Compartimos una contribución que ha llegado directamente a nuestro correo electrónico (es una alegría encontrar misivas con propuestas de textos originales):
Escribo este texto porque pienso que todas podemos sacar muchos balances de nuestras experiencias prácticas, para así convertirlas en teoría compartible y puesta al alcance de los demás, de tal manera que podamos poner en cuestión, utilizar o descartar.
Como todas podemos hacerlo, todas podemos meter la pata también, y es por ello que estas palabras no deben ser tenidas en cuenta por encima de otras, ni siquiera como algo que pueda servir a cualquier persona en cualquier momento. Lo único, por otro lado, es que creo que a mí me sirve en los momentos en los que considero que atravieso procesos de paranoia leve y superficial al lado de otras situaciones que conozco. No obstante, esta paranoia de baja intensidad puede tener causas ofactores muy parecidos a otras maneras más intensas de vivirla. Es por ello que puede ayudarte, o puede no servirte de nada. En todo caso, ahí queda.
Las palabras te hieren como agujas en la piel, los comentarios sobre cualquier tema se vuelven referencias que de forma más o menos indirecta van sobre ti y sobre aspectos negativos que los demás tienen sobre ti o en general, pero que tú identificas como propios y sobre los que no te atreves a romper el hielo.
De repente, todo el grupo de personas que vive contigo en ese momento se transforma en una masa más o menos homogénea que comparte ciertos códigos de comunicación o cierto estado de ánimo en el que tú no estás. Todos conforman una comunidad comunicacional de la que te encuentras excluida y cuya cohesión te genera rechazo e indefensión ante un entorno hostil no declarado. Estás a la defensiva, mides cada palabra como futuro posible ataque hacia tu persona y te armas encerrándote en ti mismo, contribuyendo a esa guerra no declarada de trato y comportamiento con doble sentido que tanto duele. No importa si esto es real o no en ese momento, porque aunque tu sepas que no tienes razón del todo, aunque seas capaz de dudar un poco, algo que no caracteriza a la paranoia precisamente, ese ambiente que sientes opresivo o en desconexión contigo no se acaba porque tengas la capacidad de dudar en ciertos momentos, o de cuestionarte. De hecho, cuestionarte en ciertos momentos no siempre es bueno, ya que te deja sin coraza, sin defensa, sin capacidad de reconocerte como un igual frente a los demás.
En momentos muy críticos donde no eres capaz de hablar con las otras personas de lo que te pasa, el orgullo de creerte en lo cierto puede hacer que no te hundas en ese momento, pero cuidado con que esto se alargue demasiado, porque el orgullo solo nace de una carencia para la que necesitamos defendernos en momentos donde solo cabe eso, y no cabe poner solución al problema, que suele pasar por hablar de las cosas directamente y romper el hielo, acabar con los fantasmas que nadie nombra, que a veces existen y a veces no.
Mi necesidad de diferenciarme de los demás surge cuando vivo en contextos de pasar mucho tiempo con personas, ya sean queridas o no, y noto que el ritmo grupal no se adapta a mis necesidades o que no tengo la opción de coger la soledad que la mente me pide. Cuando sencillamente no me atrevo a poner los límites que necesito, por no molestar o por no ser un bache en la dinámica grupal. Es así como la comunidad se vuelve opresiva hacia mí, porque no puedo culpar, no puedo responsabilizar, ni puedo ser yo misma sin miedo a entrar en conflicto o suponer una piedra en el camino. A veces esto lo identifico como cosas no resueltas que vuelven a aparecer cuando los contextos grupales se repiten, otras las identifico como cosas que me distancian del resto y que no me atrevo a exteriorizar, porque confundimos siempre amistad con complacencia, afinidad con lealtad, y ahí es como siento la contradicción entre tener un discurso constante de recuperar la comunidad, de suprimir el individualismo, y tener una vivencia tan diferente que no la soporta. Esta contradicción supone un peso que impide sacar hacia fuera cosas que aparecen por otro lado en forma de desconfianza. La desconfianza y la hostilidad son el caldo de cultivo perfecto para los episodios paranoicos en cualquier persona, tenga una predisposición más psicótica o menos. Si en el orden social en el que vivimos, estas dos condiciones abundan, lo difícil es aceptar que puedas sentirlos entre personas que estimas, que quieres, que amas, que aprecias, o a las que, como mínimo, tienes estima.
En estos momentos, hago orgullo de mí, me cojo las cosas que anhelo y deseo, mis fantasías y mis aspiraciones y me centro en ellas. Cojo y me echo a correr, saco tiempo para pensar, para despotricar, para emperrarme en mis certezas, para escupir mis tensiones, hablo solo y voy sacando mayor empatía por los que tengo a mi al lado. Voy diferenciando uno a uno de esa masa homogénea que puede ser real en algún momento pero que para nada lo es en estado constante. Entonces se me ocurre que hablar con cada uno, o con algunos por separado puede generarme un poquito más de aterrizaje, de claridad y de seguridad. Cuando hago esto, después de haber sentido ese orgullo que me hace confiar en mí y dejar cosas que en ese momento siento inamovibles y me generan un sentido del vivir y del existir, entonces me doy cuenta de que las demás personas también tienen sus rayadas particulares, sus miedos en conjunto, sus secretos comunicacionales y sus episodios de querer escapar. Es entonces que la ansiedad se reduce y que veo más allá de mi ego. Entonces entra mi fase de cuestionamiento. Una vez que he puesto una pierna en la determinación y la firmeza de algunas de mis creencias, ahora pongo la otra en la empatía hacia el resto y en la relativización de las cosas que vivo tan certeras desde mi prisma. Pero esto no es un proceso lineal y progresivo, como casi nada en esta vida. Se trata de un proceso circular y en movimiento, en donde lo que crees superado bajo ese prisma lineal vuelve a aparecer y te vuelve a poner en tensión, hasta que vuelve a desvanecerse de nuevo. Por ello no hay que idealizar ni el orgullo ni la cuestión, sino compaginarlas como legítimas en cada momento que una cree oportuno.
Así, entre el orgullo y el cuestionamiento voy labrando pequeños nichos de confianza dentro de la desconfianza generada en ambientes comunitarios y es ahí donde a veces puedo sentirme integrado en la totalidad del grupo, y otras simplemente no puedo y lo asumo sin arrepentimiento y sin culpa, sin sentido del deber ser otra cosa.