La lobotomía como eje de reflexión sobre locura, medicina y ética en un documental (ya convertido en clásico) que aborda la figura del portugués Egas Moniz, Nobel de Medicina por sus investigaciones acerca de la aplicación de la lobotomía en seres humanos para combatir la esquizofrenia, para a partir de ella adentrarnos en una interesante reflexión acerca de la historia y presente de las prácticas psiquiátricas.
Con la firme intención de animaros a ver este material, os dejamos con una crítica realizada por
Becky es el nombre de una chimpancé, pero este documental dirigido por el fallecido cineasta catalán Joaquín Jordá y codirigido por Nubia Villazán no tiene que ver con estos animales, al menos no en su sentido explícito. Becky se hizo famosa al ser presentada en sociedad en 1935, cuando en un Congreso Internacional de Neurología los médicos de la Universidad de Yale, John Fulton y Carlyle Jacobson, mostraron cómo el comportamiento agresivo de la chimpancé había desaparecido gracias a una ablación cerebral.
Uno de los asistentes al evento fue Egas Moniz, un controvertido médico portugués a quien se le ocurrió implementar el mismo procedimiento en aquellos humanos “aturdidos”, depresivos y esquizofrénicos, para curarlos de todos sus males. Y así lo hizo: Moniz es conocido en el mundo por ser el primero en realizar la leucotomía o lobotomía prefrontal en un ser humano, una cirugía que implica cortar las conexiones de los lóbulos prefrontales, encargados entre otras cosas, de la coordinación y selección de las conductas con que cuenta el ser humano para responder y actuar en diferentes situaciones.
Al mejor estilo del cuadro La Extracción de la Piedra de la Locura del Bosco, el brillante médico portugués, a quien además le fue otorgado el Nobel en 1949 por este “revolucionario” procedimiento, se dedicó a extraer y aniquilar las conexiones de esta partecilla del cerebro que dejaba a los pacientes “sin locura”, pero convirtiéndolos en personas dóciles y apáticas.
Moniz es solo el punto de partida de este documental que llegó a la cabeza de Jordá inicialmente como un largometraje de ficción mientras traducía el libro Biología de las pasiones de Jean-Didier Vicent, en donde lo atrajo una pequeña referencia sobre el médico portugués.
El documental es narrado desde la metáfora y por ello no es fortuito que inicie en un laberinto (El Parque del Laberinto de Horta de Barcelona) con una voz en off que dice: “Entra, saldrás sin rodeos, el laberinto es sencillo, no es menester el ovillo que dio Ariadna a Teseo”. Aquí empezará un viaje, un tratamiento libre del género documental donde la realidad y la ficción se encuentran y en el que el director aborda el tema de la locura sin ninguna pretensión de exponer una única verdad.
Jordá entrecruza varias líneas narrativas, por un lado hace un recorrido por la vida de Egas Moniz a través de entrevistas a sus familiares, la visita a su Casa Museo y el mismo Egas Moniz representado por un actor portugués quien en la vida real está diagnosticado como maníaco- depresivo y estuvo internado en un hospital psiquiátrico.
En otro plano, imposible de separar del anterior, está la experiencia de un grupo de internos de la Comunidad Terapéutica de Malgrat en Cataluña, a quien Jordá introduce en el filme sin ningún tipo de prevenciones o calificativos. La forma como aparece este grupo en la película, sus comportamientos y entrevistas en cámara hacen que el espectador se enfrente a sus juicios y conceptos sobre lo que es normal o aquello que es calificado como locura.
Pero lo más interesante está a punto de suceder: el director propone montar una obra de teatro con los internos del Malgrat y el actor portugués, y de esta forma representar algunos aspectos de la vida de Moniz, centrándose en el atentando que sufrió cuando uno de sus pacientes (a quién el mismo le había practicado la lobotomía) le disparó ocho tiros que lo dejaron parapléjico el resto de su vida.
Los internos son filmados mientras preparan la representación teatral. Allí se les ve en su cotidianidad, en el momento en que toman la medicación o hablando lúcidamente frente a la cámara. Hay un juego constante entre realidad y ficción, un laberinto del que surgen voces de médicos, sociólogos, filósofos y también la voz del actor que interpreta a Egas Moniz contando la experiencia de su enfermedad. En medio del montaje de la ficción teatral aparecen los pacientes narrando sus historias de vida y el propio Jordá quien se integra con ellos y se convierte en uno más: cuenta la experiencia que vivió tras sufrir una embolia cerebral y muestra apartes de la intervención quirúrgica a la que fue sometido.
Una vez presentada la obra de teatro, el director pone frente a los ojos de los actores- internos del hospital su grabación, lo que desata una situación reveladora. Los internos hablan con una coherencia contundente que cuestiona la psiquiatría y sus tratamientos. Y aunque la lobotomía como práctica terapéutica se dejó de usar en la década de los sesenta por sus efectos secundarios y desde entonces se extendió el uso de los neurolépticos, la voz y los silencios de los pacientes del filme evidencian que todavía falta mucho camino para entender esa faceta humana que generalmente llamamos locura. La maestría de Jordá consiste en no exhibir ningún tipo de conclusiones, para eso está la realidad.