Reseña de El loco, de Alberto Manzi

Reseña breve de un libro un tanto desconcertante: El loco, de Alberto Manzi. Un título descatalogado publicado originalmente en Italia durante el año 1979. Hoy en día se puede encontrar con relativa facilidad en numerosos puestos de libros de segunda mano, ya que se trata de una novela juvenil que tuvo un éxito relativo durante la primera mitad de los años ochenta en este estado de la conciencia que llamamos (o llaman) España.

El Loco recoge la historia de Tiuna, una pequeña ciudad andina (nos faltan conocimientos para saber si el autor ha descrito el contexto geográfico, cultural y social con acierto, aunque parece que pasó tiempo viajando por América Latina) que se rebela contra la opresión de los propietarios de una explotación minera y del aparato estatal que los ampara. No se trata de un argumento excesivamente original y la trama avanza de manera bastante plana. Es una narración destinada a adolescentes, bien escrita, con un vocabulario abundante (pese a que la traducción disponible, la de editorial La Galera, cae en algunos arcaísmos innecesarios) y llena de arengas feministas y anticapitalistas. Un libro de otros tiempos, no de estos que corren, donde todo lo político parece ser necesariamente políticamente incorrecto; y más todavía si se trata de un producto cultural destinado a chavales.

La novela es en sí una defensa de dos conceptos esenciales: la comunidad como lugar donde desarrollarse y la posibilidad de cambiar para ir gradualmente superando los condicionamientos dados por el lugar donde se nace y crece. A su vez, la comunidad es tanto más rica cuanto más cambian los individuos que la forman, cuanto más desafían el estado de cosas existente. Y el agente esencial de esa capacidad de cambio es el loco del pueblo. Un tipo con una cinta roja en la cabeza que pasa las horas tirando piedras a un bote de lata.

Queremos reseñar este libro porque en él la locura se trata de una manera completamente diferente a la habitual, a esa que habita la mayor parte de la literatura y el cine contemporáneos. El loco es un personaje jodido, roto por momentos, pero que alterna su fragilidad con una sabiduría que comparte libremente. Es un hombre que ha sufrido hasta quebrarse y que sabe cosas que nadie sabe. Habla como si viniera de otro lugar, y de hecho nadie sabe a ciencia cierta de dónde viene. Abre conversaciones que son tajos en la pequeña sociedad donde habita. Una suerte de Zaratustra o de Diógenes el perro sembrando vientos que se convertirán en tempestades. No ilumina a nadie, solo se limita a inaugurar senderos cuando la razón colapsa. Modifica voluntades agrietando conciencias, juega al despiste y nunca acaba de rendirse del todo. Se limita a vivir.

Como entenderéis, todo lo dicho son razones más que suficientes para hacer un poco de arqueología y recuperar este libro del olvido…

– Es un rebelde- dijeron.

Lo interrogaron una vez más. Pero él solo sabía reír.

Llamaron al juez. […]

– ¿Lo reconoce su excelencia?

– Sí. Es un loco. Peligroso, no obstante.

– ¿Loco de verdad?

– Sí.

– Al manicomio con él, entonces.

– Yo lo fusilaría -dijo el juez-. Para mí, él es el alma de la revuelta.

– ¡Pero si está loco!

-Sí, pero…

– Si está loco, irá al manicomio. Si no lo está…

No dijeron nada más. También el juez sabía que quien entra en un manicomio se vuelve loco de veras.

Respiró, tranquilizado.


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