El trabajo y el miedo; de Rubén A. Benedicto

De-liberaciones en psicología social

Texto publicado originalmente en Solidaridad Obrera, número 353, febrero de 2012.

Tiempos de miedo

Con el cuento de la crisis y a base de miedo nos han quitado derechos laborales, rebajado las pensiones, bajado los salarios… Nos gobiernan a base de miedo. Se trata de producir en la población un fuerte impacto emocional a través de una situación intensa y profunda de confusión y amenaza, y antes de que pueda darse cualquier reacción, implementar rápidamente una serie de cambios profundos en la estructura económica, social y política. La doctrina del shock.

El miedo está en conversaciones, razones y sentires, influyendo nuestro comportamiento, mediando formas de relación, de ver el mundo y de afrontar la vida. Miedo a la “crisis”, al desempleo, a no poder pagar el alquiler o la hipoteca, a la pobreza…

En el día a día del trabajo, el miedo está muy presente, orienta muchas de nuestras conductas, permea en las relaciones entre trabajadores, entre trabajadores y jefes… Constituye una de las principales herramientas cotidianas para someter y conducir la conducta de los trabajadores. A trabajar más por menos, y sin chistar. Si no, a la calle. De la mano del miedo de abajo, la soberbia de arriba.

El miedo es viejo en el trabajar. Sin embargo, como trabajadores, en la lucha por nuestros derechos, no sabemos muy bien qué hacer con él, más allá de aguantarse cada quien el suyo apretando calladamente los dientes, o de indignarnos con los desmovilizadores discursos del miedo que promueven sindicatos funcionales al sistema.

Podemos hacer algo con el miedo para defender mejor nuestros derechos. Una psicología social del trabajo desde una perspectiva de psicología de la liberación[1] puede resultar de alguna utilidad al respecto. Una primera tarea puede ser nombrarlo, considerar su existencia y tratar de conocer sus mecanismos y efectos, para poder afrontarlo mejor, individual y colectivamente.

El miedo en el trabajo

Desde los departamentos de “recursos humanos” y la psicología del trabajo hegemónica, el miedo en el trabajo puede ser considerado como “estrés”, es decir, una cuestión de riesgos psicosociales en el ámbito de la enfermedad mental y la salud laboral, algo que la persona debe conseguir superar. El miedo a trabajar es denominado ergofobia.

También puede ser considerado como una variable más en el apartado de “motivación” para la gestión del personal, un “incentivo” a administrar con el loable propósito de mejorar el desempeño, aumentar la productividad y la competitividad de la empresa, etc.

Incentivo delicado, ya que también es posible que impida a lxs trabajadores opinar, innovar, transferir sus ideas a niveles superiores y conectar su propósito de vida con su propósito laboral.

Este enfoque obvia una cuestión básica: la relación de poder. La relación laboral no es un pacto libre entre iguales. Es una relación de poder asimétrica, de subordinación y dependencia. Quien está en posición de ventaja, arriba, impone sus criterios a quien está en situación de desventaja, abajo. En caso contrario, arriba ejerce su poder coactivo, y abajo se pierden cuestiones importantes, como el medio de vida. La relación laboral se basa en una coacción, una intimidación, una amenaza.

De miedo, a estrés. El miedo es convertido en fría respuesta psicológica que trae efectos psicológicos y que puede ser calculada, modificada, gestionada. Lxs psicólogxs empresariales no realizan ningún intento de modificar las situaciones de desigualdad e intimidación. No se cuestiona ningún aspecto de la situación de coacción, la intimidación se convierte en “lo normal y natural”. Así, desaparece del entendimiento del escenario, queda invisible. Y una cuestión normal, el miedo ante una coacción, se torna una cuestión anormal que presentan algunos individuos. No se ha de cambiar nada de la situación, se ha de cambiar al individuo que presenta el miedo. El problema es la persona, no la coacción.

El miedo en el trabajo queda así sin nombre, inexistente, descontextualizado, individualizado, desvalorizado, deslegitimado… pero calculable y administrable. La situación de intimidación que determina la interacción social, invisibilizada, normalizada, naturalizada, y hasta legitimada. Es el individuo, origen del problema, quien debe cambiar; se trata incluso de una cuestión de libertad y decisión personal: usted aceptó, si usted no quiere, ahí está la puerta de la calle. Y ahí, el miedo al desempleo, a no poder pagar el piso…

¿Qué es el miedo?

El miedo puede definirse como una emoción intensa que indica que la persona atribuye un significado de peligro a la situación en la que se halla, situación que percibe y comprende como una amenaza vital. Cuando existe dificultad para identificar el contenido o la inminencia de la amenaza se hablaría de angustia y se relacionaría con la espera y con la imprecisión o carencia de objeto. Cuando la amenaza se percibe como inminente, el miedo se puede transformar en terror o pánico.

El miedo se da en las personas y en las relaciones sociales, se extiende por entre quienes comparten contexto, personas y grupos que interaccionan, que tienen intereses y necesidades, que se fijan propósitos, que están inmersos en relaciones sociales de poder.

El miedo es social y tiene historia: se da en un medio, en un tiempo, en unas formas de relacionarse con unas determinadas distribuciones de poder. El miedo se producirá por lo que sucede en un determinado contexto; pero también será producido por actores concretos para provocar sucesos. El miedo es instrumento que otorga ventaja en las relaciones de poder, en los contextos más amplios y en los más cercanos. Las historias de los movimientos obreros registran la muerte de trabajadores que fueron masacradxs en la represión de procesos sociales para conquistar derechos. La legislación laboral da la ventaja a las empresas. En cada empresa, se sabe del cierre de la empresa cercana y del expediente de regulación de empleo (ERE) en la otra. Y también se sabe del compañero al que dirección acosó hasta que se despidió, o de la compañera a la que no le renovaron por defender su derecho. Discutir con un jefe, defender algún derecho, participar en actividades sindicales recuerda el impacto de la amenaza.

Efectos individuales

Los efectos del miedo en el trabajo pueden ser muy intensos. Algunos autores comparan los efectos del desempleo con los de la represión política, dado que remiten a la persona a vivencias de inseguridad muy profundas.

A nivel afectivo, inseguridad y amenaza. Ante la amenaza continuada, puede surgir una sensación de vulnerabilidad que lleve a un sentimiento de impotencia, de pérdida del control sobre la propia vida. La persona debe mantener un estado de alerta alto y constante que, aunque ayuda a afrontar la situación, conlleva un sufrimiento físico y psicológico importante. Pueden aparecer reacciones corporales como palpitaciones o temblor y problemas de salud como alteración de la inmunidad o dolores psicosomáticos.

A nivel cognitivo, es decir, de cómo percibimos y leemos la realidad, el miedo altera el sentido de la realidad: todo y todos pueden ser peligrosos. La persona ya no sabe bien qué es real y qué no, y tiene que hacer esfuerzos importantes por analizar bien los problemas e identificar con claridad las amenazas, sin dejarse llevar por el miedo. Ya no sabe uno si realmente tal compañero le va contando todo al jefe. La desconfianza puede implicar una pérdida importante del necesario apoyo social e impedir validar experiencias y conocimientos.

La identidad personal también puede verse afectada de muchas formas. Ante la amenaza, para no ponerse en mayor peligro, la persona puede abstenerse de ciertos comportamientos, verse obligada al silencio y la pasividad ante situaciones con las que está en absoluto desacuerdo. Paralización, conformismo, incluso sensación de humillación, de cuestionamiento de la propia dignidad y del conjunto de la propia identidad en todos los aspectos de la vida cotidiana. Muchas veces sentir miedo produce conflicto en la persona, porque se piensa que un “buen sindicalista”, un “valiente”, o un “hombre”, no debe sentir miedo. Así, cuando el miedo aparece, la imagen que la persona tiene de sí misma se deteriora.

Despido, imposibilidad de acceder a los medios de vida y de realizar el proyecto vital. Con la amenaza a la subsistencia material y al proyecto de vida, el miedo puede desestructurar los soportes de la identidad personal. Se pueden generar entonces sentimientos de frustración y desvalorización personal intensos, vivencias de inseguridad, fracaso y derrota muy profundas, de perderse a sí mismo.

Es habitual que el miedo, encerrado en el ámbito más íntimo y personal, lleve al desarrollo de actitudes conservadoras. Se apreciará la estabilidad, la del empleo sobre todo. Cualquier novedad o cambio se verá como amenaza. No importará que se tenga que adoptar una forma de vida marcada por la insatisfacción de necesidades personales y la falta de derechos. El miedo puede producir sometimiento, impotencia, pasividad y resignación ante la explotación.

Efectos grupales y sociales

El miedo funciona como disuasión para los que puedan sentirse identificados con las personas reprimidas. Trabajar en la misma empresa, ser trabajador/a: el miedo afecta a la sociedad entera, ejemplifica lo que puede suceder, y orienta hacia la colaboración con el poder dominante. Para quienes no se identifican o pueden vivir al margen en apariencia de normalidad, el miedo promueve la insensibilización.

El miedo produce silencio en el grupo. En momentos de represión, no hablar de lo sucedido se convierte en una manera de evitar el peligro, dado que compartir lo que se sabe puede suponer riesgos, por ejemplo, recibir señalamientos de “ser del mismo tipo” que las personas reprimidas y sufrir las mismas represalias.

Todos saben, pero nadie dice. Pasan cosas inadmisibles que afectan a la dignidad de todxs pero todo sigue igual. El mundo al revés. El silencio refuerza y extiende el miedo, y juntos se convierten en norma de comportamiento. En algunas personas, el silencio se mezcla con ansiedad, impotencia y culpa; en otras con indiferencia, negación o cinismo.

El silencio trae con rapidez la desconfianza, la división, la rotura de los lazos de solidaridad, el aislamiento de las víctimas y su entorno. Es tristemente habitual, que un trabajador que defienda derechos colectivos vea cómo otros compañeros rehúyan su contacto. Es muy probable y entendible que entonces este trabajador sienta una profunda decepción y hastío de todo y todos, de manera que desactive su lucha.

El silencio de abajo es aprovechado por el discurso de arriba. Desde gerencia y sindicatos cómplices, se lanzarán argumentos y rumores que inoculen más miedo: la crisis, el fantasma del ERE planeando sobre todxs… Y la impunidad. Pretenderán que el sometimiento grupal sea generalizado y perdure en el tiempo, instalando la sensación de fracaso siempre inevitable: “así son las cosas y así es la gente”.

El miedo es una potente y sofisticada herramienta de control social, una perversa forma de gobierno, de conducir las conductas de la gente. Se aplica masivamente para controlar a lxs trabajadores. Pero no es infalible.

Afrontar el miedo

En la lucha por sus derechos, lxs trabajadores han sufrido grandes pérdidas. Incluso en las situaciones más extremas, las personas han afrontado esas pérdidas, de muchas y diferentes maneras, según sus posibilidades y contextos.

El valor adaptativo del miedo ha sido reconocido en diferentes contextos de amenaza. El miedo, aun produciendo determinados problemas, ayuda a la gente a sobrevivir. Ofrece una función defensiva que ayuda a las personas a percibir el riesgo, reflexionar y tomar precauciones; a saber cuándo pueden hacer una cosa y cuándo no. El miedo permite prever escenarios y plantearse alternativas de acción, protege, proporciona capacidad táctica.

Para afrontar el miedo de manera constructiva, es recomendable mantener una postura activa, hacer algo con los sentimientos que despierta: reconocerlos, analizarlos, compartirlos… Se trata de evitar posturas rígidas, como negarlos o desvalorizar a quien los reconoce, y promover la solidaridad.

Uno puede sentir que el miedo se le come por dentro, pero proponerse no dejarse detener por él. Por no sentir después una terrible vergüenza; por lealtad y afecto a lxs compañerxs; por consideraciones éticas y políticas; por dignidad; por indignación. Otras personas significan la realidad entendiendo que ya poco o nada tienen que perder, y en consecuencia, se involucran con mayor intensidad en procesos de organización y lucha para provocar cambios en la situación que origina el miedo.

El momento, el contexto, variables personales, etc. hacen positivas o negativas unas formas u otras de afrontar el miedo. Inhibir emociones en momentos críticos puede ser útil a algunas personas para protegerse de la ansiedad, pero una inhibición crónica puede avivar pensamientos no deseados.

La experiencia y el entrenamiento proporcionan mayor autocontrol emocional y mejores resultados en la resolución de los problemas. Afrontar constructivamente el miedo y conseguir alguna vez resultados positivos mejora la valoración que uno hace de sí mismo, da seguridad en las propias capacidades y potencialidades y permite seguir adelante con más confianza y recursos. Se trata de conservar y cuidar la propia autonomía y para ello, el respeto hacia uno mismo resulta la defensa más valiosa. Como persona, como grupo y como sujetos históricos.

Conocer la realidad y obtener explicaciones que sirvan para entender lo que sucede, contrastar versiones oficiales y desarrollar convicciones políticas propias, es parte del proceso de afrontamiento. Conocer los métodos y estrategias del poder, entender que el miedo y la represión tienen una explicación ayuda a entender y afrontar las situaciones. Así, la represión tiene cara y ojos y el miedo resulta menos destructivo.

Afrontar el miedo es una cuestión individual y colectiva. Es recomendable relacionarse con otrxs que atraviesen por la misma situación y participar en espacios sociales que traten de afrontar los problemas.

Compartir situaciones posibilita la identificación, la empatía, ver los problemas como comunes. Se trata de construir espacios de encuentro que permitan establecer confianza, reflexionar y buscar alternativas en común, a partir de la solidaridad y el apoyo mutuo. Es labor a realizar a fuego lento, desde lo más cotidiano. Mucho se hace ya, como mantener abierto con sus actividades habituales el espacio colectivo, un espacio de referencia a donde las personas saben que pueden acudir cuando tienen problemas con la certeza de que serán recibidos y apoyados solidariamente.

En resumen, se trata de nombrar el miedo en el trabajo, reconocer su existencia, visibilizarlo, contextualizarlo, compartirlo, darle sentido y afrontarlo en común; aprovecharlo para ser más eficaces en denunciar la intimidación laboral, defender nuestros derechos como trabajadores y promover nuestra autonomía.