El criminal como error de la Naturaleza, o el mono que algunos llevamos dentro, de Stephen Jay Gould

Presentamos el siguiente texto de Jay Gould al entender que es una interesante herramienta si se tiene la voluntad de acercarse a la manera en la que viene operando históricamente el determinismo biologicista. Utilizar a Lombroso puede parecer una estrategia que peca de extremista, pero el determinismo es un fenómeno que tanto ayer como hoy se ha caracterizado precisamente por ser extremo.

W.S. Gilbert dirigió su poderosa sátira contra toda forma de pretensión tal y como él la veía. En la mayor parte de los casos continuamos aplaudiéndole: los aristócratas pomposos y los poetas amanerados siguen siendo blancos legítimos, Pero Gilbert era un victoriano acomodado de corazón, y buena parte de lo que él etiquetaba como pretencioso nos parece hoy en día brillante —en particular la educación superior para las mujeres.

¡Una escuela superior para mujeres! ¡Locura de locuras!
¿Qué pueden las muchachas aprender entre sus cuatro paredes digno de conocerse?

En Princess Ida, la profesora de Humanidades de Castle Adamant invoca una justificación biológica para su proposición de que el «hombre es la única equivocación de la Naturaleza». Cuenta la historia de un simio que amaba a una mujer bellísima. Para ganarse su afecto, intentó vestirse y actuar como un caballero, pero necesariamente en vano, ya que:

El Hombre Darwiniano, aun con buenos modales
Sólo es, en el mejor de los casos, un mono afeitado.

Gilbert produjo Princess Ida en 1884, ocho años después de que un médico italiano, Cesare Lombroso iniciara uno de los movimientos sociales más poderosos de su época con la afirmación, esencialmente similar, realizada con toda seriedad ante un grupo de hombres, de que los criminales natos son esencialmente simios que viven entre nosotros. Ya más entrado en años, Lombroso rememoraba el momento de la revelación:

En 1870 llevaba yo realizando desde hacía varios meses investigaciones en las prisiones y manicomios de Pavía sobre cadáveres y personas para determinar la existencia de diferencias sustanciales entre los dementes y los criminales, sin demasiado éxito. Súbitamente, una sombría mañana de diciembre, descubrí en el cráneo de un delincuente una gran serie de anomalías atávicas… El problema de la naturaleza y el origen de los criminales quedó para mí resuelto; los caracteres de los hombres primitivos y de los animales inferiores debían estar reproducidos en nuestros tiempos.

Las teorías biológicas sobre la criminalidad no eran precisamente algo novedoso, pero Lombroso otorgó a la cuestión un sesgo novedoso, evolutivo. Los criminales natos no son personas simplemente alteradas o enfermas; son, literalmente, saltos hacia atrás hacia una fase evolutiva anterior. Los caracteres hereditarios de nuestros antecesores simiescos y primitivos permanecen en nuestro repertorio genético. Algunos hombres desafortunados nacen con un número desacostumbradamente grande de estos caracteres ancestrales. Su comportamiento podría haber resultado apropiado en el salvaje del pasado; hoy en día, lo consideramos criminal. Podemos compadecernos del criminal nato, ya que no puede evitar serlo; pero no podemos tolerar sus actividades. (Lombroso creía que el 40 por ciento de los criminales pertenecían a esta categoría de lo biológicamente innato —a los criminales de nacimiento—. Otros cometían felonías por causa de la ambición, los celos, la ira exacerbada y así sucesivamente —los criminales ocasionales—).

Cuento esta historia por tres razones que se combinan para hacer de ella mucho más que un ejercicio de anticuario de un pequeño rincón de la olvidada historia de finales del siglo XIX:

1) Una generalización acerca de la historia social: Ilustra la enorme influencia de la teoría evolutiva en terrenos muy alejados de su núcleo biológico. Hasta los científicos más abstractos distan de ser agentes independientes. Las grandes ideas tienen extensiones notablemente sutiles y de enorme alcance. Los habitantes de un mundo nuclearizado deberían saberlo a la perfección, pero hay aún muchos científicos que no han captado el mensaje.

2) Un aspecto político: La invocación de la biología innata en busca de explicaciones del comportamiento humano ha sido algo que se ha producido con frecuencia en nombre del conocimiento. Los defensores del determinismo biológico argumentan que la ciencia puede solventar el problema de la superstición y el sentimentalismo instruyéndonos acerca de nuestra verdadera naturaleza. Pero sus afirmaciones han tenido normalmente un efecto fundamental bien diferente: han sido utilizadas por los líderes de sociedades estratificadas en clases para aseverar que debe prevalecer un determinado orden social, al ser una ley de la naturaleza. Por supuesto, no debe rechazarse ningún punto de vista simplemente porque nos disgusten sus implicaciones. La verdad, tal y como la comprendemos, debe ser el criterio fundamental. Pero las afirmaciones de los deterministas siempre han resultado ser especulaciones cargadas de prejuicios, no datos verificados, y la antropología criminal de Lombroso es el mejor ejemplo que conozco.

3) Una nota contemporánea: el tipo de antropología criminal de Lombroso está muerto y enterrado, pero su postulado básico sigue vivo en la idea de genes o cromosomas de la criminalidad. Estas encarnaciones modernas tienen aproximadamente el mismo valor que la versión original de Lombroso. Su capacidad de llamar nuestra atención ilustra tan sólo el desafortunado atractivo del determinismo biológico en nuestro continuo intento de exonerar a una sociedad, en la que tantos de nosotros florecemos, a base de culpar a la víctima.

El año 1976 marcó el centenario del documento fundacional de Lombroso, posteriormente ampliado en el famoso L’uomo delinquente. Lombroso comienza narrando una serie de anécdotas para afirmar que el comportamiento habitual de los animales inferiores es criminal con arreglo a nuestros patrones. Los animales asesinan para apaciguar revueltas; eliminan a sus rivales sexuales; matan guiados por la ira (una hormiga, impacientada por un áfido recalcitrante, lo mató y lo devoró); forman asociaciones criminales (tres castores comunales compartían el territorio con un individuo solitario; el trío visitó al solitario y fue bien tratado; cuando éste devolvió la visita, fue asesinado por su solicitud). Lombroso llega incluso a calificar la captura de moscas por parte de las plantas carnívoras de «equivalente a un crimen» (aunque no alcanzo a ver en qué se diferencia de cualquier otra forma de comer).

En la siguiente sección, Lombroso examina la anatomía de los criminales y encuentra los signos físicos (estigmas) de su status primitivo, como salto atrás hacia nuestro pasado evolutivo. Dado que ya ha definido como criminal el comportamiento normal de los animales, las acciones de estos primitivos vivientes deben surgir de su propia naturaleza. Los rasgos simiescos de los criminales natos incluyen unos brazos relativamente largos, pies prensiles con pulgares móviles, una frente baja y estrecha, grandes orejas, cráneo grueso, mandíbula grande y prognata, abundancia de pelo en el pecho del varón, y una baja sensibilidad al dolor. Pero los saltos atrás no se detienen al nivel de los primates. Unos grandes caninos y un paladar plano traen a la mente un pasado aún más distante entre los mamíferos. ¡Lombroso llega incluso a comparar el incremento en la asimetría facial, de los criminales natos con la condición normal de los pleuronectiformes (peces planos con los dos ojos al mismo lado de la cabeza)!

Pero los estigmas no son solamente físicos. El comportamiento social del criminal nato le alía también con los simios y los salvajes humanos vivientes. Lombroso puso especial énfasis en los tatuajes, una práctica común tanto entre las tribus primitivas como entre los criminales europeos. Produjo voluminosas estadísticas acerca del contenido de los tatuajes de los criminales y consideró que éste era obsceno, sin ley o exculpatorio (aunque uno de ellos rezaba, como tuvo que admitir, Vive la France et les pommes de terre frites: «Viva Francia y las patatas fritas»). En el argot criminal encontró un lenguaje, por derecho propio, acentuadamente similar al lenguaje de las tribus salvajes en rasgos tales como las onomatopeyas y la personalización de los objetos inanimados: «Hablan de modo diferente porque no sienten igual; hablan como salvajes, porque son verdaderos salvajes en el seno de nuestra esplendorosa civilización europea».

La teoría de Lombroso no era un trabajo científico abstracto. Fundó y encabezó de modo activo una escuela internacional de «antropología criminal» que fue la cabeza de lanza de uno de los más influyentes movimientos sociales de finales del siglo diecinueve. La escuela «nueva» o «positiva» de Lombroso hacía vigorosas campañas en favor de una modificación de los mecanismos de imposición de la ley y de las prácticas penales. Consideraba sus criterios mejorados para el reconocimiento de los criminales natos como una contribución fundamental a la imposición de la ley. Lombroso llegó incluso a sugerir una criminología preventiva, la sociedad no tenía por qué esperar (y sufrir) la comisión del acto delictivo en sí, ya que los estigmas físicos y sociales definen al criminal en potencia. Puede ser identificado y apartado de la sociedad a la primera manifestación de su naturaleza irrevocable (Lombroso, que era un liberal, prefería el exilio antes que la muerte). Enrico Ferri, el colega más próximo a Lombroso, recomendaba que «los tatuajes, la antropometría, la fisonomía… la actividad refleja, las reacciones vasomotrices (los criminales, según él, no se sonrojan), y el horizonte de visión» fueran utilizados como criterios de juicio por los magistrados.

Los antropólogos criminalistas también hacían campaña en favor de una reforma básica en las prácticas penales. Una ética cristiana ya obsoleta mantenía que los criminales debían ser sentenciados por sus acciones, pero la biología declaraba que debían ser juzgados por su naturaleza. Adecuar el castigo al criminal, no al crimen cometido. Los criminales ocasionales, carentes de estigmas y capaces de reformarse, debían ser encarcelados el tiempo necesario para garantizar su arrepentimiento. Pero los criminales natos están condenados de antemano por su naturaleza: «La ética teórica pasa por alto el cerebro enfermo, como aceite sobre mármol, sin penetrar en él». Lombroso recomendaba la detención irrevocable y de por vida (en un entorno agradable, pero aislado) para todo reincidente estigmatizado. Algunos de sus colegas eran menos generosos. Un influyente jurista le escribió a Lombroso:

Nos ha mostrado usted lúbricos y feroces orangutanes de rostro humano. Es obvio que como tales no pueden actuar de otro modo. Si violan, roban y matan es por virtud de su propia naturaleza y de su pasado, pero esto constituye aún mayor razón para destruirles, una vez demostrado que siempre seguirán siendo orangutanes.

Y el propio Lombroso no descartaba la «solución final»:

El hecho de que existan seres como los criminales natos, dotados originariamente para el mal, reproducciones atávicas, no ya de hombres salvajes tan sólo, sino incluso de los animales más feroces, lejos de hacernos sentir mayor compasión hacia ellos, como ha venido manteniéndose, nos endurece frente a toda misericordia.

Debemos mencionar otro impacto social de la teoría de Lombroso y su escuela. Si los salvajes humanos, como los criminales natos, conservaban rasgos simiescos, entonces las tribus primitivas —«razas inferiores carentes de ley»— podían ser consideradas esencialmente criminales. Así, la antropología criminal suministró un poderoso argumento en favor del racismo y el imperialismo en el momento culminante de la expansión colonial europea. Lombroso, dando cuenta de la reducción de la sensibilidad al dolor entre los criminales, escribió:

Su insensibilidad física recuerda mucho la de los pueblos salvajes capaces de soportar, en los ritos de la pubertad, torturas que un hombre blanco jamás sería capaz de tolerar. Todos los viajeros conocen la indiferencia de los negros y los salvajes americanos al dolor: los primeros se cortan las manos y se ríen para poder huir del trabajo; los segundos, atados al poste del tormento, cantan alegremente las alabanzas de su tribu mientras son quemados a fuego lento. (No puede derrotarse a priori a un racista. Piensen en la cantidad de héroes occidentales que murieron valientemente en medio de dolores insoportables: Santa Juana quemada, San Sebastián atravesado por flechas, otros mártires descuartizados. Pero cuando un indio se niega a gritar y suplicar misericordia, tan sólo puede significar que no siente el dolor.)

Si Lombroso y sus colegas hubieran sido un fanático grupo de proto-Nazis, podríamos dejar de lado el problema como una manipulación de unos demagogos conscientes de lo que estaban haciendo. No transmitiría entonces otro mensaje que una petición de vigilancia en contra de los ideólogos que hacen mal uso de la ciencia. Pero los líderes de la antropología criminalista eran socialistas «iluminados» y socialdemócratas que consideraban su teoría como cabeza de lanza de una sociedad racional y científica basada en las realidades humanas. La determinación genética de la actividad criminal, argumentaba Lombroso, es tan sólo la ley de la naturaleza y de la evolución:

Estamos gobernados por leyes no manifiestas que jamás dejan de operar y que gobiernan la sociedad con mayor autoridad que las leyes escritas en nuestros libros de estatutos. El crimen parece ser un fenómeno natural… como el nacimiento o la muerte.

Vista retrospectivamente, la «realidad» científica de Lombroso resultó ser la imposición de sus prejuicios sociales sobre un estudio supuestamente objetivo, antes incluso de haber sido éste emprendido. Sus ideas condenaron a multitud de inocentes a un enjuiciamiento a priori que a menudo funcionaba como una profecía autorrealizadora. Su intento de comprender el comportamiento humano a base de cartografiar unas potencialidades innatas retratadas en nuestra anatomía tan sólo sirvió como arma en contra de la reforma social depositando toda la culpa sobre la herencia de un criminal.

Por supuesto, nadie toma en serio hoy en día las afirmaciones de Lombroso. Sus estadísticas eran defectuosas hasta lo increíble; tan sólo una fe ciega en la inevitabilidad de las conclusiones pudo llevarle a tanta manipulación y ocultamiento. Además, nadie consideraría hoy en día un signo de inferioridad el tener brazos largos o una mandíbula prominente; los deterministas biológicos modernos buscan una seña más definitiva en los genes y los cromosomas.

En los 100 años transcurridos entre L’uomo delinquente y nuestra celebración del Bicentenario han pasado muchas cosas. Ningún defensor serio de la criminalidad innata recomienda la detención o el asesinato de los desafortunados afligidos, ni siquiera afirma que una inclinación natural al comportamiento criminal pueda llevar necesariamente a actos criminales. Aún así, el espíritu de Lombroso sigue estando con nosotros. Cuando Richard Speck asesinó a ocho enfermeras en Chicago, la defensa argumentó que no pudo evitarlo porque tenía un cromosoma Y supernumerario. (Las hembras normales tienen dos cromosomas X, los machos normales un cromosoma X y otro Y. Un pequeño porcentaje de machos tiene un cromosoma Y de más, XYY). Esta revelación inspiró toda una epidemia de especulaciones; artículos acerca del «cromosoma criminal» inundaron nuestras revistas populares. El planteamiento, ingenuamente determinista tenía pocas cosas a su favor aparte de lo siguiente: los machos tienden a ser más agresivos que las hembras; esta característica podría ser genética. Caso de serlo, debe residir en el cromosoma Y; todo aquel que posea dos cromosomas Y tiene una dosis doble de agresividad y podría verse inclinado hacia la violencia y la criminalidad. Pero la información recogida a toda prisa acerca de los machos XYY en las cárceles parece ser desesperantemente ambigua, e incluso el propio Speck resultó ser después de todo un varón XY. Una vez más, el determinismo biológico da la nota, crea una oleada de discusiones y cacareos de cóctel y seguidamente se disipa por falta de corroboración. ¿Por qué nos intrigan tanto las hipótesis acerca de las disposiciones innatas? ¿Por qué queremos trasladar la responsabilidad de nuestra violencia y nuestro sexismo a los genes? Las señas de identidad de la humanidad no son sólo nuestra capacidad mental sino también nuestra flexibilidad mental. Hemos construido nuestro mundo y podemos también cambiarlo.

 

Desde Darwin. Reflexiones sobre Historia Natural
(1977)


Publicado a fecha de

en