Empezaremos con un ejemplo. En 1971, B. F. Skinner publicó su libro Más allá de la libertad y la dignidad (1). En esta obra, el autor sintetiza su filosofía que, a grandes rasgos, se podría resumir en que las intenciones de lograr una mayor libertad y dignidad para las sociedades humanas son ilusorias en tanto el ser humano no se guía por impulsos internos, sino por las circunstancias ambientales de las situaciones en las que se encuentra. La libertad y la dignidad no significan nada, dentro de este sistema de pensamiento, por lo que hay que dejar de considerar que el ser humano puede mejorar persiguiéndolas. Así, una persona no ayuda a otra por una cuestión de bondad, sino por los refuerzos positivos o negativos que después recibirá por parte de sus iguales al haber realizado una buena acción.
El autor plantea que estamos tratando de construir un mundo que confía en términos abstractos como “bondad”, “libertad” o “dignidad”, cuando lo que en realidad nos deberíamos plantear es cómo construir un ambiente perfectamente estudiado que haga que actuar bien sea la única opción. Para confeccionar este mundo habría que basarse en el conductismo, a pesar de que, como él mismo reconoce, esta disciplina todavía no está lo suficientemente avanzada para cumplir tal cometido. La idea esencial, en un futuro, sería dejar en manos de la ciencia de la conducta el manejo ambiental de la vida humana, el control de lo social y lo individual. O lo que es lo mismo, controlarlo todo.
Skinner siempre quiso ser escritor, carrera que abandonó al percatarse de sus escasas habilidades para la literatura. Sin embargo, en 1948 (curiosamente 23 años antes de la obra que acabamos de comentar) publicó su única novela, Walden Dos (2), en la que describe cómo sería esta sociedad de un modo literario.
El pensamiento de Skinner se ha simplificado tanto por parte de sus partidarios como de sus detractores. Sin embargo, contiene aspectos tanto positivos como negativos. Por una parte pone al ser humano en una posición desde la que puede cambiar solo si cambia socialmente. El ensayo que estamos comentando lo escribe con el ánimo de lograr un mundo más justo (sin guerras, ni violencia, por ejemplo), con un posicionamiento tibio pero explícito a favor de los movimientos partidarios de una mayor libertad y sus reflexiones no son ajenas a las reivindicaciones del momento. Estas características son muy poco habituales en los teóricos de la psicología. Pero, por otra parte, los métodos que propone tendrían como consecuencia un exceso de control por parte de una minoría de especialistas y una eliminación en lo teórico de la “esencia humana”, de la que surgen motivaciones abstractas pero necesarias como las mencionadas anteriormente (libertad, justicia, etc.).
Resulta muy soprendente la falta de un debate al respecto, sobre todo si tenemos en cuenta que el paradigma conductista, del cual este autor es probablemente el máximo exponente, es de los más utilizados en la actualidad. Un ejemplo paralelo sería que en filosofía no se debatiese La República de Platón, o Utopía de Thomas Moore. La intención aquí no es invalidar las técnicas conductistas como tal, ni tampoco reducir a Skinner a un simple ideólogo del totalitarismo, ya que sería tan precipitado y erróneo como la tan actual costumbre de ensalzar el conductismo sin una perspectiva crítica. Pero sí poner sobre la mesa la contradicción entre que uno de los mayores contribuyentes a las prácticas de la salud mental que se llevan a cabo en la actualidad considerase adecuada una sociedad diseñada científicamente, en la que se negase la libertad como concepto, que además estuviese preocupado por una transformación social, y que nada de todo esto se revise o debata desde ningún lugar vinculado a la psicología.
Cualquier persona que no esté relacionada con la disciplina consideraría este hecho como una incoherencia difícil de creer. Como veremos más adelante no se trata de censura, ni de falta de investigación, ni siquiera de falta de inquietudes por parte de los profesionales. Se trata más bien de tres factores directamente relacionados:
- Considerar que la psicología es una ciencia neutral, cuyos conocimientos no están influidos por el contexto y cuyos planteamientos pueden funcionar con una lógica propia, ajena a las circunstancias sociales.
- Estas circunstancias sociales permanecen ajenas a la psicología, al menos hasta que han sido individualizadas, vaciadas de un contenido político y psicologizadas.
- Si las circunstancias sociales son tenidas en cuenta, simplemente se certifican con algunas generalidades poco concretas. No se alcanza a examinar cuál es la verdadera dimensión de su influencia, ni afecta a la estructura esencial del discurso (aunque sí lo hacen otros factores como los neurológicos).
Sólo así se comprende que una gran parte de los profesionales de la psicología no den importancia, o directamente no sepan, que Skinner iba más allá del paradigma del condicionamiento operante.
La palabra “neutralidad”, en este texto, hará referencia a no tomar partido en determinadas situaciones debido a que se considera que es injusto apoyar a una parte más que a otras. Sin embargo, en una situación atravesada por factores sociales que suponen una injusticia, la neutralidad equivale a tomar parte a favor de esta última. En otras palabras, cuando se presentan estos factores la neutralidad no es una opción. En este texto vamos a referirnos a situaciones en las que este “no tomar partido” por parte de la psicología ha llevado a que caiga en la trampa de creerse neutral. El origen de esta idea de imparcialidad reside en considerar que la objetividad científica está reñida con la subjetividad política y social, que se tiene que elegir entre una y la otra. No tratamos de traer aquí el recurrente debate que enfrenta factores sociales vs. biológicos, ni el debate sobre si es posible o no la objetividad. Antes bien, queremos mostrar a través de una serie de ejemplos, cómo el evitar reflexionar sobre cuestiones políticas y sociales lleva a que la psicología acabe, paradójicamente, involucrada en cuestiones políticas y sociales en las direcciones menos deseadas. Esta reflexión no se hace desde ninguna escuela en concreto, ni va a defender unas u otras teorías.
Antes de continuar con el texto es necesario aclarar que la intención no es examinar de forma exhaustiva la cuestión planteada, sino simplemente presentar una serie de ejemplos que puedan generar reflexión y debate. En este sentido, se realizan generalizaciones como pueda ser la de hablar de psicología para incluir a todos los profesionales de la disciplina y todas sus corrientes. No dudamos de que las inquietudes que se presentan a continuación son compartidas por un creciente porcentaje de profesionales. El punto central no es que hayan o no psicólogos que las reflexionen, sino que estas cuestiones no disponen de tiempos y espacios acordes con su importancia dentro de la disciplina de la psicología.
Ninguno de estos análisis se plantea como una propuesta cerrada a otras reflexiones. Al contrario, apenas se presentan breves introducciones a los mismos y algunas ideas, por lo que este texto se sitúa lejos de la voluntad de sentar cátedra o profundizar. Como se podrá comprobar enseguida se trata de temas dispersos, con ejemplos de diferentes campos, ninguno de los cuales es una especialidad del autor. La incoherencia de su presentación ejemplifica que los mapas están todavía a retazos.
El Síndrome de Alienación Parental
El concepto del Síndrome de Alienación Parental (SAP) fue creado en los años 80 por Richard Gardner, un psicólogo que nunca recibió el reconocimiento que buscaba. En la actualidad, este síndrome tiene aplicación en procesos judiciales de divorcio, indicando que un progenitor manipula a su hijo para ponerlo en contra del otro progenitor y de ese modo conseguir la custodia. El SAP vendría a ser una forma de maltrato psicológico por parte de uno de los padres al niño, según sus defensores. Sin embargo, en la práctica se ha utilizado para invalidar las declaraciones de niños que decían ser abusados o maltratados por sus padres, alegando que estaban siendo manipulados por sus madres con el objetivo de conseguir la custodia. Surgió, en un primer momento, como reacción a la investigación que señalaba que un padre abusador no podía ser un buen padre, y durante la ola de divorcios que sucedió en Estados Unidos en los años 80 los padres abusadores encontraron en este síndrome una herramienta de defensa. Sin embargo, no está reconocido en las clasificaciones DSM ni CIE, ni tampoco hay estudios de ningún tipo que avalen su utilización (3).
Pese a que se utiliza habitualmente en el ámbito judicial, los partidarios del SAP llevan años intentando que se incluya en las grandes clasificaciones diagnósticas con el fin de consolidar su legitimidad. Es importante resaltar cómo en este caso, el DSM no estaría creando esta legitimidad, sino consolidando la legitimidad previa en una maniobra a todas luces política. En otras palabras, no estaría actuando de forma neutral. Por otro lado, si simplemente no acepta esta inclusión tampoco estaría siendo neutral, puesto que los promotores del SAP ya están utilizando el poder de convicción de los diagnósticos y de las ciencias “psi” para ser efectivo como instrumento. Estaría dejando utilizar una de las fuentes de su poder, la que no tiene que ver con su validez científica sino con el imaginario social. El debate se ha llevado a un terreno meramente técnico, donde se debe dilucidar de forma neutral e imparcial si la problemática que el SAP plantea es lo suficientemente consistente como para ser incluido en el DSM. Pero como acabamos de ver, ninguno de los resultados de este “mantenerse neutral” estaría siendo neutral.
Hay que añadir que las teorías de Richard Gardner trataban de justificar el abuso sexual infantil alegando que los niños inician los encuentros, justificaba la pederastia y explicaba que las culpables eran las esposas por no satisfacer sexualmente a sus maridos. Antes de su muerte Richard Gardner se presentó en más de 400 juicios como perito, defendiendo invariablemente al padre. Estos hechos nos indican que sus intenciones estaban claras y la imparcialidad estaba fuera de juego desde el primer momento (4). En la actualidad, los libros y artículos aparecidos con la intención de defender el SAP utilizan una retórica científica que otorga la sensación de neutralidad sin tenerla, tal y como se ha demostrado en numerosas ocasiones (3). La única forma de no legitimar directa o indirectamente un discurso patriarcal como el que se esconde detrás del SAP, es entender que no se puede ser neutral en esta situación. No posicionarse en contra del discurso de sus seguidores implica, en cierto modo, posicionarse a favor, ya que está permitiendo que sus discursos sigan teniendo efecto. Posicionarse en contra supondría ayudar a contrarrestar la carga política, en este caso patriarcal, que sus partidarios ya están utilizando desde hace tiempo, y que, cuanto más neutral se vuelve la psicología, más fuerte se hace.
El crecimiento de la extrema derecha
Se ha escrito una cantidad relativamente grande de material respecto al papel que jugaron los psiquiatras afines al régimen de Franco. Sus dos figuras más destacadas, Vallejo-Nájera y López Ibor, promovieron una visión que equiparaba el marxismo como un problema de salud mental al tiempo que involucraron el catolicismo tanto en la teoría como en la práctica psiquiátrica de la época. Sus escritos y estudios sirvieron para reforzar la represión que sufrió el bando que perdió la guerra, justificando, por ejemplo, que el marxismo se heredaba genéticamente, y que por tanto era adecuado separar a los hijos de los padres represaliados para inculcarles la ideología del régimen (5). Frente a estas figuras podemos situar a Emilio Mira, psiquiatra de gran reconocimiento en otros países, encargado de la coordinar la atención de la salud mental en el frente del bando republicano y exiliado durante la dictadura (6). Por otro lado, durante la última década de franquismo surgieron toda una serie de iniciativas que trataron de acabar con el modelo manicomial y que se organizó en torno a lo que se acabó llamando Coordinadora Psiquiátrica, una estructura clandestina que formó parte del amplio movimiento antifranquista y que pocos años después engrosaría las filas de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (AEN) (7).
Sin embargo, poco se conoce acerca del papel jugado por la psicología durante la época de la dictadura. Si bien se trataba de una disciplina que en el estado español todavía no gozaba de un estatus oficialmente separado de otras disciplinas (no se convertiría en licenciatura universitaria hasta el año 1968), una buena parte de su labor fue meramente investigadora y experimental, quedando al amparo del CSIC, afín al régimen, y de otras instituciones (8). Una de la corrientes dominantes de la época fue la Psicotecnia, o Psicología Aplicada, que trataba de traducir las teorías psicológicas a técnicas específicas en diferentes campos (laboral y pedagógico, principalmente) (9). Sin embargo, en general no está sobre la mesa qué interacción hubo entre la psicología y el régimen franquista, por lo que se produce un vacío histórico de 36 años, poco investigado y no comentado en las formaciones oficiales de la disciplina.
Este rechazo a la memoria histórica también lo podemos encontrar en Chile, donde el colegio de médicos ha pronunciado su repulsa ante la colaboración de varios médicos con los procesos represivos durante la dictadura, pero el colegio de psicólogos se niega a hacerlo pese a la evidencia de la estrecha colaboración de ciertos profesionales (10). Este mismo colegio de psicólogos recientemente publicó un comunicado en el que rechazaba firmemente una agresión sufrida por José Antonio Kast, político de extrema derecha que defiende, entre otras cosas, ilegalizar el aborto e indultar a cargos importantes de la dictadura de Pinochet, recibiendo críticas debido a que este posicionamiento no se ha realizado con ninguna otra agresión, como pueda ser asesinatos de mapuches o violencia de género.
En la actualidad se está observando una falta de atención por parte de la psicología al crecimiento de la extrema derecha en los países occidentales, crecimiento que no está pasando desapercibido a otras disciplinas. Una excepción es una reciente investigación en la que se analizaban las características psicológicas de miembros de la Alt-Right en Estados Unidos. Tras analizar las encuestas observaron, entre otras cosas, que tendían a ver a otros grupos sociales (musulmanes, demócratas, periodistas, judíos, etc.) como menos humanos que ellos, que apoyaban mucho más que el resto de la población a organizaciones que solamente ayudaban a personas blancas y que eran más proclives a utilizar la violencia (11). No hay que olvidar que la extrema derecha lidera, tras el 11-S, el ranking de asesinatos por motivos políticos en este país (12-13). Este estudio ha sido reseñado en revistas de análisis político y sociológico, pero no ha causado ninguna reacción en los profesionales de la salud mental.
En Europa existe el llamado movimiento identitario o nacionalismo autónomo, que ha desplazado el foco desde el considerar otras razas como inferiores, a la defensa de mantener una identidad nacional (o europea) íntegra. Pese a que esta desplazamiento del foco parece un sencillo matiz sin importancia, les ha permitido aglutinar a un creciente número de seguidores espoleados por la actual crisis económica. Cuentan con una estética renovada, con logos atractivos, eslóganes sencillos de comprender y un estilo de vida que otorga identidad grupal (14). Ejemplos en España son Hogar Social Madrid o Identitarios España, involucrados en ayuda humanitaria exclusivamente a personas españolas y también vinculados a actos violentos contra migrantes.
En una entrevista, Foucault señaló: “El no análisis del fascismo es uno de los hechos políticos importantes de estos últimos treinta años” (15). En efecto, las consecuencias de mantenerse neutrales respecto a estos movimientos pueden llegar a ser nefastas. Es posible que, si se produjese un mayor volumen de investigación como la que acabamos de mencionar, fuese posible ayudar a prevenirlos. Pero para ello hace falta reflexionar sobre qué supone analizar en términos psicológicos un movimiento político como el de la extrema derecha, y cómo se podría prevenir que estos conocimientos no fuesen utilizados contra otros movimientos que buscan una transformación en positivo. Además, no se puede caer en la simplicidad de patologizar las idea de extrema derecha, tal y como se ha tratado de hacer con Donald Trump y con Marine Le Pen, a los que se ha tratado de diagnosticar de diferentes modos. Esto supondría patologizar y, por tanto, desresponsabilizar a la sociedad de los resultados de su gestión política y económica. Antes bien, el aporte de la psicología en este ámbito podría estar relacionado con desmontar mecanismos de persuasión, con análisis del discurso y con detectar necesidades psicosociales que si estuviesen cubiertas supondrían una vacuna contra la penetración de discursos facistas.
Torturas en Guantánamo
Profesionales de la salud, incluyendo de la salud mental, fueron contratados para atender las condiciones de los prisioneros del centro de detención militar de Guantánamo. Cuando se llenó tras los atentados de 11-S, durante la invasión estadounidense en Afganistán, estos profesionales (médicos, psicólogos y psiquiatras) tenían que cumplir varias normas: utilizar seudónimos o números en lugar de los nombres de los prisioneros, podían estar un máximo de nueve meses para no crear un vínculo personal, hablaban con rejas de por medio, con intérpretes como intermediarios (no fueron seleccionados profesionales con conocimiento de los idiomas pertinentes) y las informaciones recogidas podían ser utilizadas por los interrogadores para conocer puntos débiles físicos y mentales de los prisioneros. Una de las prohibiciones más significativas es la de que no podían hablar con el preso sobre las torturas que estaba sufriendo (16).
Pocos años después, dos psicólogos admitieron en un juicio diseñar y aconsejar estrategias para que las técnicas a utilizar en los interrogatorios no sobrepasasen el límite a partir del cual se considera tortura. Como se pudo ver en las conocidas imágenes del maltrato a los prisioneros que dieron la vuelta al mundo, sí que lo sobrepasaron. Además, la American Psychological Association (APA), una de las asociaciones de psicología más influyentes del mundo, fue acusada de avalar estos métodos, e incluso de supervisarlos in situ (17). Finalmente resultaron absueltos provocando gran controversia en la opinión pública americana. Estas técnicas han sido utilizadas en Guantánamo, pero también en tantas otros centros de detención de los que dispone la CIA en diversos lugares del mundo.
Pese a que, supuestamente, la intención del gobierno estadounidense al utilizar a psicólogos era que los interrogatorios no dejasen marcas en la salud mental, evidentemente las dejó. Los psicólogos no consiguieron, si es que en algún momento fue su intención, reducir la intensidad de los interrogatorios. Tampoco se realizaron denuncias de lo que estaba sucediendo. Su función, en definitiva, se redujo a avalar este tipo de prácticas, asesorar para que no dejasen “marcas” y atemperar a la opinión pública en caso de que todo saliese a la luz (como de hecho sucedió).
Poco después del juicio, el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, prometió en su campaña electoral que iba a legalizar la tortura en interrogatorios. Lo lógico sería esperar algún tipo de reacción por parte de los profesionales de la psicología, sobre todo después de la polémica que acabamos de describir. Sin embargo, también es muy probable que la falta de planteamientos políticos lleve a una posición de imparcialidad y neutralidad que en nada favorezca los derechos humanos.
En este sentido, parece razonable plantearse qué hacer en caso de ser testigo de este tipo de actuaciones y cómo evitar involucrarse en su legitimación. Pero tampoco se puede sencillamente evitar involucrarse a nivel individual, puesto que otro profesional puede cumplir esa misma función. En otras palabras, no torturar puede ser una decisión sencilla de tomar, pero no contribuir a la tortura en este tipo de situaciones puede ser más complicado. La posición de neutralidad simplifica este tipo de cuestiones, resuelve el problema antes de que se plantee. Como en tantos otras situaciones, se trata de una decisión tan política como ética, si rechazamos la posibilidad de tomar esta decisión porque es política, también se estará negando la posibilidad de tomar una decisión ética.
Estigma y opresión social en personas con sufrimiento psíquico
Decir que las personas con problemas de salud mental sufren estigma es tanto una realidad como un lugar común. No obstante, no es tan habitual escuchar que las personas con problemas de salud mental son un grupo sobre el cual se ejerce una opresión. Este cambio de paradigma es el que algunos autores llevan unos años planteando, alegando que los estudios que tratan de explicar el estigma desde una perspectiva meramente individual (principalmente sesgos cognitivos y prejuicios) obvia una mirada amplia que recoja las estructuras sociales dentro de las cuales se manifiesta. Desde este paradigma, la opresión se presenta como aquellas condiciones sociales que impiden a personas que forman parte de un determinado colectivo a llegar a desarrollarse libremente, sea a través de procesos de marginalización, las dificultades de acceder a un trabajo digno o el no tener poder de decisión sobre sus cuerpos, entre otras (18). Es posible que para muchos profesionales de la salud mental estas circunstancias sean secundarias y raramente merecen gran atención, pero para las personas con sufrimiento psíquico son prioritarias.
Un análisis del estigma en salud mental como opresión social puede basarse en modelos desarrollados por otros colectivos a lo largo de la historia, como puedan ser mujeres, personas racializadas o el colectivo LGTBI+. En lugar de poner el foco en el auto-estigma o el prejuicio hacia el otro, centran los análisis sobre los privilegios, que en nuestro caso serían aquellas ventajas que las personas sin problemas de salud mental (incluyendo los profesionales) tienen respecto a las personas que sí que los tienen, y de las cuales no son conscientes (19). La eliminación de la opresión sobre cualquier colectivo pasa por que las personas privilegiadas estén dispuestas a compartir sus privilegios con las personas oprimidas. Por ejemplo: los puestos de trabajo tendrían que adaptarse a las personas con problemas de salud mental (horarios, bajas laborales, productividad, etc), y no estas al puesto de trabajo; se tendría tanto espacio y tiempo para hablar sobre experiencias no marcadas por el sufrimiento psíquico, como de experiencias que sí que lo han sido; las decisiones de las personas con problemas de salud mental tendrían que ser tan respetadas como las de las personas que no los sufren, etc.
Por supuesto, todo es mucho más complejo que las breves pinceladas que se exponen aquí. Sin embargo, esto nos da pistas acerca de cómo un análisis que siga este camino revelaría una compleja red de privilegios y jerarquías, de consensos, normalidades y diferencias. Esta red existe, tanto si se analiza como si no, y permite entender que el concepto de estigma no se puede reducir exclusivamente a prejuicios sociales o problemas de contratación laboral.
El lugar en el que más se evidencia el estigma es en los medios de comunicación, y tampoco aquí lo podemos reducir a un mero prejuicio. El ejemplo más claro es el reciente anuncio de Campofrío titulado “Amodio”. En este anuncio, Isabel Coixet presenta un parador de lujo como si fuese un psiquiátrico. Dentro de esta representación pop y endulzada, equipara el que se tengan opiniones políticas contradictorias como una señal de que algo va mal. La sociedad tiene que estar mal si sus miembros son capaces de colgar más de una bandera en sus balcones o de rechazar y querer que vengan turistas al mismo tiempo. En otras palabras, el prejuicio hacia las personas con problemas de salud mental está indudablemente presente, pero también señala la falta de consenso, la falta de uniformidad ideológica como algo patológico, un fallo que genera una diferencia y diversidad que no debemos tomar en serio. Este país está, según el anuncio, desviándose de la norma, por lo que lo más adecuado es representarlo en un psiquiátrico. Lo que este anuncio transmite no solo es un prejuicio, sino todo un sistema de pensamiento conservador que necesita del estigma en salud mental para expresarse sin que genere rechazo.
El anuncio, visto por millones de personas, ejemplifica que el estigma tiene un papel social de gran importancia. No importa que el anuncio no sea objetivo sobre lo que es un psiquiátrico o sobre el sufrimiento psíquico. Ya ha creado su propia verdad y es la que prevalecerá. Los juegos de representaciones, fuera del alcance de lo objetivo y lo neutro, instrumentalizan el campo de la salud mental. En este caso para una empresa que tiene un sesgo ideológico a favor de la normatividad (entendida como lo opuesto a la diversidad) y en otros casos para otro tipo de mensajes. Si se critica el estigma como tradicionalmente se viene haciendo, y se obvia la dimensión política y social que lo acompaña, se contribuye a este ensalzamiento de la normatividad y esto, a su vez, revierte con un estigma todavía mayor para el colectivo de personas con sufrimiento psíquico.
El olvido de las pioneras de la psicología que investigaban desde la calle
Silvia García Dauder estudia la historia de las mujeres pioneras en psicología. Señala la contradicción que existe entre la importancia que tuvieron sus investigaciones y el completo olvido al que han sido sometidas. Uno de los casos que analiza es el de las llamadas “mujeres de la Escuela de Chicago”, la primera generación de mujeres estudiantes de psicología en la Universidad de Chicago. Algunas de estas mujeres, tras acabar la carrera, se involucraron en el movimiento sufragista, otras dieron un vuelco al estudio de las diferencias de género, y todas contribuyeron, por el mero hecho de irrumpir en una academia exclusivamente para hombres, a una importante ruptura de esquemas (20).
Algunas de estas mujeres fundaron Hull House en 1889, un híbrido entre centro de acción social y política, así como de investigación. Situada en uno de los barrios más empobrecidos de Chicago, sus proyectos englobaban diferentes frentes como por ejemplo en contra del trabajo infantil, la mejora de las condiciones laborales en las fábricas o los derechos de mujeres, niños y migrantes. En algunas ocasiones consiguiendo cambios a nivel de medidas políticas, y en otras implementando ellas mismas esas medidas desde la Hull House. Para ellas la investigación, si no tenía como objetivo mejorar la vida de las personas, no tenía sentido per se (21).
Sin embargo, no es tan extraño su olvido. Las aportaciones de mujeres pioneras en la ciencia todavía no han sido reconocidas desde las distintas disciplinas científicas, y la psicología no es una excepción. A esto, hay que sumarle el contenido político de sus acciones y planteamientos. Mezclando psicología con activismo social y feminismo, las reflexiones que suscitarían su recuperación tendrían que versar, inevitablemente, sobre estas cuestiones. Sería interesante plantearse en qué aspectos hubiese sido diferente la disciplina si hubiese integrado estos planteamientos, y también plantearse por qué no se está haciendo actualmente.
En general, hablar de la historia de la psicología es hablar de una sucesión de nombres masculinos, fechas de nacimiento y listado de obras relevantes. Como se ha comentado en el apartado sobre la extrema derecha, a través del silencio de la historia se pueden obviar cuestiones de gran importancia. En este caso, en lugar de esconder la relación con un régimen dictatorial, se está escondiendo la actividad de mujeres que pelearon a contracorriente. Sin embargo, las consecuencias son similares: simplificar y pasar por alto experiencias que podrían estar enriqueciendo la disciplina en la actualidad. Una posición de neutralidad en este caso estaría basada simplemente en incluir un mayor porcentaje de mujeres en los libros de historia de la psicología, puesto que no se posicionaría a favor de una recuperación con consecuencias profundas, ni a favor de que la historia continúe escrita en masculino. Esta posición tendría como consecuencia que se produjese una recuperación fragmentada y anecdótica de estas mujeres, impidiendo una reflexión sobre las verdaderas implicaciones de su olvido. Por contra, una recuperación histórica real debería ser capaz de obligar a hacer un ejercicio de autocrítica, de integrar cuestiones invisibilizadas y de reconocer estructuras patriarcales en la disciplina.
Trabajo y política
La página web Redacción Médica (https://www.redaccionmedica.com/) realizó una encuesta entre sus lectores, profesionales de la salud, para conocer su intención de voto en las elecciones del 26 de junio del 2016 (22). De los psicólogos, un 53,8% tenía intención de votar a Unidos Podemos. Un 46,2% aludían a motivos políticos y el resto a motivos profesionales. Es evidente que la muestra no es en absoluto representativa del colectivo que trata de reflejar, sin embargo, nos puede servir para arrojar luz sobre una determinada forma de entender la relación que muchos profesionales de la psicología tienen con lo político. Partiendo de la base de que las personas que tenían pensado votar a esa formación lo han hecho buscando un cambio en la estructura social, resulta llamativo el contraste con lo alejados que están los planteamientos políticos acerca de la propia profesión. Incluso suponiendo un sesgo, y escogiendo cifras más conservadoras, un importante porcentaje de profesionales de la psicología estarían preocupados por la situación política, pero dejan su condición de sujeto político en el momento en que entran en la consulta.
Un ejemplo de esto son las corrientes de investigación que relacionan la salud mental con factores como el desempleo o residir en barrios deprivados. Pese a que estas tendencias de investigación son minoritarias, los resultados que arrojan son contundentes. La conclusión general es que los factores relacionados con las crisis económicas, o con una mala gestión de la riqueza, afectan enormemente a la salud mental de las personas (23). No obstante el grado de preocupación, de emergencia o de interés por parte de los psicólogos ha sido desproporcionadamente bajo, tanto en términos éticos como científicos. Otro ejemplo: desde el año 2008 en el que se considera que empezó la crisis económica, hasta la fecha, 2016 ha sido el año que más se ha escrito sobre depresión y desempleo en el buscador PubMed, con 111 artículos. Sin embargo, ese mismo año se publicaron en el mismo portal 755 artículos acerca de depresión y serotonina. Pese a ser conscientes de la poca rigurosidad de presentar así estas cifras (no se ha encontrado investigación orientada a este tipo de cuestiones, lo cual también parece significativo), la gran distancia entre ambas cifras en un contexto de crisis económica da que pensar.
Es importante, por tanto, replantearse cuales son los solapamientos entre el trabajo cotidiano en psicología y la política. La investigación que se realiza, o el incluir o no ciertos discursos en la práctica clínica, tiene tantas o más consecuencias políticas como votar. El empoderamiento del colectivo de personas con sufrimiento psíquico, el cuestionamiento de los factores económicos que afectan a la salud mental o una mayor participación de colectivos y movimientos sociales en el campo de la salud son objetivos sobre los que se puede construir una transformación social.
Este tipo de cambios a pequeña escala, y en un relativo corto plazo, son los que determinan cambios a mayor escala a largo plazo, del mismo modo que un profesor puede elegir realizar un debate en clase sobre violencia de género o la situación de los refugiados, sin tener que esperar a que el partido que ha votado tome medidas al respecto o a que institucionalmente se proponga como parte del temario. Esto no ocurre únicamente en el campo de la psicología, antes bien, es una forma generalizada de entender lo político. Desvincular los actos cotidianos de la política, o lo que es lo mismo, considerar como política exclusivamente lo que sucede en las instituciones estatales, reduce el campo de acción y dejan fuera de control aspectos importantes de nuestra vida como individuos en sociedad. Neutralidad, en este contexto, es otorgar la misma importancia a la serotonina que al desempleo. O incluso darle más importancia a la primera. De este modo, se lanza el mensaje de que lo injusto es una característica más de un factor y no lo convierte en merecedor ser analizado de un modo distinto a otros.
Una disciplina impermeable a la crítica
En general, la psicología es muy poco permeable a los planteamientos que vengan de sectores críticos, tanto desde dentro, como desde fuera de la misma. Por ejemplo, desde el enfoque de la psicología crítica se ha llevado a cabo una serie de aportaciones teóricas y prácticas de gran importancia. La crítica a la psicologización de la vida, la propuesta de integrar la investigación con el activismo de los movimientos sociales, el replanteamiento de la mentalidad colonial al haberse impuesto modelos de salud mental occidentales a otras culturas, son algunas de sus aportaciones. Sin embargo, la psicología crítica se entiende como una corriente más dentro del resto de corrientes de la psicología, impidiendo que sus propuestas calen y produzcan una transformación de la disciplina. Un artículo que reflexiona sobre las aportaciones de esta corriente señala: “Para muchos psicólogos, la psicología crítica aparece como un espectro” (24).
Otro ejemplo de perspectiva crítica, esta vez desde fuera de la disciplina, es el de los activismos en salud mental. En el estado español, podríamos marcar el congreso Entrevoces, realizado en Alcalá de Henares en noviembre del 2015, como el momento de inflexión a partir del cual un movimiento heterogéneo de activismos en salud mental cogió fuerza. Este aglutina una amplia variedad de colectivos y discursos que han ido más allá de los planteados por asociaciones de familiares y de profesionales. Desde la proliferación de Grupos de Apoyo Mutuo (GAM) a campañas contra ciertas prácticas profesionales como la que trata de eliminar el uso de las contenciones mecánicas en los ingresos hospitalarios (#0contenciones), este movimiento recoge la horizontalidad y el crear alternativas desde la base y fuera de la salud mental institucional. Propone alternativas y discursos con los que cada vez una mayor cantidad de personas se sienten representadas. Ejemplos de estos colectivos son FLIPAS GAM, Activament Catalunya, Asociación Hierbabuena, Mejorana Elkartea, Federación Andaluza de Asociaciones de Salud Mental “En Primera Persona” o GAM Valencia, entre otros. Cada vez se abren más grietas por las que pasan estos discursos, sin embargo, en términos generales no existe una voluntad de cambio desde la mayor parte de los profesionales de la salud mental.
No podemos achacar la falta de permeabilidad al cómo se presentan los planteamientos alternativos. De hecho, la psicología crítica realiza sus propios congresos y publica sus propias revistas, es decir, utiliza los mismos formatos que las corrientes más hegemónicas. Tampoco lo podemos achacar exclusivamente a que los contenidos de los programas lectivos universitarios estén predeterminados, a que los congresos no incluyan ponencias sobre discursos que marquen una diferencia, o a que las revistas raramente acepten artículos cuyas reflexiones subjetivas vayan más allá de la evidencia empírica. Pese a que todo esto sea cierto, lo más seguro es que se aceptasen discursos y reflexiones alternativos en la universidad, en los congresos y en las revistas, si se propusiesen. Pero no se proponen. Por ejemplo, los activistas en salud mental han descubierto que utilizar sus propias herramientas de comunicación está teniendo una mayor respuesta que acudir a los marcos habituales de los profesionales, incluso para llegar a los propios profesionales. Por tanto, el verdadero mecanismo por el cual la psicología se convierte en impermeable no tiene que ver con la censura, sino con el hecho de que su propia dinámica está preparada para protegerse del cambio. Cuando un determinado tema queda escrito en un artículo, o hablado en una ponencia de un congreso, se tiene la sensación de que ya se ha hablado. Frases como “tenemos que seguir investigando”, o “es necesario seguir reflexionando al respecto”, cumplen, en las dinámicas de la disciplina, la función contraria a la asignada por la propia frase: clausuran y ponen punto y final. La seriedad de ciertos temas no requieren de una escucha pasiva, sino de un compromiso real. Al no darse este compromiso, o tratar estos temas como si fuesen meras innovaciones teóricas o cuestiones de investigación, los activistas de diversas causas no pueden contar con la psicología como aliada, retroalimentando la neutralidad de la misma y reduciendo las posibilidades de ciertas reivindicaciones de llegar a buen puerto.
Conclusiones
¿Por qué esta insistencia en la neutralidad? ¿Por qué este rechazo a reconocer que la psicología sucede en una sociedad y no en el vacío? ¿Por qué negarle la posibilidad de ser científica y además política? La voluntad de neutralidad lleva a que se excluya una reflexión sobre lo político, pero la exclusión de lo político no lleva a una neutralidad real, como hemos podido observar. La psicología rechaza este tipo de reflexiones porque considera que va a ser manipulada o utilizada por intereses ajenos. Pero la ausencia de estas reflexiones es, precisamente, lo que la convierte en vulnerable a dos resultados: la instrumentalización y la pasividad ante situaciones de injusticia.
Peter Capusotto, un humorista argentino, ironiza sobre cómo la prohibición e hipervigilancia de un padre para evitar que se hable de política le lleva a aceptar acciones reprobables de sus hijos, como pueda ser consumir cocaína (25). Si establecemos un paralelismo, podría parecer que la psicología está animando a sus hijos e hijas a desentenderse de lo que se realiza en su nombre, incluso a evitar un cuestionamiento que la lleve a ser más efectiva en sus intervenciones. Por tanto, la prioridad de este padre, de esta psicología, es la neutralidad en lo político. La efectividad como disciplina queda en un segundo plano y en último lugar estaría una voluntad de actuar de manera ética.
Los psicólogos que supervisaban las torturas de los interrogatorios inicialmente tenían la función de asegurarse de que no se iba a hacer daño psicológico permanente al preso, del mismo modo que los médicos supervisaban que no hubiese daño físico permanente. Es decir, tenían que observar de forma neutral, imparcial y objetiva. Muchos de estos profesionales se dieron de bruces con una realidad que superaba el marco de interpretación que su disciplina les había proporcionado, no estaban preparados para analizar una situación compleja en la que la psicología era un factor secundario y al servicio de otros agentes. Precisamente por este motivo, acabaron formando parte de una maniobra que legitimaría la tortura y que, por tanto, tenía poco de neutral. Una maniobra política, en definitiva. Si durante su carrera universitaria, o en distintas publicaciones, hubiesen podido hablar abiertamente de la responsabilidad de la psicología con la sociedad que le rodea y de las consecuencias políticas de sus causas, hubiese sido mucho más probable que rechazasen involucrarse en esta práctica.
Política y psicología no son cuestiones alejadas. Los solapamientos entre una y otra en ocasiones será positivo y en ocasiones negativo, por lo que dejar de negarlos es el primer paso para potenciar los primeros y eliminar los segundos. A pesar de que la situación de Guantánamo pueda considerarse extrema, el olvido de “las mujeres de Chicago” circunstancial o el libro de Skinner anecdótico, lo cierto es son ejemplos que han servido como puntos de apoyo para esta reflexión. En ningún momento se pretende que se desvíe la atención de que la relación entre psicología y política está cimentada sobre lo cotidiano. La tortura sucede de forma cotidiana, como el ningunear a mujeres científicas o las agresiones racistas. Así, la idea no es que se debata solo sobre estos casos concretos, sino sobre unos problemas de fondo que diariamente se expresan bajo diferentes formas.
En definitiva, que una determinada cuestión no se plantee, no significa que deje de existir. De hecho, afectará de una forma negativa, puesto que al no reconocer su existencia o la necesidad de reflexionarla, las consecuencias se vuelven más incontrolables. Evidentemente, hay profesionales que se plantean estos temas, hay artículos y publicaciones al respecto, pero no forma parte de la estructura de la disciplina entendida como colectiva y no como una mera suma de psicólogos.
Si estos debates se estuviese dando, lo lógico sería que las personas directamente afectadas por sufrimiento psíquico estuviesen presentes en los congresos, dando ponencias, participando en las mesas y generando reflexiones en pie de igualdad con los profesionales. Del mismo modo que sería lógico que hiciesen lo propio mujeres que han tenido que entregar a sus hijos a padres maltratadores, migrantes, refugiados, parados, familias desahuciadas y otros colectivos. No solamente proponiendo nuevos modelos, sino teniendo espacio para que se reflexione de forma abierta sobre cuestiones que vayan más allá de la dinámica habitual. Lo lógico sería pensar que debería existir este espacio y este debate, pero no es así.
Que esto no se esté planteando está provocando que la psicología pase de ser una potencial aliada de estos colectivos a una legitimadora de sus condiciones. Permitir que estos colectivos formen parte activa de la psicología, supondría abrir el campo a la subjetividad y a la revisión de muchos factores hasta el momento inamovibles. Pero también supondría construir una disciplina más ética y comprometida con lo que le rodea, con una mirada más amplia y un campo de actuación trascendente. Para llegar a este punto hay que relacionarse de un modo distinto con la sociedad que nos rodea, en lugar de suponer que el saber que producimos, y la práctica que realizamos, es correcto y suficiente. Esto no es, de ningún modo, incompatible con la búsqueda de la evidencia científica. Ambos tipos de procederes, el subjetivo y el objetivo, pueden convivir en una misma disciplina.
Para finalizar, podemos señalar un ejemplo reciente de compromiso por parte de la psicología. Ante la sentencia del caso de la Manada, un comunicado explicaba que no defenderse ante una agresión sexual es una de las respuestas corporales acordes con el instinto de supervivencia y fue firmado por casi dos millares de profesionales de la psicología y la psiquiatría. Aquí se puede observar un posicionamiento claro, que dota de herramientas a las personas que se enfrenten a situaciones similares en el futuro y que puede ayudar a desmontar la idea de que las víctimas de violación, si no se resisten es porque disfrutan de ellas (26). Esta iniciativa no se debería dejar pasar como algo anecdótico, como no es anecdótica ninguna de las situaciones que hemos señalado. Este tipo de posicionamientos llevan a la psicología a mejorar y a dejar de ser injusta, que es lo que toda disciplina debería desear.
Referencias
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(2) Skinner BF. Walden Dos. Hacia una sociedad científicamente construida. 23ª ed. Madrid: Martínez Roca, 2004.
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(25) Emitido el 26/09/2016. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=FZ-s7_aFBk8
(26) 2.000 psicólogos y psiquiatras critican la sentencia a ‘la manada’: «El bloqueo de la víctima es una reacción común». Disponible en: https://www.eldiario.es/sociedad/psicologos-psiquiatras-sentencia-consentimiento-resistencia_0_767123691.html