Fragmento de «Un cocodrilo bajo la cama», de Mariasun Landa

Os dejamos un fragmento de una novela juvenil (por lo menos así planteada por la editorial responsable de su publicación) que nos ha fascinado. La obra entera es altamente recomendable. Ofrece algo que suele estar desgraciadamente -y aquí aprovechamos para hacer autocrítica- ausente de la crítica al orden psiquiátrico: el humor.

—¿Qué le pasa?

El doctor Deprisa llevaba una bata blanca sin abotonar, se mantenía tenso de pie tras su mesa, como el banderillero que se dispone a colocar unas rápidas banderillas al toro que se encuentra enfrente. En el fondo, J.J. agradeció aquella especie de vorágine que le obligaba a ser lo más escueto y conciso posible.

—Que veo un cocodrilo debajo de mi cama.

El doctor no se inmutó, ni hizo ademán de sentarse a tomar la más mínima nota.

—Qué dimensiones tiene el cocodrilo?

—Como una maleta grande.

—¿Qué color?

—Grisáceo…

—¿Se mueve?

—No. Solo come.

—¿Qué come?

— Zapatos.

En aquel momento se hizo un segundo de silencio que J.J. vivió con un gran respiro, como si llegase a la meta tras una ardua y dificultosa carrera.

—Bueno, va usted a tomar COCODRIFIL comprimidos, uno por la mañana y otro por la noche; COCODRITALIDÓN supositorios, uno cada día, y COCODRITAMINA efervescente a las horas de las comidas… Durante dos semanas. ¡El siguiente!

J.J. cogió todas aquellas recetas que la enfermera había ido rellenando a la velocidad de un rayo y salió aliviado a la calle.


—¿En qué puedo servirle, joven?

Aquel farmacéutico le miraba por encima de las lentes como si le conociera anteriormente y no recordara su nombre. J.J., cuyo aspecto era desolador a causa de los últimos acontecimientos que habían ocurrido en su vida, intuyó un sincero interés en aquella frase convencional.

—Venía a por estas recetas…

—J.J. guardó un respetuoso silencio para disimular su turbación mientras el farmacéutico se ejercitaba en el noble trabajo de descifrar la letra del doctor Deprisa.

—¡Ah, ya…! Cocodritalidón, Cocodrifil y Cocodritamina.

Y después de nombrar aquellos productos, el farmacéutico levantó los ojos de las recetas como si esperase un aplauso por parte de J.J.

—¡Estas cocodrilitis suelen ser de lo más latosas! —dijo, y se marchó hacia la trastienda en busca de las medicinas.
J.J. sintió que una ventanita se abría en su corazón. El farmacéutico parecía no dar importancia a su dolencia. Sin casi prestar le atención había hablado de «cocodrilitis» como si de una vulgar gripe se tratara y además había añadido el adjetivo «latosa», que indicaba que aquel asunto le resultaba muy familiar.

—¡Perdone! —le dijo J.J. cuando reapareció el farmacéutico—. ¿Acaso conoce usted otros casos de… de… cocodri…

—¿De cocodrilitis? … ¡Por supuesto!

El farmacéutico se quitó las gafas y dejó vagar su mirada hacia un supuesto público que hubiera podido acudir a su clase magistral…

—La cocodrilitis es uno de los males de nuestro tiempo. Desde que a la gente le dio por abandonar el campo, el ritmo de vida natural, el contacto con las fuerzas eternas de la vida y la muerte, desde que se hacinó en las ciudades y dejó el fruto de su sudor y su trabajo en manos de otros…

J.J. tosió nerviosamente, mirando ostensiblemente su reloj. El farmacéutico creyó conveniente abreviar su clase y atenerse a lo estrictamente profesional.

—¿Si conozco casos de cocodrilitis, dice usted? … Permítame que le diga una cosa, joven: la cocodrilitis no es de las peores cosas que pueden pasar. ¡Créame! Existen casos de arañitis, por ejemplo, que son mucho más graves… Ya sabe usted: la araña, la tela, la mosca, sentirse atrapado, acosado…A J.J. se le estaba poniendo la tez blanca como una sábana de hospital.

—Porque pensándolo bien, joven —prosiguió el farmacéutico mirándole fijamente a los ojos—, el cocodrilo es un reptil hermoso, reposado, casi sagrado diría yo. Recuerdo yo que, cuando vivía en Cuba, vi un criadero de cocodrilos. Allá los llaman caimanes… ¿Sabe usted la diferencia que hay entre el caimán y el cocodrilo?

J.J. no lo sabía y tuvo que reconocer que hasta encontrarse en aquellas tristes circunstancias sabía muy poco de los cocodrilos y sus familiares.

—Pues los caimanes son más largos; los cocodrilos, más pequeños. En Cuba vi, como antes le he dicho, mi primer criadero de cocodrilos. Algunos estaban bajo el agua y solo asomaban los ojos sobre ella. Otros dormitaban unos contra otros, api1ados entre el barro… ¡Qué bella estampa! A mí los cocodrilos no me dan miedo, los mosquitos sí. ¡Esos sí que son malos! Me dejaron los brazos y las piernas hinchados! Un cocodrilo es hermoso, sobre todo cuando se desliza suavemente bajo el agua y abre su bocaza y… ¿le pasa a usted algo, joven?

No. No le pasaba nada, solo que, de nuevo, aquel ahogo interior iba creciendo dentro de él como una planta pegajosa, una planta carnívora que le había engullido ya su estómago y que se expandía hacia su corazón y hacia sus entrañas.

—Pues, como iba diciéndo1e, el cocodrilo prácticamente no tiene enemigos… ¡Figúrese que a menudo resiste la bala del fusil! —el farmacéutico sonrió expresivamente a J.J.—. ¡Son esas ridículas películas de los americanos las que han deteriorado su imagen. Ya sabe a lo que me refiero, el cocodrilo que persigue al Capitán Garfio y todo eso… ¡Qué desvergüenza! Por ejemplo, ¿sabía usted que en el Bajo Egipto lo adoraban como a un animal sagrado?

—No… —balbuceó J.J. mientras recordaba a su compañero de casa con una de sus botas entre las fauces.

—¡Es incomprensible la ignorancia que hay hoy en día sobre este tema! Seguro que usted no sabe si su cocodrilo es en realidad un aligator o un caimán, o si se trata de un cocodrilo de las marismas, cocodrylus palustris, o del tipo que se da en Indomalasia, el cocodrylus porosus… ¡Ay amigo mío…!

El farmacéutico cortó su perorata para atender a J.J., que había caído redondo al suelo.

—¡Pero hombre de Dios! ¡Si es usted el que me ha preguntado! ¡Hay que ver lo sensibles que se vuelven estos cocodrilíticos!

El boticario le abanicaba con las recetas mientras J.J. iba volviendo a su ser lentamente.

—En estos momentos solo tengo Cocodrifil. Empiece usted a tomar los comprimidos enseguida y vuelva de nuevo. Yo estaré encantado de atenderle y para entonces tendrá el resto de la medicación que necesita… ¡Ánimo, hombre! ¡Piense que la cocodrilitis no es lo peor y que además…J.J. no esperó a que terminara la frase. Cogió la caja de pastillas que el boticario le ofrecía, pagó el importe y se dirigió tambaleante hacia la puerta.

—¡Gracias por todo! —mintió con el resto de convencionalidad que le quedaba.

La costumbre es una buena compañía y lo primero que hizo J.J. al entrar en casa fue agacharse a verificar la situación debajo de su cama. Como todos los días.

El fiero reptil, rey de las marismas americanas, el adorado animal que ahoga a sus presas antes de devorarlas, permanecía inmutable, ajeno a las circunstancias y a sus admiradores anónimos con bata de farmacéutico.

J.J. lanzó bajo la cama un par de zapatos de sa1do y cerró la puerta del dormitorio pensando en su triste destino. Se sentó en la cocina, sacó el prospecto del Cocodrifi1 y se dedicó a leerlo atentamente, con un interés que ninguna clase de literatura había logrado suscitar antes en él.

Cocodrifil comprimidos

Composición: La sustancia activa del Cocodrifil es el cocodrazepam. Se presenta en comprimidos de 1,5 mg, 3mg y 6 mg de sustancia activa.

Propiedades: Los ensayos clínicos efectuados a escala mundial han demostrado que el Cocodrifil es un potente medicamento anticocótropo. Administrado a las dosis convenientes ejerce una acción selectiva sobre el sentimiento de soledad, la ansiedad y la dependencia afectiva. A dosis más altas tiene propiedades utópicas y fantasiosas, de gran importancia en el tratamiento de los casos de aislamiento urbano agudo.

Indicaciones: El Cocodrifil es eficaz en el tratamiento de dolencias que cursen con síntomas tales como angustia, sentimiento de abandono, desprotección recalcitrante. El Cocodrifil está indicado en el tratamiento de agudas necesidades de relación, que surgen en situaciones de aislamiento y autogestión sexual. Está igualmente indicado en estados en los que existe dificultad de contacto interpersonal y de comunicación, trastornos de la ilusión, agresividad camuflada, inadaptaciones existencia les y también como auxiliar en tratamientos psicoesperanzadores.

Posología: Dosis medias para pacientes feúchos/as y desencantados/as: 1,5 mg tres veces al día. Casos graves y pacientes infraestimados: de 3 a 12 mg, dos o tres veces al día.

Contraindicaciones: Por su efecto autoexaltante, el Cocodrifil está contraindicado en la autocomplacencia aguda.

Efectos secundarios: El Cocodrifil se tolera muy bien, aun en dosis más altas de las consideradas como terapéuticas. Una amplia experiencia clínica no ha evidenciado efectos tóxicos sobre el rendimiento de trabajo y la responsabilidad civil, así como en las apetencias con- sumistas y televisivas de los pacientes. En los casos de ancianos o niños se recomienda una dosificación más cautelosa, dada la exasperada sensibilidad de estos pacientes a los medicamentos soledótropos.

Incompatibilidades: Debe tenerse en cuenta que si se administra el Cocodrifil simultáneamente con medicamentos de acción cocodepresora central, puede incrementar su efecto de soledad exasperante.

Interacciones: Los pacientes deberán evitar la exposición a grados altos de inacción y aburrimiento ambiental, así como los fines de semana lluviosos y nostálgicos, porque las respuestas individuales pueden ser imprevisibles.

Precauciones: El Cocodrifil puede modificar las reacciones del paciente (capacidad de autoengaño, autoproyección automovilística, autosatisfacción cuentacorrientana etc…). Se recuerda el elemental principio médico de que solo en casos de indicación perentoria se administrarán medicamentos en los primeros meses del enamoramiento.

Intoxicación y su tratamiento: En casos de hiperdosificación, pueden aparecer orgasmos convulsivos, éxtasis en gran escala y paz sobrehumana. El tratamiento propuesto consistirá en…

J.J. interrumpió la lectura de aquel pequeño pero instructivo tratado de psicología.

Estaba conmovido. El impacto de aquel prospecto sobre su persona fue tan grande que pasó largo rato interiorizando todos aquellos síntomas en que él tan perfectamente se había sentido retratado.

Le pareció que desde aquel momento se conocía mejor, porque hasta entonces no había sido capaz de denominar ni describir lo que sentía: sentimiento de abandono, situación de aislamiento, autogestión sexual, trastornos de la ilusión, agresividad camuflada… Todo aquello era lo que le pasaba a él. ¡Eso sí que era dar en el clavo! No cabía la menor duda, aquellas pastillas podían cambiar su vida. Y al pensarlo, una pequeña llama surgió dentro de su corazón, algo que no tardó, contagiado por las descripciones psicológicas anteriores, en denominar ILUSIÓN. Aquellas pastillas, por ejemplo, iban a hacerle ser capaz de invitar a Elena a un café; no, la iba a invitar a su casa… y le diría que… y J.J. se acostó, después de tomar el primer comprimido con un vaso de leche caliente. Era el primer día desde hacía mucho tiempo que tenía hambre. Mucha hambre.


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