El País Semanal publicó el fin de semana pasado un reportaje sobre salud mental (con texto de Quino Petit e imágenes de James Rajotte).
En él se habla de la unidad de hospitalización breve de La Paz.
[…] Está integrada en los recursos de salud mental de este centro sanitario público y funciona como dispositivo para casos “en situación de descompensación aguda”. Ocupa un estrecho pasillo de una treintena de metros en un semisótano, flanqueado por dos portones rojos que permanecen cerrados con llaves electrónicas de seguridad. Solo el personal médico autorizado puede abrirlas. Salvo por las dos horas de visita diarias, de cinco a siete de la tarde, todo funciona aquí dentro en régimen cerrado y de aislamiento. El aséptico corredor alberga 21 camas distribuidas en tres estancias individuales y nueve habitaciones dobles. Todas cuentan con baño incorporado y dentro no hay espejos ni objetos punzantes. Las ventanas son de cristal irrompible. Los sanitarios, de acero inoxidable. Las alcachofas de las duchas están integradas en el techo por obra de mampostería, marca de la casa, para evitar tentativas de suicidio. “No se ha llegado a materializar ninguno desde la inauguración del dispositivo en 2002”, dice el coordinador, Jesús Marín.
Todas las habitaciones y zonas comunes están vigiladas por cámaras de seguridad. A primera hora, varios ingresados transitan por el corredor. Vestidos con pijamas de color celeste, caminan bajo los efectos de una fuerte medicación. Sus rostros son el vivo retrato de la crisis psiquiátrica en su estado más agudo.
El manejo farmacológico de los internos lo deciden los médicos, que también cuentan con otros tratamientos como la terapia electroconvulsiva. “Lo más complejo de este trabajo es realizar una contención mecánica”, dice Juan Antonio, el celador de brazos hercúleos que comparte tareas con otros 10 colegas de la misma especialidad. El resto del equipo está formado por tres psiquiatras, cuatro residentes, ocho enfermeras con una residente por turno, 11 auxiliares, una terapeuta ocupacional, una auxiliar administrativa, una trabajadora social y un psicólogo a tiempo parcial. En un despacho donde se custodian diversas medicaciones hay colgadas sobre la pared un manojo de correas y cinchas para realizar las contenciones mecánicas. “Antes de inmovilizar, la pauta es hacer una buena contención verbal”, explica Olga San Martín, supervisora de enfermería. “Solo como último recurso se lleva a cabo la contención mecánica”.
Junto al texto, una estremecedora imagen que nos es familiar: una colección de correas.
Para ser un “último recurso”, la gente de La Paz parece bien surtida. ¿Cuántos pacientes pueden atar a la vez? La imagen revela unas 35 cinchas. Algo, por supuesto, excepcional, ocasional, residual, etc.
Ha llegado el momento de hablar claramente sobre el uso de la contención mecánica en este país. Sobre su relación con la falta de personal. Sobre su relación con las propias relaciones de poder que se plantean en los espacios de reclusión. Sobre su efecto real y tangible en un contexto que se define terapéutico. Sobre la manera en la que se incorporan en el sufrimiento psíquico de la persona atada y cómo afectan a su autoestima y percepción del peligro. Sobre su frecuencia. Sobre las graves complicaciones que acarrean. Sobre las alternativas que existen a su uso. Sobre las personas que se han muerto en este país al estar atadas durante largos periodos de tiempo en unidades psiquiátricas…
Trabajamos y seguiremos trabajando hasta que esta foto sea una postal arqueológica. Un recuerdo de tiempos aciagos y brutales. Una vergüenza histórica que mostrar con lágrimas en los ojos a quienes vengan después.
Poco a poco… nos estamos acercando.