Hablan los amos…

Las citas que vienen a continuación han sido extraídas del DSM-IV, manual utilizado por lxs profesionales de la salud mental a la hora de establecer sus diagnósticos. Este libro se presenta como un compendio de sabiduría científica destinado a evaluar pacientes, pero quienes conocemos los efectos de este conocimiento, preferimos referirnos a él como una especie de código penal con aires de inocencia… una herramienta de trabajo cuya principal función es la de rotular/etiquetar sujetos de acuerdo con los baremos dictados por el orden social vigente; de manera tal, que el destino de lxs etiquetadxs pueda someterse sin complicaciones a dicho orden.

Sostenemos que es la sociedad la que establece los límites de la enfermedad, y respecto de ella se organiza el –presumiblemente— incuestionable saber científico. El DSM es un claro y lamentable ejemplo de ello: en los aledaños de los dictados sociales, la lucidez, más allá de sus lindes, la enfermedad y la locura.

Estos apuntes no pretenden ofrecer una argumentación estructurada contra las relaciones entre poder y salud. Simplemente queremos llamar la atención sobre una realidad visible en infinidad de contradicciones que las propias prácticas médicas desatan.

La hipotética objetividad científica a la que al parecer, por lo que se dice en aulas y consultas, han llegado la psiquiatría y la psicología, puede ser criticada (y también demolida) remitiéndonos a sus propios materiales de trabajo. Esta es una tarea al alcance de cualquiera, y que reporta cierta satisfacción frente a la humillación a la que lxs «tratadxs» se han visto llevados a menudo de la mano de sus terapeutas.

El caso de los DSM es especialmente rotundo. Este manual ha ido variando acordemente con los cambios sociales, reestructurando sus posiciones de forma tal que se acomodase a las nuevas disposiciones y características de la sociedad. De esta manera, se puede hacer un seguimiento de la descripción de las diferentes patologías abordadas a lo largo de las distintas ediciones de este manual. Por ejemplo, el comportamiento homosexual fue entendido como patológico durante un tiempo: mientras imperó cierta moral, la maquinaria médica actuó en consecuencia y demonizó —sobre supuestas bases científicas (y por tanto, también objetivas)— la homosexualidad; cuando la realidad social y su imaginario van cambiando con el desarrollo del capitalismo y su ideología, la medicina también interioriza dichos cambios… no encontraremos en el DSM-IV alusiones a lo enfermizo que resulta el que nos guste darnos por culo, pero podemos rastrear la imposición de los actuales valores «democráticos», la continua obsesión por la propiedad y la absoluta identificación entre estar en contra de lo existente y estar enfermo.

Empezaremos con un párrafo que puede leerse como prueba de la artificiosidad del diagnóstico clínico, y que de paso ratifica algo que sostenemos desde el principio en esta publicación: que la esquizofrenia no es nada desde la propia medicina, que en todo caso es una amalgama ininteligible donde se sitúa todo aquello que está más allá de las limitadas cabecitas de los doctores, un «constructo» que sirve para lograr el sometimiento (vía internamiento, vía medicación…) de sujetos que no se ajustan a los parámetros de comportamiento dictados por los valores (morales, productivos, etc.) que sostienen el edificio social.

«Hallazgos de laboratorio. No se han identificado hallazgos de laboratorio que sirvan para el diagnóstico de la esquizofrenia. No obstante, diversos estudios de neuroimagen, neuropsicológicos y neurofisiológicos han mostrado diferencias entre grupos de individuos que padecen esquizofrenia y sujetos de control (…).»

Una de las etiquetas que más gracia nos hace es la del Trastorno Explosivo Intermitente (trastorno, del que nos advierte el DSM-IV que suele acarrear problemas legales).

«Se caracteriza por la aparición de episodios aislados en los que el individuo no puede controlar los impulsos agresivos, dando lugar a violencia o a la destrucción de la propiedad.»
A parte de lo estúpido de su nombre, su ambigua descripción puede adaptarse perfectamente a casi cualquier acto insurreccional que un individuo pueda llevar a cabo. Así pues, lo saludable de arrear una pedrada contra una sucursal bancaria, partirle la boca a un patrón esclavista o hacerle tragar a un profesor un libro tan dañino e insultante como el DSM-IV, se trasforma en conducta patológica científicamente argumentada. Lo normal-correcto-lúcido sería entonces no perder los nervios, mantenerse siempre a raya, permanecer en el quicio. La trampa reside en que no se atiende a la naturaleza de la violencia, ni a las consecuencias de la acción: la ambigüedad es una de las principales características de los textos sobre psicología.Así, enfermo es un padre maltratador que incapaz de controlar su agresividad tortura a la prole inocente e indefensa, y enfermo es cualquiera que revienta ante una situación insostenible y decide retomar el control —aunque sólo sea durante unos instantes— sobre su existencia.

La medicina reconforta al sistema: un acto de determinación se vuelve un trastorno incontrolable digno de ser calificado como enfermedad.

Pero, a todas luces, el trastorno descrito más jugoso es el Trastorno Antisocial de la Personalidad…

«El trastorno disocial implica un patrón repetitivo y persistente de comportamiento en el que se violan los derechos básicos de los demás o las principales reglas o normas sociales apropiadas para la edad.
(…)
Cuatro comportamientos específicos:
– Agresión a la gente o a los animales.
– Destrucción de la propiedad.
– Fraudes o hurtos.
– Violación grave de las normas.»

Este es el más claro ejemplo que hemos encontrado de patología descrita en términos estrictamente sociales. La apelación a las normas (que además se dan en relación a la edad, relación que configura la sociedad), permite rescatar de lo patológico el atentar contra los derechos de los individuos sin más; parece ser que hay distintos tipos de agresiones: a) las que no violan las normas sociales, ej.: el trabajo asalariado, y b) las que violan dichas normas, ej.: todas las conductas que no estén amparadas por los poderes vigentes dentro del conjunto de la sociedad. Para ser un enfermo no sólo basta con joder a alguien, hay que hacerlo contra los dictados sociales. Simple y efectivo. No hay nada más que echar un vistazo a los cuatro puntos enumerados para darnos cuenta de que, si salvamos el punto de la agresión a los animales, lo que se describe bien pudieran ser las características de cualquier actividad subversiva. Una vez más, la ambigüedad permite llegar más allá del anecdótico caso individual.

Cuando las barreras entre ideología y ciencia médica se diluyen, legalidad y salud crean una trama que permite construir un sistema de control que puede y sabe adaptarse a las últimas exigencias del capital.

Sigamos con la descripción de lxs trastornadxs antisociales.

«No logran adaptarse a las normas sociales en lo que respecta al comportamiento legal.»

Lo cual, según se indica, suele ser motivo de su detención. Así mismo, suelen:

«Ser continua y extremadamente irresponsables.»

Y como ejemplos de dicha irresponsabilidad se citan:

El absentismo «inmotivado», la renuncia «sin motivos» a un trabajo, o simplemente el desempleo.

Este es uno de los puntos donde las cosas se muestran más a las claras: escaquearse de trabajar es propio de enfermos. Lo cual nos lleva a pensar, que el aparato médico es de todo, menos inocente. Resulta que nuestra gran pesadilla: el tedioso, destroza sueños y asesino trabajo asalariado, es un indicador eficaz de nuestra salud mental. Esta se nos medirá según le amemos o le odiemos; según hipotequemos nuestras vidas o tratemos de huir de él.

Lo sentimos por nuestros queridxs terapeutas… pero nuestras madres y padres gastan algo en la mirada, que nos advierte de cómo acabaremos si nos echamos a los brazos del trabajo. Algo que tiene en pie esta sociedad no puede ser bueno para aquellos que buscamos demolerla.

Como otras notas características, se menciona:

El que «suelen tener un concepto de sí mismos engreído y arrogante», así como la idea «delirante» de ser controlados más allá de sí mismos.

Estos dos comentarios merecen una especial atención.

El contar con la arrogancia como rasgo patológico puede ofrecer la ventaja de encontrar una razón más para anular a aquel sujeto que ha decidido dar razón de sus acciones. Entonces, alguien que por ejemplo justifica una acción violenta remitiéndose a una argumentación ética o a que cree estar en lo cierto, habrá ofrecido al personal que lo trata, a través de su «prepotencia», una muestra más de su enfermedad. No es difícil intuir hasta qué punto puede ser molesta para los amos la autoestima de los esclavos.

El «ser controlados más allá de sí mismos» también puede ofrecer una interesante segunda lectura. Quien viva en cualquier metrópoli de nuestros días y no tenga la sensación de ser controlado tiene un serio problema de percepción; así mismo, también sostenemos que alguien digno del calificativo «antisocial» está especialmente cualificado para captar ese control.

Por otra parte, «delirante» es un adjetivo desconcertante e impreciso: delirante es el parecer de quien se cree controlado por fuerzas alienígenas, pero no menos delirantes son los servicios secretos de los Estados o los departamentos comerciales de las multinacionales. ¿Cuál es el paso que va desde el creer que tu teléfono puede estar pinchado por la brigada de información, que tu correo es inspeccionado, que tu jefe ha instalado cámaras en tu lugar de trabajo, que la publicidad te acosa a toda hora y en todo lugar… a pensar que controlan tu vida? Tras un caso tipo de sujeto con el delirio paranoico de que su vida es controlada por alguien que no es él, suele haber una sociedad apretando –de una u otra manera– un cuello.

Y por último, un único gesto de sinceridad que nos coloca otra vez al principio de este articulillo, es decir, en la relación entre enfermedad y sociedad.

El trastorno descrito está «asociado a un bajo status socioeconómico y al medio urbano.»

Extraído del extinto fanzine Enajenadxs


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