política para asumir más bien la percepción consciente («awakeness») que proponen terapias pseudocientíficas muy extendidas dentro de los espacios militantes como por ejemplo la gestalt.
Frente a este giro terapéutico, autores como Gilles Deleuze, Claire Parnet o Félix Guattari proponen alternativas dentro del movimiento de la antipsiquiatría: por ejemplo, invertir la dirección terapéutica de la acción (centrada en la interpretación del pasado y en la percepción del presente) y generar líneas de fuga. Esas líneas de fuga son un ejercicio de experimentación social que consiste en dejar de interpretar pasado y presente y comenzar a construir hacia el futuro. Estos autores defienden que la producción de subjetividad se construye en la interacción. Por ejemplo, en el caso de la masculinidad en los feminismos se podría explicar así: los hombres dejarían de reflexionar sobre la masculinidad interiorizada y comenzarían a realizar las tareas necesarias para el sostenimiento de la vida. Se trataría, por tanto, de cambiar la interpretación por las prácticas y los ensayos que transforman de manera efectiva las relaciones sociales.
Ejemplo 1. Los cuidados feministas y la gestión emocional psicologicista
En la militancia, los cuidados feministas redistribuyen las tareas feminizadas e introducen las necesidades corporales. Los cuidados feministas deberían estar relacionados con la redistribución del trabajo necesario para mantener las luchas y de los beneficios (materiales o simbólicos) derivados tanto de ese trabajo de sostenimiento como de la lucha en sí misma. En cambio, la psicología ha reducido el ámbito de los cuidados y ha introducido en nuestras asambleas la tiranía de las emociones. A menudo encontramos listados de recomendaciones sobre cómo hablar en espacios militantes: habla desde tu experiencia, evita los juicios, etc. Estas recomendaciones se hacen desde el deseo de generar un buen ambiente colectivo, pero son sintomáticas de la hegemonía terapéutica y reducen los cuidados a una cuestión emotiva y formal. Se pide expresamente que se hable desde la experiencia (desde el yo, desde las emociones, no desde los conocimientos racionales) y que no se emitan juicios (porque las emociones no admiten la respuesta crítica). Esta jerarquía que pone las opiniones y las emociones por encima de los saberes y de la reflexión crítica oculta una realidad más preocupante: la expresión individual está por encima de la crítica que podría ayudar al grupo a mejorar. Los cuidados feministas deberían ser sinónimo de corresponsabilidad material y simbólica. La expresión individual de las emociones no contribuye a esta corresponsabilidad más allá de dar información puntual sobre cómo se sienten las personas del colectivo respecto a una u otra cuestión. Las emociones son importantes, pero no son el centro de los cuidados feministas ni deberían dinamitar las asambleas. Necesitamos menos ruedas de sentires y más sesiones de evaluación de la redistribución y la horizontalidad de nuestros colectivos. Menos expresión narcisista y más experimentación social. Más ternura y menos mixorro, para que la sensibilidad trabaje junto a otras estrategias.
Las emociones, entendidas como autoridad irrefutable, no solamente están presentes en las asambleas feministas, sino que además se están introduciendo en otros movimientos sociales ocultas en el caballo de Troya de las nuevas masculinidades, que es otro ejemplo de revisión interna que no propone líneas de fuga sino círculos concéntricos.
Ejemplo 2. Las brujas De Federici
Otro ejemplo es una cierta lectura que se está haciendo del trabajo de Silvia Federici. Como historiadora feminista de tradición marxista, Federici ha analizado las luchas por el salario del trabajo doméstico de la diferencia (Revolución en punto cero), o ha relacionado el nacimiento del capitalismo con la quema de brujas, la misoginia, la creación de la familia nuclear o la penalización de la anticoncepción y del aborto (Calibán y la bruja). Es decir, Federici analiza las condiciones materiales que acompañaron y justificaron la creación del mito de las brujas y la expansión de la misoginia tal y cómo la entendemos en la actualidad.
No dice que las brujas fueran buenas personas, que fueran feministas o que tuvieran poderes mágicos. Dice que las brujas no existían, que las inventó el proto-capitalismo para generar las condiciones materiales de su propia supervivencia. Sin embargo, ciertas representaciones feministas de las brujas sugieren que esas mujeres luchaban por defender su espiritualidad y unos conocimientos místicos y secretos, y se ha generado una defensa de las brujas mitificada y despolitizada. Este es un ejemplo del giro terapéutico. Se ha tomado un discurso basado en el estudio metódico (y científico) de la historia y en el cuestionamiento de las falacias capitalistas y patriarcales, y se ha reducido a una lucha personal por la libertad espiritual de corte liberal.
Izda. Cartel del curso «Lo emocional es político», impartido por Ianire Estébanez. Dcha. Dibujo de la ilustradora feminista Raquel Riba Rossy (https://www.raquelribarossy.com/), autora de Lola Vendetta, anunciando la web d’Estébanez. Fuente de las dos imágenes: http://ianireestebanez.com.
En la misma línea, se ha producido, por ejemplo, un giro terapéutico en la cultura menstrual. Hemos escapado de los médicos que nos decían que nos quejábamos de dolores que no existían y hemos caído en foros feministas en los que las compañeras nos dicen que si la regla nos duele es porque tenemos un bloqueo y no conocemos bien nuestro ciclo. Hemos escapado del paternalismo de la medicina para quedarnos atrapadas en nuestra propia red esotérica y culpabilizadora.
Ejemplo 3. Las actividades terapéuticas de las activistas feministas
Un tercer ejemplo es la sorprendente frecuencia con la que las activistas feministas van a terapia, especialmente a terapia gestalt. También está normalizado tener coach, buscarse a una misma en viajes a Asia, basar decisiones vitales en lecturas del tarot o creer en energías que determinan la dirección de nuestras vidas. Papalini explica, cómo esa espiritualidad hecha a la carta está fuertemente conectada con el individualismo liberal. En nuestro caso, aleja a los feminismos de la revisión crítica de las condiciones materiales y sociales necesaria para generar transformaciones radicales como la redistribución económica.
En la lucha política, centrarse en el yo y en las emociones es dejar de lado el nosotras. Eso es así incluso cuando esa introspección se realiza en grupo, porque un grupo de personas tratando de transformarse a sí mismas también activa un privado de grupo.
Conclusión: contra la tiranía de lo privado
Las técnicas terapéuticas tienen el potencial de desactivar las luchas sociales y se han introducido como cuidados feministas, cuando realmente son una estrategia de auto-reproducción de la hegemonía cultural terapéutica. La cultura terapéutica atrae porque se centra en la catarsis emocional y en la expresión de lo privado. Nos promete mejoras emocionales y felicidad, pero fundamental recordar que primero nos han hecho creer que no somos felices y ahora no está vendiendo recetas para serlo. Si permitimos que el individualismo terapéutico continúe siendo el faro que determine la dirección de nuestras luchas, el puerto al que llegaremos será menos colectivo, más narcisista y puramente liberal.
Los feminismos necesitan separarse de la cultura terapéutica o puede llegar a absolverlos y desactivarlos. Los cuidados feministas no consisten en lamerse las heridas, sino en construir juntas una comunidad que el individualismo y el autoritarismo de la cultura terapéutica contribuyen a destruir. Vivimos en una tiranía de lo privado que en los colectivos feministas se está traduciendo en una tiranía de la expresión emocional.
En la actualidad los feminismos están funcionando como un núcleo que irradia hegemonía terapéutica hacia otros espacios de militancia de izquierdas. Es en cierta medida responsabilidad de la militancia feminista trabajar para revertir esta tendencia.