Una psicosis y sus causas; de Javi Ballester Martínez

El sufrimiento psíquico es una experiencia individual única. Los manuales de psicopatología tratan de agrupar partes de esa experiencia y construir unidades de sentido. Algunas clasificaciones pueden albergar cierta utilidad en tanto que orientan la aproximación a aquello que se quiere conocer, pero si de verdad quieres acercarte y tratar de entender lo que sucede en un cabeza que no es la tuya, la mejor opción siempre será escuchar. Esta afirmación, sencilla, intuitiva y coherente desde un punto de vista epistemológico (es decir, que se sostiene frente a una crítica de lo que podemos y no podemos conocer sobre la locura y desde dónde y cómo hacerlo) suele ser completamente ajena a muchos profesionales y académicos que se dedican a la salud mental. Si alguien quiere saber sobre la psicosis (por poner el ejemplo que tiene que ver con el texto que vais a leer a continuación), el mundo en el que vivimos arroja dos vías hegemónicas de acceso: la primera es la ya mencionada del conocimiento fraguado por las llamadas «ciencias psi», la psiquiatría y la psicología, mientras que la segunda es la de los productos culturales, donde películas, series, cómics y novelas presentan por lo general una caricatura grotesca que es engullida por los consumidores a modo de verdad.

Por todo ello reivindicamos textos como el que os presentamos, exposiciones realizadas en primera persona que no cierran los discursos sobre la salud mental, sino que los abren y expanden. El ensayo clínico no es la única ni la mejor manera que tenemos para acercarnos a esa realidad radicalmente subjetiva que anida en la cabeza y el cuerpo de otro, para ello, además de la escucha y la conversación, está el arte, la poesía , el uso y abuso de la metáfora… cualquier forma de expresión que pretenda con honestidad establecer un puente comunicativo entre seres humanos que viven cosas distintas. Todo es atreverse a compartir.

Vas viviendo y acumulando pedacitos de dolor sin darte cuenta porque durante tu crecimiento nadie te regala un momento de pararte a pensar, trabajar sobre lo que te molesta, hiere y condiciona, impidiéndote llegar a ser: no encajas en los moldes preestablecidos, ningún referente que te sirva de guía, con el que poder identificarte cuando todo a tu alrededor es apariencia de seguridad, personalidades definidas ya en los albores, desde los inicios de una educación selectiva que va pasando a examen y suspendiendo “debilidades” de adaptación, que fomentan actitudes de infancias que buscan refugio en su interior, único lugar en el que pueden crecer libres de insultos, vejaciones, amenazas; vergüenzas de sentir diferente, que cuestionan valores: por qué tengo yo que pensar, decir, hacer, todo aquello que no me gusta, lo que en el fondo rechazo desde esa hondura que se crea de golpe para dar cabida a la vida que no se deja vivir hacia afuera: yo no he elegido este camino, pero el instinto de supervivencia, el deseo de no morir antes de nacer me impulsa a quedarme aquí, a resguardo de la intemperie, de esa climatología siempre adversa para los sin tierra que duermen el día de los demás y sueñan con la noche propicia al sueño de otra realidad posible: la suya en armonía, relacionándose con el resto. Pero no, no son conscientes de esta elección, solamente la viven en el día a día sin que llegue esa noche de los tiempos, siempre  venideros, en que todo dependa ya de un acto de la voluntad, de una afirmación a conciencia por primera vez de su ser. Y, así, te quedas en la etapa de gusano condenado a nunca ser mariposa, sin posible evolución, hasta que un día salta del proceloso mar de tu vida una gota que ya no es, no puede ser una más, es la que colma el vaso, tu medida, y el dolor te desborda, rompiéndote en pedazos: la silueta que has conseguido con tanto esfuerzo dibujar se desvanece, ya no te ves, pero no te conformas, necesitas un culpable, el absurdo es un peso demasiado grande para nadie: declaras tu inocencia condenando al resto de la humanidad, tan deshumanizada desde tu visión encogida por el sufrimiento. Ahora solo te queda darle forma a ese mundo al que responsabilizas de tu mal, crear una tierra de apariencia firme donde pisar, que te libre de él, sin noción siquiera de que vas adentrándote en una tierra, sí, pero pantanosa, arenas movedizas donde puedes llegar a desaparecer por completo para el resto de la sociedad, pero que a la vez te permiten construir una fortaleza inexpugnable donde resguardar los restos del naufragio de eso que fuiste, de ese algo que no quieres, no puedes (¿cómo ser nada?), dejar de ser, una gran fuerza desconocida hasta ahora se desata:

…Y de repente, así parece, algo se rompe en tu interior, que se vacía de golpe, eso sientes, tu voluntad (aunque puede que nunca llegues a saberlo) ha sido desaparecer y lo has conseguido, ya no duele (así comienza el gran engaño), la intensidad se ha desvanecido y sin ella todo tu mundo se desmorona: nadie te ha querido ver nunca, todas tus relaciones son y han sido falsas, tu vida entera es una farsa: te has quedado sola, aislada. Un leve aliento vital te devuelve por un momento la noción de lo que creías ser y en tu interior algo grita con rabia, rebelándose contra tamaña injusticia: ¡qué pasa aquí!; la piel, antes esponja, se blinda acorazada, como para proteger tu ser, lo más íntimo, de esa fragilidad que se adueña de la situación, no puedes manejar tus energías, no hay control posible frente al imperio del absurdo: sales a la calle, esa, la de siempre, y sin embargo es otra; no la reconoces, todo se vuelve hostil: “esa gente”, y una amenaza en cada esquina. Sin saberlo, eso que otros llaman realidad, para ti, siempre esquiva, te ha dado esquinazo, vuelves horrorizada corriendo a casa cerrando de un portazo: las paredes hablan mal de ti, en los techos retumban pisadas, los muebles vecinos juegan a las mudanzas, todo para joderte, no puede ser de otra manera, toda la vida te han estado jodiendo sin tu saberlo, el horror se instala también adentro; en realidad siempre ha estado allí amenazante, había medrado a costa de tanto desencuentro con esa ley unicoverdal (*), mayoritaria, extendida como razón universal: una no puede seguir su propia fe, creer en ti misma parece confrontar las creencias mayoritarias, las enraizadas en la sociedad, con las que tiene que comulgar todo el mundo si no quieres irte lejos, marcar distancias, traspasar fronteras de difícil retorno, esas que formarán en torno un mar de confusión, del que nace y crece en proporción a la incomprensión del resto del mundo una auténtica isla de incomunicación, porque quién se va a tomar el trabajo de construir un puente hacia ese que desde su trinchera en medio del horror de la batalla nos está diciendo: tu paz es mentira, mi guerra es una verdad: la de ese límite que has cruzado, esa tierra extraña que entrañan las psicosis.

(*) Nota de PV: término acuñado por el propio autor del texto.


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