Difundimos este estudio sobre un grupo de escucha de voces en la ciudad de Madrid (sobre el que ya publicamos una entrada hace casi tres años). Los límites metodológicos son evidentes y el propio texto se hace eco de ellos, lo que realmente interesa es leer las palabras de los participantes y acercarse desde esos testimonios a la filosofía que subyace al llamado movimiento de escuchadores de voces.
Aprovechamos la publicación de este artículo para ir más allá de los que sus páginas plantean, más allá de esta experiencia concreta, y plantear la necesidad de señalar las limitaciones que puede generar la creación de este tipo de grupos en los recursos públicos (tan frecuentemente privatizados y en manos de fundaciones y/o empresas, especialmente en Madrid) y la necesidad de combatirlas. Nos encontramos en un momento donde la desigualdad y los recortes afectan directamente al trato que recibimos en los dispositivos de salud mental (eso ya sin contar con el dominio del paradigma biologicista en psiquiatría y las influencias mafiosas de la industria farmacéutica en todo lo relativo a patrocinios y presiones para dispensar sus pastillas e inyecciones), de manera que estamos situados en mitad de las corrientes desbocadas que genera la lógica de coste y beneficio. Textos como este ponen sobre la mesa que hay maneras de gestionar los recursos más allá de la psicoeducación y el mantener a los pacientes en un estado babeante gracias a tratamientos farmacológicos salvajes. Pero la cuestión esencial es hasta qué punto estas prácticas, cuando realmente son fieles a los principios que las promueven, son generalizables sin generar tensiones insalvables dentro de las redes asistenciales. Desplazar la centralidad y el protagonismo real del mundo de la salud mental de los profesionales a las personas que sufren psíquicamente es en sí un cuestionamiento radical de los modelos de asistencia existentes y una apertura política hacia la horizontalidad. Porque en efecto, devolver la palabra a quien debe tenerla es un gesto político que crea espacios públicos donde solo había silencio y coerción.
Para profundizar en estos planteamientos y en la necesidad de trazar unas líneas claras que permitan la creación de grupos de escuchadores de voces en distintos espacios a la vez que se mantienen una serie de principios que permiten salvaguardar su filosofía y previenen para que no sean asimilados y desarmados por los dispositivos (convirtiéndolos, como ha sucedido con otras herramientas en el pasado, en talleres psicoeducativos guidados por el profesional) os recomendamos leer este texto sobre los criterios que defiende la Red de Escuchadores de Voces de Inglaterra para su incorporación (se trata de la red más amplia y consolidada que existe).
Finalmente, como hemos hecho en ocasiones anteriores con la intención de motivar lectura completa del artículo que os presentamos, os dejamos con las conclusiones del estudio. Al final de las mismas se encuentra el enlace al pdf completo:
Los testimonios de las personas que han participado en este estudio muestran que la filosofía y los valores del MEV son aplicables a perfiles muy diversos de personas, y adaptables a distintos contextos. Muchas personas consideradas enfermas mentales crónicas, que en sus propias palabras han sido “desahuciadas”, despojadas de cualquier esperanza y consideradas irrecuperables, pueden beneficiarse de este enfoque de manera extraordinaria. Para ello es necesario un profundo cuestionamiento de las prácticas que se realizan en los dispositivos de atención tanto sanitarios como sociales, y una revisión de la filosofía que subyace a dichas prácticas. Cambiar la terminología utilizada es un paso necesario pero no suficiente, pues puede servir de justificación para seguir haciendo las cosas igual aunque nombrándolas de forma distinta.
Considerar que trabajamos con personas con problemas en lugar de con pacientes con enfermedades tiene profundas implicaciones teóricas y prácticas que condicionan en gran medida las acciones que llevamos a cabo. La relación entre la historia biográfica y las voces que la persona escucha permite dotar de sentido a la experiencia, contextualizarla, y acercarla más al terreno humano y social y menos al médico-sanitario. La comprensión biográfica facilita a la persona tener un papel más activo, un mayor control sobre la experiencia y un estilo de afrontamiento más centrado en la integración y la aceptación y menos en la negación y la evitación.
Los testimonios en primera persona y la experiencia subjetiva de las personas afectadas son fundamentales para lograr una mayor comprensión del sufrimiento psíquico y de aquellos aspectos que ayudan a aliviarlo. Parece necesario seguir investigando en esta dirección, que a pesar de estar teniendo mayor visibilidad en los últimos años, continúa siendo minoritaria. Para muchas personas, el simple hecho de conocer la existencia del MEV o escuchar los testimonios de otras personas resulta de gran ayuda y proporciona algo fundamental que el modelo tradicional ha negado, la esperanza, que, en palabras de una de las participantes, “es la cosa más bonita que tiene un ser humano”.