Un barco no es un animal acuático

naufragio de la logica pisquiatrica_primera vocalUna falacia es una forma de razonamiento incorrecto con apariencia de correcto que pretende ser convincente o persuasivo. El campo de la salud mental está lleno de ellas. Algunas son evidentes, y otras, a fuerza de repetirse, han alcanzado un estatus de lugar común que cala en la gente y las hace pasar más o menos desapercibidas. Este breve texto expone algunas de las más habituales. Ello nos permitirá detectarlas con mayor premura y disponer de munición en los debates con los representantes más cerriles del gremio.

Tipos de falacias:

Falacia ad hominem: Cuando en lugar de presentar razones adecuadas en contra de una posición se intenta desacreditar a la persona que la sostiene. Se quiere convencer no aportando buenas razones (o datos), sino apelando a elementos no pertinentes o incluso irracionales.

Ejemplo: Cuando un profesional de la salud mental (o un periodista, o un familiar, etc.) viene afirmar: «Lo que dices no vale dada tu condición de enfermo mental”.

Esta fórmula subyace en numerosas acusaciones más o menos veladas que persiguen anular discursos invocando diagnósticos, grados de discapacidad, elementos de la biografía de quien habla (como puede ser un ingreso), condiciones socio-económicas, adscripciones políticas (los activistas no tienen buena prensa en un país como el nuestro), etc.

Falacia ad baculum: Razonamiento en el que para establecer una conclusión o posición no se aportan razones, sino que se recurre a la amenaza, a la fuerza o al miedo.

Ejemplos: «Si no tomas la medicación, corres un grave peligro». (En lugar de aportar razones o datos concluyentes y fiables que sostengan la tesis de que es recomendable o no tomar la medicación; o lo que sea que se quiera afirmar).

Falacia ad verecundiam: Razonamiento o discurso en el que se defiende una conclusión y opinión, no aportando razones, sino apelando a alguna autoridad, a la mayoría o a alguna costumbre.

Es preciso observar que en algunos casos puede ser legítimo recurrir a una autoridad reconocida en el tema, pero no siempre puede derivarse de ello una garantía de veracidad.

Ejemplo: «Según la psiquiatra M., que tiene un currículo impresionante y publica mucho, lo mejor para la salud de los pacientes alterados es la contención mecánica». (Sin aportar un razonamiento ordenado y escrupuloso al respecto, sin definir ni siquiera en qué consiste de manera precisa esa figura que es un «paciente alterado», sin ofrecer datos sobre los supuestos beneficios terapéuticos de atar a una persona contra su voluntad en un espacio donde deberían ofrecerse cuidados).

Falacia post hoc: Razonamiento según el cual, a partir de la coincidencia entre dos fenómenos, se establece, sin suficiente base, una relación causal: el primero es la causa y el segundo el efecto.

Ejemplo: Cuando aparece una noticia del tipo: «Una mujer esquizofrénica asesina a su vecina». Se tiende, erróneamente a pensar que cometió el delito porque es esquizofrénica; aún más si no toma medicación. Pero… ¿ha habido una investigación rigurosa que descubra el motivo del asesinato?

De aquí, con demasiada facilidad se tiende a «razonar» así:

  1. Algunos actos violentos son llevados a cabo por esquizofrénicos sin medicar.
  2. X es esquizofrénico sin medicar.
  3. Luego, X puede llevar a cabo algunos actos violentos.

Ahora bien, se ha pasado por alto algo tan simple como que cualquier ser humano puede cometer actos violentos.

Falacia de petición de principio: Se produce cuando la proposición por ser probada se incluye implícita o explícitamente entre las premisas.

Se trata de una retórica falaz a veces deliberada, y con frecuencia se usa para finalizar con brusquedad un debate (al igual que puede suceder en una discusión con un niño.)

Ejemplo: Cuando una psiquiatra afirma «La psiquiatría no recomendaría o prescribiría la medicación si fuese tan mala como (vosotros) decís». Que viene a ser lo mismo que afirmar que «Dios no comete injusticias porque Dios es justo».

Falacia de la culpa por asociación o Falacia de las malas compañías: Se refiere a la descalificación de una idea o posición por haber sido sostenida por alguna otra persona o grupo que se consideran cuestionables.

Ejemplo: Cuando en mitad de un debate sobre una cuestión específica, un profesional trata de ganarse a parte de la audiencia respondiendo a un razonamiento antagonista mediante el establecimiento de una relación entre su contrincante dialéctico y un determinado grupo social, movimiento político o cultural, etc. Aquí se produce un matiz importante: la persona cuya argumentación es cuestionada puede estar relacionada o no con el grupo al que se le vincula, pero lo importante es que ese hecho no afecta a la validez de su discurso. Esto sucede cuando, por ejemplo, se está cuestionando una determinada práctica en un dispositivo de salud mental y la respuesta no es una contraargumentación ordenada, sino algo del tipo: “Tu postura típica de la antipsiquiatría” (cuando solo has hecho referencia a la falta de personal, con independencia de tus simpatías por un movimiento histórico tan difícil de definir como ese), “Esas reflexiones tan cercanas al 15M”, “La izquierda / los hippies / los populistas no tienen una visión realista de lo mucho que sufren las familias”, etc.

Falacia del falso dilema: Es un ardid retórico que tiene como objetivo condicionar a la víctima a elegir una opción en particular. Funciona haciendo parecer que sólo existen dos opciones y que una de ellas es absurda y aborrecible. Esta falacia puede usarse con malicia o puede ser que el que la enuncia se la crea, ya sea porque ignora la existencia de otras opciones o porque es un necio sin capacidad crítica que ve el mundo en blanco y negro.

Ejemplo:«1. O tomas la medicación y estás bien, o 2. No la tomas y no estás bien».

Esta fórmula es falsa porque lo que enuncia no necesariamente es así. Puede ser correcta en algunos casos particulares, pero pueden existir múltiples opciones, y por lo tanto no puede constituir una ley ni un principio, sino solamente ofrecer la descripción de algunos casos particulares.

El falso positivo

En medicina, un falso positivo es un error por el cual el resultado de una prueba objetiva indica una enfermedad cuando no la hay.

Recientemente, psiquiatras y psicólogos clínicos recurren compulsivamente a esta figura para evitar confrontar hechos que no cuadran con el guion que les proporciona su marco teórico. Esa es la razón por la cual, cuando los supervivientes de la psiquiatría hablan de recuperación y apelan a la reducción en el consumo fármacos (o incluso su ausencia), la pertenencia a grupos de apoyo mutuo, el respaldo comunitario o cualquier otro recurso y/o estrategia (desde las terapias narrativas al ejercicio físico, por poner dos ejemplos cualesquiera), son ninguneados bajo la afirmación de que ellos no están enfermos, de que no saben lo que es sufrir psíquicamente o de que directamente son unos farsantes agitadores empeñados en sembrar el caos y la discordia.

A veces, incluso se recurre al falso positivo para disimular una derrota: “Hablas demasiado bien, tú no estás loca”.

La cuestión es que recurrir al falso positivo es abrir la caja de Pandora. Y lo es precisamente por esa analogía que se establece con la medicina convencional. Lo que sucede es que la psiquiatría, a día de hoy, carece de un método objetivo (no ideológico) que pruebe un verdadero positivo en cualquiera de sus diagnósticos (que se apoyan en una serie de síntomas relatados por el paciente [1]). Por eso asignar y quitar diagnósticos según la situación convenga puede poner en serios aprietos la validez ese conocimiento con pretensión científica que ofrece las bases sobre la que se levanta el sistema de salud mental que conocemos.

El tema de la medicación es sin duda el que genera las reacciones más burdas. En un plano intelectual, no deja de ser casi cómico que ilustres hombres de ciencias, ante una persona diagnosticada que no toma la medicación porque, por experiencia, argumenta que está mejor no medicándose, recurran a des-diagnosticar al paciente para así no cuestionar en absoluto lo que a todas luces parece más un dogma que una cierta verdad: «Los enfermos mentales tienen que tomar medicación siempre».

El resultado tiene estructura de ratonera:

  1. a) Si un paciente no quiere la medicación es una prueba de que está mentalmente enfermo, pues no quiere admitirlo. ¡Carece de conciencia de la enfermedad! (Esto sería una petición de principio llevada al extremo).
  2. b) Si un paciente no cumple el pronóstico establecido al dejar la medicación, pues le han sido útiles otros recursos a la hora de afrontar su sufrimiento, es que era un falso positivo.
  3. c) Si un paciente engulle la medicación e interioriza el discurso que se le ofrece sin mostrar rechazo alguno, el psiquiatra se va a un congreso gratis a Las Seychelles (islas del océano Índico situadas al noreste de Magadascar) patrocinado por alguna poderosa empresa del ramo [2].

Al margen de la medicación, los supervivientes de la psiquiatría incumplen muchos otros pronósticos, y todos ellos pueden servir para tratar de descalificar sus argumentos.

En cualquier caso, basar un ataque en que alguien se medique menos de lo que lo hace otra gente con el mismo diagnóstico, haya desarrollado una red social mínima o tenga una pareja, no es sino poner sobre la mesa la propia miseria teórica y moral. Si cuando alguien que ha pasado por tus dispositivos y por las experiencias que aborda tu especialidad profesional te dice: “He recorrido otro camino y ahora estoy mejor”… la razón exige que cuando menos se le escuche con amplitud de miras y curiosidad. Si, por el contrario, se busca su silencio a cualquier precio (y aquí descansa la dimensión ética de la falacia en salud mental), quien lo hace no está sino dándonos la razón: desgraciadamente, y en el ámbito de la salud mental, las personas no siempre son lo que más importa.

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[1] Aquí citamos a Jim Van Os, pero valen muchos otros autores: «Las categorías que usamos no representan diagnósticos de enfermedades concretas, porque estas todavía no las conocemos; más bien describen cómo se pueden agrupar los síntomas para así permitirnos clasificar a los pacientes […] Así es como nuestro sistema de clasificación funciona. No sabemos lo suficiente como para diagnosticar enfermedades reales, por eso usamos un sistema de clasificación basado en síntomas». En “Schizophrenia” does not exist, artículo publicado en BMJ.

[2] Reproducimos un fragmento del manifiesto de la plataforma No Gracias, que trabaja para reducir la injerencia de la industria farmacológica (en un sentido amplio, no solo en lo referido a los psicofármacos) en los profesionales de la salud: La inversión de la Industria en marketing es enorme (31% del total) comparada con el 14% que dedica a investigación… La industria paga más del 90% de la formación continuada: establece la agenda, paga a los ponentes… y esto es, sin duda, marketing. Los pacientes también son parte del entramado con subvenciones a sus asociaciones y a la edición de revistas y libros. Además, buena parte del marketing es información “sobrevalorada” de nuevos medicamentos que son más caros al estar protegidos por patentes (sin versiones genéricas) aunque el 80% de estos medicamentos no aporten nada nuevo, son los llamados “me too”, por similitud con los ya existentes. Mientras, el gasto farmacéutico crece por encima de otros capítulos, superando el 30%, sumada atención primaria y hospitalaria, del total del gasto sanitario público.


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