Texto publicado originalmente en el blog de la autora
A raíz del gran impacto mediático que está teniendo Por si las voces vuelven, de Ángel Martín, hemos considerado importante compartir este pequeño texto sobre el libro. Supone una postura completamente antagónica que parte directamente de la experiencia de su autora.
Realmente es complicado trazar unas posibles líneas maestras de lo que es un brote o episodio psicótico… en salud mental se suele caer en multitud de reduccionismos con la intención de describir de manera esquemática realidades que son terriblemente complejas; y que por definición están ligadas a cada persona que es atravesada por ellas, a sus condiciones de vida, su biografía, su entorno, etc. El peligro siempre se gesta de la misma manera, un relato concreto (o un conjunto de ellos) se convierte en la referencia compartida socialmente para pensar una determinada realidad, y por tanto acaba achicándola, erosionando sus matices, ocultando sus contradicciones y silenciando otras voces que la conocen en primera persona. Es lo que ha sucedido una y mil veces con los productos culturales hegemónicos que abordan el tema de la locura, al final se asume socialmente que esta es de una determinada manera (violenta, por ejemplo), se genera un prejuicio. Si queremos desbaratar la cuadrícula, hay que hacer circular historias, muchas, distintas y, siempre, honestas.
Hago esta entrada desde mi opinión personal ante este libro y por una necesidad muy grande de introducir matices que creo que son muy necesarios para un relato que está corriendo como la pólvora.
En primer lugar, toda experiencia en primera persona tiene mi respeto por nombrar su dolor de la manera que mejor le plazca, pero creo que esta narración de este brote psicótico nos puede confundir y llevarnos a la idea equivocada de que esto es la psicosis, o que es lo que le ocurre a un gran número de personas cuando sufren un episodio de estas características.
Creo que más allá de sus particularidades y de que, como el autor mismo sugiere, puede tratarse de los efectos de un episodio de una psicosis tóxica, cuando le leo tengo la impresión de que estoy entrando en una scape room, llena de efectos especiales y de cierta idealización de los problemas de salud mental graves que me parece un poco preocupante.
Debe ser que no me enterado que un brote psicótico es guay, y mira que los he pasado en mi vida y sólo he sentido un dolor inmenso, una gran desesperación y he tenido que luchar muchísimo por salir de ellos.
Me preocupa sobre todo porque no paro de leer en distintos entornos que todos deberíamos leer este libro para aprender lo que es un brote psicótico, y la experiencia singular de esta persona no es la vivencia que la mayoría de las personas tienen de lo que supone una ruptura y un dolor tan grande en la vida de alguien como es un episodio psicótico, que suele traer mucho sufrimiento.
Otra cosa que me preocupa de este libro es que normaliza bastante la violencia psiquiátrica con fases como «me tuvieron que atar», y que habla de la medicación en términos como estos: «[el cerebro] tiene que mantenerse tan drogado para evitar que las voces vuelvan que el cerebro le funciona a medio gas», cuando sabemos que hay personas que a pesar de estar medicadas siguen oyendo voces.
Y también sabemos que aunque la medicación a veces es necesaria para paliar el dolor, lo que realmente se necesita es reconstruir lo que te ha pasado y situar sus causas.
Este tono que le da al libro, que me cuesta pensar que no sea efecto del marketing y de una gran mercantilización del malestar, hace perder por el camino cuestiones interesantes que pasan desapercibidas en esa verborrea fantástica de ese mundo mágico que describe.
Hay un reflexión que el autor hace una vez que sale del hospital: «Salir del hospital no significa que esa persona ya esté bien, sino que está controlable, pero extremadamente lejos de estar bien». Esta sola frase nos podría dar para mucho en sí misma y no nos deja de recordar como la psiquiatría está al servicio de ese control social, la persona ya no hace ese ruido que molesta a la sociedad, está apagada y por tanto controlable, aunque su sufrimiento siga siendo inmenso.
También habla de su miedo a hablar y decir cosas «raras» por temor a acabar ingresado en una unidad de psiquiatría. Nos dice: «Lo último que quieres es que vuelvan a ingresarte, y para evitar que haya algún malentendido intentas controlar con absoluta precisión todo lo que dices».
¿Por qué las personas no quieren bajo ningún concepto acabar ingresadas? ¿No se supone que en un hospital los pacientes deberían ser cuidados y estar en un entorno grato cuanto menos?
O la pregunta que se hace acerca de la normalidad, o su reflexión sobre que hay buenos y malos psicólogos y psiquiatras y que a algunos les deberían prohibir ejercer, y que si notas que en una sesión un profesional de salud mental no te ha tratado bien, no vuelvas porque es que no te ha tratado bien.
Cuestiones todas ellas muy interesantes.
Ese tono que él elige lo que me provoca es que se pierdan en este torrente de palabras todas estas ideas interesantes y rescatables que nos podrían hacer reflexionar como sociedad y señalar nuestros agujeros de la atención en salud mental. Por ejemplo, la importancia de reconstruir tu historia, de darte cuenta qué es lo que te ha llevado hasta ese punto, pero no llega a dar más que unas pinceladas. Y que milagrosamente puede hacer en tan sólo diez sesiones con una psiquiatra.
En cambio se centra en esa parte de las señales y nos lo presenta como algo mágico, cuando esas señales suelen ser vividas por un gran número de personas con gran perplejidad y angustia, como algo que no puedes frenar, pero no como algo maravilloso, ni mucho menos.
Todo te hace signo y a cada cosa que te hace signo sientes un miedo terrible, a veces te pierdes por la calle, o el ruido de los otros se mete en tus oídos. En ocasiones no puedes dejar de mirar cada punto de la calle, o de las paredes, pero es insufrible.
A veces sientes que el cielo literalmente se te va a caer encima o que tu pensamiento lo pierdes y no lo puedes retener y te diluyes con él.
Pasas noches de insomnio porque tu cabeza no puede parar, y la calma es algo lejano inasumible.
Cuando llevas siete días seguidos sin dormir tienes alucinaciones tan bestias y dolorosas que sólo quieres dormir y que pase el tiempo porque cada minuto parece un mes, pero no puedes.
Porque un desencadenamiento psicótico es una catástrofe subjetiva de niveles desorbitados.
Esta idealización y romantización de la locura en frases como: «Creo que es imposible explicar la paz que sentí alguna de las noches que pasé mientras estuve loco». «Puedes disfrutar de la experiencia completa de estar loco sin que nadie te interrumpa»
Hablar de superpoderes, de la rotura del tiempo y el espacio como algo «fantástico» y decir que estar loco es lo mejor que le ha pasado en la vida es hiriente.
La psicosis no tiene nada de romántico, es la señal de que alguien no ha podido más y se ha roto.
Me parece peligrosísimo, y ya empiezo a conocer casos de personas a las que este libro les está haciendo mucho daño.
Para salir de este agujero hay que trabajar mucho, y siempre portas una herida incurable con la que puedes aprender a vivir, pero que nunca cicatrizara del todo.
Esto no es visibilizar la salud mental, es hacerle el juego al sistema, es tapar los agujeros de lo que no funciona y es banalizar algo que causa mucho dolor, pero dolor con mayúsculas.
Y desde el privilegio de poder elegir el camino, desde el privilegio de ser un famoso al que no se estigmatiza y que encima ha convertido esto en un gran negocio.
El sufrimiento es otra cosa, y la dignidad de las personas que lo sufrimos requiere de una ética que no está por ningún lado en este libro.
Mi voz es un hilo comparado con sus poderes mediáticos pero no podía dejar de escribir estas palabras.