“Los psicofármacos no son positivos a largo plazo»; entrevista a Robert Whitaker

Robert Whitaker es periodista y vive en Boston. Ha dedicado su carrera profesional a escribir sobre salud e investigación médica en diversos medios de comunicación norteamericanos. Sus reportajes para el Boston Globe le llevaron a ser finalista del premio Pulitzer de salud.

En los últimos años, a partir de la publicación de sus libros Mad in America y Anatomía de una epidemia. Medicamentos psiquiátricos y el asombroso aumento de las enfermedades mentales (Capitán Swing), ha viajado por todo el mundo dando conferencias sobre los efectos de la medicación psiquiátrica a largo plazo y la influencia de la industria farmacéutica en los sistemas de salud y en nuestras vidas.

¿Cuándo surge tu interés en el campo de la salud mental?

Me he dedicado a escribir sobre temas relacionados con la salud durante más de 20 años. Al principio no tenía un interés especial en el campo de la psiquiatría. Pero, en 1998, hice una serie de reportajes de investigación para el Boston Globe sobre casos en los que, mientras estudiaban la biología de la esquizofrenia, algunos científicos americanos produjeron daños graves a las personas que participaron en esos experimentos.

Cuando estaba escribiendo estos reportajes, me encontré con dos investigaciones que realmente me sorprendieron. La primera fue un estudio de la Organización Mundial de la Salud que concluía que las personas con diagnóstico de esquizofrenia que viven en países pobres tienen mucho mejor pronóstico que en EE UU y otros países ricos. ¿Cómo era posible? ¿Por qué vivir en un país rico implica que una enfermedad tenga un pronóstico peor? También creía, por aquella época, que el tratamiento actual de la esquizofrenia era necesariamente mucho mejor que en el siglo pasado. Hasta que encontré la segunda investigación: un estudio hecho por profesores de la Harvard Medical School en 1994, cuyos resultados eran que la evolución de las personas diagnosticadas de esquizofrenia hoy no es mejor que hace un siglo y que en los últimos 20 años su pronóstico había empeorado.

¿Cuáles son las principales conclusiones que recogiste en este libro?

Mad in America es el resultado de una investigación sobre cómo hemos tratado en nuestras sociedades, a lo largo de la historia, a las personas consideradas «locas». Normal­mente muy mal, la mayoría de las veces con tratamientos muy crueles.

Pero la historia «oficial» nos cuenta que, a partir del año 1955, con la llegada del fármaco que nosotros llamamos Thorazine, y vosotros Largactil (clorpromazina), comienza una revolución en la psiquiatría: el inicio de la era de la psicofarmacología. Nos cuenta que, desde entonces, todo ha sido progreso, porque tenemos psicofármacos cada vez más sofisticados para atender los problemas de salud mental. Y, como hemos visto, esto no es cierto.

En tu último libro, Anatomía de una epidemia, haces referencia a los efectos de la utilización de fármacos psiquiátricos a largo plazo, ¿podrías hablarnos un poco sobre este tema?

En los 70, la psiquiatría americana produjo muchas investigaciones destinadas a probar si la utilización de psicofármacos mejoraba la evolución de las personas con diagnósticos psiquiátricos a largo plazo. Estos estudios demostraron que los fármacos producían beneficios a corto plazo. Pero revelaron también que, a largo plazo, las personas que fueron tratadas con fármacos no volvían a trabajar y tenían muchos más ingresos psiquiátricos. Esta evidencia suponía un problema: tenían unos fármacos que sí eran positivos a corto plazo, pero no a largo plazo.

¿Y todo esto se llegó a publicar?

Sí, claro. En los años 80 se discutió mucho sobre este tema. Que los fármacos modificaran el cerebro de esa manera era muy problemático. ¿Qué iban a hacer? Era demasiado. Así que decidieron dejar de hablar sobre ello. Se silenció el tema. En los últimos años han aparecido nuevos estudios que han retomado la pregunta de 1978, y que se han dedicado a investigar el problema que supone la adaptación del cerebro a los fármacos y el desarrollo de más receptores dopaminérgicos.

Si ya se realizaron estudios en el pasado que confirmaban los efectos nocivos de los psicofármacos a largo plazo, ¿por qué se siguen utilizando?

Hay dos razones. La primera es que los psiquiatras ven que los pacientes mejoran cuando les dan medicación. Cuando los pacientes, pasado un tiempo, la aban­donan y regresan al psiquiatra, ¿qué creéis que piensa el médico? Que los problemas que presenta el paciente tienen que ver con el abandono de la medicación. Pero si buscamos en la literatura científica, encontramos que cuando se retira la medicación, los problemas que aparecen no se deben al regreso de la enfermedad, sino al hecho de que el cerebro ha estado expuesto al fármaco.

¿Quieres decir que esta exposición al fármaco y su retirada producen un síndrome de abstinencia?

Exacto. Pero los clínicos lo interpretan de otro modo: que cuando se quita la medicación, regresa la enfermedad. Esto no es verdad. Lo que aparecen son problemas derivados de la retirada de la medicación. Los mejores resultados en personas que no han tomado medicación aparecen después de uno o dos años. No ocurren inmediatamente, llevan un tiempo.

Así que puedes verlo sólo cuando estás haciendo un estudio sobre el tema. Pero los médicos no ven a las personas que no toman medicación a largo plazo. La segunda razón es que la medicación es «su producto», ¿cómo van a decir que su producto no funciona a largo plazo? No se puede decir. Y tampoco se lo pueden decir a sí mismos. Por eso cuando aparecen este tipo de resultados, no les prestan atención.

Publicada originalmente en el extinto periódico Diagonal en la fecha 01/12/15.


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