Reseña de La Nao de Brown, de Glyn Dillon

reflexion sobre la nao de brown_primera vocalNo suele haber muchos cómics que escojan el sufrimiento psíquico como eje central de sus narraciones. La Nao de Brown (Norma, 2013) rompe con esa tendencia, pero lo cierto es que decepciona.

Quizás estas líneas deberían llamarse «reflexión», más que «reseña». En cualquier caso, la lectura de esta obra pone sobre la mesa algunas cuestiones a las que nunca está de más dar algunas vueltas.

Comencemos por distinguir aspectos puramente formales. El componente gráfico del cómic es impecable. La narración secuencial funciona. La estructura del guión está cuidada y ofrece varias capas de lectura, incluyendo además una historia —tomando un personaje de la serie de anime que fascina a la protagonista (Nao)— dentro de la historia principal. Sin embargo, y desde un punto de vista personal, la obra tiende a complejizarse de manera gratuita, ofreciendo un desenlace final que parece encajado a martillazos, que definitivamente y tras un par de lecturas no comparte el ritmo de toda la historia previa. Aunque sé de los numerosos matices que acompañan al término, creo que podemos hablar de un tebeo postmoderno… Con ello quiero decir que tiene una parte de artificio gratuito e impostado, de ejercicio estilístico que escinde las páginas que tienes entre las manos de cualquier realidad que podamos conocer.

Y aquí, como no podía ser de otra manera, entra la crítica al tratamiento que se hace de la salud mental. La historia se presenta en clave de relación amorosa: chica parcialmente solitaria, ilustradora, menuda, aficionada a los juguetes, hipersensible y con un supuesto trastorno obsesivo-compulsivo que no se explica en ningún momento (pero que se menciona en la contraportada y la reseña editorial) entabla relación con un reparador de lavadoras alcohólico y erudito que se parece físicamente a uno de los personajes favoritos de la protagonista. ¿Es original el planteamiento dentro del universo del cómic?. Sí, en parte al menos. Pero más allá del valor estético y literario, los lectores deberían plantearse qué hay de veraz en lo que están leyendo (dado que la historia se presenta de forma realista, no se ambienta en ningún mundo imaginario y sus personajes son relativamente cercanos – aunque no conozco a trabajadores de jugueterías de diseño, como lo es la propia Nao).

Los «episodios» o «ataques» que sufre Nao se presentan como irrupciones violentas de la trama. Presentan, en ocasiones con un logro notable, la irrupción de un torrente no deseado de pensamientos en la mente y la sensación de desnudez e impotencia que se genera como consecuencia. Existe un contrapunto entre este descontrol y la búsqueda personal de la protagonista, que acude a un centro budista para meditar y mantiene una relación de apoyo con su compañera de piso; personaje este que apenas se desarrolla, dejando abierta una lectura entrelíneas que plantea demasiadas incógnitas y que posiblemente habría podido suponer un hilo argumental interesante para abordar la gestión de ese dolor de una manera mucho más clara y frontal. No hay pues explicaciones sobre «lo que padece» Nao, solo explosiones efectistas que la presentan como una psicópata en potencia. Sus malos pensamientos desembocan siempre en fantasías de violencia.

En definitiva, esto es lo queda desarrollado sobre el papel: el sufrimiento psíquico de una mujer adulta con rasgos infantiles (este hecho es importante, porque sin nos presentaran a un tipo de 90 kilos, como el que está escribiendo estas palabras, quizás no hubiera ningún tipo de complicidad para con el protagonista) se manifiesta en forma de delirios homicidas. Es cierto que se toca la inestabilidad emocional, el viaje continuo del amor al odio, la inseguridad, el peso de la familia… pero todo queda eclipsado bajo la sombra de una violencia. Violencia que no se materializa, pero que está ahí, dando el sentido principal a todo lo contado. Más de lo mismo… como en tantas otras producciones culturales… la locura siempre se afronta desde la exageración, desde la excepcionalidad, desde la ignorancia. El resultado puede ser atractivo artísticamente (siempre y cuando usemos este concepto en sentido laxo), pero a mis ojos ese atractivo se va por el desagüe frente a su falsedad y su capacidad para generar más prejuicios sociales. No tengo ni idea de qué es lo que realmente buscaba Glyn Dillon con su obra porque no he conseguido seguirle.

En este caso me alegro de que mis padres no lean cómics. Y eso no es ninguna buena noticia.


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